¡°Te falta calle¡±: ?y si el problema no es el exceso de pantallas, sino el escaso tiempo al aire libre?
Distintos estudios cuestionan la idea de que los m¨®viles est¨¦n minando la salud mental de los j¨®venes y ponen el foco en la falta de contacto social f¨ªsico
Algo se empez¨® a torcer a partir de 2010. Las tasas de depresi¨®n y ansiedad entre adolescentes se dispararon un 50%. Las de suicidio lo hicieron en un 32%. Los miembros de la generaci¨®n Z ¡ªnacidos a partir de 1996¡ª empezaron a padecer ansiedad, depresi¨®n y otros trastornos mentales, alcanzando niveles m¨¢s altos que cualquier otra generaci¨®n en la historia. Uno de cada 10 ni?os y j¨®venes ¡ªo lo que es lo mismo, 293 millones en todo el mundo¡ª empezaron a desarrollar un trastorno mental, seg¨²n un estudio publicado en la revista JAMA Psychiatry. Los datos son claros, los motivos no tanto.
La d¨¦cada de los diez fue aquella en la que los adolescentes de los pa¨ªses desarrollados cambiaron sus tel¨¦fonos por smartphones y trasladaron gran parte de su vida social a internet. La coincidencia de ambos fen¨®menos hizo que muchos autores los relacionaran. Diversos estudios han refrendado esta idea, acusando a las redes sociales de empeorar la salud mental de la poblaci¨®n, fomentando un debate social y cierta desconfianza hacia la tecnolog¨ªa. El ¨²ltimo autor en hacerlo ha sido Jonathan Haidt en su libro La generaci¨®n ansiosa (Editorial Deusto). Pero su ¨¦xito ha despertado a la vez un debate, acad¨¦mico y social, de quienes ponen en tela de juicio una idea que se hab¨ªa convertido en mantra.
Candice L. Odgers, profesora de psicolog¨ªa de la Universidad de California, public¨® una cr¨ªtica en Nature el pasado marzo, argumentando que culpar ¨²nicamente a los tel¨¦fonos es una idea muy sugerente, pero que ¡°no est¨¢ respaldada por la ciencia. Peor a¨²n, (...) esta creciente histeria podr¨ªa distraernos y hacer que no abord¨¢ramos las causas reales de la actual crisis de salud mental entre los j¨®venes¡±, explicaba. Un estudio de la universidad Dragvoll de Noruega, realizado en 800 menores de 10 a 16 a?os, se?alaba en la misma direcci¨®n. ¡°La prevalencia de la ansiedad y la depresi¨®n ha aumentado. Tambi¨¦n lo ha hecho el uso de las redes sociales. Por eso mucha gente cree que tiene que haber una correlaci¨®n. Pero este estudio indica que no es as¨ª¡±, afirmaba su autora principal, Silje Steinsbekk.
Tambi¨¦n hay mucha literatura cient¨ªfica que sugiere justo lo contrario. Las evidencias de un lado y de otro parecen multiplicarse, y solo hay un punto en el que toda la comunidad cient¨ªfica parece ponerse de acuerdo: la tecnolog¨ªa y las redes sociales tienen un efecto negativo cuando sustituyen al juego y las actividades al aire libre. No es el exceso de m¨®vil, es la falta de calle.
Seg¨²n un estudio de OnePoll, solo el 27% de los ni?os juegan regularmente en la calle. El dato es llamativo, pero cobra otra dimensi¨®n al compararlo con el de sus padres y sus abuelos. El 71% de los babyboomers (las personas nacidas entre 1946 y 1964) jugaban en la calle regularmente cuando ten¨ªan su edad. Adem¨¢s, los adultos que aseguraron haber jugado en la calle en su infancia ten¨ªan una salud mental autopercibida considerablemente mejor, seg¨²n el estudio. ¡°En la actualidad hay una sensaci¨®n de peligro que, aunque no sea real, hace que los ni?os utilicen poco la calle. Hemos retirado a los ni?os de la ciudad para meterlos en las casas o en urbanizaciones cerradas¡±, explica Inma Marin, licenciada en magisterio y autora del libro Jugar (editorial Paidos). As¨ª, los padres que en su momento jugaron al aire libre, proh¨ªben ahora a sus hijos hacerlo sin supervisi¨®n. Las cosas han cambiado, argumentan, y tienen raz¨®n.
Las calles son mucho m¨¢s seguras hoy en Espa?a que hace 30 a?os. Los asesinatos y homicidios han descendido un 30% (son cerca de 300 al a?o), la mortalidad vial se ha desplomado un 80% (1145 fallecidos en 2023) y los secuestros de menores permanecen como un fen¨®meno muy raro. En 2021, seg¨²n la asociaci¨®n ANAR, especializada en estos casos, hubo 18 en toda Espa?a. El a?o anterior fueron ocho. Pero la percepci¨®n es diferente. Un declive del capital social ¡ªel grado en que la gente conoce y conf¨ªa en sus vecinos e instituciones¡ª ha exacerbado los temores de los padres. Las redes sociales virtuales han ido cogiendo fuerza a medida que las redes sociales reales, las que nos vinculaban con el barrio y la ciudad, la perd¨ªan. La calle se ha empezado a ver como un lugar peligroso y se ha vaciado de ni?os.
Las nuevas urbanizaciones se construyeron con esta idea en mente, a?adiendo un espacio de juego acotado y cerrado. Empezaron a popularizarse las actividades extraescolares para proporcionar un ocio productivo y seguro a los ni?os. En la d¨¦cada de 1990, los padres empezaron a meter a sus hijos en casa o en el polideportivo. Un informe del Ministerio de Cultura ya estableci¨® en 2009 que el 90% de los alumnos de primaria (6-12 a?os) dedicaba sus tardes a actividades deportivas, idiomas, m¨²sica o baile.
No fue un cambio positivo. ¡°La privatizaci¨®n de los espacios no favorece tanto los v¨ªnculos y las relaciones¡±, explica Mar¨ªn sobre esta nueva realidad. Las amistades son m¨¢s homog¨¦neas y la posibilidad de hacer nuevos amigos es mucho m¨¢s limitada que en un espacio p¨²blico. Las clases extraescolares pueden ser divertidas y positivas para el desarrollo del ni?o, pero en ning¨²n caso son un sustituto del juego. ¡°Este tiene que ser libre. Puede haber reglas, los adultos podemos proponerlas, pero los ni?os deber¨ªan someterse libremente a ellas, el juego no puede ser una imposici¨®n¡±, se?ala la experta.
La sobreprotecci¨®n a la infancia hace que se perciba como una rareza ver a ni?os jugando solos en la calle, cuando no una imprudencia. En 2015, el Pew Research Center de EE UU se?al¨® que los padres, de media, cre¨ªan que los ni?os deb¨ªan tener al menos 10 a?os para jugar sin supervisi¨®n delante de su casa, y que no deber¨ªan hacerlo en un parque p¨²blico hasta los 14 a?os. Es decir, hasta que ya no tienen edad de ir al parque.
En todo este proceso, la tecnolog¨ªa ha jugado un papel relevante, convirti¨¦ndose en el sustituto perfecto de unas calles cada vez m¨¢s vac¨ªas. La televisi¨®n hace 30 a?os ofrec¨ªa un tiempo limitado de programaci¨®n infantil, pero eso fue cambiando con la TDT, el streaming, los v¨ªdeos y DVDs. Internet se hizo ubicuo y los videojuegos, cada vez m¨¢s populares. La alternativa a las calles se hizo m¨¢s atractiva, pues parec¨ªa m¨¢s segura. Pero era una falsa percepci¨®n.
¡°Somos muy miedosos en la calle, pero no tanto en el espacio digital, que es donde los menores necesitan m¨¢s acompa?amiento. Da la sensaci¨®n de que el ni?o est¨¢ quieto delante de la pantalla y parece por ello que est¨¢ controlando, pero tiene muchos m¨¢s est¨ªmulos ah¨ª que en el mundo real¡±, opina Silvia S¨¢nchez Serrano, profesora en la Universidad Complutense de Madrid en el departamento de estudios educativos y miembro del grupo de investigaci¨®n Cultura C¨ªvica.
De la calle a experiencias virtuales
S¨¢nchez no estigmatiza las pantallas, como tampoco lo hace Mar¨ªn. Ambas creen que los videojuegos son formas de juego l¨ªcitas, enriquecedoras y divertidas. Pero advierten del peligro que supone que estos sustituyan al juego f¨ªsico. ¡°Hay que hacer cierta pedagog¨ªa digital¡±, explica S¨¢nchez. ¡°No se les tiene que prohibir el uso de la pantalla, se les tiene que ofrecer alternativas, porque ese impulso del juego es innato, lo van a querer¡±.
Pero no es eso lo que ha venido pasando en los ¨²ltimos a?os. ¡°Yo crec¨ª jugando en la calle y no en casa, a menos que el tiempo fuera realmente horrible¡±, explica Jennifer, profesora de ingl¨¦s de 50 a?os. ¡°Pero mis chicos [tiene dos hijos, de 14 y 20] siempre est¨¢n dentro a menos que tengan un partido o algo as¨ª¡±. Jennifer da clase a chavales de secundaria y sabe por eso que lo que pasa en su casa no es una excepci¨®n. ¡°Creo que todo el mundo puede ver esta tendencia con los ni?os. Nunca se aburren, nunca est¨¢n fuera, a menos que sea en unas clases extraescolares. Se pasan el d¨ªa con las pantallas¡±. Ella obligaba a sus hijos a pasar tiempo en el parque cuando eran m¨¢s peque?os, pero al final, tambi¨¦n a ella, le costaba un esfuerzo extra. Cuando sus hijos tuvieron 12 o 13 a?os claudic¨®.
No es solo que los padres hayan limitado el acceso a la calle. Es que a sus hijos, por otro lado, cada vez les resulta m¨¢s f¨¢cil y atractivo pasar la tarde en casa, encerrados y solos en sus habitaciones. Con el tiempo, las empresas tecnol¨®gicas han conseguido acceso a los ni?os y adolescentes casi en todo momento. Han desarrollado emocionantes actividades virtuales, dise?adas para liberar dopamina en grandes cantidades y crear adicci¨®n.
Las experiencias virtuales se han ido diferenciando cada vez m¨¢s de las reales. Y esto ha tenido un impacto en los j¨®venes cerebros de los menores: ¡°Los a?os de infancia y adolescencia son aquellos en los que el cerebro est¨¢ m¨¢s pendiente de adquirir los conocimientos, sobre todo de tipo socioemocional. Esto implica el imitar lo que ven, el experimentar junto con los dem¨¢s. Y eso significa presencia f¨ªsica¡±, explica David Bueno, profesor de biolog¨ªa en la Universidad de Barcelona especializado en la gen¨¦tica del desarrollo.
Bueno explica que el cerebro del ni?o sufre ciertos cambios para convertirse en adulto. Que las conexiones que se crean en esta ¨¦poca determinan el tipo de persona que ser¨¢. Y se?ala como una parte de estas conexiones vienen determinadas por la biolog¨ªa y la gen¨¦tica, pero no todas: ¡°El ambiente es lo que termina de favorecer unas conexiones u otras. Y este ambiente lo conforman las experiencias que tienen en su d¨ªa a d¨ªa. El sistema educativo. C¨®mo se relacionan con sus padres, entre ellos y con su entorno. Y esto es lo que conecta con la importancia de salir a la calle¡±.
El juego es el trabajo de la infancia, y todos los mam¨ªferos j¨®venes trabajan a destajo: de esta forma conectan sus cerebros jugando, practicando los movimientos y habilidades que necesitar¨¢n de adultos. Los gatos ara?an y trepan. Los perros persiguen la pelota como si fuera una presa. Los leones se pelean entre ellos. Esto no es muy diferente en los humanos. Los ni?os juegan para practicar sus habilidades f¨ªsicas, los adolescentes lo hacen mediante el deporte, aumentando la competitividad e introduciendo interacciones sociales: flirtean, son muy f¨ªsicos y desarrollan chistes internos que unen a los amigos. Muchos estudios demuestran c¨®mo los mam¨ªferos ¡ªdesde los ratones hasta los monos¡ª se deprimen cuando se les priva del juego. Nada hace pensar que esto sea diferente en los humanos.
Sustituir el juego f¨ªsico por un juego virtual, y quedar con los amigos en la calle por chatear con ellos e interactuar en redes sociales no parece la mejor de las opciones. Pero es exactamente lo que est¨¢ sucediendo. Seg¨²n un informe de API Report en menos de una d¨¦cada ha aumentado en un 50% el tiempo que los ni?os pasan frente a una pantalla, vinculando este fen¨®meno con la inactividad de los menores. Su autor, Aric Sigman, afirma en un editorial asociado que este informe ¡°confirma lo que la mayor¨ªa de los padres ya saben: que el tiempo de pantalla (...) recreativo est¨¢ ocupando horas de su d¨ªa, y ha sustituido al juego al aire libre¡±. Este ser¨ªa el principal problema. Tal y como reflexiona Bueno, ¡°el juego f¨ªsico, el real, implica la activaci¨®n simult¨¢nea de todos los sentidos, mientras que el mundo virtual solo se usan dos, la vista y el o¨ªdo. Adem¨¢s, en las relaciones f¨ªsicas tratamos con personas reales que tienen virtudes y defectos. La pantalla solo nos muestra las virtudes de los dem¨¢s¡±.
Crecer encerrado en casa y socializando menos en la calle puede tener sus consecuencias, advierten los expertos. Y estas se empiezan a reflejar en multitud de estudios. Las encuestas muestran que los miembros de la generaci¨®n Z son m¨¢s t¨ªmidos y tienen m¨¢s aversi¨®n al riesgo que las generaciones anteriores. Son un grupo serio, menos dado a trasnochar, a las borracheras y a la promiscuidad que sus mayores. Socializan menos en persona y son m¨¢s propensos a sentirse solos. Est¨¢n m¨¢s concienciados, pero tienen m¨¢s problemas de salud mental.
Hay estudios que refrendan estas ideas, pero es arriesgado convertirlas en un mantra. Para cada generaci¨®n existe una narrativa sencilla y reduccionista. Para los miembros de esta, los centennials, la opini¨®n popular es que los tel¨¦fonos inteligentes les han hecho desgraciados y fr¨¢giles, que las redes sociales han exacerbado sus problemas de autoestima. Pero distintos estudios empiezan a poner en tela de juicio estas ideas. O a matizarlas. Es f¨¢cil y tentador echar la culpa a un factor externo y malvado. Demonizar a Mark Zuckerberg, a Silicon Valley o a los excesos del capitalismo tecnol¨®gico y convertirlos en ¨²nicos responsables de la pandemia de ansiedad y depresi¨®n que afecta a los m¨¢s j¨®venes. Pero puede que esto sea solo parte de un problema m¨¢s complejo que empieza en casa. Y se soluciona en la calle.
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