El Alto: una feria del libro que apunta al cielo y una profec¨ªa con mensaje para Am¨¦rica Latina
La ciudad aymara y futurista de Bolivia, conocida en el mundo por su arquitectura, ahora quiere serlo tambi¨¦n por su literatura. La urbe es mucho m¨¢s que un simple fen¨®meno econ¨®mico
EL PA?S ofrece en abierto la secci¨®n Am¨¦rica Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscr¨ªbete aqu¨ª.
Como muchos perros que viven sueltos en las ciudades de Am¨¦rica Latina, Choco supo integrarse a Ciudad Sat¨¦lite, un barrio al este de El Alto, a partir de un rasgo poco apreciado cuando hablamos de perros de la calle: el trabajo. Durante a?os, Choco fue el guardi¨¢n de una plaza y, gracias a su corpulencia, espantaba a ladrones y ayudaba a que vecinos y vecinas llegaran a salvo a sus casas. Choco comprend¨ªa el ayni, la famosa reciprocidad andina.
A cambio, recib¨ªa comida, ten¨ªa una casita de madera y hasta un veterinario local se volvi¨® su doctor de cabecera. Choco muri¨® en 2014 pero la estatua de bronce que los vecinos erigieron en su honor contin¨²a vigilando la plaza. Leo esta historia en los pasillos de la Primera Feria Internacional del Libro de El Alto, mientras hojeo ensayos y cr¨®nicas, esos g¨¦neros que relatan y piensan la vida de esta ciudad casi en tiempo real y que, en especial, hablan de su fascinante irrupci¨®n en el paisaje cultural de los Andes.
Extendida sobre una planicie a 4.000 metros sobre el nivel del mar, El Alto es una ciudad de mayor¨ªa aymara, ind¨ªgena, ¡°india¡±, que en solo cuatro d¨¦cadas (desde su fundaci¨®n en 1985) se ha convertido en la capital no oficial de Bolivia. Su vibrante econom¨ªa y su protagonismo pol¨ªtico han desplazado en inter¨¦s a La Paz y Santa Cruz, ciudades donde a¨²n anidan las ¨¦lites tradicionales. En 2003, El Alto enfrent¨® en las calles a Gonzalo S¨¢nchez de Lozada, Goni, un presidente que intent¨® privatizar el gas in¨²tilmente y termin¨® huyendo del pa¨ªs. En 2019, El Alt¨® protest¨® contra Jeanine A?ez, una presidenta interina hoy en prisi¨®n que llam¨® sat¨¢nicas a las personas aymaras. Las gestas quedaron grabadas en la piel de los alte?os. En 2003, durante la llamada Guerra del Gas, el adolescente Raimundo Quispe recibi¨® siete balazos en la pierna, seg¨²n cuenta en su libro Ciudad Apacheta (Sobras Selectas, 2023). En 2019, cuando ya era un panadero que adem¨¢s escrib¨ªa libros, Quispe corr¨ªa bajo las bombas lacrim¨®genas para repartir el pan. ¡°Ni siquiera en la guerra debe faltar este alimento¡±, me dijo una tarde mientras vend¨ªa sus propios libros en la feria. Por cada ejemplar, los compradores se llevaban de cortes¨ªa una crocante marraqueta.
A pesar de su ¨¦pica, El Alto es m¨¢s conocido fuera de Bolivia a partir de los edificios coloridos y futuristas llamados ¡°cholets¡±, cuyos dise?os se inspiran en la geometr¨ªa del arte Tiwanaku o bien pueden rendirles homenaje a Iron Man, los Transformers y Los Caballeros del Zodiaco. Los cholets son un signo de poder y riqueza de la clase alta aymara y fascinan a cr¨ªticos de arte en todo el mundo. Caminar entre ellos se siente como habitar en una pel¨ªcula 3D, acaso en Cibertr¨®n, la tierra de Optimus Prime. Pasado el efecto, El Alto vuelve a ser una ciudad con 60.000 empresas, calles de vida intensa donde se comercia a diario m¨¢s de tres millones de d¨®lares y cronistas a la caza de detalles que expliquen qu¨¦ demonios pasa en su ciudad. Quiz¨¢ por eso, la estatua de Choco, el perro guardi¨¢n, no parece en los libros una met¨¢fora sobre la inseguridad terrenal sino un objeto literario que apunta al porvenir. ¡°Choco mira fijo alg¨²n horizonte¡±, escribi¨® el novelista Rodrigo Urquiola en la antolog¨ªa No me jodas, no te jodo (Sobras Selectas 2018), ¡°all¨¢ lejos, al altiplano inmenso donde El Alto seguir¨¢ creciendo¡±. Lo dicho: una profec¨ªa.
Reporteros y acad¨¦micos llegan a esta ciudad para escribirla y analizarla. A pesar de las buenas intenciones, escribir sobre El Alto desde fuera de El Alto, es correr el riesgo de contribuir ¨Cadjetivo a adjetivo, estereotipo a estereotipo¨C con la caricatura de una ciudad de ¡°indios¡± b¨¢rbaros, que se debaten indecisos entre la tradici¨®n y la modernidad, que no entienden la democracia, que solo saben ostentar su dinero en fiestas descomunales y edificios estrafalarios. El alte?o ¡°est¨¢ acostumbrado a que lo miren como el residente de un Mordor andino¡±, ha escrito el novelista Daniel Averanga en su libro Clave de Sol (Nina Katari, 2022), una gu¨ªa cultural que descifra esta ciudad de casi mill¨®n y medio de habitantes a partir de sus plazas, sus ferias, sus fiestas, sus CD¡¯s de m¨²sica chicha y hasta de sus basurales. Por eso, esta primera feria del libro es la oportunidad para apreciar y leer en un solo espacio, sin intermediarios, lo que autores y autoras locales est¨¢n escribiendo. ?De qu¨¦ trata su ciudad? ?De qu¨¦ trata su literatura? ?Qu¨¦ dice El Alto sobre los posibles futuros de Am¨¦rica Latina?
Todo edificio aloja un mensaje. La feria de El Alto transcurre en uno bello y descomunal como una vitrina transparente del tama?o de un coliseo. Podr¨ªa ser un museo en cualquier capital europea o la sede de una startup en Silicon Valley, pero se trata de la Terminal Metropolitana de autobuses. Delegaciones de cientos de escolares recorren sus pasillos, pero el edificio tiene la insaciable virtud de parecer siempre vac¨ªo, como si pudiera acoger a m¨¢s gente, m¨¢s p¨²blico, m¨¢s comercio. Los ascensores desembocan en un helipuerto que mira al altiplano. Desde all¨ª, El Alto es un oc¨¦ano de calles comerciales donde surfean minibuses. Infinitas casas y edificios a medio construir anuncian que, si toda ciudad es una novela, El Alto sigue escribi¨¦ndose ahora mismo, mientras la leemos. Las cabinas del telef¨¦rico surcan el cielo como coches voladores. El aire futurista y popular ha inspirado relatos cyberpunk como De cuando en cuando Saturnina, la novela de la inglesa Alison Spedding (Mama Huaco, 2004), o el c¨®mic Altop¨ªa, de los pace?os Alejandro Barrientos y Joaqu¨ªn Cuevas (El Cuervo, 2022). Cuesta imaginar que alguna vez este paisaje fue una gran pampa salpicada de ichu, donde mineros y campesinos desplazados se instalaron para dormir durante las noches e ir a trabajar a La Paz durante el d¨ªa, la antigua ciudad m¨¢s importante de Bolivia.
La ¡®independencia¡¯ de La Paz
En ese punto la historia de El Alto, se parece a la de muchas periferias ind¨ªgenas, cholas, champurrias y negras que suministran mano de obra a las capitales de Am¨¦rica Latina. Lo particular es que, de alguna manera, esta ciudad supo conquistar su autonom¨ªa y cortar su dependencia de La Paz, no solo la econ¨®mica sino la pol¨ªtica y emocional. Ahora es un municipio independiente, pero, como sociedad aymara, El Alto encar¨® el racismo y el clasismo antiind¨ªgena t¨ªpico de Am¨¦rica Latina (un poco de eso se tratan las gestas de 2003 y 2019). En 1992, una periodista de La Paz le pregunt¨® al l¨ªder pol¨ªtico Felipe Quispe por qu¨¦ protestaba con tanta determinaci¨®n. Quispe, cuyo ejemplo iba a inspirar a generaciones de alte?os, respondi¨® con agilidad: ¡°A m¨ª no me gusta que mi hija sea tu empleada¡±. Quien para las ¨¦lites era un ¡°indio¡± desubicado y malcriado, para los ¡°indios¡± era el intelectual que encontraba las palabras para nombrar lo innombrable.
Lo que pas¨® despu¨¦s en el pa¨ªs es en parte el argumento de Los hijos de Goni (Sobras Selectas, 2022), de la escritora Quya Reyna, una memoria personal que perfila con iron¨ªa a la Bolivia neoliberal y el esp¨ªritu del capitalismo aymara. El libro se lee tanto en escuelas de El Alto como en universidades de los Estados Unidos. Reyna discute la imagen rom¨¢ntica y acartonada de pueblo martirizado que pol¨ªticos y acad¨¦micos fabrican sobre su ciudad. ¡°El Alto cre¨® su propia ciudadan¨ªa a partir del dinero¡±, ha escrito. De ni?a, ella sol¨ªa trabajar junto a su padre carpintero en las casas de clase alta de La Paz. El trayecto en minib¨²s hasta ese lugar era la t¨ªpica excursi¨®n latinoamericana que te lleva de la precariedad de la periferia ¡°india¡± hasta la inocente plenitud de los centros de poder. Padre e hija desayunaban quinua con manzana y acumulaban fuerzas antes de partir. Al descender del veh¨ªculo, Reyna ¡°sent¨ªa como si fuera una persona que ven¨ªa de otro pa¨ªs¡±. Su padre le explicaba: ¡°Estos son q¡¯aras [blancos], tienen plata. Por eso tienes que estudiar¡±. Hizo caso. Tres d¨¦cadas m¨¢s tarde, all¨¢ ¡°abajo¡±, en La Paz, todav¨ªa est¨¢ el centro del poder, pero ya los alte?os no tienen que bajar necesariamente para ganarse la vida. Ahora tienen trabajo, universidades, equipo de f¨²tbol profesional, libros. De hecho, muchos vecinos de La Paz, que jam¨¢s subir¨ªan a El Alto, ahora lo hacen atra¨ªdos por esta Feria del Libro.
¡°La Paz muri¨® en el siglo XX, y El Alto naci¨® de esa muerte¡±, escribe el poeta Fher Masi en Literatura de minib¨²s, un libro objeto compuesto por poemas y aforismos ideales para leer mientras recorres esta parte del mundo en el transporte p¨²blico por antonomasia. Cuando era ni?o, Masi ca¨ªa hipnotizado por los stickers adheridos en las paredes y ventanas de los minibuses (¡°Si sali¨® tarde, no es culpa del chofer¡±, ¡°M¨¢s vale perder un minuto en la vida que la vida en un minuto¡±). Aquellas r¨¢fagas de lenguaje se le¨ªan r¨¢pido pero ten¨ªan el poder de dejarte pensando por mucho tiempo. Ya de adulto, y tras dejar el servicio militar donde hab¨ªa escrito poemas y canciones, Masi no sab¨ªa c¨®mo darle coherencia a su obra hasta que encontr¨® la respuesta en el transporte p¨²blico, mirando los stickers como cuando era ni?o. A veces la vida consiste en retornar al mismo paradero, como en la ruta del minib¨²s. ¡°Lo que no te mata te hace m¨¢s alte?o¡±, dice otro de sus aforismos impresa en papel adhesivo. Despu¨¦s de leerlo, lectoras y lectores pueden pegarlo all¨ª donde los lleven la vida o el minib¨²s, y as¨ª expandir la alte?idad.
?Pero qu¨¦ es, entonces, lo alte?o? ¡°Los aymaras somos personas en constante miramiento, luchando por ser mejor que el otro¡±, escribe Quya Reyna. ¡°Por eso los adornos coloridos en las bicicletas y minibuses, por eso las fachadas bien llamativas de los nuevos edificios, por eso la l¨ªnea de casimir bien marcada, por eso los aretes de oro (...). Por eso, nada m¨¢s que por eso, porque no se puede vivir sin decirle a tu vecino: Tu envidia es mi bendici¨®n¡±. O, como reza el t¨ªtulo de una reciente antolog¨ªa: Tu envidia es mi ficci¨®n (Nina Katari, 2024). Ese vecino, cuya envidia te nutre, bien puede ser La Paz o la ciudad de Santa Cruz, el gran polo econ¨®mico del oriente del pa¨ªs. Quya Reyna se ha mudado all¨ª para escribir su pr¨®ximo libro, la historia de c¨®mo los aymaras han migrado tambi¨¦n a esa ciudad llevando su cultura, su econom¨ªa, su piel. De manera que El Alto ya no es solo un lugar sino un verbo que recorre el pa¨ªs. ¡°La alte?izaci¨®n ¨Cexplica el editorial del fanzine del colectivo de artistas, escritores, libreros El Alto Aesthetics¨C no significa el exterminio de otras sociedades, porque seg¨²n lxs alte?xs, ?para qu¨¦ te van a matar si te pueden convertir en alte?x o te pueden vender algo?¡±.
?Una ciudad aymara que no habla aymara?
En las afueras de la feria, los retos de la alte?izaci¨®n del pa¨ªs se encarnan en un panel enorme que anuncia el pr¨®ximo censo. ¡°Aqu¨ª vivo, aqu¨ª me censo, aqu¨ª sue?o¡±. En 2012, cuatro de cada diez personas en Bolivia se identificaba con un pueblo o naci¨®n originaria. La proporci¨®n es mayor en El Alto, donde siete de cada diez personas son aymaras. Pero esta vez, reina la duda sobre si m¨¢s personas que antes se autoidentificar¨¢n ind¨ªgenas o si continuar¨¢ la tendencia a la baja. La verg¨¹enza y los estereotipos empujan a millones de personas ind¨ªgenas en Am¨¦rica Latina a identificarse como mestizas; en especial cuando ya no hablan el idioma de sus padres o abuelos. Por eso, dentro y fuera de las redes sociales, hay campa?as y una gran discusi¨®n para motivar a las personas j¨®venes a censarse como aymaras, incluso si ya no hablan este idioma. En un sal¨®n de la feria, la profesora Claribel Arandia, directora de la carrera de Arte de la Universidad P¨²blica de El Alto, ofrece una conferencia sobre la est¨¦tica aymara y, en un momento, le pregunta al p¨²blico:
¨CA ver, ?cu¨¢ntos de ustedes hablan aymara?
Del medio centenar de estudiantes universitarios que la escuchan, solo tres levantan la mano.
¨C?Cu¨¢ntos entienden? ¨CArandia cuenta con satisfacci¨®n¨C Ah, no ve. Es importante mantener el lenguaje; si no, el imaginario y los procesos simb¨®licos corren el riesgo de perderse.
Dicho en sencillo: El Alto podr¨ªa convertirse en una ciudad aymara donde ya no se habla el idioma aymara. Pero el profesor, poeta, ling¨¹ista y ciberactivista Rub¨¦n Hilari no est¨¢ dispuesto a aceptar ese futuro. En un extremo de la feria, donde los autores independientes aparecen relegados, Hilari parece un malabarista que intenta acomodar sus m¨²ltiples libros y enciclopedias en una mesa apenas m¨¢s grande que un tablero de Monopolio. Entre traducciones de El principito, poemarios y diccionarios Aymara-Espa?ol, Aymara-Quechua, Aymara-Ingl¨¦s, destaca un volumen monumental de casi mil p¨¢ginas titulado Aymaran llika arunaka, Facebook, Orbot ukat Telegramarjama (Jaqi Aru, 2024). Es la traducci¨®n al aymara de los t¨¦rminos y frases que usamos en redes sociales. El equipo de autores, me dice Hilari, acaba de enviarle una carta a Mark Zuckerberg con argumentos para que su empresa lance versiones en aymara de sus plataformas. Una delegaci¨®n escolar se detiene frente a la mesita de Hilari. Les atrae un afiche con un c¨®digo QR que invita a descargar Telegram en aymara. Varios sacan sus smartphones y descargan la aplicaci¨®n.
¨CA ver, chicos ¨Cles dice Hilari¨C, ?saben cu¨¢l es la palabra m¨¢s larga en aymara?
Nadie responde. Hilari les indica con el dedo el t¨ªtulo de un poemario suyo, y all¨ª est¨¢ la palabra. Como el quechua y el alem¨¢n, el aymara es una lengua aglutinante y muchas oraciones son en realidad palabras largu¨ªsimas.
¨CRepitan conmigo: A-rus-kip-t¡¯a-sip-xa-?a-na-ka-sa-ki-pu-ni-ra-k?s-pa-wa.
¨CAruskipt¡¯asipxa?anakasakipunirak?spawa.
¨C?Y qu¨¦ hab¨ªa significado?
Un adolescente responde con la emoci¨®n de quien espera llevarse un premio:
¨CSignifica: ¡°Todos debemos estar en constante comunicaci¨®n unos con otros¡±.
¨CExacto ¨Cdice Hilari¨C. As¨ª de largo se puede sufijar en aymara. Listo, chicos. Ya saben: d¨ªganles al padrino o la madrina que les regale textos en aymara.
Cuando el grupo se ha marchado, Hilari me dice que ¡°hay mucho trabajo que hacer con los j¨®venes¡±. Habla con el optimismo activo y activista de quien ha pasado de abrumarse con los diagn¨®sticos a una vida quijotesca de divulgaci¨®n. Igual que la ling¨¹ista mixe Y¨¢snaya Aguilar, en M¨¦xico, Hilari sostiene que las lenguas originarias no desaparecen o se olvidan por culpa de la gente que no las habla, sino porque el Estado trabaja intensamente para desaparecerlas. Aunque abundan los discursos sobre la descolonizaci¨®n y la interculturalidad, las escuelas en Am¨¦rica Latina siguen siendo los grandes centros de castellanizaci¨®n. Los ni?os salen de casa hablando aymara o quechua o mixe, y diez a?os despu¨¦s han olvidado su lengua materna o no quieren usarla.
La feria tiene muy buena cara (stands muy surtidos, ofertas, exposiciones de arte, la representaci¨®n de un cholet y hasta una mesa ritual con hoja de coca y una llamita disecada), pero pienso en el poder simb¨®lico de un detalle: por un lado, el puestito diminuto y marginal desde el cual Hilari divulga el aymara, la lengua local; por otro, la ubicaci¨®n central que tiene Francia, el pa¨ªs invitado, en un stand amplio con vitrinas y sof¨¢s, donde puedes sentarte a disfrutar de la vida mientras absorbes informaci¨®n sobre las actividades de la Alianza Francesa en Bolivia. El escritor Carlos Macusaya, que acaba de salir de la presentaci¨®n del libro Submundo de la pol¨ªtica aymara, del periodista Gustavo Calle (Jichha, 2024), ha notado el contraste. ¡°Tengo la impresi¨®n de que en la Feria del Libro de El Alto los subalternos siguen siendo los escritores alte?os, cuando ellos deber¨ªan ser los que est¨¦n primera fila, con los puestos m¨¢s llamativos¡±. Le traslado la observaci¨®n a David Hidalgo, presidente de la C¨¢mara Departamental del Libro de La Paz, que organiza la feria en El Alto. ¡°Es un aspecto que debemos intentar mejorar para la siguiente versi¨®n¡±, dice.
Festivales similares brotan en distintas partes de los Andes, como la Feria del Libro Mapuche, en Osorno (Chile) o el festival quechua Katatay, en Apur¨ªmac (Per¨²), y empiezan a formar un mapa de literaturas ind¨ªgenas dif¨ªcil de ignorar. Alexis Arg¨¹ello, fundador de la editorial Sobras Selectas, piensa que esta feria podr¨ªa ganar incluso mayor realce si, en futuras versiones, invita a ciudades de pa¨ªses vecinos con las que El Alto tiene fuertes relaciones comerciales, como el sur de Per¨², el norte de Chile y Argentina, el este de Brasil. ¡°Como andinos, aymaras y quechuas, seguimos compartiendo lazos de sangre y nos entendemos como naciones expansivas¡±, me dijo. El problema es que los pa¨ªses ¡°se niegan a reconocer que contienen a otras naciones milenarias que habitaron y habitar¨¢n nuestros suelos¡±. Para Breseida Nina Quispe, directora de la editorial Nina Katari, importa observar c¨®mo El Alto se relaciona con otros territorios dentro y fuera de Bolivia pero tambi¨¦n con pa¨ªses como Estados Unidos y China, con quienes tiene un flujo comercial constante. Las discusiones sobre c¨®mo podr¨ªa evolucionar la feria tienen que ver tanto con la imaginaci¨®n como con la geopol¨ªtica, pues ambas cosas parecen fundirse con facilidad en esta ciudad.
De regreso a los pasillos de la realidad, la visibilidad es la batalla pendiente. Si te ven, te compran, te leen, te conocen. En una conferencia sobre el fomento de la lectura, una estudiante se queja: ¡°Yo quisiera leer novelas de terror a lo Stranger Things, pero veo que no se escriben cosas as¨ª en El Alto¡±. Lo cierto es que s¨ª se escriben cosas as¨ª, aunque hay que bucear en las profundidades de la feria para encontrar fuentes locales de miedo. Por ejemplo, en la novela La puerta, del premiado Daniel Averanga (Kipus, 2023), que ya va por la cuarta edici¨®n, los vecinos de El Alto son abducidos, destripados, torturados y sometidos a ingeniosas formas de dolor. ¡°Los escritores de El Alto estamos buscando que nos lean dentro y fuera de Bolivia, y no solo por las cr¨®nicas y ensayos, sino tambi¨¦n por la ficci¨®n¡±, me dice en otro momento el mismo Averanga mientras dibuja una coqueta calavera a manera de aut¨®grafo.
La falta de circulaci¨®n explica en parte por qu¨¦ la literatura de El Alto no es m¨¢s conocida y le¨ªda fuera de Bolivia. Cr¨ªticos, acad¨¦micos y editoriales no parecen por el momento muy interesados en esta irrupci¨®n cultural porque no la conocen. La industria editorial mira a Am¨¦rica Latina como a una veintena de pa¨ªses, cada cual con sus representantes nacionales: por lo general figuras de las clases medias o altas tradicionales, salvo excepciones solitarias que tienen que ser muy excepcionales para llegar a ese Olimpo. De esta manera, lo que se conoce como literatura boliviana, mexicana o chilena, por decir algo, suele ser un conjunto bastante blanco de autores y autoras. El mapa de pa¨ªses no sirve para recorrer con honestidad los vastos territorios donde se produce literatura en el continente, como El Alto, el Wallmapu, el Per¨² de cholos y quechuas, por citar algunos espacios. Para llegar a ellos, hace falta otro mapa, uno donde importan menos las fronteras republicanas y m¨¢s las geograf¨ªas ind¨ªgenas contempor¨¢neas.
Keila V¨¢squez, fundadora del Club de Lectura de El Alto, sabe que, sin los mapas, su trabajo de divulgaci¨®n ser¨ªa imposible. Ha pasado los ¨²ltimos once d¨ªas orientado a las delegaciones escolares entre los pasillos de la feria, y mostr¨¢ndoles d¨®nde hallar los libros sobre su ciudad. De ni?a, me cuenta, lo m¨¢s cercano a una librer¨ªa era el se?or que cada tanto tocaba la puerta para vender enciclopedias a cr¨¦dito. Eran tan caras como un televisor, pero a¨²n as¨ª la gente ahorraba para comprarlas a plazos. Keila se hizo lectora estudiando esos bodoques donde nunca figuraba su ciudad. Por eso, ahora disfruta motivando a los vecinos y vecinas a conocer y a pensar su ciudad a partir de libros locales. Acaba de publicar el ensayo Descripciones literarias de El Alto en la antolog¨ªa colectiva Pensar El Alto: Tiwanaku Moderno (Nina Katari, 2024), un libro-mapa que invita a entender esta ciudad como resultado por lo menos dos mil a?os de historia, m¨¢s que como un brote reciente.
Si El Alto viene de tan lejos, ?hacia d¨®nde se dirige?, le pregunto. Cada vez que se enfrenta a esta pregunta, Keila recuerda una escena de la pel¨ªcula Chuquiago, de 1977, donde un ni?o aymara contempla la ciudad de La Paz desde las alturas, y lo hace con una mezcla de curiosidad y deseo. Es la ¨¦poca de las grandes migraciones, de los padres y abuelos que llegan con poco o nada para instalarse en el altiplano. ¡°Ahora nosotros ya no necesitamos mirar hacia all¨¢ abajo¡±, dice Keila.
La imagen tiene un efecto cautivador, como si de pronto El Alto fuera un relato que busca maneras de proyectarse lejos, hacia los lectores y lectoras de las muchas periferias latinoamericanas. Su universalidad brota desde all¨ª: desde lo indio, lo ind¨ªgena.
¨CEntonces, si ya los alte?os no miran a la gran ciudad de all¨¢ abajo, ?ad¨®nde miran?
¨CAl cielo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.