A vueltas con el matrimonio y sus (casi) infinitas posibilidades
El ensayo ¡®Vidas paralelas¡¯, ahora reeditado, encabeza la lista de ficciones y no ficciones que se preguntan qu¨¦ lugar deber¨ªa ocupar la pareja en el siglo XXI
Si la vida es un relato, ?qu¨¦ ocurre cuando se decide compartir ese relato? Que el matrimonio, o su idea, est¨¦ regresando a la ficci¨®n y la no ficci¨®n contempor¨¢neas, en cuanto posibilidad repleta de otras posibilidades, no tiene nada de casual. En un tiempo en el que se exploran los l¨ªmites, redibujando a su paso aquello que pretend¨ªa dictarlos, no es extra?o que el matrimonio, esa forma cl¨¢sica en la que una pareja ¡ªque no ten¨ªa por qu¨¦ ser de dos, ni siquiera en la ¨¦poca victoriana, y mucho menos depender de lo que ocurr¨ªa en la cama, ni del sexo de sus integrantes: el matrimonio bostoniano, el que se daba entre mujeres de mediana edad que pasaban, gustosamente, como compa?eras de vida sin m¨¢s¡ª decide compartir su vida, est¨¦ volviendo a analizarse. Porque en una sociedad en la que predomina el yo, ?qu¨¦ se dir¨ªa que ocurre con ¨¦l cuando se cede espacio al yo del otro? ?Es el matrimonio un peligro para la sociedad contempor¨¢nea repleta de selfis, esto es, individuos que se pretenden ¨²nicos y no invadidos?
La acad¨¦mica, cr¨ªtica literaria, ensayista y bi¨®grafa estadounidense Phyllis Rose public¨® en 1983 un sugerente e iluminador ensayo, titulado Vidas paralelas (oportunamente rescatado este a?o por Gatopardo), en el que analiza cinco matrimonios victorianos. Entre ellos se encuentra nada menos que el de Charles Dickens y Catherine Hogarth. Fue el suyo un peque?o tormento que, sin embargo, comenz¨® como una t¨®rrida historia de amor ¡ªo aquello que ocurre cuando el hu¨¦rfano que no pretende m¨¢s que llamar la atenci¨®n porque necesita un amor infinito encuentra a alguien a quien cuidar y por quien, sobre todo, dejarse cuidar¡ª, prosigui¨® como una familia feliz ¡ªDickens haciendo aparecer tartas en chisteras ante su cada vez mayor colecci¨®n de hijos y encargando retratos de estos para llev¨¢rselos en sus giras mundiales, en las que le acompa?aba Catherine¡ª y se deshizo en una colecci¨®n de infidelidades. Desde la seguridad del hogar, Dickens so?aba con escapar, pero teniendo a donde regresar.
Opina Rose, y coincide con John Stuart Mill, fil¨®sofo y economista cuya pareja ¡ªa tres, pues inclu¨ªa al amante de ella¡ª tambi¨¦n se disecciona en Vidas paralelas, que el matrimonio ¡°es la principal experiencia pol¨ªtica que la mayor¨ªa de nosotros emprendemos como adultos¡±. Fue, de hecho, su inter¨¦s por descubrir c¨®mo se gestiona el poder entre hombres y mujeres en esa relaci¨®n microc¨®smica lo que la llev¨® a escribir el libro que Nora Ephron le¨ªa cada cuatro a?os en busca de alg¨²n tipo de entendimiento. Porque al final es de lo que se trata. De entender qu¨¦ bien o mal puede hacerte compartir la vida con alguien y, tambi¨¦n, de qu¨¦ manera podr¨ªa ese mal evitarse, o ese bien expandirse. La historia de la literatura, desde el cl¨¢sico Casados, del dramaturgo sueco August Strindberg ¡ªun experto en el canibalismo ps¨ªquico de la pareja¡ª hasta el reciente Retrato de casada, de Maggie O¡¯Farrell, pasando por el demoledor La buena esposa, de Meg Wolitzer, est¨¢ repleta de an¨¢lisis directos de tan omnipresente v¨ªnculo.
Los relatos incluidos en Mi marido, de Rumena Bu?arovska (reci¨¦n publicado por Impedimenta), se sumergen en la vida de 11 matrimonios y, puesto que las narradoras son mujeres, es el papel del hombre el que se estudia y se critica. Resulta de lo m¨¢s absurdo y, a su vez, de lo m¨¢s humano, con sus mezquindades y una idea del uno mismo que pasa, a menudo, por ignorar al otro. Bu?arovska dispara contra todo aquello que convierte la pareja en un callej¨®n sin salida, hermetismo propiciado por la culpa de la elecci¨®n de la protagonista, a quien, en su momento, le pareci¨® una idea estupenda compartir su vida con su marido, pero que, con el tiempo, no pudo m¨¢s que empezar a odiarlo a medida que se odiaba, inevitablemente, a s¨ª misma. El factor espejo es fundamental en estos relatos, como lo era en la serie de los setenta que dirigi¨® Ingmar Bergman que se recuper¨® en una nueva producci¨®n a mediados de 2021: Secretos de un matrimonio era una peque?a carnicer¨ªa con a la vez todo y ning¨²n sentido.
Si en otro tiempo, el tiempo en el que Jeffrey Eugenides, el autor de Las v¨ªrgenes suicidas, publicaba La trama nupcial, el matrimonio trataba de concebirse como un ideal de inalcanzable perfecci¨®n ¡ªcorr¨ªa el a?o 2011¡ª, est¨¢ claro que en el presente busca rehabitarse, en cuanto instituci¨®n que se da a s¨ª misma por perdida y caduca, insuficiente o reaccionaria. El imprescindible ensayo ¡ªconstruido a partir de una correspondencia experimental¡ª El matrimonio anarquista (Hurtado y Ortega), de Bego?a M¨¦ndez y Nadal Suau, luchaba a favor de la idea de que, si se lo vaciaba de sentido, podr¨ªa d¨¢rsele uno nuevo que pasase por hacer de ¨¦l aquello que cada pareja pretendiera. Invocaba M¨¦ndez a Julia Kristeva y Philippe Sollers, y a su ensayo Del matrimonio como una de las bellas artes, al decir que ¡°dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden¡±, y defend¨ªa que todo lo que se diese a partir de ah¨ª, incluida la posibilidad de fundar un planeta de dos inaugurado por el ¡°s¨ª, quiero¡±, no pod¨ªa regirse por ninguna preconcepci¨®n. Es decir, el matrimonio pod¨ªa ser cualquier cosa, y deb¨ªa serlo.
Pero, ?no lo ha sido desde el principio? Esa sensaci¨®n deja la lectura de Vidas paralelas al descubrir que, por ejemplo, la idea de que el matrimonio est¨¢ ligado al sexo y la atracci¨®n por el otro solo apareci¨® despu¨¦s de Sigmund Freud y el psicoan¨¢lisis, y que antes la instituci¨®n hab¨ªa mutado tanto como le hab¨ªa sido posible, porque era casi un estamento social, es decir, algo que exist¨ªa como marco, pero que pod¨ªa hackearse desde dentro. Porque cada uni¨®n era entonces su propia y particular peque?a multitud, una peque?a multitud en la que, a menudo, era ella quien mandaba. Ese fue el caso del escritor John Ruskin, que parec¨ªa buscarle a su mujer amantes de todo tipo para que le dejase en paz ¡ªjam¨¢s consumaron el matrimonio: su noche de bodas es un hito de lo victoriano¡ª, tan ocupado como estaba viajando con sus padres por todo el mundo. No exist¨ªa entonces, como no existe ahora, nada que debiera tomarse en serio. As¨ª que se exploran sus (casi) infinitas posibilidades otra vez.
Pensemos en la reina Victoria, que, sin ir m¨¢s lejos, decidi¨® que no iba a pasar m¨¢s de tres d¨ªas de luna de miel. Le horrorizaba la sola idea de tener que aburrirse con su marido. As¨ª que volvi¨® a palacio. El novelista Charles Kingsley escrib¨ªa apasionadas misivas a su futura esposa en las que le dejaba claro que si no le apetec¨ªa en absoluto verle desnudo, no ten¨ªa por qu¨¦ hacerlo. Los Kingsley dedicaron las primeras cuatro semanas de su matrimonio a sentirse c¨®modos el uno con el otro. Y en cierto sentido fueron siempre la misma cosa.
La igualdad, dice Rose, es el fin de cualquier discusi¨®n sobre la idea del matrimonio. Hasta qu¨¦ punto puede el poder compartirse en la justa medida como para que una y otra parte se sientan igualmente representadas y respetadas. Para que ocupen el mismo exacto espacio. La respuesta, seg¨²n la ensayista, est¨¢ en el matrimonio del fil¨®sofo Thomas Carlyle y la escritora Jane Welsh, ¡°en el que la igualdad consiste ¡ªcomo es tal vez inevitable en una ¨¦poca imperfecta como la suya o la nuestra¡ª en la lucha perpetua, la perpetua rebeli¨®n¡±.
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