?Adi¨®s naturaleza salvaje?
El libro ¡®Medio Planeta¡¯, que sale a la venta este lunes, analiza el fen¨®meno de la sexta extinci¨®n y la destrucci¨®n de las pocas reservas naturales del planeta
No todos los que proclaman ser conservacionistas coinciden en que haya que preservar la biodiversidad. Una minor¨ªa cada vez m¨¢s numerosa cree que la humanidad ya ha cambiado el mundo vivo de manera irreversible y que debemos adaptarnos a la vida en un planeta da?ado. Unos cuantos de los revisionistas recomiendan la adopci¨®n de una visi¨®n antropoc¨¦nica extrema del mundo en la que los humanos dominan la Tierra por completo y las especies y ecosistemas se conservan en funci¨®n de su utilidad para nuestra especie.
En esta visi¨®n de la vida en la Tierra, la naturaleza salvaje deja de existir; todos los lugares del mundo, incluso los m¨¢s remotos, est¨¢n corrompidos de alg¨²n modo. La naturaleza, tal y como se desarroll¨® antes de la llegada del hombre, est¨¢ muerta o moribunda. Seg¨²n los defensores radicales de esta idea, puede que este resultado estuviera predeterminado por los imperativos de la historia. De ser as¨ª, el destino del planeta debe estar totalmente dominado y gobernado por la humanidad: de un polo al otro, por y para nosotros, la ¨²nica especie que a fin de cuentas importa.
Hay un ¨¢pice de verdad en esta opini¨®n. La humanidad ha asestado un golpe al planeta que no se parece ni por asomo al de ninguna otra especie. El ataque a gran escala ¡ªo, seg¨²n la jerga antropoc¨¦nica, ¡°el crecimiento y desarrollo¡±¡ª se produjo con el inicio de la Revoluci¨®n Industrial. Sin embargo, se remonta a la exterminaci¨®n de la mayor¨ªa de los mam¨ªferos de m¨¢s de diez kilos de peso, denominados de forma colectiva ¡°la megafauna¡±, un proceso que iniciaron los cazadores-recolectores del Paleol¨ªtico y que se fue incrementando con la innovaci¨®n tecnol¨®gica. El proceso ha sido darwiniano en estado puro, obediente a los dioses del crecimiento y la reproducci¨®n ilimitados. Mientras las artes creativas daban paso a nuevas formas de belleza para los est¨¢ndares humanos, el proceso general no ha sido bello para nadie, excepto para las bacterias, los hongos y los buitres.
La eliminaci¨®n de la biodiversidad se ha producido en igual medida que la propagaci¨®n de la humanidad. Se ha abatido y devorado a decenas de miles de especies. Como ya hemos visto, al menos mil especies de aves, el 10% de las totales, desaparecieron cuando los colonos de la Polinesia avanzaron por el Pac¨ªfico con sus canoas dobles y sus batangas de isla en isla, desde Tonga hasta los lejanos archipi¨¦lagos de Haw¨¢i, Pitcairn y Nueva Zelanda. Los primeros exploradores europeos de Norteam¨¦rica se encontraron con que la megafauna, que es posible que en otros tiempos fuera la m¨¢s rica del mundo, ya estaba aniquilada por las flechas y las trampas de los paleoindios. Hab¨ªan desaparecido los mamuts, los mastodontes, los grandes felinos dientes de sable, los tremendos lobos gigantes, las grandes aves planeadoras, los castores gigantescos y los perezosos terrestres. Sin embargo, incluso en las regiones m¨¢s empobrecidas, la mayor¨ªa de las plantas y los animales m¨¢s peque?os permanecieron intactos, incluyendo los insectos, siempre hiperdiversos, y otros artr¨®podos.
El movimiento de conservaci¨®n, nacido en Estados Unidos durante el siglo XIX y principios del XX, lleg¨® tarde, aunque por fortuna no tanto como para no poder salvar lo que queda de nuestra fauna y nuestra flora.
El concepto de conservaci¨®n se ha extendido por todo el mundo, hasta el punto de que a principios del siglo XXI la gran mayor¨ªa de los 196 Estados soberanos del mundo pose¨ªa parques naturales nacionales o reservas de alg¨²n tipo protegidas por el Gobierno. El concepto, por tanto, ha tenido ¨¦xito, aunque s¨®lo de forma parcial en cuanto a su cantidad y su calidad. Los humedales en peligro cr¨ªtico ¡ªque albergan un n¨²mero de especies 10 veces superior al de las reservas europeas y americanas¡ª apenas resisten en las grandes franjas de las regiones tropicales de Am¨¦rica, Indonesia, Filipinas, Madagascar y ?frica ecuatorial. La tasa de extinci¨®n de especies en todos esos h¨¢bitats alrededor del mundo, calcu?lada a partir de los datos de los vertebrados (mam¨ªferos, aves, reptiles, ranas y otros anfibios y peces), ha sobrepasado unas mil veces el valor de referencia prehumano y sigue aceler¨¢ndose.
Las carencias del movimiento ?conservacionista han sido el punto de mira de la nueva ideolog¨ªa antropoc¨¦nica. Sus defensores sostienen que los viejos intentos para salvar la biodiversidad de la Tierra han fracasado. La naturaleza pr¨ªstina no existe, y los territorios verdaderamente salvajes s¨®lo son un producto de la imaginaci¨®n. Aquellos que miran el mundo a trav¨¦s del cristal de los entusiastas antropoc¨¦nicos tienen una visi¨®n completamente diferente a la de los conservacionistas tradicionales. Estos extremistas creen que deber¨ªamos tratar lo que queda de la naturaleza como un producto para justificar as¨ª su salvaci¨®n. La biodiversidad superviviente se juzga seg¨²n su servicio a la humanidad. Dejemos que la historia siga su curso aparentemente predeterminado. Por encima de todo, reconozcamos que el destino de la Tierra es estar humanizada.
Esta ideolog¨ªa, que algunos de sus defensores han denominado ¡°nueva conservaci¨®n¡±, ha dado lugar a una gran variedad de recomendaciones pr¨¢cticas. Ante todo, dicen que los parques naturales y otras reservas deber¨ªan gestionarse de forma que sirvieran para satisfacer las necesidades de la gente. Pero no de toda la gente, se entiende que s¨®lo de los que vivimos en la ¨¦poca presente y en el futuro pr¨®ximo, de forma que nuestros valores est¨¦ticos y personales sean decisivos y duren para siempre. Los l¨ªderes que siguen los preceptos del Antropoceno har¨¢n que la naturaleza sobrepase el punto de no retorno, lo quieran las siguientes generaciones o no. Las especies salvajes vegetales y animales supervivientes vivir¨¢n en una nueva armon¨ªa con los humanos. Mientras que en el pasado las personas acced¨ªan a los ecosistemas naturales como visitantes, en la era del Antropoceno las especies, que compondr¨¢n fragmentos adulterados de los ecosistemas, vivir¨¢n entre nosotros. Los principales seguidores del Antropoceno parecen indiferentes ante las consecuencias resultantes si se act¨²a seg¨²n sus creencias. Su miedo es inverso a la libertad que tienen para actuar.
Mi impresi¨®n es que las personas que menos se preocupan por las ¨¢reas salvajes y por la espl¨¦ndida biodiversidad que a¨²n contienen estos territorios, que son las m¨¢s propensas a tratarlas con desd¨¦n, suelen ser quienes menos experiencias personales han tenido en ellas. Pienso que, en este sentido, es relevante citar al gran explorador y naturalista Alexander von Humboldt, tan certero en su ¨¦poca como en la nuestra: ¡°La visi¨®n m¨¢s peligrosa del mundo es la de aquellos que no han visto el mundo¡±.
Fragmento del libro Medio Planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinci¨®n (Errata Naturae), que sale a la venta el pr¨®ximo 11 de septiembre. Su autor, el bi¨®logo y naturalista Edward O. Wilson, es profesor em¨¦rito de la Universidad de Harvard, donde ha desarrollado gran parte de su carrera.
Traducci¨®n de Teresa Lanero Ladr¨®n de Guevara.
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