El m¨¦dico al que salv¨® Nelson Mandela
Eric Goemaere fue el impulsor de un programa pionero de atenci¨®n a enfermos de VIH/sida en los peores momentos de esta pandemia en Sud¨¢frica. Dos d¨¦cadas despu¨¦s, como coordinador de MSF en el pa¨ªs, repasa su larga lucha contra el virus y por un acceso justo a medicamentos antirretrovirales
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Una amplia sonrisa; ojos azules que miran sin ver, hacia el infinito, navegando en los recuerdos de otros tiempos m¨¢s convulsos que los actuales; una camisa estampada con el rostro del expresidente Nelson Mandela, su c¨®mplice en la lucha que le ha llevado casi toda su vida. As¨ª es Eric Goemaere (Bruselas, 1954) que una soleada ma?ana del invierno austral se encuentra trabajando en las oficinas de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) de Ciudad del Cabo. El resto del personal teletrabaja desde casa, pero ¨¦l sigue acudiendo a su puesto, fiel a las costumbres. ¡°?Sabes una ventaja de Sud¨¢frica? Cuanto m¨¢s mayor eres y m¨¢s demente pareces, m¨¢s te respetan. Es un buen pa¨ªs para hacerse viejo¡±, bromea. Y r¨ªe; de hecho, r¨ªe constantemente durante esta entrevista, en la que demuestra que de loco no tiene nada. Este doctor y experto en VIH, actual coordinador m¨¦dico de MSF en el pa¨ªs, ha vivido situaciones muy cr¨ªticas, dolorosas y peliagudas a lo largo de sus 38 a?os de servicio en la organizaci¨®n. Ahora, desde una posici¨®n m¨¢s sosegada, hace repaso de ese camino.
Goemaere ha sido testigo de primera l¨ªnea de la heroica lucha de la sociedad sudafricana por conseguir medicamentos para tratar el VIH, los imprescindibles antirretrovirales, en una ¨¦poca en la que el Gobierno no los facilitaba y solo se pod¨ªan conseguir a trav¨¦s de la Sanidad privada a un coste de unos diez mil euros por un tratamiento de un a?o.
Cuenta que lleg¨® a Sud¨¢frica casi por casualidad. Se hab¨ªa iniciado en la medicina en Chad, trabaj¨® en Bruselas y luego en Mozambique despu¨¦s de su guerra civil. Cuando fue informado de que su siguiente destino ser¨ªa Sud¨¢frica, no le entusiasm¨® la idea. ¡°Ten¨ªamos que salir hacia Europa desde Johannesburgo; eran los tiempos del apartheid y ya sabes... En la sala de espera hab¨ªa un cartel que rezaba: ¡®Solo para blancos¡¯. Cada vez que pasaba por ah¨ª me negaba a sentarme, les dec¨ªa: ¡®Yo no juego a esto¡¯... As¨ª que no me gustaba Sud¨¢frica¡±, reconoce. ¡°Ahora puedo decir que fue un error porque los sudafricanos son unos luchadores y han hecho un trabajo fant¨¢stico para reducir el precio de los medicamentos¡±.
Corr¨ªa el a?o 2000 cuando este m¨¦dico fue destinado a Khayelitsa, el suburbio m¨¢s pobre y grande de ?frica, en Ciudad del Cabo, para poner en marcha un programa pionero de atenci¨®n a enfermos de VIH, el primero en todo el pa¨ªs. ¡°Era el ¨²ltimo suburbio de todos¡ Khayelitsa es donde la gente no quiere ir¡±. En aquellos tiempos, el virus supon¨ªa una amenaza atroz: no hab¨ªa apenas informaci¨®n sobre las formas de contagio y sobre su tratamiento, no hab¨ªa medicamentos y, por tanto, la tasa de infecci¨®n y de mortalidad eran alt¨ªsimas: solo en el 2000, en Sud¨¢frica murieron 150.000 personas de sida y 3,2 millones de personas portaban el virus, seg¨²n Onusida.
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Y la cifra a¨²n seguir¨ªa subiendo en los a?os siguientes. ¡°Recuerdo caravanas de tr¨¢fico en el cementerio para enterrar a la gente... Se inhumaba a una persona cada 15 minutos, la familia solo ten¨ªa ese cuarto de hora y se formaban colas largu¨ªsimas¡±, comenta Goemaere con su mirada azul perdida en aquel turbulento inicio del siglo XXI.
Por si fuera poco, tambi¨¦n le toc¨® lidiar con el estigma hacia los contagiados: ¡°Me llev¨® tres meses convencer a las enfermeras para que empezaran a atender en una de las cl¨ªnicas; yo no entend¨ªa su rechazo porque la gente se estaba muriendo, pero ellas se negaban a tratarles. Me dec¨ªan: ¡®Eric, no traigas a esta gente aqu¨ª porque vamos a infectarnos todas¡¯, y yo les respond¨ªa que si estaban all¨ª hab¨ªa que hacerles la prueba, que era mejor saber. El 50% de las mujeres del grupo de edad de entre 35 a 45 a?os era seropositiva en Khayelitsa, era m¨¢s peligroso tenerlas sentadas al lado sin saber su estatus¡±.
Las enfermeras me dec¨ªan: ¡®Eric, no traigas a esta gente aqu¨ª porque vamos a infectarnos todas¡¯
En medio de semejante situaci¨®n, con los pacientes muri¨¦ndose, literalmente, en las salas de espera, Goemaere ten¨ªa que lograr atenderlos y suministrarles antirretrovirales (ARV). Los que MSF distribuy¨® por aquel entonces costaban 70 d¨®lares (unos 65 euros) por persona al a?o, una cifra muy inferior y m¨¢s asequible que lo que se pod¨ªa encontrar en el resto del pa¨ªs. ¡°Y es un tratamiento mejor; el otro era muy viejo y solo estaba disponible para ricos, por lo que nadie en Khayelitsa se trataba, as¨ª que cuando llegamos, vinieron en masa¡±.
Pero al Gobierno sudafricano de entonces no le gustaba esta idea de ofrecer un ARV porque pensaban que no ser¨ªan capaces de pagarlo. De hecho, la ministra de Sanidad de entonces afirm¨® que el VIH se pod¨ªa tratar con ajo y remolacha y su ministerio envi¨® tres ¨®rdenes de expulsi¨®n a la organizaci¨®n, algo que ahora, visto en perspectiva, ¨¦l parece llegar a entender en cierto modo. ¡°?ramos unos chicos que ven¨ªamos de Europa diciendo lo que ten¨ªan que hacer, cuando adem¨¢s el color de la piel era un tema muy sensible¡±, rememora. De hecho, si pudieron abrir en Khayelitsa fue porque se lleg¨® a un acuerdo con el Gobierno de la provincia de Western Cape, m¨¢s comprensivo que el nacional.
¨D?Qu¨¦ pensamiento le ayudaba a no rendirse?
¨DHoy lo llamar¨ªa el efecto L¨¢zaro. Cuando pasaba consulta, de repente o¨ªa que en la sala de espera todo el mundo se pon¨ªa a llorar y yo pensaba: ¡®Vaya, otra muerte¡¯. Era algo que ocurr¨ªa cada d¨ªa pr¨¢cticamente. La gente tra¨ªa a sus familiares cargados en la espalda porque ya no pod¨ªan ni andar. Y luego, pasadas unas semanas de tratamiento, el solo hecho de verlos caminando de nuevo... Eso me manten¨ªa a flote. Al final, es que yo estudi¨¦ Medicina para tratar de mantener a la gente viva.
Otro gran obst¨¢culo en la lucha por los medicamentos a un precio justo fue la oposici¨®n de las farmac¨¦uticas due?as de las patentes de los ARV. ¡°Cuando nos enfrentamos a la industria est¨¢bamos un poco asustados porque ya hab¨ªan dicho que no iban a consentir que se fabricaran gen¨¦ricos¡±, recuerda. Ante una situaci¨®n sin aparente salida, Goemaere pidi¨® consejo a un abogado de Estados Unidos. Y cumpli¨® su recomendaci¨®n: ¡°Escrib¨ª al jefe de las farmac¨¦uticas en ?frica diciendo: ¡®Escuche, soy m¨¦dico, veo a mucha gente morir y mi obligaci¨®n es intentar que sobrevivan, as¨ª que pretendo usar gen¨¦ricos importados de Brasil. Si esto le parece un problema, h¨¢gamelo saber¡¯. No hay carta m¨¢s est¨²pida, no ten¨ªa valor legal, pero lo hicimos porque si no respond¨ªan en tres semanas, necesitar¨ªan atacarnos en un tribunal, y llevar a MSF a juicio no es bueno para tu reputaci¨®n. Pensamos que no se atrever¨ªan a algo as¨ª y que quiz¨¢ pod¨ªamos ganar la batalla¡±. Sin embargo, obtuvo contestaci¨®n a los tres d¨ªas. Y esta guerra por limitar la concesi¨®n de patentes para lograr el abaratamiento de los f¨¢rmacos para el VIH y otras enfermedades proseguir¨ªa hasta la actualidad.
Una camiseta lo cambi¨® todo
Cuando las relaciones no pod¨ªan estar m¨¢s tirantes con el Gobierno y con las farmac¨¦uticas, lleg¨® alguien que marc¨® un antes y un despu¨¦s: ¡°Este t¨ªo me salv¨®, ?lo reconoces?¡±, pregunta el m¨¦dico mientras descuelga una foto enmarcada de la pared de su despacho. Es una imagen que ha dado la vuelta al mundo: Nelson Mandela luciendo una camiseta en la que se lee ¡°Soy VIH positivo¡±. Fue invitado por la Campa?a de Acceso a Medicamentos (TAC por sus siglas en ingl¨¦s), una organizaci¨®n ciudadana que ha pasado a la historia por su encarnizada lucha para lograr antirretrovirales (ARV) a precios asequibles. En aquella ¨¦poca, de hecho solo ellos y MSF peleaban por esta causa en el pa¨ªs, por lo que ambas organizaciones trabajaron codo con codo desde los inicios.
Goemaere abre su ordenador port¨¢til y busca otras im¨¢genes. Pincha sobre una en la que se le ve a ¨¦l en compa?¨ªa del l¨ªder antiapartheid. Frente a ¨¦l, un chico joven le est¨¢ ofreciendo la famosa prenda. El entonces ya expresidente del Gobierno viste una de sus famosas camisas estampadas. ¡°En Sud¨¢frica tenemos una tradici¨®n: cuando tienes una petici¨®n para un pol¨ªtico le ofreces algo, y si lo toma en sus manos, es que acepta tenerla en cuenta o discutirla contigo; es muy simb¨®lico. Todo lo que quer¨ªamos era que [Mandela] aceptara la camiseta¡±, ilustra.
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La foto, tomada en el aparcamiento de una de las cl¨ªnicas de la ONG, muestra a una multitud expectante. ¡°M¨¢s de 400 personas¡±, asevera. El chico, que fue uno de los primeros seropositivos atendido en Khayelitsa, le ten¨ªa que dar la prenda y pedirle que la aceptara y les protegiera. ¡°Y mira lo que pas¨® ¨DGoemaere pasa a la siguiente imagen¨D ?Fue absolutamente fant¨¢stico! No pod¨ªa creer lo que ve¨ªan mis ojos. Cogi¨® la camiseta y no solo la acept¨® sino que, delante de todo el mundo, ?se la puso!¡±, exclama. ¡°Y tuvimos la foto. Siempre uso este ejemplo para contar lo ¨²nico que era este hombre¡±.
Asegura el m¨¦dico que Khayelitsa era y es un sitio peligroso, que puedes sufrir amenazas con facilidad, que por cien rand (cinco euros) ¡°te meten una bala en el cr¨¢neo¡± y que cuando su activismo y su lucha por los medicamentos gen¨¦ricos empez¨® a hacer tant¨ªsimo ruido en todo el pa¨ªs, empezaron a estar m¨¢s nerviosos y asustados. Pero que tambi¨¦n Mandela lo cambi¨® todo. ¡°Ya nadie nos tocaba en Khayelitsa¡±, afirma. Y luego se corri¨® la voz de que a la gente que hab¨ªa sido tratada le estaba yendo muy bien.
Los problemas no acaban
Ahora que han pasado 20 a?os y que se ha logrado que los ARV se distribuyan gratuitamente en todo el mundo, podr¨ªa parecer que las preocupaciones de este veterano han terminado. Nada m¨¢s lejos de la realidad. El mundo no ha logrado alcanzar la meta planteada por las Naciones Unidas para 2020, la conocida como 90-90-90. Esto es, que el 90% de la poblaci¨®n seropositiva conozca su estado, que el 90% de ellos est¨¦ siguiendo un tratamiento antirretroviral y que el 90% no presente una carga viral detectable. Todav¨ªa hay en el mundo 38 millones de personas seropositivas, de las que 1,7 millones fueron diagnosticadas por primera vez en 2019, seg¨²n datos de Onusida. Este mismo a?o se produjeron 690.000 muertes por enfermedades relacionadas con el sida.
Esto sucede, principalmente, por dos razones. Una, que se descuidan los tratamientos: ¡°En cuanto alguien se encuentra mejor gracias a las pastillas, tiene otras prioridades¡±, asume el doctor. Dos: que el VIH parece haber pasado de moda y ya no moviliza pol¨ªticamente y, por tanto, tampoco atrae financiaci¨®n para luchar contra la epidemia. ¡°En Europa es un problema, s¨ª, pero no un asunto grave¡±, opina. Desde luego, la soluci¨®n pasa por desarrollar una vacuna, algo que todav¨ªa est¨¢ en proceso. ¡°Ya se hablaba de ella hace 20 a?os y a¨²n seguimos haci¨¦ndolo. La espero, s¨ª, pero no la voy a ver yo en vida¡±.
A sus 65 a?os, Goemaere no piensa en el retiro. Ya no est¨¢ en los centros de salud de Khayelitsa, pero tampoco vive encerrado en un despacho. Al t¨¦rmino de esta entrevista comenta que acaba de regresar de Bangui, en Rep¨²blica Centroafricana, donde ha pasado dos semanas asesorando al Gobierno en materia de prevenci¨®n y diagn¨®stico del VIH en el pa¨ªs. Reconciliado con esa Sud¨¢frica del apartheid que al principio detestaba, ahora est¨¢ decidido a quedarse. ¡°Mi pareja y yo hemos pedido la nacionalidad y, definitivamente, vamos a pasar aqu¨ª el resto de nuestras vidas¡±, confirma. Pero sin dejar de viajar a otros pa¨ªses para apoyar otros proyectos, aunque como doctor. ¡°Est¨¢ bien serlo, puedes hacer rondas, aconsejar a la gente... Para ser honesto, lo que hago es muy satisfactorio y mientras no me vuelva completamente loco, prefiero seguir trabajando. MSF no paga mucho, pero no te despiden; nos conocemos todos y no me han echado a¨²n... ?O a ti te han dicho algo del tema?¡±.
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