Colombia despide en silencio la Bachu¨¦ de Rozo, un tesoro art¨ªstico incomprendido
El mayor coleccionista de arte de Argentina adquiere la ic¨®nica escultura de la diosa ind¨ªgena para exponerla en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA)
La noticia apenas ha hecho ruido. Pero Eduardo Costantini, acaso el mayor coleccionista de Argentina, acaba de adquirir uno de los tesoros m¨¢s incomprendidos de la cultura colombiana. La escultura, bautizada Bachu¨¦, lleva la firma del artista R¨®mulo Rozo (Colombia, 1899- M¨¦xico, 1964). Desde 2008 perteneci¨® al galerista antioque?o Jos¨¦ Dar¨ªo Guti¨¦rrez, quien ahora se desprende de ella en una transacci¨®n cerrada a principios de agosto por un monto protegido bajo las cl¨¢usulas de confidencialidad. Se trata, quiz¨¢s, del peregrinaje final de una talla en granito negro de 1,70 metros de alta, considerada como obra maestra y ficha clave en la evoluci¨®n de las vanguardias art¨ªsticas de la Colombia de hace un siglo.
Nada de esto ha bastado para despertar la curiosidad del p¨²blico general por el trabajo de un escultor cuya biograf¨ªa permanece algo oscura. Tampoco ha ayudado el hecho de que la Bachu¨¦, desde su concepci¨®n en Par¨ªs, en 1925, parece haber sido proscrita del canon nacional, esa construcci¨®n algo arbitraria que establece cu¨¢les deben ser los hitos en la historia de las artes pl¨¢sticas. Durante d¨¦cadas, incluso, se perdi¨® del radar. Se desconoci¨® su paradero. El historiador y cr¨ªtico de arte ?lvaro Medina trata de explicar desde ah¨ª el silencio del pa¨ªs frente a la partida de la diosa muisca hacia Buenos Aires.
¡°El heredero de una acaudalada familia ligada a las minas de oro la ofreci¨® en el a?o 2008 o 2009 al Banco de la Rep¨²blica y al Museo Nacional, y a ninguno de los dos le interes¨®¡±, recuerda el experto. ?Cu¨¢l fue la raz¨®n? En las instituciones culturales colombianas, contin¨²a, han prevalecido los recelos de la cr¨ªtica Marta Traba (Argentina, 1923 - Espa?a, 1983) con el trabajo de la generaci¨®n de Rozo (llamados, precisamente, ¡°los bachu¨¦¡±). ¡°La artista Beatriz Gonz¨¢lez, una ¡®trabista¡¯ furibunda, influy¨® mucho en aquel rechazo. Ella trabajaba en ese entonces en el Museo Nacional y ten¨ªa asiento en la junta de adquisiciones del Banco de la Rep¨²blica, y no le interesaban para nada los artistas de ese grupo¡±.
La versi¨®n original de la Bachu¨¦ mide algo m¨¢s de 30 cent¨ªmetros. Fue esculpida y fundida en bronce. Su primer propietario fue Eduardo Santos, expresidente y embajador a mediados de los a?os 20 en la capital francesa. Casi en paralelo, Rozo elabor¨® por encargo de un industrial colombiano afincado en Par¨ªs una variaci¨®n m¨¢s alta, que conservaba el brillo oscuro de la piedra negra. Esa talla desembarc¨® en 1929 como pr¨¦stamo, por un pu?ado de meses, en el pabell¨®n de Colombia para la Exposici¨®n Iberoamericana de Sevilla. (Un reconocimiento singular en esta historia, donde la influencia del embajador Santos debi¨® ser definitiva).
Se trataba, en todo caso, de la misma que le produjo al tambi¨¦n fundador y presidente honorario del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), Eduardo Costantini, un enorme ¡°deslumbramiento¡± al verla en im¨¢genes. Lo relata en conversaci¨®n telef¨®nica con EL PA?S. Y cuenta con entusiasmo que la Bachu¨¦ ser¨¢ trasladada a Buenos Aires en noviembre, cuando acabe su recorrido en la Bienal de Venecia, donde se exhibe actualmente. La idea es que la escultura comparta lugar con obras de artistas como el mexicano Diego Rivera o la brasile?a Tarsila do Amaral. ¡°Ser¨¢ muy interesante poner, como se merece, esta obra en un espacio p¨²blico. En una colecci¨®n permanente de arte latinoamericano que le har¨¢ muy bien a la historia cultural y a la figura de un gran artista como R¨®mulo Rozo¡±.
El MALBA naci¨® en 2001 con la donaci¨®n de toda la colecci¨®n particular de Costantini. Las grandes piezas que compr¨® despu¨¦s tambi¨¦n han sido puestas a disposici¨®n del museo con pr¨¦stamos de largo plazo. ¡°La idea, en principio, es poner la Bachu¨¦ durante m¨¢s de un a?o. Todo depende de las condiciones de las leyes argentinas. Luego, en septiembre de 2026, la vamos a volver a sacar seguro para los 25 a?os del MALBA como una de las piezas centrales de la colecci¨®n¡±, detalla.
Un escultor desconocido
?Siguen pesando los dict¨¢menes de Marta Traba en los circuitos culturales colombianos? Al coleccionista y galerista Jos¨¦ Dar¨ªo Guti¨¦rrez, que a¨²n atesora la talla m¨¢s peque?a de la Bachu¨¦, le quedan pocas dudas: ¡°Es incre¨ªble, pero es verdad. Eso tiene una ra¨ªz mucho m¨¢s profunda. Durante 20 a?os publicamos 3 libros con 18 ensayos cr¨ªticos dentro del Proyecto Bachu¨¦. Buscamos, a trav¨¦s de la divulgaci¨®n, su lugar en el esp¨ªritu del mundo cultural colombiano y creo, con algo de frustraci¨®n, que no lo logramos porque desde la institucionalidad no hubo ninguna preocupaci¨®n alrededor de la pieza¡±.
Cuenta que aquella ¡°estructura de resistencia¡± echa ra¨ªz en los a?os 30 y se instala con fuerza en los 60. La vanguardia a la que perteneci¨® Rozo fue, como en otros pa¨ªses del mundo, un movimiento encajonado dentro del ¡°mal arte¡± o ¡°arte degenerado¡±. Por eso, quiz¨¢s, la pista de las dos esculturas resulta movediza durante m¨¢s de medio siglo. Hasta 1974, cuando la Biblioteca Nacional de Colombia las localiza en manos de particulares para inaugurar la primera exposici¨®n sobre el trabajo de Rozo. Un reconocimiento, tard¨ªo sin duda, para un escultor que hab¨ªa fallecido una d¨¦cada antes.
Un cuarto de siglo m¨¢s tarde, a finales de los 90, M¨¦xico organiz¨® una exposici¨®n para conmemorar el natalicio del escultor boyacense en el Palacio Nacional de Bellas Artes. La retrospectiva, que cont¨® con la ayuda del Gobierno colombiano, tambi¨¦n se present¨® en el Museo de Arte Moderno de Bogot¨¢. ¡°Nadie conoc¨ªa las esculturas. Son parte de un movimiento maldito. Rozo es un desconocido en Colombia, a pesar de que su trabajo se ha exhibido en el Museo del Oro, en la Galer¨ªa Mundo, y hasta en el Club El Nogal¡±, se lamenta el cr¨ªtico de arte ?lvaro Medina.
Serpientes ancestrales en Par¨ªs
?D¨®nde reside, entonces, la importancia de la Bachu¨¦? El catedr¨¢tico de Arte Latinoamericano en la Universidad de Granada Rodrigo Guti¨¦rrez Vi?uales comisari¨® en 2023 la exposici¨®n Antes de Am¨¦rica, Fuentes originarias en la cultura moderna para la Fundaci¨®n Juan March de Madrid. De las 630 piezas exhibidas, entre las que se contaban obras de Liechtenstein, Man Ray, Rufino Tamayo o Jorge de Oteiza, destaca a la Bachu¨¦ de Rozo.
¡°Es una obra maestra¡±, asegura el acad¨¦mico en conversaci¨®n con este diario, ¡°un trabajo central en la recuperaci¨®n del trabajo manual y de lo precolombino en el arte moderno. Confluyen varias cosas. La formaci¨®n de R¨®mulo Rozo como orfebre y escultor. Tambi¨¦n la manera de tallar y trabajar los signos es muy especial, muy delicada y alejada de cierto tono primitivista¡±. No en vano, a?ade, Rozo es de los poqu¨ªsimos escultores latinoamericanos a los que se les ha dedicado tres libros completos. ?l mismo public¨® uno de ellos, titulado R¨®mulo Rozo, Tallando Patria (La Silueta Ediciones): ¡°Si se quiere comprender el arte contempor¨¢neo en Colombia, sin duda, habr¨ªa que empezar por la Bachu¨¦. Esa es la obra insigne¡±.
Costantini a?ade con certeza que es una obra pionera en Latinoam¨¦rica. Y ?lvaro Medina apunta que es el momento fundacional del arte moderno en Colombia: ¡°Los chibchas jam¨¢s hab¨ªan representado a sus dioses. Ninguna investigaci¨®n arqueol¨®gica ha encontrado una figura de Tequendama, por ejemplo. Por eso, Rozo parte de ceros, con las leyendas que recogieron los cronistas de indias como ¨²nica gu¨ªa¡±. Era, dice Guti¨¦rrez, un desaf¨ªo frontal a los par¨¢metros academicistas cl¨¢sicos europeos, que envolvieron el ideal de belleza dentro de proporciones y est¨¢ndares fijados hace 20 siglos en el mundo grecorromano.
La vanguardia, por el contrario, quiso escudri?ar en los or¨ªgenes locales, en l¨ªnea con otros movimientos latinoamericanos contempor¨¢neos que ahondaron en los pasados ind¨ªgenas. En ocasiones con el fin de crear un relato de naci¨®n. En el caso de Rozo, con una intenci¨®n deliberada de incorporar asuntos antropol¨®gicos y desechar la b¨²squeda de representaciones ¡°perfectas¡±. Basta con echar un vistazo a la Bachu¨¦. Su base, que funciona como pedestal para la diosa, muestra unas leves rasgaduras ondulantes que se asemejan a la fluctuaci¨®n del agua sagrada. Luego, varias serpientes que los muiscas consideraban padres ancestrales, empiezan a trepar como enrollando a la figura. En este punto emerge la silueta delicada y curvil¨ªnea de la mujer que, saliendo de la laguna de Iguaque en el mito ind¨ªgena, lleva en la cabeza a un beb¨¦ enmascarado entre una suerte de tocado c¨®nico. Misticismo, historia y seducci¨®n.
?lvaro Medina precisa que el universo de Rozo se nutre del trabajo de Picasso con elementos ¡°marginales de las culturas africanas¡±. Tambi¨¦n de las reflexiones del muralista mexicano David Alfaro Siquieros: ¡°En 1922 ya hay cuestionamientos sobre el olvido de las culturas mayas y aztecas dentro del arte. Por eso, Rozo adopta en el 25 a la cultura chibcha, a los pueblos primitivos, como material de trabajo simb¨®lico en Par¨ªs. Reafirma que no somos europeos, que tenemos que buscar una expresi¨®n propia latinoamericana¡±. Es el indigenismo en su vertiente colombiana.
El presidente Eduardo Santos reconoci¨® al escultor, y en 1931 lo nombr¨® agregado cultural de la embajada de Colombia en M¨¦xico. El boyacense tuvo cinco hijos y dos esposas. Falleci¨® en M¨¦rida, capital del sure?o Estado de Yucat¨¢n, en 1964. De extracci¨®n humilde, trabaj¨® primero como lustrabotas o vendedor de peri¨®dicos en las calles de Bogot¨¢. Luego aprendi¨® a tallar las piedras de construcciones monumentales como la Estaci¨®n de la Sabana y el Capitolio Nacional.
No realiz¨®, en el fondo, ning¨²n otro oficio desde entonces. Y a su talento uni¨® algo de suerte para abrirse camino en talleres de escultura y orfebrer¨ªa. En 1922 parti¨® hacia Espa?a y nunca regres¨® a Colombia: ¡°La obra de Rozo es una invitaci¨®n a pensar qui¨¦nes somos¡±, remata Jos¨¦ Dar¨ªo Guti¨¦rrez con un punto de desilusi¨®n, ¡°a construirnos a partir de nuestras preocupaciones y no de c¨®mo nos so?amos. Hay una invitaci¨®n a escuchar el sonido de la tierra¡±.
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