Madrid, bicicletas en la jungla
En las ciudades, la bici es el veh¨ªculo adaptativo por excelencia.
La previsi¨®n de apertura de nuevos carriles-bici en Madrid a lo largo de 2018 pone de relieve hasta qu¨¦ punto las administraciones de tantas ciudades son conscientes de la importancia de la bici como ideal de transporte urbano sostenible y clave en orden a la pacificaci¨®n del tr¨¢fico rodado, en un contexto en que son ya globales las catastr¨®ficas consecuencias de las no menos planetarias din¨¢micas de automobilizaci¨®n. Las reacciones en contra desde la derecha que ha despertado la iniciativa municipal hace necesario volver a pensar qu¨¦ aporta el uso de la bicicleta para hacer las ciudades m¨¢s habitables.
Comencemos reconociendo que, decididamente, la ciudad es una jungla, una jungla de asfalto, como sosten¨ªa el t¨ªtulo de una genial pel¨ªcula de John Huston, The Jungle Asphalt (1950). Y no se entiende porque a tanta gente la parece que tal constataci¨®n es una mala noticia. Al contrario, a quienes sabemos de las ventajas de la biodiversidad y de la cooperaci¨®n entre especies nos parece excelente que ese caos autorganizado que son las urbes se parezca, en su complejidad y su exuberancia, a una de esas selvas tropicales por cuya preservaci¨®n tanto se lucha. S¨®lo al m¨¢s vulgar de los darwinismos sociales se le podr¨ªa antojar que el que las metr¨®polis sean no una negaci¨®n, como se piensa, sino una apoteosis de los mecanismos que rigen la naturaleza implica algo as¨ª como el triunfo del m¨¢s agresivo, del m¨¢s poderoso, del m¨¢s d¨¦spota. Como Darwin ya nos hiciera notar:
En las junglas no prospera el m¨¢s fuerte, sino el mejor adaptado
Porque las ciudades, en efecto, son una jungla, el elemento que tiene m¨¢s porvenir en ellas no es el equivalente mec¨¢nico de los grandes depredadores, los veh¨ªculos m¨¢s potentes, m¨¢s veloces y por lo general m¨¢s destructivos. Con un 4x4 uno puede arrasar medio monte para demostrar su amor por la vida al aire libre. Con un coche-bala uno puede, en efecto, disparar a matar y matar. Con una moto de gran cilindrada se puede sentir, de pronto, lo que debe ser tener algo de verdad potente entre las piernas. Pero todos ellos fracasan en cuanto, a una hora punta, se enfrentan a lo que ocurre en la jungla de asfalto, demuestran su incompetencia, pierden la partida ante el ¨ªmpetu de la naturaleza urbana desat¨¢ndose a su alrededor. En ese contexto vuelve a cumplirse la ley de la selva y la mano la gana de nuevo la astucia de la bestia que se amolda a su nicho ecol¨®gico, que se pliega a sus necesidades y que por ello merece no s¨®lo el beneficio de la supervivencia sino tambi¨¦n las ventajas de todo tipo de intercambios con su medio ambiente. Lo que mejor se ajusta a la violencia estructural de una ciudad abandonada a sus propias energ¨ªas es, reconozc¨¢moslo, la humilde y vulnerable bicicleta.
Con la bicicleta uno se encuentra ante una de esas t¨ªpicas paradojas de la condici¨®n de pa¨ªs o "desarrollado" o "en v¨ªas de desarrollo". Pasa como con el nudismo. Ir desnudo puede ser hipercivilizado o subcivilizado, o eres un naturista socialdem¨®crata sueco o un indio de la Amazonia. El uso civil de la bicicleta es v¨ªctima de un contrasentido por el estilo. En los pa¨ªses pobres en los que la bicicleta era un medio de transporte habitual, su uso mengua. As¨ª, por ejemplo, en Beijing, en que la movilidad en bicicleta hab¨ªa sido masiva ¨Crecu¨¦rdese la pel¨ªcula La bicicleta de Pek¨ªn (2001)¨C, esta ha pasado de representar un 44% del total de desplazamientos en los a?os 90 a un 18 en la actualidad. Solo en pocos casos ha constituido una opci¨®n creciente de transporte, como en La Habana. En la mayor¨ªa de ciudades de pa¨ªses "no desarrollados", la bicicleta o tiende a desaparecer o es y siempre fue inconcebible. En ?frica, hace bien poco que se abri¨® un primer carril-bici en Marrakech. En el otro extremo del supuesto avance civilizatorio, es bien sabido hasta qu¨¦ punto el uso de la bicicleta es marca de calidad en ciudades como Portland, ?msterdam, Copenhague o Tokio.
En pa¨ªses como Espa?a, a pesar de su puesta de moda y de resultar pol¨ªticamente correcta, la bicicleta solo ha conseguido cuajar en algunas ciudades ¨CSevilla, por ejemplo-. En cambio, no nos enga?emos, esos carriles reci¨¦n estrenados por los que nunca se ve a ciclista alguno son un espect¨¢culo demasiado habitual en muchas ciudades espa?olas, en las que la ostentaci¨®n de un veh¨ªculo a motor todav¨ªa es fundamental para la imagen de una parte importante de la ciudadan¨ªa, mientras que el uso de otros medios de locomoci¨®n, mucho m¨¢s eficaces en marcos urbanos, puede interpretarse como indigno, marginal, radical o extravagante. Todav¨ªa hoy, en muchas ciudades el uso de la bicicleta se?ala una ambig¨¹edad inaceptable, puesto que no permite identificar socialmente con claridad a qui¨¦n la usa: un desgraciado que no puede moverse en otra cosa, un ecologista en busca de redenci¨®n, un esnob que se las quiere dar de algo...
Eso sin contar la cantidad de personas que, aun ahora, est¨¢n convencidas de que el ciclista no es solo un bicho raro, sino que adem¨¢s es un bicho nocivo, uno de los principales males que sufren las urbes, de tal manera perciben como un problema lo que se plantea como una soluci¨®n para los problemas circulatorios. Es esa hostilidad, larvada o expl¨ªcita, la que todav¨ªa hace necesarias las asociaciones en defensa de los ciclistas urbanos, como ConBici o Pedalibre, que el 17 de septiembre convocaban una "bicifestaci¨®n" en forma de marcha Madrid-Coslada, contra los atropellos a gente que se mueve sobre dos ruedas y sin motor.
A pesar de todas las incomprensiones y antipat¨ªas, contin¨²a mereciendo la pena ir en bicicleta. El antrop¨®logo Marc Aug¨¦ le dedic¨® a ese veh¨ªculo de tracci¨®n animal una sentida exaltaci¨®n (Elogio de la bicicleta, publicado por Gedisa), heredera de aquellas otras que escribiera hace m¨¢s de un siglo el pataf¨ªsico Alfred Jarry, reunidas en Ubu en bicicleta (Gallo Nero). Las merece, y no porque sea un medio de transporte barato, sobre todo pensado en lo altamente probable que es que te la roben a la m¨ªnima de cambio. Tampoco s¨®lo por razones ideol¨®gicas o pol¨ªticas, como una forma de contestaci¨®n a determinado tipo de ciudad-infierno. Tampoco porque es una forma distinta de percibir la ciudad. O porque la bicicleta ayude a pensar. Menos porque se lleve esta temporada. Ni siquiera la salud del planeta urbano es el motivo que convierte moverse en bicicleta en una buena idea. M¨¢s all¨¢ de estas razones, menos solemnes para tanto o m¨¢s convincentes, las principales son otras dos: porque las m¨¢s de las veces se llega antes a los sitio y porque es m¨¢s divertido.
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