La conspiraci¨®n originaria
La historia reciente de Espa?a ya no comienza en la Transici¨®n, sino en el 11-M. Resulta necesario y urgente consensuar el estudio del pasado como ra¨ªz del presente para evitar que su comprensi¨®n quede en manos de la polarizaci¨®n y el enfrentamiento
La historia del tiempo presente en Espa?a ya no arranca de la salida de la dictadura, sino del comienzo de la polarizaci¨®n. Para tratar de comprender c¨®mo y por qu¨¦ nuestro punto de origen se ha desplazado de la Transici¨®n al atentado del 11-M, ya no basta una radiograf¨ªa hist¨®rica, pol¨ªtica o sociol¨®gica. El antiguo relato colectivo se ha fragmentado, ha oscilado hacia una din¨¢mica de polos opuestos. La imagen positiva, de pacto y de consenso, ha quedado ensombrecida por la del bloqueo y el conflicto permanentes. El id¨ªlico momento fundacional se ha roto, y su renovaci¨®n sigue en disputa por la atribuci¨®n del mayor atentado terrorista de Europa. Una cat¨¢strofe que marca dos d¨¦cadas de senda circular. Aunque sea a¨²n temprano para comprender todas sus consecuencias, este giro nos sit¨²a en muchos aspectos a la cabeza de un fen¨®meno global como el de la polarizaci¨®n.
Marca la entrada, en primer lugar, de una nueva t¨¦cnica de comunicaci¨®n y deshumanizaci¨®n del adversario, utilizada para sembrar dudas y cuestionar los resultados electorales. Estrategia que ha sido replicada, desde entonces, en muchas otras partes del mundo, consumando el auge de las teor¨ªas de la conspiraci¨®n como uno de los principales signos de nuestra era. En una crisis econ¨®mica y de legitimidad cada vez m¨¢s profunda, estas se extienden a trav¨¦s de las pol¨ªticas de odio, minando e incrementando la desafecci¨®n hacia la democracia. Creando valor en la uniformidad, en el miedo y en la desconfianza, han impuesto una percepci¨®n de la realidad cada vez m¨¢s maniquea y crispada que exige constantemente nuevos chivos expiatorios. Ya hay una teor¨ªa de la conspiraci¨®n para casi todo. El mecanismo, que somete a un cerco constante a la ciencia y a las instituciones p¨²blicas, cobr¨® especial fuerza desde la pandemia y no ha dejado de crecer con el ¨²nico fin de aumentar la confusi¨®n, la superstici¨®n y el negacionismo.
Minoritaria y de ¨¢mbito reducido hasta hace tan solo unos a?os, esta corriente se ha convertido en un fen¨®meno transversal, capaz de intervenir y crear una agenda contraria a movimientos generales, mucho m¨¢s amplios, como la lucha contra el cambio clim¨¢tico o el feminismo. Su versi¨®n revisionista, en sinton¨ªa con esta reactualizaci¨®n de contenidos, ya no se limita a cuestionar la memoria hist¨®rica oculta por el franquismo, sino que trata de cortocircuitar, de volar por todos los medios, los puentes con el pasado cercano. Las autonom¨ªas, por ejemplo, pasan a estar bajo sospecha. El gran motor, junto con la entrada en la Uni¨®n Europea, del proceso de cambio y modernizaci¨®n espa?ol, se convierte en el pozo de todos los males, en el buque insignia del desaf¨ªo nacionalista. Del mismo modo, otro proceso colectivo de ¨¦xito, el fin del terrorismo de ETA, es cuestionado y se revive temporalmente, justo cuando comienza a ser estudiado en profundidad por una nueva generaci¨®n de historiadores.
La nueva legitimidad de origen precisa de una reinterpretaci¨®n del pasado que sirva en bandeja un presente apocal¨ªptico. Un imaginario cada vez m¨¢s particular y alejado en el tiempo fija las coordenadas, el campo de batalla, de la guerra cultural por el significado de la Transici¨®n. El inter¨¦s por el periodo ha crecido exponencialmente desde la ampliaci¨®n del curr¨ªculum de Bachillerato con dos nuevos bloques correspondientes a las dos primeras d¨¦cadas del siglo XXI. La propuesta de recentralizaci¨®n y de vuelta al viejo modelo de Selectividad, a pesar de que las competencias sean auton¨®micas, muestra la precisi¨®n de ese movimiento simult¨¢neo de deslegitimaci¨®n y apropiaci¨®n de la historia actual.
La cr¨ªtica al sistema educativo p¨²blico, (una reciente encuesta muestra la mala opini¨®n generalizada de los espa?oles hacia la educaci¨®n) desde una visi¨®n de la Historia de Espa?a con car¨¢cter retroactivo, extendida linealmente desde Atapuerca, es otra muestra del ataque conjunto a todo punto de arranque democr¨¢tico com¨²n. El rigor hist¨®rico, ya se sabe, no importa, pero esta situaci¨®n, retroalimentada por la polarizaci¨®n y el enfrentamiento pol¨ªtico cada vez m¨¢s enconado, nos debe hacer reflexionar, al menos, sobre determinados aspectos. La espa?ola no es la primera sociedad europea con un crecimiento vegetativo nulo que culpa de los malos resultados escolares a los hijos de los extranjeros. El racismo y la xenofobia siguen siendo dos de los grandes males de nuestro tiempo. Sus profundas ra¨ªces hist¨®ricas y sociales, agitadas peri¨®dicamente en aras de la desestabilizaci¨®n y de la violencia, afloran en cada nueva versi¨®n de la guerra cultural; su objetivo es la confrontaci¨®n directa contra toda explicaci¨®n cr¨ªtica con el pasado colonial o esclavista. No fuimos los primeros ni los ¨²nicos pobladores de nuestro entorno. Nuestra posici¨®n geogr¨¢fica favoreci¨® la llegada de lenguas, sociedades y religiones distintas, del mismo modo que nos sumamos a la larga marcha del ¨¦xodo, la migraci¨®n y el exilio europeos. Una historia singular pero diversa, de necesidad y supervivencia, de gente corriente que nunca sal¨ªa en los libros o en los retratos de ¨¦poca. Por eso es tan importante que aparezcan hoy en las pantallas de los m¨®viles, para que los m¨¢s j¨®venes puedan verse reflejados en otros tantos or¨ªgenes como realidades hubo en el pasado.
La mayor parte de este cambio acelerado se ha producido en el mundo rural, muy castigado por el despoblamiento, la globalizaci¨®n econ¨®mica y la toma de decisiones desde las grandes ciudades. Esa gran mutaci¨®n, la de la poblaci¨®n activa, ha propiciado el borrado masivo de nuestros recuerdos. Hemos olvidado la migraci¨®n del campo a la ciudad, la del desarrollismo de los a?os sesenta y ya no queda suelo de la reconversi¨®n industrial de los ochenta sin urbanizar. No hemos transmitido nuestros v¨ªnculos m¨¢s cercanos que apenas son reconocibles. La b¨²squeda de referentes en el pasado remoto, en cambio, se ha disparado a trav¨¦s de internet y de las redes sociales. M¨¢s all¨¢ de una versi¨®n adulterada de los acontecimientos, ofrecen una explicaci¨®n del mundo, una cosmovisi¨®n que impide entender el presente como el resultado de un proceso hist¨®rico y sirve como combustible de la polarizaci¨®n. Por eso se hace tan necesario como urgente consensuar el estudio del tiempo, de las ra¨ªces y de las formas del presente. Mientras tanto, seguir¨¢ a expensas de una playlist programada para generar m¨¢s odio y enfrentamiento; una respuesta a la crisis dise?ada para crecer exponencialmente y pasar de las comunidades virtuales a las reales. Tan solo necesita mantener un punto de origen muy claro: el ruido constante. Fat¨ªdico momento en que la cultura y las teor¨ªas de la conspiraci¨®n quedaron unidas, auspiciando, de nuevo, fen¨®menos que cre¨ªamos desaparecidos, bajo una manera de pensar mitificante y milenarista.
Si no lo estudian ni comprenden como parte de su mundo, las generaciones que no han vivido estos hechos heredar¨¢n el comienzo del siglo XXI como una larga cadena de recuerdos enfrentados, no como una serie de acontecimientos hist¨®ricos. Identificarse socialmente con un punto de origen lejano, dividido y enfrentado, no puede m¨¢s que condenar al fracaso a la educaci¨®n como herramienta de integraci¨®n. Estamos transmitiendo el pasado como un reflejo de nuestra sociedad, como una respuesta emocional, una mueca identitaria que solo se puede amar u odiar. Las luces y sombras de un proceso acelerado de cambio se apagan en este presente continuo. Como dec¨ªa Henry Rousso refiri¨¦ndose a la II Guerra Mundial, la historia del presente es la historia desde la ¨²ltima cat¨¢strofe. La Transici¨®n, con todas sus limitaciones, pon¨ªa fin, pasaba p¨¢gina a la dictadura. El 11-M detuvo, volvi¨® atr¨¢s el tiempo, situando nuestro punto de origen en el mismo punto de fricci¨®n del que no hemos salido.
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