¡®Lear¡¯, la ¨®pera con la que nadie contaba
A Espa?a llega tarde, con un plus a?adido de cinco a?os por la pandemia. Pero aqu¨ª est¨¢, y con nombres de post¨ªn en la producci¨®n
Hay un hilo fino pero potente que une Electra (Strauss), Wozzeck (Berg) y Die Soldaten (Zimmermann) con este Lear que se ha presentado anoche en Espa?a por primera vez. Puede haber m¨¢s referencias, pero estas bastan para identificar lo que podr¨ªamos llamar el gen del expresionismo alem¨¢n: gran literatura, visi¨®n pesimista de la peripecia humana y una m¨²sica atravesada por convulsiones que argumentan cualquier revoluci¨®n sonora.
Aqu¨ª radica el principal logro de una ¨®pera compuesta sobre una historia que se hab¨ªa atragantado a grandes genios de la historia de la m¨²sica (Berlioz, Debussy, Verdi, Britten), el tenebroso drama de El rey Lear con el que Shakespeare firm¨® quiz¨¢ su obra m¨¢s negativa y arrasadora.
Lo m¨¢s curioso y parad¨®jico es que Lear nace de dos imposibilidades, la propia obra shakesperiana con la que nadie se hab¨ªa atrevido en el terreno oper¨ªstico y una estrategia musical que ya se encontraba bastante amortizada cuando Lear vio su estreno, en M¨²nich en 1978. Los grandes frisos sonoros en modo cluster hab¨ªan tenido sus d¨ªas de gloria, escasos, en los sesenta, los hab¨ªan practicado compositores como Penderecki (Los demonios de Loudun) y muchos otros influenciados por la electr¨®nica en piezas orquestales que sorprendieron unos d¨ªas y se apagaron pronto. El propio Ligeti, autor de una de las ¨®peras de mayor ¨¦xito de la generaci¨®n de la vanguardia, El gran macabro, estrenada el mismo a?o que Lear, hab¨ªa transitado esta escritura en piezas anteriores como Lontano o su propio Requiem, famoso por su inclusi¨®n en la pel¨ªcula 2001 una odisea del espacio, de Kubrick, pero ya no en su ¨®pera. En Lear hay tambi¨¦n partes dodecaf¨®nicas, t¨¦cnica a¨²n m¨¢s amortizada que los clusters para esos a?os.
Sin embargo, Aribert Reimann, compositor apenas conocido cuando su amigo Dietrich Fischer-Dieskau le hizo morder la manzana de la pieza de Shakespeare, se tir¨® a la piscina y acert¨®; pocas cosas hay m¨¢s tenebrosas que los clusters orquestales para reflejar la permanente tensi¨®n que atraviesa la historia de El rey Lear, y pocas cosas hay m¨¢s acertadas para expresar algo de lirismo que esa dodecafon¨ªa ajada por el paso de los a?os. Lo hab¨ªa probado su colega y coterr¨¢neo Hans-Werner Henze aunque eludiendo las pinturas negras de esta ¨®pera shakesperiana.
El hecho es que Lear se convirti¨® en un ¨¦xito razonablemente alto para la ¨¦poca, de por s¨ª negra en la historia de la ¨®pera europea. ?xito que ha tapado pr¨¢cticamente el resto de una carrera de alto nivel como la de Riemann, con nueve ¨®peras escritas, alguna que deber¨ªa motivarnos a conocer en Espa?a como esa Casa de Bernarda Alba de su cat¨¢logo, seguramente tan osada como Lear.
En Espa?a, llega tarde, faltar¨ªa m¨¢s, con un plus a?adido de cinco a?os por la pandemia. Pero aqu¨ª est¨¢, y con nombres de post¨ªn en la producci¨®n, empezando por uno de las bar¨ªtonos m¨¢s c¨¦lebres y carism¨¢ticos de nuestra ¨¦poca, el sueco Bo Skovhus, que se planta en escena con una sabidur¨ªa dram¨¢tica a la altura de se recorrido musical, un lujo que justifica toda la producci¨®n; su Rey Lear es el mejor sustituto posible del a?orado Dietrich Fischer-Dieskau, por m¨¢s que sus colores sonoros no coinciden. Perderse este Lear cantado por Bo Skovhus hubiera sido imperdonable.
Y, aunque solo sea por la parte que nos toca, tambi¨¦n hubiera sido poco justificable perderse una producci¨®n a cargo del director esc¨¦nico espa?ol Calisto Bieito, que, por cierto, estrena estos d¨ªas en Par¨ªs El ¨¢ngel exterminador, ¨®pera de Thomas Ad¨¨s, a partir de Bu?uel. En Lear, Bieito consigue transmitir su sello sin que su cap¨ªtulo de excesos arrastre a El rey Lear. Quiz¨¢ sea esta una de sus producciones m¨¢s ajustadas a lo que transmite la historia en la que los excesos ya vienen de f¨¢brica gracias a la imaginaci¨®n de Shakespeare. Hay alg¨²n detalle tonto, como el se?or desnudo que se queda unos minutos en escena mirando al p¨²blico sin saber por qu¨¦, pero tambi¨¦n momentos exquisitos, como esa evocaci¨®n de Miguel Angel con la imagen de la Piet¨¤, que casi justifica por s¨ª misma que Bo Skovhus est¨¦ en calzoncillos todo el segundo acto. Pero, detalles aparte, Bieito consigue el clima adecuado guiado por la magia de un Shakespeare que es el Deus ex maquina de la obra.
Y queda la parte musical, la dificil¨ªsima partitura es llevada como un Ferrari a 200 por hora por un conductor extraordinario, Asher Fisch, el genial director orquestal que sembr¨® la rueda de prensa con afirmaciones deslumbrantes, como cuando defini¨® la partitura como una s¨¢bana, o cuando dijo algo que es pieza clave de esta partitura: ¡°Si no fuera una ¨®pera, el p¨²blico no la aguantar¨ªa¡±. Y tiene raz¨®n, el p¨²blico no aguanta las piezas de Xenakis o de nuestro brillant¨ªsimo Paco Guerrero o las primeras piezas orquestales de Luis de Pablo o Crist¨®bal Halffter, o tantas otras de esos a?os en los que la saturaci¨®n orquestal era el color del momento. Incluso este Lear, que es una ¨®pera que te atrapa, llev¨® a parte del p¨²blico del estreno a no volver a sus asientos en el segundo acto, incluyendo al expresidente Aznar y se?ora. Qu¨¦ le vamos a hacer, yo tengo el mismo prejuicio con numerosas pel¨ªculas de los setenta.
Anecdotario aparte, la producci¨®n de este Lear es deslumbrante y todos los artistas que intervienen est¨¢n a la altura. Desde el tr¨ªo de mujeres que representan a las hijas del rey, con una Cordelia magn¨ªfica, Susanne Elmark, hasta un reparto de protagonistas del que es dif¨ªcil destacar algunos sobre los dem¨¢s, al menos en lo vocal y musical, ya que esc¨¦nicamente se hace dif¨ªcil de digerir que los hijos del conde de Gloucester parezcan, y probablemente sean, m¨¢s mayores que su padre. Pero es obligado destacar a Andrew Watts como Edgar, que borda un papel en el que canta como tenor cuando es un personaje normal y como contratenor cuando se disfraza para escapar de las iras de su abominable hermano. Es incluso convincente cuando se pasa media ¨®pera tambi¨¦n en calzoncillos, aunque de otro modelo que los de Lear.
En fin, con un reparto tan homog¨¦neo y tan excelente, se hace injusto y cansino buscar m¨¦ritos que son suficientes, sobre todo para una partitura de dificultad diab¨®lica para la que el o¨ªdo absoluto es casi condici¨®n imprescindible.
Y, como es casi evidente, la orquesta y el coro responden a las exigencias de la s¨¢bana de manera encomiable, con unos tutti orquestales que hacen temblar los cimientos de la venerable casa.
En suma, si hablamos de prestaciones art¨ªsticas, esta producci¨®n de Reimann es realmente antol¨®gica, pero si a alguien le molestan los ruidos, todos, los sonoros tanto como los sociales, los emocionales y los hist¨®ricos, que se lo piense; esto es Shakespeare. Pero, eso s¨ª, con la condimentaci¨®n oper¨ªstica de un Reimann que supo encontrar y mezclar los ingredientes justos para que esto sea tambi¨¦n una ¨®pera. La que no llegaba y ya casi nadie esperaba.
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