El genio y el ¨ªdolo
Woods, de vuelta al golf, es el m¨¢s admirado, el 'n¨²mero uno' sin discusi¨®n, pero el coraz¨®n de la gente es del luchador Mickelson
Es tal la expectaci¨®n, el morbo, las ganas de ver hoy a Tiger Woods haciendo de nuevo cura de humildad ante el mundo, que el Masters de Augusta (empezar¨¢ el jueves) ha convertido la sala de prensa de la casa-club en un plat¨® televisivo, todo a rebosar de c¨¢maras, casi no cabr¨¢ gente, s¨®lo m¨¢quinas frente a la m¨¢quina, las palabras de Woods en directo por televisi¨®n e Internet. Juega El Tigre por primera vez este a?o y, todo muy calculado, como su carrera entera, debuta en Augusta, el campo del primero de sus 14 t¨ªtulos grandes, ah¨ª donde sabe que cualquier estridencia est¨¢ prohibida, si ni siquiera se permite andar deprisa, no digamos gritar o dar voces. Woods sabe que los oficiales vigilar¨¢n de cerca a cualquier aficionado que, a riesgo de perder el pase, se atreva a alzar la voz contra Tiger record¨¢ndole sus esc¨¢ndalos extramatrimoniales -como todo es negocio, hasta han sacado unas pelotas de golf con las im¨¢genes de sus supuestas amantes-.
Mickelson, m¨¢s cercano, representa los valores tradicionales
Tiger, como en su d¨ªa Nicklaus frente a Palmer, juega como un robot
Woods, el n¨²mero uno sin discusi¨®n, quiere lavar su imagen. En Augusta le acompa?ar¨¢ una multitud, pero respetuosa, o m¨¢s les vale. Otra cosa muy diferente ser¨¢ que la gente anime con fervor a Woods, le dedique palabras de cari?o. Eso ser¨¢ dif¨ªcil. Porque la gente, el aficionado estadounidense, admira a Woods, se queda con la boca abierta vi¨¦ndole jugar, vibra con sus gestas, pero a quien verdaderamente quiere es a Phil Mickelson, ahora n¨²mero tres mundial. Nadie discute que Woods ha cambiado el golf para siempre, que el resto de jugadores le debe buena parte de sus sueldos, pero el coraz¨®n del aficionado es de Mickelson.
Hace ocho a?os, Woods gan¨® el Open de Estados Unidos con tres golpes de ventaja sobre su compatriota. El Tigre gan¨® su octavo grande, pero cuentan que Mickelson gan¨® algo mejor, se gan¨® a Nueva York por su cercan¨ªa al aficionado, su car¨¢cter alegre, su sonrisa. Ver a Woods (34 a?os) sobre el campo es como ver desfilar a un robot. Apenas mira a los lados, apenas saluda; como mucho, un protocolario gesto levantando el putter, ning¨²n amago de humanidad. Mickelson (39) es otra cosa. Cuando el a?o pasado el US Open volvi¨® a Nueva York, el torneo entero se visti¨® de rosa -gorras, polos, bolsas de palos, las camisetas de los jugadores, caddies y hasta un comentarista de la CBS- en solidaridad con Amy, la esposa de Mickelson, antigua animadora de los Suns de Phoenix, de la NBA, enferma de c¨¢ncer de mama. "Bienvenido a casa", le dec¨ªan a Mickelson, emocionado en p¨²blico, confesando que su mujer le enviaba cartas y mensajes desde la habitaci¨®n del hospital. "Phil siempre est¨¢ dispuesto a estrechar la mano, siempre tiene una sonrisa en la cara y encaja con la gente, habla con ella, mira a las personas a la cara. Es como volver a Arnold Palmer", explicaba un empleado del campo. A Mickelson le cantan el Cumplea?os feliz en el green. A Tiger casi nadie se atreve a hablarle.
Mickelson supone la identificaci¨®n con el aspirante abnegado y luchador m¨¢s que con el genio. Si las casas de apuestas, las teles y los patrocinadores pagan lo que sea por Woods, el ni?o a pie de calle pide el aut¨®grafo de Mickelson. Y ahora, tras el l¨ªo de infidelidades de Tiger, Mickelson representa mejor que nadie el nexo con los valores tradicionales estadounidenses, un blanco de buena familia, licenciado en Psicolog¨ªa, muy unido a su abuelo, que coleccionaba banderas de greens, a su padre, que le ense?¨® a jugar, a la esposa que super¨® el c¨¢ncer, a sus hijos.
Hay quien incluso ve en ellos, en Woods y Mickelson, una reencarnaci¨®n de Jack Nicklaus y Arnold Palmer. Si Nicklaus lo ganaba todo -ah¨ª est¨¢n sus 18 grandes, entre ellos seis chaquetas verdes, por las cuatro de Palmer y Woods-, Palmer era el ¨ªdolo popular. Nicklaus tard¨® en enganchar con la gente por su car¨¢cter reservado, su golf mucho m¨¢s mec¨¢nico. Cuando Palmer gan¨® su primer Masters de Augusta, en 1958, los militares de un cuartel cercano, que se encargaban del marcador, crearon un club de seguidores, el Ej¨¦rcito de Arnie, que todav¨ªa vive. Entonces apareci¨® la televisi¨®n en el golf y la c¨¢mara se enamor¨® de aquel golfista carism¨¢tico y atrevido. Si Nicklaus y Woods pasar¨¢n a la historia, Palmer y Mickelson tambi¨¦n ser¨¢n eternos.
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