Hitler no hubiera dudado en exterminar a Freud: un libro reconstruye c¨®mo un abigarrado grupo de personas lo salv¨® de los nazis por los pelos
Cuatro hermanas del padre del psicoan¨¢lisis, que logr¨® escapar de Viena tras el Anschluss en 1938, murieron en los campos, tres de ellas gaseadas en Treblinka
Resulta dif¨ªcil imaginar a Sigmund Freud, al que se suele asociar con la Viena de los Habsburgo y el mobiliario Biedermeier, haciendo frente a una secci¨®n de brutales camisas pardas nazis, pero eso sucedi¨®. El 15 de marzo de 1938, el mismo d¨ªa que Hitler, consumado el Anschluss (la anexi¨®n de Austria a Alemania) se dirig¨ªa a la multitud desde el balc¨®n del Hofburg, el palacio imperial de Viena, un grupo de matones de las SA armados se present¨® en la casa y consulta del padre del psicoan¨¢lisis (Berggasse, 19), y no precisamente porque tuvieran sesi¨®n. Freud, a la saz¨®n de 82 a?os, era uno de los jud¨ªos m¨¢s famosos de la ciudad y los nazis hace tiempo que ansiaban ir a verlo. Su mujer, Martha, intent¨® calmar a los energ¨²menos con esv¨¢stica trat¨¢ndolos educadamente e invit¨¢ndolos a dejar sus rifles en el parag¨¹ero, pero los nazis reclamaron todo el dinero que hab¨ªa en la casa y, envalentonados, siguieron en busca de m¨¢s bot¨ªn y bronca. Entonces apareci¨® Sigmund Freud, se plant¨® con gran coraje ante ellos y los mir¨® con el ce?o fruncido y los ojos resplandecientes como ¡ªseg¨²n describi¨® un testigo¡ª ¡°un profeta del Antiguo Testamento¡±. Los miembros de las tropas de asalto se amedrentaron ante el aspecto del imponente anciano, le trataron de ¡°Herr Professor¡± y se marcharon de la casa, no sin amenazar con que volver¨ªan. Al enterarse de cu¨¢nto dinero se hab¨ªan llevado, Freud coment¨® con su sard¨®nico sentido del humor: ¡°Yo nunca he cobrado tanto por una sola visita¡±.
La escena la describe el periodista y escritor estadounidense nacido en Edimburgo Andrew Nagorski (76 a?os), autor de Cazadores de nazis (Cr¨ªtica, 2017), en otro libro espl¨¦ndido que acaba de publicar la misma editorial, Salvar a Freud, un t¨ªtulo expresivamente spilbergiano que resume a la perfecci¨®n lo que es la obra: la historia de c¨®mo se consigui¨® sacar al autor de La interpretaci¨®n de los sue?os de la pesadilla en que se estaba convirtiendo Viena. Nagorski, que reconstruye la manera en que un variopinto pu?ado de seguidores y amigos libraron a Freud in extremis de las garras de los nazis, lo tiene muy claro: Hitler no hubiera dudado en exterminar al psicoanalista y de no haber escapado Freud habr¨ªa sido inevitablemente una v¨ªctima m¨¢s del Holocausto. De hecho, cuatro de sus hermanas murieron en los campos nazis en 1942, tres de ellas, Rose, Marie y Pauline, en las c¨¢maras de gas de Treblinka y la cuarta, Dolfi, de inanici¨®n en Theresienstadt. ¡°Si Freud se hubiera quedado y no hubiera muerto antes del c¨¢ncer que acab¨® mat¨¢ndolo en Londres, los nazis lo hubieran asesinado, en los campos o de cualquier otra manera. Era un s¨ªmbolo del jud¨ªo m¨¢s peligroso para ellos. Y hac¨ªan muy pocas excepciones¡±.
Salvar a Freud cambia al soldado Ryan por ese viejo soldado de la guerra para liberar el subconsciente y a los rangers del capit¨¢n Miller por el abigarrado grupo de auxiliadores del psicoanalista (entre ellos su m¨¦dico, un disc¨ªpulo gal¨¦s, un diplom¨¢tico estadounidense, la sobrina bisnieta de Napole¨®n y hasta un admirador nazi). El libro se centra en el rescate de Freud de Viena, pero constituye a la vez una manera muy amena y emocionante de recorrer la existencia del cient¨ªfico y recordar los principales hechos de su vida y de su tiempo. El libro resigue la biograf¨ªa de Freud, desde su nacimiento en 1856 en la entonces morava Freiberg y hoy Pribor (Rep¨²blica Checa), incluyendo los experimentos con la coca¨ªna, la colaboraci¨®n con Charcot, la hipnosis, Anna O, el hombre de las ratas, la acu?aci¨®n de los t¨¦rminos ¡°psicoan¨¢lisis¡± o ¡°complejo de Edipo¡±, los problemas con Jung, Adler y Ferenczi, la relaci¨®n con Einstein, la aversi¨®n por EE UU o el cari?o a su perro. Gracias a la Operaci¨®n Freud, como la denomina Nagorski, el sabio pudo morir en la cama en Londres, el 23 de septiembre de 1939.
¡°Esa escena de Freud frente a los SA es una de las razones por las que quise contar esta historia¡±, explica Nagorski en una entrevista por Zoom desde su casa en San Agust¨ªn (Florida). ¡°Solemos considerar a Freud una figura del XIX y principios del XX, y se conoce menos que viviera el Anschluss y tuviera ese encuentro con los nazis. C¨®mo sobrevivi¨® y logr¨® escapar constituye un relato casi cinematogr¨¢fico, y de hecho ya me han comprado los derechos del libro para hacer una pel¨ªcula¡±.
Hijo de un comerciante de lana que ya ten¨ªa otros dos varones de un matrimonio anterior, Freud tuvo cinco hermanas y un hermano, todos menores que ¨¦l. Cuando contaba cuatro a?os la familia se mud¨® a Viena, con la que Freud mantuvo siempre una relaci¨®n de amor odio pero a la que estuvo muy apegado, hasta el punto de que cost¨® mucho convencerlo para que finalmente huyera. Vivi¨® all¨ª la edad de oro de la ciudad y tambi¨¦n a?os oscuros. Coincidi¨® con Hitler cuando este pas¨® su (de)formativa ¨¦poca de artista en Viena. Curiosamente, Freud veraneaba en Berchtesgaden, donde Hitler instalar¨ªa su refugio alpino al llegar al poder.
Nagorski muestra un Freud c¨¢lido y cercano, luminoso, muy distante de la estampa del cient¨ªfico adusto y serio, abismado en la mente humana y sus perturbadores secretos sexuales. Y comenta cosas como que era muy de rutinas, bastante mojigato, presumido (nadaba a braza para no mojar su cuidada barba), y que no le gustaban las bicicletas ni los tel¨¦fonos. ¡°Es curioso que de una figura tan ic¨®nica se tenga a menudo una imagen tan distorsionada. Al documentarme para escribir el libro he visto que en general conocemos poco a Freud como persona¡±. Tuvo una vida muy burguesa y nada atormentada (exceptuando el c¨¢ncer, de mand¨ªbula, desde 1923, y los nazis). Se cas¨® con Martha Bernays, de una familia de jud¨ªos ortodoxos alemanes, y el matrimonio, que produjo seis hijos (entre ellos Anna Freud, sucesora de su padre y parte del grupo que lograron su fuga de Viena), dur¨® 53 a?os, hasta su muerte.
Muy consciente de su condici¨®n de jud¨ªo (aunque no era religioso ni practicante), Freud se negaba a dejarse intimidar por el antisemitismo y subestim¨® la amenaza nazi, considerando, pese a todos los avisos (y su propia visi¨®n de las peores pulsiones del individuo), que no era posible que una naci¨®n que hab¨ªa dado a Goethe como Alemania pudiera ¡°encaminarse hacia el mal¡±. Tambi¨¦n pensaba que los austriacos eran diferentes, lo que tiene siniestra gracia cuando se piensa en compatriotas de Freud como Kaltenbrunner, Odilo Globocnik, Franz Stangl o Amon G?th. Eso s¨ª, cuando se consum¨® el Anschluss, escribi¨® la famosa anotaci¨®n en su diario: ¡°Finis Austriae¡±. A prop¨®sito de los austriacos, la mayor¨ªa de los cuales recibieron con los brazos abiertos a Hitler y tras la derrota trataron de hacerse pasar por las primeras v¨ªctimas del III Reich, Nagorski recuerda la frase de que consiguieron hacer creer al mundo que Beethoven era austriaco y Hitler alem¨¢n.
Freud y el psicoan¨¢lisis, que consideraban una ¡°ciencia jud¨ªa¡±, fueron particularmente odiados por los nazis. Cuando Hitler lleg¨® al poder se persigui¨® al movimiento en Alemania (dejando la psicoterapia en manos de un primo de Goering, que ya es garant¨ªa), y los libros de su fundador fueron de los que se quemaron p¨²blicamente, en su caso al grito de ¡°?contra la sobrevaloraci¨®n de la vida sexual, destructora del alma!¡±.
En total consiguieron escapar de Viena hacia Londres v¨ªa Par¨ªs, el 4 de junio de 1938, Freud y 18 adultos y seis ni?os de su entorno familiar, adem¨¢s de su querido chow-chow. Tambi¨¦n se llev¨® el div¨¢n. Visto como estaba el patio en Austria fue un verdadero milagro sacar a tantos jud¨ªos y con una figura universal como Freud a la cabeza. El secreto fue el empecinamiento y la devoci¨®n de ese grupo de rescatadores, tan heterog¨¦neo como el de cazanazis del anterior libro de Nagorski. ¡°En ambos casos es un reparto digno de una novela; que tuviera amigos y seguidores tan distintos y entregados dice mucho de Freud¡±. Sorprende no encontrar en el grupo a Jung, pese a que fueron tan cercanos. ¡°Freud lo ve¨ªa como su sucesor y le gustaba mucho que no fuera jud¨ªo, que eran mayor¨ªa en el movimiento psicoanal¨ªtico, de forma que no se pudieran asociar ambas cosas y eso limitara la nueva ciencia. Pero ten¨ªan visiones muy diferentes y para esa ¨¦poca hab¨ªa mucho resentimiento. Su separaci¨®n ya hab¨ªa sucedido antes de la I Guerra Mundial y cuando Freud estuvo en peligro Jung ya no formaba parte de su c¨ªrculo¡±. Al parecer, Jung trat¨® de hacerle llegar dinero para que se marchara, pero Freud lo rechaz¨® y dijo: ¡°Me niego a estar en deuda con mis enemigos¡±. La actitud de Jung hacia el nazismo y el antisemitismo ha creado pol¨¦mica. ¡°Mostr¨® ciertas simpat¨ªas y tonte¨® con ideas de extrema derecha, pero dejo eso a otros que sepan m¨¢s del tema¡±.
No hay ninguna duda, en cambio, de lo que opinaba Hitler de Freud. ¡°Sab¨ªa de su existencia, aunque no hay evidencia directa. Est¨¢ claro que detestaba el psicoan¨¢lisis como ciencia jud¨ªa, y los libros de Freud fueron de los primeros en arder en las hogueras nazis. La concepci¨®n de Freud del subconsciente y la sexualidad era anatema para los nazis que todo lo subordinaban a la naci¨®n y a la ideolog¨ªa racial. La idea de algo incontrolable en la mente humana les parec¨ªa subversivo, pese a que ellos mismos eran ejemplo de los impulsos m¨¢s oscuros¡±. Por su parte, Freud no se pronunci¨®, al menos por escrito, sobre la posible patolog¨ªa de la psique de Hitler y los or¨ªgenes de su maldad.
Se ha especulado con qu¨¦ habr¨ªa pasado de psicoanalizar Freud a Hitler. ¡°Es dif¨ªcil imaginar a Hitler en el div¨¢n de Freud. Hitler nunca lo hubiera permitido, ¨¦l era infalible¡±. Pues hubieran tenido cosas de qu¨¦ hablar, el undinismo con su sobrina Geli Raubal (aunque aqu¨ª la lluvia ser¨ªa parda), el mito de la monorquidia (el test¨ªculo ¨²nico), el tema del ¡°trauma original¡± de Hitler y que habr¨ªa algo sexual secreto en su antisemitismo¡ ¡°Hay mucha literatura sobre eso, y podr¨ªa haber existido. El antisemitismo radical de Hitler floreci¨®, si puede decirse as¨ª, en sus a?os de artista frustrado en Viena, entre 1908 y 1913, donde conoci¨® la cara m¨¢s atroz de la ciudad, en la que reinaban la prostituci¨®n y la miseria y donde a veces tuvo que dormir en la calle. Pudo vivir un trauma sexual entonces y vincularlo a los jud¨ªos. Pero Hitler es fundamentalmente un oportunista, para nada introspectivo y que usa distintos mimbres para confeccionar su herramienta pol¨ªtica¡±. Es tentador pensar que ¨¦l y Freud se cruzaran en las calles de Viena. ¡°Es un ejercicio especulativo, pero pod¨ªan haber coincidido perfectamente¡±.
¡°Ahora somos libres¡±, dijo Freud al cruzar el Rin en el tren en el que hu¨ªan camino de Francia. Se instal¨® finalmente en una casa en el 20 de Maresfield Gardens en Hampstead (hoy museo, tambi¨¦n lo es su casa de Viena), donde pas¨® el resto de su vida y sigui¨® con su consulta mientras pudo. All¨ª lo visitaron, entre otros, Virginia Woolf y Dal¨ª, que le cay¨® muy bien. Una de las cosas que le han sorprendido a Nagorski en su rescate de Freud es su notable sentido del humor. Al comentar su encuentro con Einstein, Freud brome¨®: ¡°Yo no s¨¦ nada de f¨ªsica y ¨¦l tampoco de psicoan¨¢lisis, as¨ª que pasamos un rato muy agradable¡±. Y al tener que firmar una declaraci¨®n para salir de Austria que exoneraba a las autoridades nazis no se le ocurri¨® otra cosa que decir en voz alta: ¡°Puedo recomendar encarecidamente la Gestapo a todo el mundo¡±. Nagorski opina que Freud hubiera hecho buenas migas con Woody Allen.
Durante el viaje de huida, el tren de Freud pas¨® por Dachau. Pero no sabemos si la mirada escudri?adora del profesor del alma reconoci¨® al mirar por la ventanilla qu¨¦ horrores y perversiones de la humanidad se desataban ah¨ª y c¨®mo aquella oscuridad que prosperaba y se extend¨ªa le vio pasar, rechinando los dientes porque se escapaba.
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