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La Europa que nace de otra guerra: un viaje de 2.800 kil¨®metros a trav¨¦s de un continente conmocionado

De la Ucrania invadida por Rusia hasta Irlanda, ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯ se asoma al futuro de una regi¨®n zarandeada por el conflicto. ¡°No volveremos nunca a ser lo que ¨¦ramos¡±, apunta Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo

Bandera de la Uni¨®n Europea
Una bandera de la Uni¨®n Europea ondea en la ciudad alemana de Lubmin.Samuel S¨¢nchez

No hay escapatoria. Por m¨¢s que nos alejemos del frente, y hasta el ¨²ltimo d¨ªa del viaje de este a oeste del continente, la guerra no deja de enviar se?ales. Como si se negase a soltarnos y quisiera liquidar la ilusi¨®n de una Europa en paz eterna, una Europa en la que palabras como trincheras o bomba at¨®mica pertenec¨ªan a los libros de historia. Como si empez¨¢ramos a asomarnos a un futuro distinto: el de una posguerra permanente.

Viaj¨¢bamos desde la Ucrania en guerra hasta el extremo occidental de Irlanda, y, cuando ya hab¨ªamos alcanzado el objetivo, un d¨ªa a mediados de abril, desayunamos con este titular a cinco columnas en la portada del diario The Irish Times: ¡°Un hombre de la isla de Achill muere luchando contra las fuerzas rusas en Ucrania. Finbar Cafferkey era un voluntario con experiencia de combate en Siria¡±.

Los ecos de los combates llegan hasta los acantilados de Achill, patria chica del voluntario Cafferkey. En esta isla en la costa atl¨¢ntica irlandesa viven m¨¢s ovejas que humanos, y en el ¨²ltimo pueblo antes del ¨²ltimo kil¨®metro de carretera, el bar y restaurante Gielty¡¯s se anuncia como ¡°el m¨¢s occidental de Europa¡±. En el aparcamiento ondea la bandera amarilla y azul de Ucrania. El frente queda a 4.000 kil¨®metros de distancia.

Un d¨ªa estalla la guerra y nada vuelve a ser lo mismo. La invasi¨®n rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022 est¨¢ modelando un nuevo continente, unos nuevos paisajes. Este viaje empieza en el oriente de Europa, donde las alarmas a¨¦reas suenan varias veces al d¨ªa y la vida contin¨²a. Termina en la isla de Achill: el finisterre de Irlanda. Seis pa¨ªses y 2.800 kil¨®metros de un punto a otro en busca de la Europa que saldr¨¢ de esta guerra.

Konrad Fijo?ek, alcalde de Rzesz¨®w, en el Ayuntamiento de la localidad polaca.
Konrad Fijo?ek, alcalde de Rzesz¨®w, en el Ayuntamiento de la localidad polaca.Samuel S¨¢nchez
Rzesz¨®w es una ciudad en pleno bum

¡ªTodo ha cambiado. Completamente.

Quien habla es un pol¨ªtico local en Polonia, un hombre de 46 a?os que hace dos, sin esperarlo, se encontr¨® al frente de la Alcald¨ªa de Rzesz¨®w, ¨²ltima ciudad antes de la frontera con Ucrania. El alcalde anterior abandon¨® el cargo por motivos de salud. Se convocaron elecciones. Las gan¨® ¨¦l, Konrad Fijo?ek, y ahora lo recuerda en su despacho en el edificio neorrenacentista del Ayuntamiento y explica que en aquel momento ni ¨¦l ni la ciudad estaban preparados para lo que lleg¨®. Sus expectativas eran modestas: ocuparse de la gesti¨®n municipal. No es poco en un municipio que no llega a los 200.000 habitantes. Pero no tiene nada que ver con lo que le vino encima cuando Vlad¨ªmir Putin atac¨® al pa¨ªs vecino.

El presidente ruso, sin pretenderlo, transform¨® Rzesz¨®w. Tras la invasi¨®n, la ciudad acogi¨® a 100.000 refugiados. En el peque?o aeropuerto, protegido por bater¨ªas de misiles estadounidenses, llega desde entonces el armamento occidental que por carretera se encaminar¨¢ hacia Ucrania.

Rzesz¨®w es una ciudad en pleno bum. Los hoteles est¨¢n llenos y no quedan apartamentos para alquilar. En el centro hist¨®rico proliferan los restaurantes de bistecs y barbacoa. El alcalde, Fijo?ek, no ha parado desde aquel d¨ªa: reuniones diarias con pol¨ªticos extranjeros, diplom¨¢ticos, periodistas. Dice: ¡°Nos encontramos en el centro de un nuevo ciclo hist¨®rico¡±.

La plaza del Mercado de Rzesz¨®w.
La plaza del Mercado de Rzesz¨®w. Samuel S¨¢nchez
¡°Un peque?o 1989¡±

A Europa y a los europeos les ha pasado lo mismo que a Rzesz¨®w y a su alcalde. Lo dir¨¢, en una parada en Bruselas de este viaje transcontinental, Roberta Metsola, maltesa de 44 a?os, casada con un finland¨¦s, europea de la generaci¨®n Erasmus, presidenta del Parlamento Europeo: ¡°Nunca m¨¢s volveremos a ser iguales. No volveremos nunca a ser lo que ¨¦ramos antes del 24 de febrero de 2022¡å. Como apunta el ensayista neerland¨¦s Luuk van Middelaar, 2022 fue como ¡°un peque?o 1989¡å. A?ade Van Middelaar: ¡°Pertenece a estos grandes acontecimientos que alteran los equilibrios dentro del continente¡±.

En 1989, cay¨® el muro de Berl¨ªn y con ¨¦l las dictaduras prosovi¨¦ticas de Europa Central y Oriental. La democracia liberal hab¨ªa triunfado y Europa se reunific¨®. En 2022 es distinto. En un mundo que ha pasado por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y las d¨¦cadas de guerra en Irak y Afganist¨¢n, y m¨¢s tarde por la crisis financiera y el coronavirus, la potencia nuclear que perdi¨® la Guerra Fr¨ªa invade Ucrania. La guerra regresa a Europa, y la amenaza autoritaria.

Soldados ucranios, en la localidad de Zhovkva (Ucrania).
Soldados ucranios, en la localidad de Zhovkva (Ucrania). Samuel S¨¢nchez
La historia da vueltas

¡ªLa historia da vueltas y vueltas. El lugar al que ustedes van a ir es muy fuerte. Nos recuerda que los conflictos comienzan en pueblecitos y se extienden por las fronteras, y que tenemos que estar siempre alerta. No olvidemos la historia.

Al tel¨¦fono desde Londres, Philippe Sands, jurista y escritor, ofrece los ¨²ltimos consejos antes de llegar a un lugar que conoce bien: Zhovkva. De este pueblo en la Ucrania occidental proviene la familia de su abuelo materno, exterminada en el Holocausto. Ah¨ª naci¨® tambi¨¦n, en 1897, Hersch Lauterpacht, el jurista a quien debemos el concepto de cr¨ªmenes contra la humanidad, y uno de los protagonistas del libro de Sands Calle Este-Oeste. En Zhokvka, que fue austroh¨²ngara y ucrania y polaca y alemana y sovi¨¦tica y antes se llam¨® Z¨®?kiew y Nestorov, se inicia el viaje.

Alumnos de la escuela de Zhovkva.
Alumnos de la escuela de Zhovkva.Samuel S¨¢nchez
La bandera de la escuela

¡ª?Qu¨¦ tenemos en Ucrania? ¡ªpregunta la maestra.

¡ª?Guerra! ¡ªresponden los alumnos.

¡ª?Contra qui¨¦n luchamos?

¡ª?Contra Rusia!

¡ª?Qui¨¦n ganar¨¢?

¡ª?Ucrania!

Es una ma?ana soleada de febrero en este trozo de la Ucrania occidental. Hace unos minutos, un centenar de alumnos de la escuela de Zhovkva saludaban en el patio a la bandera, como cada lunes. Ahora se sientan en el aula y atienden a los periodistas y levantan la mano para explicar que un t¨ªo, un padre, un primo est¨¢ en el frente, a miles de kil¨®metros de aqu¨ª. Tienen 10, 12 a?os. La guerra: lejana y cercana.

¡°Son nuestros h¨¦roes¡±

Un paseo por Zhovkva, uno de estos pueblos que llevan en la piel todas las cicatrices del siglo XX, y algunas del XXI. Por la plaza Mayor, frente al castillo del siglo XVI, pasan tres soldados. En un rinc¨®n del cementerio, ondean las banderas nacionales, azul y amarillo, sobre las tumbas de los ca¨ªdos. Se lee en una l¨¢pida: ¡°Sluka, Petro Bohadonovych, 10.09.1981-02.04.2022¡å. Y en otra: ¡°Stanko, Andryi, 20.02.1988-03.04.2022¡å. Murieron en las primeras semanas de la guerra, con un d¨ªa de diferencia. La mujer que se recoge delante de las tumbas los conoc¨ªa. Eran hijos de amigas suyas: ¡°Son nuestros h¨¦roes¡±. Cuando suena la alarma a¨¦rea, nadie se inmuta.

En la fachada del Ayuntamiento, la bandera de Ucrania y la de Europa. Y un retrato: el del venerado Stepan Bandera, l¨ªder ultranacionalista en los a?os treinta y cuarenta y en un primer momento asociado a los nazis, aunque despu¨¦s estos lo internaron en un campo de concentraci¨®n.

Hay una foto, en el museo de historia local, que muestra la entrada del pueblo en los a?os cuarenta, durante la ocupaci¨®n alemana. Un cartel dice: ¡°Heil Hitler¡±. Es la verdad inc¨®moda de esta parte de Europa, donde las v¨ªctimas fueron en muchos casos c¨®mplices de los verdugos.

Pocos habitantes de Zhovkva visitan el n¨²mero 53 de la calle de Lviv. Es natural: nada llama la atenci¨®n al cruzar el umbral, ni en el sal¨®n donde se sientan los Dobrohodskiy. Serhii tiene 67 a?os, fue polic¨ªa. Iryna, la mujer del cementerio, 64. Trabaj¨® como economista para la administraci¨®n local. Ambos est¨¢n jubilados, llevan 30 a?os en esta casa, 30 a?os viviendo sobre un tenebroso vac¨ªo. El vac¨ªo es real, un subterr¨¢neo bajo sus pies. Y metaf¨®rico: el pasado turbio al que nadie le gusta mirar.

¡ª?Podemos verlo?

¡ªS¨ª.

Serhii e Iryna apartan la mesa, retiran la alfombra. Levantan la trampilla, disimulada en el parqu¨¦. Abajo hay una habitaci¨®n oscura y polvorienta. Hace falta una linterna para ver algo, y agacharse: el techo no da m¨¢s de 1,50 metros.

Aqu¨ª, bajo el sal¨®n de esta casa que entonces pertenec¨ªa a una familia germano-polaca, los Beck, entre 1942 y 1944 se escondieron 18 jud¨ªos de Zhovkva. Clara Kramer, una de las ni?as que vivi¨® en el refugio, lo contar¨ªa a?os despu¨¦s en un libro y, ya mayor, regresar¨ªa para visitar la casa.

¡°Es importante conocer lo que ocurri¨® aqu¨ª por dos motivos¡±, dice Iryna. ¡°Primero, para mostrar lo terrible que es la guerra. Y segundo, para se?alar que, incluso en circunstancias terribles, podemos ayudarnos unos a otros. Si los nazis hubieran sabido que hab¨ªa una familia polaca que escond¨ªa a jud¨ªos, los hubiesen matado¡±.

Cuentan Iryna y Serhii que, en Zhovkva, la gente conoce la historia, pero no les interesa. Los visitantes que se interesan por el subterr¨¢neo, en general, no son locales. Vienen de Israel, de Canad¨¢, de Estados Unidos.

Clara Kramer y las otras 17 personas escondidas en la casa de los Beck escaparon de lo peor. Fueron la excepci¨®n en Zhovkva. El 25 de marzo de 1943, los nazis reunieron a m¨¢s de 3.000 jud¨ªos, los llevaron a un bosque a dos kil¨®metros del centro y los fusilaron. De los jud¨ªos de Zhovkva, casi la mitad de la poblaci¨®n, sobrevivieron 74.

No es f¨¢cil encontrar el memorial en el bosque. El cielo se ha nublado: llueve. Esto es un inmenso cementerio sin tumbas. El coraz¨®n de lo que el historiador Timothy Snyder llam¨® las ¡°tierras de sangre¡±, el trozo de Europa en el que, entre 1933 y 1945, Hitler y Stalin asesinaron a 14 millones de personas: jud¨ªos, ucranios, polacos, sovi¨¦ticos.

El pasado, cercano y lejano.

Carros militares y un helic¨®ptero en el aeropuerto de Rzesz¨®w, base log¨ªstica para la llegada de armamento occidental que va hacia Ucrania.
Carros militares y un helic¨®ptero en el aeropuerto de Rzesz¨®w, base log¨ªstica para la llegada de armamento occidental que va hacia Ucrania.Samuel S¨¢nchez
Paradoja militar

Paradoja: tras cruzar la frontera hacia Polonia, la guerra en Ucrania parece m¨¢s cercana que en la misma Ucrania. En Zhokvka y en la vecina Lviv, la mayor ciudad del oeste de Ucrania, el eco de la artiller¨ªa y los misiles es remoto. La polaca Rzesz¨®w, en cambio, es una ciudad militarizada. Y americanizada.

Los aviones despegan y aterrizan cada d¨ªa del aeropuerto, los soldados van y vienen entre anuncios de vuelos a Varsovia o M¨¢nchester. Los debates acad¨¦micos sobre si Europa debe gastar m¨¢s en armamento y sobre el futuro de la OTAN se resolvieron de un plumazo en el invierno de 2022, cuando Putin invadi¨® Ucrania y en Polonia sintieron que pod¨ªan ser los siguientes. Hoy Rzesz¨®w es la capital militar de la UE. Y Polonia ¡ªla euroesc¨¦ptica y nacionalista Polonia¡ª, el centro de gravedad de un continente que en los pr¨®ximos a?os podr¨ªa acoger a una decena m¨¢s de miembros en su flanco oriental.

¡°Ucrania est¨¢ luchando por nuestra libertad¡±, dice el alcalde Fijo?ek, ferviente europe¨ªsta y contrario al Gobierno nacionalista de Varsovia. ¡°No queremos tener a soldados rusos junto a nuestra frontera¡±. ?Miedo? ¡°S¨ª¡±, responde. ¡°Pero solo un poco: sabemos que nos apoya la OTAN y toda Europa. ?Estados Unidos? ¡°Una garant¨ªa de seguridad¡±.

Kantianos, no hobbesianos

La invasi¨®n rusa de Ucrania, como la pandemia hace tres a?os, lo trastoca todo: el mundo descubri¨® su fragilidad ante un virus invisible; ahora Europa descubre que la pax europea era una quimera: nadie est¨¢ a salvo.

¡°Es el redescubrimiento de la guerra, del conflicto, del sufrimiento a gran escala¡±, explica en Par¨ªs Arancha Gonz¨¢lez Laya, decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de Par¨ªs y exministra espa?ola de Exteriores. ¡°Ya lo tuvimos en gran medida con la disgregaci¨®n de Yugoslavia. Pero ahora no estamos hablando de una disgregaci¨®n, sino de la invasi¨®n de un pa¨ªs por otro, de un regreso a las guerras como fueron la Primera o la Segunda Guerra Mundial, y esto es un choque para los ciudadanos europeos¡±.

Circula la idea de que Europa era kantiana y debe volverse hobbesiana. Cre¨ªa que el respeto de las instituciones y el derecho pod¨ªan garantizar la paz perpetua que propugnaba Immanuel Kant y que la guerra como hip¨®tesis pod¨ªa descartarse. Y se da cuenta de que el mundo es peligroso y que lo que cuenta es el lenguaje de la fuerza.

¡°No nos hemos convertido en hobbesianos, sino en kantianos responsables¡±, precisa Gonz¨¢lez Laya. ¡°Seguimos prefiriendo la paz y un sistema que tenga como objetivo mantener paz, seguridad, estabilidad. Pero hoy sabemos que para poder alcanzar ese ideal kantiano necesitamos invertir en la defensa de los intereses europeos con m¨¢s m¨²sculo que antes¡±. A?ade la exministra: ¡°Pero no me creo esta pel¨ªcula que dice que ahora tenemos que convertirnos todos en neoconservadores para poder defender los intereses europeos. No es el modelo de una potencia principalmente militar que busca proyectar su poder militar en el resto del mundo porque quiere ser un poder hegem¨®nico. Ese no es nuestro proyecto¡±.

¡°Es un actor¡±

No hay pa¨ªs m¨¢s kantiano en Europa que Alemania, y tal vez no haya regi¨®n m¨¢s hostil a esta guerra que los territorios de la extinta Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y, en esta regi¨®n, el rinc¨®n nororiental, junto a la frontera con Polonia.

¡ªEl que provoca la guerra es Zelenski.

¡ªNo me f¨ªo de ¨¦l.

¡ªNi yo.

¡ªEs un actor.

¡ªA veces pienso que trabaja con Putin, mano a mano.

Dos mujeres conversan en una mesa de Zum Anker, un min¨²sculo restaurante de pescado en la playa de Lubmin. El mar y el cielo despejados despu¨¦s de la tormenta de la ma?ana, los acantilados blancos de la isla de R¨¹gen en el horizonte, una sobremesa lenta un d¨ªa de marzo.

Lubmin, 2.000 habitantes, podr¨ªa ser uno de tantos pueblos de la costa b¨¢ltica alemana donde nunca pasa nada. La impresi¨®n es err¨®nea. Desde hace un a?o, todo pasa por Lubmin. La explicaci¨®n hay que buscarla al final de la playa desierta, cuatro kil¨®metros a pie por el paseo mar¨ªtimo con casitas de maderas y hoteles familiares, m¨¢s all¨¢ del puerto deportivo y del bosque.

Cruzar el bosque es adentrarse en otro mundo. Es la zona industrial. A lo lejos, la vieja central nuclear, cerrada tras la ca¨ªda del tel¨®n de acero. En un muelle, el Neptuno, 283 metros de eslora, un buque que procesa el gas l¨ªquido que llega por mar desde otros puntos del planeta. M¨¢s all¨¢, las instalaciones de los gasoductos Nord Stream 1, inaugurado en 2011, y Nord Stream 2, que nunca ha llegado a funcionar. En septiembre de 2022, un atentado destruy¨® los tubos bajo el B¨¢ltico y, aunque han circulado varias teor¨ªas sobre la autor¨ªa, ninguna es concluyente.

Los gasoductos submarinos procedentes de Rusia deb¨ªan asegurar el suministro de Alemania en energ¨ªa. El gas aterrizaba en Lubmin, pasaba por estas instalaciones y desde aqu¨ª part¨ªa hacia el resto de Alemania. Ya no.

¡ªLubmin est¨¢ bajo los focos ahora, y no es por las buenas razones.

Erik von Malottki, hijo de la regi¨®n, tiene 36 a?os, entr¨® en la edad adulta tras la ca¨ªda del Muro, es diputado socialdem¨®crata en el Parlamento federal, y de profesi¨®n historiador. Desde que tiene memoria, Lubmin se hab¨ªa especializado en la producci¨®n de energ¨ªa. Antes, la energ¨ªa at¨®mica; despu¨¦s, el gas. Un negocio redondo: Rusia ofrec¨ªa un gas m¨¢s barato que otros proveedores y Alemania ¡ªel canciller Gerhard Schr?der primero, y su sucesora, Angela Merkel, despu¨¦s¡ª cre¨ªa que estrechar los lazos comerciales con Rusia estrechar¨ªa los lazos pol¨ªticos, acercar¨ªa Rusia a Europa y asegurar¨ªa la paz en el continente. Ocurri¨® lo contrario. Los millones y millones de euros que a diario Alemania entregaba a Mosc¨² a cambio del gas sirvieron para alimentar al Estado ruso y su maquinaria b¨¦lica. Lubmin, la pintoresca Lubmin con su playa y hotelitos, con sus chiringuitos y sus jubilados, ?el arma secreta de Putin?

¡°Todo el mundo dice que esto facilit¨® la guerra, aunque no estoy seguro de que sea as¨ª¡±, dice Von Malottki. Pero admite: ¡°Tampoco lo impidi¨®¡±. Cuenta el diputado que en la regi¨®n hay la sensaci¨®n de ser chivos expiatorios, como si fuesen ellos ¡ªy no la mayor¨ªa de la clase pol¨ªtica alemana¡ª los que se entregaron a los brazos de Putin.

Ben Fredrich, periodista de Lubmin y fundador del diario Katapult, explica: ¡°Aqu¨ª son favorables a Rusia por motivos hist¨®ricos, tienen la idea de que la RDA no estaba tan mal, tambi¨¦n en mi familia. Si criticas a Rusia, es como si criticases su juventud¡±. Por este motivo Fredrich ya no se habla con parte de sus parientes. Explica que varios pol¨ªticos del SPD anularon sus suscripciones a Katapult despu¨¦s de publicar un art¨ªculo en el que acusaba a la presidenta regional, Manuela Schwesig, de haber ¡°cofinanciado¡± la matanza rusa en Bucha, a las afueras de Kiev.

Alemania, tras la invasi¨®n, dio un giro. Anunci¨® un aumento del gasto militar, entreg¨® armamento a Ucrania, sancion¨® a Rusia con sus socios europeos y se liber¨® de la dependencia de Putin. Se embarc¨® en algo muy alem¨¢n: un autoexamen de sus errores y pecados.

En el caf¨¦ Zum Anker, las dos mujeres prosiguen la tertulia:

¡ªSi Putin nos env¨ªa un par de cohetes, tendremos la guerra aqu¨ª.

¡ªYo no estoy de acuerdo con dar armas a Ucrania. En otros pa¨ªses protestan por cosas peque?as. En Alemania, no.

Barricadas y basuras en llamas

Es posible que la mujer de Lubmin estuviese pensando en Francia. Durante el invierno y el principio de la primavera las protestas contra la reforma de las pensiones y los incidentes violentos ocuparon los titulares de los medios europeos. He aqu¨ª un pa¨ªs ¡ªla otra potencia europea, junto a Alemania¡ª con un Gobierno, una oposici¨®n, una sociedad ocupados en otra cosa que Ucrania. Las barricadas y las im¨¢genes de montones de basuras ardiendo, los centenares de miles de trabajadores y j¨®venes que salen a las calles a protestar. Nada de eso era para protestar contra Putin, ni tampoco para defenderlo, aunque la inflaci¨®n contribu¨ªa al malestar general y una de las causas de la inflaci¨®n es la guerra. Pero Putin y Zelenski hab¨ªan desaparecido de la ecuaci¨®n. El tema era otro: Emmanuel Macron, la calle, la izquierda y la extrema derecha, el futuro del modelo social, el empobrecimiento de las clases medias y la angustia por la inflaci¨®n, y por un futuro sin perspectivas. Otra historia.

Pasarela al ferri que lleva desde ?winouj?cie, en Polonia, hasta Ystad, en la costa sur de Suecia.
Pasarela al ferri que lleva desde ?winouj?cie, en Polonia, hasta Ystad, en la costa sur de Suecia.Samuel S¨¢nchez
¡°No es mi guerra¡±

Y mientras tanto, el viaje contin¨²a. El ferri MS Scania, que ha salido hace m¨¢s de dos horas del puerto polaco de ?winouj?cie, navega por el B¨¢ltico rumbo a la ciudad sueca de Ystad. Tres hombres se sientan en las m¨¢quinas tragaperras del casino del barco, otros beben cerveza en el bar delante de la pantalla que emite competiciones de esqu¨ª. No son turistas. Hay alba?iles polacos que trabajan en la construcci¨®n en Suecia, un hombre que acompa?a a su padre para cerrar una cuenta bancaria despu¨¦s de trabajar a?os en este pa¨ªs, y un camionero que se dirige a Estocolmo y, cuando se le pregunta por Ucrania, responde: ¡°No es mi guerra¡±.

Es noche cerrada, el camarote est¨¢ a oscuras, a esa hora o en unos minutos el ferri pasar¨¢ por encima del gasoducto destruido, inutilizado: el frente de la guerra invisible. De madrugada atraca en Ystad. Pr¨®ximo destino: Sj?bo, en el condado sure?o de Scania.

La gente tiene miedo

La idea de visitar este municipio de 20.000 habitantes en medio de la campi?a sueca la da un personaje de ficci¨®n, el inspector Kurt Wallander. En Asesinos sin rostro, novela policiaca del escritor Henning Mankell publicada en 1991, Wallander dice: ¡°La inseguridad no hace m¨¢s que aumentar en este pa¨ªs. La gente tiene miedo. Sobre todo en el campo, como en esta regi¨®n. No tardar¨¢s en darte cuenta de que hay un gran h¨¦roe en este momento por aqu¨ª. Un hombre al que se aplaude en secreto, detr¨¢s de los visillos. El que ha tomado la iniciativa de un refer¨¦ndum municipal para prohibir a los refugiados que vengan a instalarse en la localidad de Sj?bo¡±.

Wallander hablaba de Sven-Olle Olsson, un personaje que, a?os despu¨¦s de morir, sigue en boca de muchos. Sven-Olle Olsson era un granjero y pol¨ªtico municipal. Impuls¨® un refer¨¦ndum contra los refugiados y lo gan¨® con un 64% de votos. En aquel a?o, 1988, y en aquel lugar, Sj?bo, podr¨ªa situarse el origen del movimiento que ha acabado convirti¨¦ndose en la segunda fuerza electoral en todo el pa¨ªs y que ha roto la imagen de Suecia como modelo de tolerancia e igualdad.

Mankell ya lo vio en sus novelas 30 a?os atr¨¢s. Nixi Orvo?n, artista, dise?adora y costurera, lo ha visto en los a?os que lleva en Sj?bo. Esta bretona con un aire a la escritora belga Am¨¦lie Nothomb lleg¨® a Suecia a los 20 a?os por amor al cine sueco. Conoci¨® a un m¨²sico guineano que hab¨ªa sido miembro de una banda llamada Kebeckeise. Tuvieron una hija. Se separaron y ella y la hija se fueron a vivir cerca de Sj?bo, a una zona de bosques.

¡°Es m¨¢gico¡±, dice al final de un paseo matutino mientras abre la puerta a su estudio, en un ala de una iglesia rococ¨® a lo alto de una colina. All¨ª dise?a la ropa que despu¨¦s vende a comercios y por internet, y teje. Cuenta que a su nieta, en la guarder¨ªa, otros ni?os, al ver que ten¨ªa la piel m¨¢s oscura que ellos, le dec¨ªan que estaba sucia. Dice que, cuando hace unos a?os tuvo una tienda en el centro de Sj?bo, hab¨ªa clientes que le contaban que votaban a la extrema derecha con el siguiente argumento: ¡°Vivo aqu¨ª, hago como el vecino¡±.

La nueva derecha radical

¡ªLos resultados de Sj?bo son, a la siguiente elecci¨®n, los resultados de Scania, y despu¨¦s de Suecia. Aqu¨ª vamos adelantados, lo hacemos primero.

Andr¨¦ Af Geijerstam siente el viento de la historia a favor. Es empresario de la construcci¨®n, tiene 37 a?os, se meti¨® en pol¨ªtica ¡ªsonr¨ªe¡ª porque le ¡°enga?aron¡±. Es el l¨ªder en Sj?bo de los Dem¨®cratas de Suecia, partido que comparte grupo con el espa?ol Vox en el Parlamento Europeo.

En las ¨²ltimas elecciones generales, en septiembre de 2022, los Dem¨®cratas de Suecia obtuvieron un 20,5% de votos. En Sj?bo superaron el 40%.

Suecia ya no es la Suecia que el resto del mundo cre¨ªa conocer. Tras la invasi¨®n de Ucrania, abandon¨® la neutralidad. Y se ha convertido en el campo de pruebas de la nueva derecha radical. En Suecia, este partido acogi¨® a neonazis en los a?os noventa y dos mil. Sus ra¨ªces se sit¨²an en lo m¨¢s extremo de la extrema derecha.

¡°?Hace 30 a?os de eso!¡±, se defiende Geijerstam. A?ade: ¡°Hab¨ªa nazis entre nosotros, pero los echamos. Crecimos mucho en aquella ¨¦poca y ¨¦ramos los ¨²nicos que cuestion¨¢bamos la inmigraci¨®n, por eso entraron en el partido personas que no deber¨ªan haber estado¡±.

El ¨¦xito de los Dem¨®cratas de Suecia no tiene que ver con Ucrania, viene de antes. Seg¨²n Geijerstam, se resume en haber hablado los primeros de aquello de lo que los dem¨¢s no se atrev¨ªan a hablar: la inseguridad y la inmigraci¨®n. El concejal tiene claro qu¨¦ hacer con la inmigraci¨®n: ¡°?Stop!¡±. ?Y los refugiados que huyen de guerras o persecuciones pol¨ªticas? ¡°Hay que darles ayuda en ¨¢reas cerca de sus pa¨ªses¡±, responde. ¡°A los ucranios, claro, hay que ayudarlos: est¨¢n cerca de nuestra ¨¢rea¡±.

Lo sorprendente es que en su feudo de Sj?bo los Dem¨®cratas de Suecia no gobiernan: Geijerstam est¨¢ en la oposici¨®n. En Estocolmo participan en el acuerdo de gobierno junto a conservadores, liberales y democristianos, aunque sin ministros.

¡°En Sj?bo tienen miedo de lo que pueda encontrar si abro todos los armarios y vea lo que han hecho, en qu¨¦ han gastado el dinero¡±, dice Geijerstam. Qu¨¦ importa que en Sj?bo haya pocos inmigrantes y en las calles reine la calma, sin rastro de la inseguridad que denuncia la extrema derecha. Pero est¨¢ el miedo, como dec¨ªa el inspector Wallander, y la costumbre de votar al partido de casa, como dice la francesa Nixi Orvo?n.

¡°Los socialdem¨®cratas se han olvidado de la clase trabajadora. Hablan de feminismo, de cultura de medio ambiente, de cultura woke¡±, resume el l¨ªder de los Dem¨®cratas de Suecia en Sj?bo, usando el t¨¦rmino de origen estadounidense que designa a la nueva izquierda centrada en cuestiones identitarias. ¡°Por eso crecemos tanto¡±.

Vista de la ciudad de Sj?bo.
Vista de la ciudad de Sj?bo. Samuel S¨¢nchez
¡°No tenemos otra opci¨®n¡±

Bruselas, un at¨ªpico d¨ªa soleado de abril a las diez de la ma?ana, Parlamento Europeo, noveno piso. Roberta Metsola, presidenta de la instituci¨®n desde enero de 2022, admite: ¡°Durante mucho tiempo nuestro error fue ignorar la ret¨®rica populista. El resultado fue que crecieron. Esta [en 2024] es mi quinta elecci¨®n europea. Nunca he cre¨ªdo que hubiese que ignorarlos, sino combatirlos desde el centro¡±. Metsola, que pertenece al grupo democristiano, incluye en este centro a socialdem¨®cratas, liberales y ecologistas. A?ade: ¡°La principal tarea que he fijado es que la gente siga creyendo en la pol¨ªtica. La pol¨ªtica puede ser una fuerza para el bien. Se deber¨ªa encontrar todav¨ªa una raz¨®n para votar. Si esto no ocurre, entonces la ret¨®rica extremista e intolerante toma el control, y esto da miedo. Aumenta el antisemitismo. La desinformaci¨®n gana. Esto es lo que me preocupa¡±.

En 1989 Metsola ten¨ªa 10 a?os. Recuerda aquella Navidad y la ejecuci¨®n del dictador rumano Ceausescu. ¡°1989 simboliz¨® la libertad, mientras que esta guerra es una invasi¨®n, una agresi¨®n imperialista¡±. La respuesta unitaria europea a la guerra demuestra, primero, que ¡°la UE o Europa no es solo un bloque econ¨®mico, sino tambi¨¦n uno de seguridad y con valores pol¨ªticos compartidos¡±. El 24 de febrero de 2022 es una fecha que equipara, por sus consecuencias y simbolismo, con 1989 o el 11-S. ¡°Este d¨ªa nos dimos cuenta de que formar parte de la UE, no vivir bajo una autocracia, tener integridad territorial, es algo que no podemos dar por hecho¡±, afirma. ¡°Por eso tantos pa¨ªses miran a Europa como ¨²nica esperanza y no podemos mirar al otro lado¡±.

Contin¨²a Metsola: ¡°Hay que asegurarse de que continuamos ayudando a Ucrania. Estamos entrando en una fase muy dif¨ªcil. Antes estaba cada d¨ªa en las noticias. Ahora ya no. La otra opci¨®n ser¨ªa parar, porque ya ha durado demasiado, porque los presupuestos de defensa ya son m¨¢s altos, porque la gente est¨¢ nerviosa con la situaci¨®n econ¨®mica, aunque el escenario apocal¨ªptico no se ha materializado¡­ Pero no tenemos otra opci¨®n que continuar¡±.

Una llamada

Banderas europeas en Ucrania; banderas de Ucrania en la isla de Achill. Hay pocos lugares en Europa tan alejados de Ucrania como esta playa en la punta occidental de Irlanda. M¨¢s all¨¢, el oc¨¦ano y, despu¨¦s, Am¨¦rica. Es el final de la carretera y del trayecto a trav¨¦s de Europa. Pasan unos turistas franceses, otros norteamericanos. Ning¨²n ruido: solo las olas y el lamento de las ovejas en los acantilados. Desde hace un tiempo, el Ministerio de Defensa irland¨¦s avista regularmente barcos de guerra rusos frente a estas costas. Como dec¨ªa un d¨ªa antes en Dubl¨ªn la poeta ucrania Victoria Melkovska, ¡°la guerra nunca se deja atr¨¢s, por mucho que quieras¡±.

Melkovska acababa de recordar lo que le cont¨® un d¨ªa su vecina. La vecina caminaba por los pasillos de un supermercado. Cerca de ella, otra mujer recibi¨® una llamada telef¨®nica. Descolg¨® y se derrumb¨® entre sollozos. Le hab¨ªan anunciado que su hijo hab¨ªa muerto en Ucrania. A aquella mujer, una entre los m¨¢s de 70.000 refugiados que Irlanda ha acogido este a?o, la guerra le persegu¨ªa de un conf¨ªn a otro de Europa. Como a la familia que en los primeros meses de la guerra se aloj¨® en casa de Melkovska, una mujer con dos hijos que los primeros d¨ªas en ning¨²n momento se olvidaban de desatar los cordones antes de quitarse los zapatos y los dejaban preparados para calzarse r¨¢pido, y dorm¨ªan vestidos. Se hab¨ªan acostumbrado a estar atentos por si sonaban las alarmas.

La poeta Melkovska lleg¨® hace 20 a?os a Irlanda. Despu¨¦s de una carrera como periodista de radio en Ucrania, quer¨ªa cambiar de aires. Se cas¨® con un irland¨¦s, form¨® una familia. Acaba de publicar un poemario titulado For the Birds (para los p¨¢jaros). ¡°En la poes¨ªa¡±, dice, ¡°no te puedes esconder¡±. El libro empieza con un poema en el que se mezclan las heridas familiares con las colectivas. Se titula ¡®Pol¨ªtica familiar¡¯:

Mi padre es como Rusia: primero golpea.

Golpea fuerte. Golpea donde duele. Golpea a quienes

son incapaces de responder con la palabra o la espada.

Golpea a los que capitulan con dolor,

en medio de una pandemia, de un infarto, de un c¨¢ncer.

Otro poema incluye un homenaje a los irlandeses:

Por decirlo simplemente:

si pisas a alguien sin querer,

oyes un humilde: ¡°Lo siento¡±.

Un extra?o te dir¨¢ sin ning¨²n motivo ¡°hola¡±.

Y le da las gracias al conductor de autob¨²s

(me pregunto por qu¨¦).

En la calle m¨¢s comercial de Dubl¨ªn, Grafton, un muchacho con una guitarra canta una canci¨®n patri¨®tica. Se paran a escucharle una pareja. Bien plantados, sonrientes. Se llaman Dymtro y Helen, tienen 24 y 27 a?os, son de Crimea, la pen¨ªnsula anexionada por Rusia desde 2014. Llegaron hace tres d¨ªas despu¨¦s de un periplo de meses que los llev¨® por San Petersburgo y Turqu¨ªa. Se abrazan, canturrean. Se acerca un hombre vestido de soldado, Eugene Peschansky, de 24 a?os y natural de Kramatorsk. Lleva varias heridas en el cuerpo: una bala, la mano paralizada. Est¨¢ en rehabilitaci¨®n en un hospital dublin¨¦s. Y explica as¨ª la sinton¨ªa entre ambos pa¨ªses: ¡°En Ucrania tenemos problemas similares a los de Irlanda. El norte de Irlanda pertenece al Reino Unido. Es similar a Crimea¡±.

Irlanda ¡ªpa¨ªs de emigrantes convertido en pa¨ªs de inmigrantes, pa¨ªs que en pocas d¨¦cadas salt¨® del subdesarrollo al milagro econ¨®mico y del catolicismo como se?a de identidad a Europa¡ª se ha entregado a la causa de Ucrania. ¡°Los irlandeses pasaron por muchas penurias, pasaron hambre¡±, explica la poeta Melkovska. ¡°As¨ª que cuando ven a personas necesitadas, las ayudan¡±.

En el otro extremo de la isla, a 250 kil¨®metros de Dubl¨ªn, Lily, Valentina, Anna, Sasha y los dem¨¢s ¡ªy el perro¡ª se suben al coche para pasar unos d¨ªas de excursi¨®n por Irlanda con un grupo de cinco ni?os ucranios. Lily Luzan naci¨® en Bielorrusia, cerca de la central nuclear de Chern¨®bil, y lleva a?os viviendo en Irlanda. Fund¨® la asociaci¨®n Candle of Grace. Ha organizado el env¨ªo de ayuda a Ucrania y la llegada de refugiados al condado de Mayo. Les busca alojamiento y trabajo, y m¨¦dico para los mayores cuando est¨¢n enfermos.

¡°Yo les digo a los ucranios que, cuando los irlandeses emigraron a Am¨¦rica, no hab¨ªa protecci¨®n social para ellos all¨ª y tuvieron que trabajar y, desde Am¨¦rica, ayudaron a Irlanda¡±, dice Lily Luzan. ¡°Esto es lo que les ense?amos: que se queden aqu¨ª mientras no sea seguro ah¨ª, pero que, cuando la guerra termine, deber¨¢n ayudar a su pa¨ªs a levantarse. En Irlanda no hay suficiente alojamiento. Y hay gente cansada, no es f¨¢cil acoger durante un a?o, nos hemos encontrado con personas que nos dicen: ¡®Ya no queremos a m¨¢s ucranios¡±.

Apunte n¨²mero 5, y ¨²ltimo. Hay pa¨ªses, como Francia, donde el impacto de los combates entre ucranios y rusos es m¨¢s difuso, y otros, como Polonia, donde se impone como una amenaza existencial inmediata. La bandera europea no significa lo mismo en uno y otro lugar; la de Ucrania, tampoco. Pero incluso en regiones que parecen fuera del tiempo y la realidad, como una islita azotada por los vientos en el oeste de Irlanda, hay banderas amarillas y azules y se puede escuchar hablar ucranio: los refugiados que trabajan en un ¡®pub¡¯ local. La guerra est¨¢ aqu¨ª, tambi¨¦n: Europa no es una isla.

¡°Nuestra visi¨®n geopol¨ªtica consist¨ªa en decir: estamos fuera de la historia¡±, dice desde Par¨ªs el ensayista Dominique Mo?si. ¡°Quisi¨¦ramos volver a ser un actor en el mundo, pero en un mundo en el que las tragedias estuviesen en otro lugar. Y, de repente¡­, hay un retorno de lo tr¨¢gico¡±.

Cementerio de Castlebar, la principal ciudad del condado. Un enorme Cristo crucificado. Y un monumento a los ca¨ªdos del condado en las guerras del siglo XX. En una l¨¢pida, un poema:

En tumbas conocidas y desconocidas reposan

los j¨®venes y los m¨¢s valientes y los mejores.

Amaron lo que la vida pod¨ªa darles

y murieron para que nosotros pudi¨¦ramos vivir.

En otra l¨¢pida, dos nombres y una historia por reconstruir: ¡°Tommy Patton, 26 a?os, que muri¨® en las puertas de Madrid en diciembre de 1936. Nativo de Achill. David Walsh muri¨® en la batalla de Teruel el 19 de enero de 1938. Nativo de Ballina¡±.

Los muertos en el cementerio de Castlebar son antiguos, y las guerras, lejanas. Ya no tanto.


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