Marcelo Cohen, romper la palabra
El escritor, traductor y cr¨ªtico literario argentino, fallecido en diciembre pasado, aprendi¨® de los poetas modernos que la palabra recibida es moneda devaluada: hay que forzarla, reinventarla
Mostraba una disposici¨®n entusiasta a o¨ªr lo que sus lectores tuvieran para decirle pero nunca los busc¨®. Mantuvo una firme fidelidad a un proyecto nada complaciente, confiado en que ¡ªcontra lo que hoy parece evidente¡ª los libros no caducan a finales de cada mes. Marcelo Cohen compuso una obra (no solo un conjunto de libros) y no es inveros¨ªmil la idea de que no confiaba en empezar a ser le¨ªdo (en el sentido fuerte del t¨¦rmino) hasta que ese mundo estuviera ¡ªsi se me permite la licencia¡ª completo en su necesaria incompletitud. Por eso la noticia de su muerte, trist¨ªsima para los muchos que, en Argentina y en Espa?a, fueron sus amigos, abri¨® a la vez el momento definitivo de su legibilidad, de la exploraci¨®n de un territorio distinto y coherente, de la comprensi¨®n de su modo de representar un mundo densamente presente y a la vez inventado y proyectado hacia el futuro.
En su libro sobre la traducci¨®n, oficio que ejerci¨® durante cuatro d¨¦cadas, Cohen compara esa labor con la composici¨®n de ¡°m¨²sica prosaica¡±: ¡°¡ me resisto a aceptar que el hormigueo que me ataca los dedos cuando paso un tiempo sin traducir¡ sea un reflejo compulsivo. Los dedos quieren tocar¡±. Cohen se entreg¨® a ese deseo casi org¨¢nico de escritura como a un destino. En el registro oficial de libros publicados en Espa?a su nombre tiene unas 200 entradas. Adem¨¢s, est¨¢ lo que hizo escribir a los otros: las colecciones que propici¨®, como la novedosa Shakespeare traducido por escritores, para Norma; o L¨ªnea C, de literatura fant¨¢stica contempor¨¢nea, en InterZona; o la revista Otra Parte, que editaba junto a Graciela Speranza; y los consejos que daba a los j¨®venes que le acercaban sus manuscritos en horas de conversaciones telef¨®nicas. A favor de lo que denomin¨®, en sus ensayos sobre narrativa (?Realmente fant¨¢stico!), una forma de ¡°realismo inseguro¡±, donde ¡°la literatura siempre est¨¢ aprendiendo y lo que conoce depende tanto de su caprichosa absorci¨®n de todos los saberes como de su uso de todos los modos de lenguaje excepto el instrumental¡±.
En lugar de defender a ultranza un registro nacional de lengua, se abri¨® a todas las contaminaciones
?C¨®mo conviven la ¡°inseguridad¡± y el car¨¢cter omn¨ªvoro de su prosa? A base de la sospecha acerca de los procedimientos heredados. En los 20 a?os que vivi¨® en Barcelona (1975-1996), fue profundizando en la opci¨®n contraria a la habitual de un escritor fuera de su pa¨ªs. En lugar de defender a ultranza un registro nacional de lengua, se abri¨® a todas las contaminaciones. Despu¨¦s de la extraordinaria El pa¨ªs de la dama el¨¦ctrica (1984), emprendi¨® su modulaci¨®n de lo fant¨¢stico. Renov¨®, as¨ª, una tradici¨®n rioplatense que incluye a Lugones, Quiroga, Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Cort¨¢zar. Cohen la imbric¨® con Ballard, Bradbury, Pynchon. En El testamento de O¡¯Jaral, El o¨ªdo absoluto, El sitio de Kelany o en los cuentos de La soluci¨®n parcial los espacios son imaginarios y las ficciones se desarrollan en un porvenir (ya arruinado y caduco). Se dir¨ªa que sus ficciones hablan de un futuro reciente. Lo que escribi¨® Sa¨²l Sosnowski acerca de Insomnio puede extrapolarse a la mayor¨ªa de sus ficciones: ¡°La avenida Fraternidad, la plaza Progreso, Desarrollo, Soberan¨ªa, de las Rotas Cadenas y de Yrigoyen, resecas y sin un solo ¨¢rbol, blanden con iron¨ªa sus nombres pues all¨ª ya nadie podr¨ªa asociarlos a las utop¨ªas de la Modernidad social¡±.
Como Roberto Arlt, Juan Gelman, Juan Jos¨¦ Saer, Alejandra Pizarnik y Sergio Chejfec, Marcelo Cohen fue hijo de inmigrantes. Acaso por eso hizo de la lengua un territorio firme y a la vez inestable, de fronteras ef¨ªmeras y expansivas. En uno de sus cuentos leemos (y elijo al azar, porque est¨¢ hecho enteramente de operaciones como estas): ¡°De la adolescencia en m¨¢s uno aprende a besar, sexuar, empu?ar bien el taco de la mart¨ªmbola¡±. Es solo una parte de una frase y contiene dos inventos. ¡°Sexuar¡± es f¨¢cilmente deducible; ?qu¨¦ ser¨¢ la ¡°mart¨ªmbola¡±? ?Algo como el bowling? ?O el billar? En verdad, lo importante es la pregunta: ese margen variable (esa ¡°inseguridad¡±). Leer a Cohen es participar de un juego; quien prefiera recibir un sentido cerrado ¡ªese que da, hoy, pr¨¢cticamente todo lo que se escribe¡ª no est¨¢ hecho para sus libros. La persistencia en esa fe fue el vector de su destino. Por otra parte, el ¡°sexuar¡±, ?no recuerda al ¡°amargurar¡± de Vallejo, a ese ¡°amorar¡± en que Gelman funde el amar y el morar? Cohen aprendi¨® de los poetas modernos que la palabra recibida es moneda devaluada: hay que romperla, forzarla, reinventarla. Hay que extra?arla: devolverla a un estado fluido en que la relaci¨®n entre sonido y significado vuelve a estar en formaci¨®n. Seguramente, el propio Cohen hubiera agregado: no olvidemos, adem¨¢s, a los grandes improvisadores del jazz, a quienes tanto admiraba.
¡®Rub¨ª y el lago danzante¡¯, el primer cuento del ¨²ltimo libro, ¡°sucede en la ¨¦poca de la piedad absoluta por todas las criaturas¡±; es decir, cuando poseer un animal dom¨¦stico significa vivir en la clandestinidad.
Un actor retirado es perseguido por el fantasma de su personaje televisivo, unos j¨®venes pasean por un Parque Arc¨¢dico, vigilados por soci¨®logos desde cabinas de Asistencia An¨ªmica. Las profesiones se llaman ¡°encauzador¡±, ¡°sel¨¦ctor¡± o ¡°ciborgue¡±; escriben en objetos como ¡°cuadernaclos¡±; manipulan dispositivos llamados ¡°pantall¨¢tor¡±, ¡°desintergr¨¢tor¡± y ¡°farphone¡±; usan un ¡°sangr¨®vil¡± como veh¨ªculo; comen ¡°verdurilas¡± y ¡°pernil de bunasta¡±. En los momentos dif¨ªciles se conectan a la Panconciencia. En ¡®La ilusi¨®n monarca¡¯ (incluida en El fin de lo mismo), una playa paradisiaca sirve como c¨¢rcel; en El o¨ªdo absoluto, Clarisa y Lino viven en la isla Lorelei y solo reciben noticias del mundo a trav¨¦s de los enormes teletipos proyectados en el cielo. La obra escrita en los ¨²ltimos 25 a?os, tras su regreso a Buenos Aires, se ambienta en el Delta Panor¨¢mico, un escenario americano (por dimensiones y caracter¨ªsticas) deformado por la invenci¨®n neol¨®gica y la imaginaci¨®n futurista. En sus dos ¨²ltimos libros, La calle de los cines y Llanto verde (ambas publicadas por Sigilo), inventa argumentos de pel¨ªculas rodadas en las islas del Delta. ¡®Rub¨ª y el lago danzante¡¯, el primer cuento del ¨²ltimo libro, ¡°sucede en la ¨¦poca de la piedad absoluta por todas las criaturas¡±; es decir, cuando poseer un animal dom¨¦stico significa vivir en la clandestinidad.
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