La revoluci¨®n que nos recuerda a nosotros mismos
El levantamiento de 1868 alumbr¨® algunos de los rasgos m¨¢s modernos de lo que ser¨¢ un siglo despu¨¦s la Espa?a constitucional y democr¨¢tica
La revoluci¨®n de 1868 ejerce sobre nosotros una atracci¨®n fuerte porque, al recordarla, tenemos la sensaci¨®n de que estamos hablando con nosotros mismos. Es en este mes de septiembre cuando conmemoramos el sesquicentenario del acontecimiento que se inicia hace 150 a?os en C¨¢diz al grito de ¡°Viva Espa?a con honra¡±, y los 6 a?os de problemas y tribulaciones que le siguieron.
Conmemorar o recordar, que no celebrar, porque no podemos obviar la realidad incontestable de que todo aquello acab¨® por salir mal. Sin embargo, en ese corto periodo se alumbran algunos de los rasgos m¨¢s modernos y vivos de lo que ser¨¢ un siglo despu¨¦s la Espa?a constitucional y democr¨¢tica.
Es un episodio que nos habla de nuestros propios problemas. Y eso es lo que nos empuja con tanta frecuencia a hacer conjeturas sobre lo que fue y sobre lo que pudo haber sido. En la historia contempor¨¢nea de Espa?a, tan desgraciada a veces, nos asalta a veces la tentaci¨®n de pensar qu¨¦ podr¨ªa haber pasado si las cosas hubieran sido de otra manera.
Es un episodio que nos habla de nuestros propios problemas. Y eso es lo que nos empuja a hacer conjeturas sobre lo que fue y sobre lo que pudo haber sido
Entre el d¨ªa 17 de septiembre de 1868, en que la escuadra se subleva en la bah¨ªa de C¨¢diz, y el d¨ªa 28 del mismo mes, en que las fuerzas de la reina son derrotadas en el puente de Alcolea, a la entrada de C¨®rdoba, se produce en Espa?a una de esas unanimidades raras que orienta en la misma direcci¨®n al Ej¨¦rcito, con casi todos sus generales, a un abanico muy mayoritario de fuerzas pol¨ªticas, desde la Uni¨®n Liberal hasta los republicanos m¨¢s avanzados, y a las gentes del com¨²n que se organizan en juntas revolucionarias demandando el sufragio universal, la abolici¨®n de las quintas y la supresi¨®n de los impuestos al consumo. La reina Isabel, ante la indiferencia de todos, se ve obligada a tomar el tren en San Sebasti¨¢n camino de un exilio del que ya nunca volver¨¢.
El sistema pol¨ªtico de las intrigas y camarillas de palacio y la brutalidad de los espadones se hab¨ªa enajenado completamente de la realidad social, no contaba con ella. Era un mecanismo pol¨ªtico que funcionaba casi en el vac¨ªo, al margen de la mayor¨ªa de los seres humanos que viv¨ªan bajo ¨¦l y a los que presuntamente se dirig¨ªa. No se trataba a la gente como el objeto de medidas y objetivos; simplemente se la despreciaba o se la tem¨ªa. Eso explica seguramente la espont¨¢nea aparici¨®n de las juntas en todos los rincones del pa¨ªs, como un abandono o un rechazo expreso de todo el sistema pol¨ªtico. El grito, casi metaf¨ªsico, de ¡°?Abajo lo existente!¡± es muy expresivo de ese rechazo total. Y tampoco lo que suced¨ªa en el Congreso de los Diputados interesaba a nadie: entre el sufragio censatario y el falseamiento del sufragio, no pod¨ªa decirse con propiedad que hubiera ciudadanos en Espa?a. Millones de espa?oles, adem¨¢s, sufr¨ªan hambrunas c¨ªclicas y estaban en un ¨ªndice de analfabetismo por encima del 70%. Hasta el apoyo difuso del pueblo a las castizas partidas de bandoleros expresaba inconscientemente una aspiraci¨®n a esa justicia elemental de la que carec¨ªan. Este es el primer mensaje que nos env¨ªa 1868: cuando el sistema pol¨ªtico es excluyente, tiende a la inestabilidad y en ¨²ltimo t¨¦rmino acaba desmoron¨¢ndose.
Despu¨¦s est¨¢ lo que se refiere a la Corona, a la forma mon¨¢rquica de gobierno. No podemos eludirlo: se trata del primer acontecimiento republicano de nuestra historia. Una rep¨²blica, podr¨ªamos decir, que no quiso ser tal, que casi se dir¨ªa que fue rep¨²blica a su pesar. La de 1868 fue una revoluci¨®n contra la dinast¨ªa borb¨®nica, no una revoluci¨®n antimon¨¢rquica. ?Por qu¨¦? Pues porque el reinado de Isabel II fue un compendio de todas las equivocaciones que puede cometer la monarqu¨ªa. Dejando a un lado sus esc¨¢ndalos y corrupciones privadas, apel¨® para legitimarse a la gracia de Dios, a la historia, a la sangre din¨¢stica, pero nunca a la naci¨®n. Es decir, se resisti¨® tercamente a entrar en el mundo moderno. Educada en la ignorancia de las ciencias, inculta, caprichosa, milagrera, fue seguramente la propia reina quien con m¨¢s empe?o cav¨® su propia tumba. Un esperpento real que se anticip¨® al cruel esperpento literario que muchos a?os despu¨¦s hizo de ella Valle-Incl¨¢n. La monarqu¨ªa pudo salvarse con Amadeo de Saboya, pero todos sin excepci¨®n se pusieron en su contra.
Fue el primer acontecimiento republicano de nuestra historia. ?Por qu¨¦? Porque el reinado de Isabel II fue un compendio de las equivocaciones que puede cometer la monarqu¨ªa
Y est¨¢ tambi¨¦n la Iglesia cat¨®lica, cuya doctrina oficial al respecto era el derecho divino de los reyes, la condena del liberalismo y el rechazo de los derechos humanos. P¨ªo IX la declar¨® oficialmente incompatible con el mundo moderno, el de la racionalidad y de la libertad. Y apost¨® por el poder temporal de la Iglesia y su hegemon¨ªa en la vida social y pol¨ªtica. Esa terca actitud de privilegio explica la luminosa visi¨®n de la Constituci¨®n de 1873: art¨ªculo 34: ¡°El ejercicio de todos los cultos es libre en Espa?a¡±; art¨ªculo 35: ¡°Queda separada la Iglesia del Estado¡±; art¨ªculo 36: ¡°Queda prohibida a la naci¨®n, al Estado federal, a los Estados regionales y a los municipios subvencionar directa ni indirectamente ning¨²n culto¡±. Muchos lo hubieran querido en la Constituci¨®n hoy vigente.
En gran parte por impulso de los krausistas en los Gobiernos o en los Gabinetes hace su presencia en nuestro pa¨ªs la exigencia de una ¨¦tica de principios en las tareas de gobierno: la abolici¨®n de la esclavitud, la legalizaci¨®n de las asociaciones obreras, la negaci¨®n de la pena de muerte y la afirmaci¨®n de los derechos innatos de los ciudadanos se presentan ante nosotros contundentemente por primera vez en nuestra historia pol¨ªtica. Recordarlos ahora nos permite tambi¨¦n dialogar con nosotros mismos. Hasta en los aspectos m¨¢s controvertibles. Aquellos intereses incompatibles, aquellas facciones intransigentes, aquellos antagonismos inconciliables que llevaron todo al despe?adero. O las ideas falsas que entonces se acu?aron; como aquella especie de ecuaci¨®n que viene a decirnos, enga?osamente, que para ser dem¨®crata hay que ser republicano, y para ser republicano hay que desarticular territorialmente el pa¨ªs. Son actitudes pol¨ªticas quiz¨¢ vigentes, y lugares comunes sobre la monarqu¨ªa y sobre la descentralizaci¨®n que todav¨ªa siguen acompa?¨¢ndonos hoy, y plante¨¢ndonos muchos problemas falsos. Tenemos que aprender a cuestionarlos.
Extracto de ¡®El Sexenio. Una reflexi¨®n¡¯, conferencia que Francisco J. Laporta, catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, pronunciar¨¢ el martes 18 en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Con ella se abre el ciclo de conferencias 'Libertad y Cultura: 150 a?os de la revoluci¨®n de 1868', que se desarrollar¨¢ a lo largo de septiembre y octubre.
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