Espa?a y la idea de vivir juntos
Ni monarqu¨ªa del Antiguo R¨¦gimen, ni imperio, ni guardi¨¢n del catolicismo, pero todav¨ªa hay quienes se enredan en pol¨¦micas con un pa¨ªs que ya no existe
El arzobispado de M¨¦xico recibi¨® en 1777 el encargo de realizar un padr¨®n. La autoridad imperial pretend¨ªa ver reflejadas sus posibilidades fiscales para afinar en la recaudaci¨®n de los distintos tributos y quer¨ªa que se le ofreciera un conteo de cu¨¢ntos espa?oles resid¨ªan en aquellos dominios suyos, cu¨¢ntos indios y cu¨¢ntas castas para as¨ª proceder en el cobro con m¨¢s eficacia. La cosa se complic¨®, no resultaba tan simple colocar a gentes de tan distintas identidades en tan pocas categor¨ªas, as¨ª que al final el arzobispado tuvo que utilizar una clasificaci¨®n que llamo de calidades, mucho m¨¢s elaborada: ¡°espa?oles, castizos, mestizos, indios, mestindios, mulatos, negros, moriscos, lobos, albinos, coyotes y chinos¡±. La relaci¨®n es una muestra de cu¨¢n plural era M¨¦xico entonces, no parece que existieran solo los espa?oles y los indios, como dos masas puras y compactas que se miraran de reojo y se ense?aran los dientes. El imperio iba a esquilmar a cuantos pudiera, y all¨ª donde pudiera, pero la tarea de emanciparse de su yugo no iba a ser una batalla que fuera a librarse entre dos unidades puras y sin fisuras (los buenos y los malos).
¡°Una de las maneras posibles de definir la modernidad es como un complejo proceso de emancipaciones¡±, escribe el historiador Jos¨¦ M. Portillo Vald¨¦s en la primera l¨ªnea de Una historia atl¨¢ntica de los or¨ªgenes de la naci¨®n y el Estado (Alianza), donde se ocupa ¡ªcomo reza el subt¨ªtulo¡ª de Espa?a y las Espa?as del siglo XIX. El libro se public¨® hace un par de a?os, pero resulta ¨²til para tomarse con distancia el burdo episodio que ha escenificado la nueva presidenta de M¨¦xico, Claudia Sheinbaum, para lucir m¨²sculo patri¨®tico al no invitar al jefe de Estado de Espa?a a su reciente investidura, pero sirve tambi¨¦n para volver a las viejas cuitas que enredan la convivencia en este pa¨ªs, ahora con la financiaci¨®n singular prometida a Catalu?a y el momento de extrema e indigesta polarizaci¨®n.
Los procesos de emancipaci¨®n son complejos, pero aun m¨¢s dif¨ªcil que rebelarse contra el opresor resulta a veces el propio desaf¨ªo de tener que inventarse como nuevo sujeto pol¨ªtico. A veces, a una dominaci¨®n le sucede simplemente otra dominaci¨®n, o un c¨²mulo de des¨®rdenes que no tienen fin, nuevas guerras, inestabilidad, miseria. El proceso de emancipaci¨®n de Espa?a ¡ªsu proceso de construcci¨®n como naci¨®n soberana y como Estado¡ª, explica Portillo Vald¨¦s, tuvo que ir realiz¨¢ndose en varios frentes, con avances y retrocesos, con un sinf¨ªn de peculiaridades.
¡°Espa?a no es Espa?a pr¨¢cticamente hasta el siglo XX¡±, apunta. La de hoy, en la que la soberan¨ªa reside en el pueblo, tuvo que ir independiz¨¢ndose de sus distintas identidades para poder jugar en el tablero de la modernidad. Le toc¨® dejar de ser una monarqu¨ªa del Antiguo R¨¦gimen, un imperio y una naci¨®n cat¨®lica, y nada queda ahora de esas viejas Espa?as. Es cierto que Franco procur¨® imponer ¡°una idea monoidentitaria de Espa?a¡±, pero fue un fracaso. Durante su dictadura, le toc¨® a la Espa?a peregrina, la del exilio, mantener vivo el proyecto de una Espa?a democr¨¢tica, plural, abierta. Portillo Vald¨¦s se acuerda del historiador Pere Bosch Gimpera, que instalado en M¨¦xico sostuvo que a ¡°la verdadera Espa?a hab¨ªa que buscarla por debajo de la superestructura de sus reinos, monarqu¨ªa e imperio¡±. ¡°Estaba en los pueblos que la conformaban y que hab¨ªan mostrado hist¨®ricamente una f¨¦rrea voluntad de vivir juntos no gracias sino a pesar de la monarqu¨ªa y del imperio¡±. Ah¨ª queda esa idea: con ganas de seguir viviendo juntos.
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