Vagabundeos urbanos
El arte de perderse en la ciudad, incluso en la propia, es la mejor manera de saber qu¨¦ es y de qu¨¦ est¨¢ hecha en realidad
?Por qu¨¦ errar es un error? En efecto, el lenguaje nos obliga a dar por descontado que apartarse de un camino y avanzar sin rumbo fijo y definido, errar, sea id¨¦ntico a fallar, cometer una equivocaci¨®n, que tambi¨¦n es errar. Qu¨¦ interesante la expresi¨®n castellana "erre que erre", relativa al que yerra con terquedad, es decir, que no puede evitar desviarse por caminos que no llevan a ning¨²n sitio. Y lo mismo para el verbo vagar, seg¨²n el diccionario, "estar ocioso; caminar sin determinaci¨®n de lugar a lugar, caminar por un lugar sin encontrar camino o lo que se busca". Vago es tambi¨¦n un calificativo que quiere decir "indefinido". Por ¨²ltimo, vago significa "dado a la vagancia", "gandul". Y divagar es "decir algo o sin el orden y disposici¨®n que regularmente debe tener". Y de la misma ra¨ªz, vagabundo. En el mismo infinitivo y sus derivados se identifica el nomadeo sin objeto con los valores negativos de la improductividad, la desorientaci¨®n y la ambivalencia.
Decididamente, vagar, errar, ir por ah¨ª sin rumbo fijo, tiene mala reputaci¨®n. Corresponde a enfermos a los que no hay que dejar salir porque no saben volver; a desocupados cr¨®nicos que no tienen qu¨¦ hacer con su vida; a individuos a los que aplicar el estigma del merodeador, que es alguien que est¨¢ ah¨ª sin que quede claro por qu¨¦ y para qu¨¦ y, por definici¨®n, un sospechoso. Y, claro, a los sintecho, gente sin hogar ni domicilio fijo.
Contra esa maldici¨®n que se?ala el errar como error, hace poco aparec¨ªa en castellano Una gu¨ªa sobre el arte de perderse, de Rebeca Solnit (Capit¨¢n Swing, 2019), de quien hace tampoco mucho recib¨ªamos, en esa misma l¨ªnea, Wanderlust. Una historia del caminar (Capit¨¢n Swing, 2016). En este ¨²ltimo libro, escrito en voz alta, la autora repasa oportunidades en que decidi¨® o tuvo que salirse del camino y top¨® con experiencias o seres que ni esperaba ni la esperaban, hitos imprevistos que definieron sin ni saberlo ni quererlo su vida. Caminos abandonados que tambi¨¦n fueron los de un pensamiento que, para ejercerse, renunci¨® a toda residencia y se pas¨® el tiempo desvi¨¢ndose del mapa.
En cambio, perderse es acaso una de las experiencias que permiten percibir y compartir el verdadero esp¨ªritu de una ciudad, incluso de la propia. En eso consiste el verdadero turismo de calidad: dar esquinazo al gu¨ªa, saltarse el programa de la jornada para hacer otras cosas, encontrar lugares no indicados en el plano¡, formas que le permiten al forastero encontrar su propia forma de descubrir la ciudad que visita. Un ejemplo reciente de c¨®mo se comporta el turista desobediente es D¨¦rive veneziane, del artista Antoni Muntades, que es un itinerario no planificado que convierte Venecia en una ciudad desconocida y misteriosa. Como en Hiroshima mon amour, aquella pel¨ªcula que le sirvi¨® a Alain Resnais para, a partir del guion de Margerite Duras, investigar sobre la relaci¨®n entre memoria y espacio urbano: el "errabundeo" nocturno de la protagonista por las calles de Hiroshima, que ya no es Hiroshima, sino Nevers, la ciudad de la que procede, en una dislocaci¨®n de los lugares por los que se transcurre que hace reconocer en ellos el reverberar y la sombra de otros espacios en otros momentos.
Pero eso tambi¨¦n vale para los habitantes de su propia ciudad. Virtud y placer de extraviarse en ella, encontrar cosas, personas, sitios inesperados. Lugares con nombre y perfectamente identificados pasan a ser s¨²bitos laberintos en los que todos podemos hacer del paseo un viaje de descubrimiento. Como le ocurre al protagonista de la novela de Anne Tyler El turista accidental y a sus hermanos, que padecen una extra?a enfermedad que hace que la m¨¢s prosaica gesti¨®n cerca de su casa les suponga una aventura por lo desconocido. O como le recuerda el Azar ¡ªno en vano encarnado en un vagabundo¡ª a Malou, la hero¨ªna de la pel¨ªcula de Marcel Carn¨¦ y Jacques Prevert Les portes de la nuit, cuando esta descubre que acaba de perderse en su propio barrio.
Por supuesto que resulta aqu¨ª esencial evocar la figura del fl?neur, a quien Charles Baudelaire convirti¨® en clave de la modernidad urbana, individuo que se pierde entre la multitud, abandonado al callejeo sin otro sentido que no sea el "verlas venir". Luego, la visita-excursi¨®n dad¨¢ o la deambulaci¨®n surrealista, a trav¨¦s de las cuales las vanguardias art¨ªsticas encontraron en la errancia urbana pruebas de las molestias que se toma la casualidad en demostrarnos que no existe.
Heredando esa tradici¨®n, desde finales de los cincuenta, los situacionistas practicaron la deriva psicogeogr¨¢fica, que era presentada en su manifiesto fundador, en 1958, como "forma de comportamiento experimental ligado a las condiciones de la sociedad urbana: t¨¦cnica del paso fugaz a trav¨¦s de ambientes diversos". Deriva: forma radical de distracci¨®n, desplazamiento sin finalidad abandonado a los requerimientos y sorpresas de los espacios por los que se transita. A partir de ah¨ª, no se ha dejado de reconocer el perderse urbano como una forma de experimentaci¨®n creativa, a la manera como practica hoy, por ejemplo, el grupo Stalker.
De esa misma imagen de la vivencia urbana como desconcierto tenemos derivaciones cultas y banales. Un programa televisivo que quer¨ªa imitar el argumento de Los papalagi, asumi¨® como t¨ªtulo Perdidos en la ciudad. M-Clan y Ob¨²s tienen temas titulados Perdido en la ciudad. Lost in the City fue una colecci¨®n de relatos de Edward P. Jones, publicados en 1992, que ten¨ªan como protagonistas gente negra de Washington, D. C. Fito P¨¢ez cant¨® lo que vale tomar el camino equivocado en Un vestido y un amor: "Y cuando me pierdo en la ciudad¡". Las calles y las plazas son o tienen marcas, pero el paseante puede disolver esas marcas para generar con sus pasos un espacio indefinido, enigm¨¢tico, vaciado de significados concretos, abierto y disponible para que suceda cualquier cosa. Como le ocurre a Quinn, el protagonista de La ciudad de cristal ¡ªuno de los relatos de La trilog¨ªa de Nueva York, de Paul Auster¡ª, que amaba caminar por las calles de su ciudad teniendo la sensaci¨®n de estar perdido.
Mayores o menores, todos estos ejemplos vuelven a lo mismo. C¨®mo, queriendo o sin haberlo previsto, perderse en la ciudad, incluso en la propia, es la mejor manera de saber qu¨¦ es y de qu¨¦ est¨¢ hecha en realidad. Una prueba m¨¢s de que solo podemos conocer de veras aquello a lo que hemos otorgado antes la dignidad de lo desconocido.
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