Bonnie Prince Billy: m¨²sica de kil¨®metro cero
Will Oldham, grande del ¡®country¡¯ alternativo estadounidense, nos recibe en su casa de Louisville (Kentucky), ciudad cuya escena art¨ªstica celebra en su ¨²ltimo disco, para hablar del ritual de hacer y escuchar m¨²sica en compa?¨ªa, de su odio a Spotify y de por qu¨¦ considera a los Beatles ¡°el imperio del mal¡±
Will Oldham est¨¢ al volante de su viejo Mini Cooper, dando vueltas por el elegante cementerio de Louisville en busca del sitio del ¨²ltimo descanso de su vecino m¨¢s famoso: el boxeador Muhammad Ali. Ha visitado el lugar ¡°cientos de veces¡±, pero no se aclara del todo con sus senderos. ¡°Por ese de ah¨ª¡±, dice, ¡°se llega a la tumba de mi madre¡±.
Ella muri¨® en 2020, poco antes de la pandemia. Fue con el fin de cuidarla que el m¨²sico de country alternativo que se esconde tras el alias de Bonnie Prince Billy regres¨® a la ciudad de Kentucky en la que naci¨® y creci¨®. La universidad lo hab¨ªa llevado a Bloomington, en la vecina Indiana; despu¨¦s, sigui¨® a su hermano mayor a Baltimore. Prob¨® en Alabama. Y con aquella novia se mud¨® a Iowa. Cuando estaba a punto de comprarse una casa en California tras una ruptura, la inesperada noticia de la muerte de su padre, fulminado por un infarto, lo devolvi¨® a casa. Ah¨ª se dio cuenta de que su madre, profesora y artista (y autora de la portada de uno de sus ¨¢lbumes), estaba ¡°empezando a desarrollar una preocupante p¨¦rdida de la memoria¡±, as¨ª que decidi¨® quedarse, para estar cerca de ella.
Parece reconciliado con esa decisi¨®n. Su disco Keeping Secrets Will Destroy You (Domino / Music As Usual, 2023) es otra prueba de ello. Se trata de un compendio de canciones ac¨²sticas, de aire dom¨¦stico, que celebran el sentimiento de pertenencia a una comunidad y el ritual de hacer y escuchar m¨²sica en compa?¨ªa. Tras un fallido intento en un estudio profesional, lo grab¨® con varios miembros de la escena de Louisville ¡ªde la que Oldham es tal vez su exportaci¨®n musical m¨¢s interesante¡ª en la misma casa en la que nos recibi¨® una soleada ma?ana para una conversaci¨®n que se prolong¨® hasta la ca¨ªda del sol.
Durante la grabaci¨®n, el cantautor coloc¨® en el sal¨®n unos micr¨®fonos y fue recibiendo a los m¨²sicos para que ¡°cada cual a?adiera su parte¡±. La estancia tiene una chimenea y un tocadiscos barato en una esquina en el que el d¨ªa de la entrevista sonaba un ¨¢lbum del cantante de Honolulu Mahi Beamer. Que la m¨²sica hawaiana es una de sus obsesiones qued¨® claro nada m¨¢s llegar; la primera media hora se fue en una conversaci¨®n sobre la reciente muerte del maestro del falsete de las islas Darren Benitez y la escasa informaci¨®n que Oldham hab¨ªa logrado recabar acerca de las circunstancias de su desaparici¨®n. ¡°Si yo fuera periodista, la investigar¨ªa¡±, dijo. Sobre un sof¨¢ desvencijado, estaba la imagen que adorna la portada del disco. Es de una cafeter¨ªa en Yan¡¯an, ciudad tur¨ªstica de China, en una de cuyas paredes cuelga a su vez una foto de un suburbio americano. En uno de los t¨ªpicos giros del humor ligeramente surrealista del cantante, podr¨ªa ser un rinc¨®n de la tranquila calle de Louisville en la que vive.
Al final de un cul de sac, el m¨²sico tiene dos casas de estilo victoriano. En una trabajan ¨¦l, que instal¨® un peque?o estudio en el desv¨¢n, y su esposa, la artista Elsa Hansen, que aplica la t¨¦cnica del bordado a una est¨¦tica llena de referencias pop. En la de al lado, la pareja vive junto a su hija de cinco a?os, Poppy, que est¨¢ en esa edad en la que las ni?as lo quieren saber todo. Oldham concedi¨® la entrevista con dos condiciones: que el periodista viajase a Kentucky, y que lo hiciera una vez que el ¨¢lbum hubiera sido publicado, y no, como es (o sol¨ªa ser) costumbre, en las semanas previas a la salida. ¡°Mientras estoy trabajando en un disco me siento en mitad de la maleza, abri¨¦ndome paso en la jungla de esas canciones. A menudo no s¨¦ sobre qu¨¦ tratan hasta meses despu¨¦s¡±.
Los condicionamientos promocionales forman parte de una reflexi¨®n m¨¢s profunda sobre ¡°el modo en el que se comparte ahora la m¨²sica¡±. Para presentar el ¨¢lbum, pidi¨® a un amigo, un cineasta experimental de Louisville, que montara una pel¨ªcula para ilustrar las letras de esas canciones con im¨¢genes de archivo. El filme lo estrenaron en Nueva York, con la presencia de Oldham.
El objetivo era promover la ¡°escucha atenta¡±, ahora que se ha vuelto tan infrecuente. De ello culpa a los tel¨¦fonos inteligentes y se enfada cuando se le pregunta por qu¨¦ la mayor parte de su discograf¨ªa no est¨¢ en Spotify. ¡°Me hace gracia hasta tener que responder a eso. Lo odio con todas mis fuerzas. No es ya que roben a los m¨²sicos¡±, dice Oldham. ¡°Es tambi¨¦n un espacio en el que eres vulnerable. Crees que posees las canciones que te emocionan cuando en realidad no tienes nada; todo pertenece a una corporaci¨®n a la que le est¨¢s regalando una parte muy ¨ªntima de tu vida. Acabaron con la ceremonia de regalar m¨²sica y eliminaron todo tipo de memoria sensorial del descubrimiento de una canci¨®n. Antes pod¨ªas decir: ¡®La escuch¨¦ en la radio¡¯. O: ¡®Me la descubri¨® un amigo¡¯. Ahora es m¨¢s bien: ¡®S¨ª, lo recuerdo perfectamente. Estaba mirando mi tel¨¦fono: la reprodujo el algoritmo¡±.
Tambi¨¦n le irrita la ausencia de contexto que la plataforma alienta, y no solo porque se hurte a los usuarios informaci¨®n como el nombre de los int¨¦rpretes o del sello discogr¨¢fico. ¡°Las canciones est¨¢n suspendidas en un ¨¦ter temporal. La m¨²sica vieja frente a la nueva. Esto tiene un efecto perverso en las bandas actuales: cada d¨ªa pelean en igualdad de condiciones con grupos como Led Zeppelin, y eso no es justo¡±. El nuevo ¨¢lbum s¨ª est¨¢ colgado en Spotify, pero piensa retirarlo pronto. ¡°Lo hago con la fantas¨ªa de que a lo mejor alguien note que ha desaparecido y entonces necesite comprarlo¡±, dice.
En su casa-estudio, hay discos y libros por todas partes, pero Oldham no es un coleccionista, ni un audi¨®filo; tampoco un snob del vinilo. ¡°Algunos ¨¢lbumes son excelentes CD¡±, advierte. ¡°Otros, maravillosos cassettes. Y uso YouTube como la impresionante biblioteca que es¡±. Su experiencia de escucha ideal es por la ma?ana, mientras lee, con un tocadiscos autom¨¢tico que reproduce dos ¨¢lbumes seguidos sin necesidad de cambiar la cara.
El m¨²sico, de 54 a?os, creci¨® en un tiempo en el que ¡°uno ten¨ªa que ahorrar para comprarse un elep¨¦ de siete d¨®lares, y luego le dedicaba semanas, meses¡±. ¡°M¨¢s val¨ªa no equivocarse¡±, recuerda. De la colecci¨®n de sus padres hered¨® a Leonard Cohen o los Stanley Brothers. ¡°El bluegrass y la m¨²sica tradicional fueron la banda sonora de mi infancia¡±, recuerda. De adolescente, se interes¨® por el punk y el hardcore, especialmente por Glenn Danzig (Misfits), ¡°que era el m¨¢s mel¨®dico de aquellos cantantes¡±. De la mezcla de ambas est¨¦ticas surgi¨® en los a?os noventa por todo Estados Unidos y de una manera natural la escena del ¡°country alternativo¡±, a falta de una mejor etiqueta para describir una puesta al d¨ªa de las variantes de la m¨²sica vern¨¢cula (del g¨®spel al blues, y del soul al country) que suele englobarse bajo el paraguas de Americana.
En una entrevista telef¨®nica, el guitarrista y music¨®logo Nathan Salsburg, vecino de Louisville y asiduo colaborador de Oldham, defini¨® la escucha cuando era adolescente de los primeros discos del cantautor a mediados de los noventa como ¡°una revelaci¨®n¡±. ¡°Era un sonido que ven¨ªa de ninguna parte¡±, explic¨®, ¡°y al mismo tiempo lo sent¨ªa como muy nuestro. Sonaba antiguo y nuevo a la vez. Y capturaba bien esa esencia de Louisville de peque?a ciudad sure?a, que tambi¨¦n la tiene¡±. (En el imaginario estadounidense, el Norte de Kentucky es una mezcla un tanto imposible entre el Sur y el Medio Oeste; cu¨¢l de las dos sensibilidades predomina es un asunto abierto a debate).
Los primeros pasos de Oldham fueron, antes de la m¨²sica, como actor. Su adolescencia coincidi¨® con los a?os dorados del teatro en Louisville, cuando la ciudad acog¨ªa un festival de nueva dramaturgia estadounidense de relieve internacional. En 1985, debut¨® en el cine en ¡°una pel¨ªcula terrible dirigida por el cantante de country Jerry Reed¡±. Dos a?os despu¨¦s, particip¨® en Matewan, un drama sobre una masacre de mineros en Virginia Occidental del cineasta independiente John Sayles. Lo contrataron despu¨¦s de que una directora de c¨¢sting lo viera actuar en el festival. La pel¨ªcula fue un moderado ¨¦xito, y su faceta interpretativa, aparcada despu¨¦s, la retoma a veces (la ¨²ltima, en Bikeriders, ahora en cartel). Tal vez la m¨¢s satisfactoria de esas veces sea Old Joy, de la autora indie Kelly Reichardt, una historia de dos viejos amigos que ya no se reconocen en las mismas cosas de siempre.
Su primera aportaci¨®n relevante a la m¨²sica alternativa tampoco fue como cantante, sino como fot¨®grafo: es autor de una de las im¨¢genes m¨¢s recordadas del indie estadounidense de los noventa, la portada del segundo e influyente ¨¢lbum de la banda de post rock Slint, otros h¨¦roes de la escena local. En ella, las cabezas de sus cuatro miembros flotan en el agua, que el contrastado blanco y negro hace parecer petr¨®leo. La imagen est¨¢ colgada en Surface Noise, una tienda de discos-librer¨ªa¨Cgaler¨ªa de arte de Louisville. Ante su vieja fotograf¨ªa, Oldham cont¨® que el bajista de Slint, que se separaron tras un fogonazo de creatividad, es hoy su profesor de pilates.
El due?o de Surface Noise es el m¨²sico y poeta Brett Eugene Ralph, otro veterano de la escena. Al entrar por la puerta, Ralph salud¨® efusivamente a Oldham; se pusieron al d¨ªa sobre c¨®mo le van las cosas a este o aquel amigo com¨²n y repasaron exposiciones y conciertos por venir. ¡°Es un tipo muy generoso, siempre est¨¢ dispuesto a ayudar a los m¨²sicos locales¡±, cont¨® despu¨¦s Ralph.
Antes de la visita a la tienda, Oldham hab¨ªa conducido hasta uno de los puentes que cruzan el r¨ªo Ohio. Esa corriente majestuosa que separa Kentucky e Indiana recorre toda su discograf¨ªa: titul¨® una de sus primeras canciones Ohio River Boat Song, y en Keeping Secrets Will Destroy You hay otra, llamada Kentucky is Water e inspirada en el eslogan de una organizaci¨®n local que trabaja en limpiar esas aguas que atrajeron al primer antepasado de Oldham, su tatarabuelo materno, que se asent¨® aqu¨ª. Lleg¨® para ganarse la vida con el comercio proveniente de las grandes ciudades del norte, Pittsburgh y Cincinnati.
Su historia y la de Louisville est¨¢n ¨ªntimamente entrelazadas. Qued¨® demostrado cuando cont¨® una larga an¨¦cdota ¨Csobre una emisora de radio comunitaria local y la resoluci¨®n de una disputa entre vecinos¨C con una serie de protagoniztas relacionados entre s¨ª y, sobre todo, con su familia. Fue durante un paseo en coche por la ciudad y por sus recuerdos. En una de las calles, ¡°estaban las pizzer¨ªas, iglesias y bares en las que se organizaban conciertos de punk¡±. En otra, su ¡°novia de principios de los dos mil ten¨ªa una tienda de ropa de segunda mano¡±. Un ¡°par de cuadras m¨¢s all¨¢¡± grab¨® su primer disco. Y la avenida que dividi¨® tradicionalmente el Louisville negro del blanco le sirvi¨® para recordar el asesinato en 2020 a manos de la polic¨ªa de Breonna Taylor, una joven enfermera afroamericana. Aquella tragedia dej¨® al descubierto el racismo institucional de las autoridades de la ciudad y encendi¨® las protestas, junto con la muerte de George Floyd, por todo el pa¨ªs, durante aquel verano de la pandemia y de la toma de conciencia del movimiento Black Lives Matter.
La ¨¦tica de los noventa
Al principio de su carrera, Oldham grababa sus discos con variantes de un mismo seud¨®nimo: Palace, Palace Brothers o Palace Music. Aquellos trabajos participaban de una est¨¦tica que se bautiz¨® como anti-folk (guitarras distantes, grabaciones imperfectas, voces rotas) y de la ¨¦tica de los noventa, cuando lo peor que uno pod¨ªa hacer era darse importancia. En las notas de su primer ¨¢lbum ni siquiera quedaba claro qui¨¦n era el l¨ªder, cuyo nombre aparece mezclado con el resto de los participantes bajo la frase: ¡°Sin estos m¨²sicos no habr¨ªa sido posible¡±.
Con los a?os, empez¨® a firmar como Bonnie Prince Billy, como un homenaje a Bonnie Prince Charlie, aspirante escoc¨¦s sin fortuna al trono ingl¨¦s, y al pianista de jazz Nat King Cole, aunque a veces, como cuando publica m¨²sica instrumental, prefiere hacerlo con su propio nombre. La decisi¨®n de parapetarse tras un alias le permiti¨® tomar distancia, interpretar un personaje como cuando era actor. No le preocupa que lo acabe engullendo, m¨¢s bien al contrario: le hace ¡°mucha gracia¡±, dice, cuando en Europa la gente lo reconoce y lo llama Bonnie por la calle.
Con o sin seud¨®nimo, es un artista prol¨ªfico al que es dif¨ªcil seguir la pista, aunque sus fans sepan cu¨¢ndo un ¨¢lbum, como pasa con Keeping Secrets Will Destroy You, es de los importantes. A la pregunta de si lleva la cuenta de cu¨¢ntos ha publicado en estos 30 a?os, responde que no. Tampoco tiene ni idea, a?ade, de cu¨¢l es el que mejor ha vendido.
Sobre su forma de trabajar, resume: ¡°Un par de veces al a?o miro la cuenta del banco, y si veo que lo necesito, grabo un nuevo ¨¢lbum; as¨ª de simple. Hay una narrativa sobre la productividad de los artistas que me exaspera. ?Por qu¨¦ tradicionalmente las bandas sacaban un disco cada dos o tres a?os? Porque la industria y los m¨¢nagers les obligaban a eso, para no saturar el mercado. Eso no va conmigo¡±.
La ¨²ltima referencia de su cat¨¢logo lleg¨® en mayo: un disco, firmado a medias con Salsburg, con dos versiones ac¨²sticas de 20 minutos de canciones, mucho m¨¢s cortas, de la banda de punk de Baltimore Lungfish. El d¨ªa de la entrevista, Oldham puso en su estudio casero una de ellas, Hear the Children Sing, que es tambi¨¦n el debut discogr¨¢fico como corista de su hija y de la de Salsburg.
Las versiones y las colaboraciones son una parte importante de su trabajo. Tiene ¨¢lbumes enteros dedicados a ellas, como The Best Troubadour (2018), que celebraba a uno de sus h¨¦roes, la leyenda country Merle Haggard (¡°muri¨® en 2016, como Muhammad Ali y Leonard Cohen, ?no es curioso?¡±). Y durante la pandemia ide¨® con otro superviviente del anti-folk, Bill Callahan, un disco de repertorio inesperado, con t¨ªtulos de Billie Eilish o Steely Dan. A veces, es porque le gustar¨ªa haber escrito tal o cual tema ajeno. ¡°Y la mejor manera de entender c¨®mo esa persona logr¨® componer algo es hacerlo tuyo¡±, dice. ¡°Otras es simplemente una excusa para compartir con el mundo una canci¨®n que amas¡±. Su composici¨®n m¨¢s conocida, I See a Darkness, lo es precisamente gracias a la versi¨®n que de ella hizo Johnny Cash. Mucho tiempo despu¨¦s se la apropi¨® para su primer disco Rosal¨ªa.
El nombre de la cantante espa?ola sali¨® a relucir cuando la conversaci¨®n deriv¨® hacia el triunfo del monocultivo cultural que representa la figura de Taylor Swift y hacia por qu¨¦ en el vocabulario de las generaciones j¨®venes de artistas no hay rastro de una de las l¨ªneas rojas de la suya, la de los noventa, cuando estaba mal visto buscar el ¨¦xito, ser un ¡°vendido¡±. ¡°De adolescente, vi a algunas de las mejores bandas de mi generaci¨®n fichar por sellos importantes, y autom¨¢ticamente su m¨²sica empeoraba¡±, recuerda Oldham. ¡°?Por qu¨¦ lo hac¨ªan entonces? ?Por codearse con ejecutivos discogr¨¢ficos? ?Con famosos? A m¨ª me gusta tocar para audiencias peque?as, y la ¨²nica raz¨®n por la que acepto hacerlo en aforos m¨¢s grandes es porque tengo que dar de comer a mi hija. Me aterra que ella pueda acabar formando parte de un fen¨®meno fan de masas como el de Swift. No creo que suceda, pero podr¨ªa ser. No considero que un concierto antes miles de personas sea una experiencia musical. Lo bueno de Swift y Rosal¨ªa es que detr¨¢s de ese ¨¦xito puedes reconocer a un ser humano, alguien que toma decisiones creativas. En el caso de la primera, escribe adem¨¢s letras interesantes que cuentan historias¡±, explica.
Oldham ¨Dque lleva d¨¦cadas siendo fiel a las dos discogr¨¢ficas con las que va a medias en cuanto a la inversi¨®n y el negocio (City Slang, en Estados Unidos; Domino en el Reino Unido y Europa)¨D es tambi¨¦n un escritor original. Sus letras, historias fuera del tiempo sobre la muerte, la virtud o el pecado, las recopil¨® en un libro titulado Songs of Love and Horror (2018). De su lectura emerge un poeta enigm¨¢tico, con personalidad, que fue abandonando el hermetismo y creciendo con los a?os. ¡°Al principio, las letras eran solo una excusa para entrar en un estudio y grabar mi m¨²sica¡±, recuerda. ¡°Luego me di cuenta que era mejor cuidarlas. Algunas acabas cant¨¢ndolas durante d¨¦cadas¡±.
En aquellos primeros tiempos tambi¨¦n se forj¨® su imagen de m¨²sico poco amigo de las entrevistas. La insistencia en esconderse tras un alias, la m¨²sica huidiza y el modo en la que la presentaba daban la idea de un artista exc¨¦ntrico, de personalidad insondable. La refutaci¨®n lleg¨® con el libro Bonnie Prince Billy por Will Oldham (2012, editado en espa?ol por Contra), un largo libro-entrevista con el periodista y m¨²sico experimental Alan Licht, en el que hablaba¡ mucho. Ambos se conocen desde los 90, cuando Oldham le pas¨® su primer single en una fiesta en una casa en Louisville. ¡°Ya entonces era una persona bastante sociable¡±, record¨® Licht en una conversaci¨®n telef¨®nica desde Nueva York. ¡°Muchas veces la gente proyecta ese tipo de ideas en los creadores, a partir de la imagen que se hacen de sus letras o de sus discos. Hay uno especialmente solitario, Days in the Wake, que tal vez pudo contribuir a ese mito¡±.
En nuestro encuentro en Louisville no asom¨® el personaje hura?o. Tal vez sea la vida en familia y la paternidad, que le lleg¨® a los 48 a?os, cuando ya no contaba mucho con ello y tras encadenar relaciones largas en las que sent¨ªa que era demasiado pronto para ser padre, antes de que se hiciera demasiado tarde. El caso es que se port¨® como un conversador generoso y como un modelo paciente con las fotos; no le gustan demasiado, pero, quiz¨¢ por sus a?os como actor, sabe c¨®mo posar.
Cuando habla de m¨²sica, demuestra tener refrescantes opiniones en un mundo de ideas cl¨®nicas pasadas por el algoritmo. Hay un video en YouTube grabado en Surface Noise, la tienda de discos, que lo prueba: en ¨¦l, recomienda cinco de sus t¨ªtulos favoritos, y la lista est¨¢ tan fuera de lo esperable que uno duda de si est¨¢ hablando en broma (a la pregunta de si lo hac¨ªa, respondi¨®: ¡°?por qu¨¦ iba a bromear con algo tan serio?¡±).
En la entrevista, quiso saber si las coplillas que interpretan los cantaores provienen de un repertorio fijo o si tambi¨¦n escriben nuevas. Se familiariz¨® con el flamenco a finales de los 90, durante una gira en Espa?a. Una de sus posesiones m¨¢s preciadas sigue siendo la horquilla que una noche en un tablao de Madrid se desprendi¨® del mo?o de una bailaora en el fragor de una actuaci¨®n ¡°especialmente poderosa¡±. Cay¨® cerca de donde estaba, y se la qued¨®. La sac¨® del local escondida en la barba, por aquel entonces, frondosa. Al volver a casa, la mand¨® a enmarcar, y ahora cuelga en la habitaci¨®n de su hija.
Cuando la charla continu¨® en un deli alem¨¢n (¡°tal vez el ¨²nico lugar con un sandwich que mezcla cerdo y cordero¡±) se encendi¨® al hablar de Bob Dylan. ¡°?Alguien ha escuchado alguna vez una historia positiva sobre ¨¦l como ser humano?¡±, se pregunt¨®. ¡°Solo oyes c¨®mo trata como basura a la gente que trabaja con ¨¦l, a los teloneros, al p¨²blico¡ Es un codicioso estafador mentiroso, como qued¨® demostrado en ese documental de Scorsese [Rolling Thunder Review], pura reescritura de su historia, propaganda revisionista. Adem¨¢s, vendi¨® su cat¨¢logo por un mont¨®n de millones. ?Por qu¨¦ lo hizo? ?Acaso necesitaba el dinero? Su creatividad se ha agotado, seamos sinceros: me parece que las ¨²nicas personas que han disfrutado de su m¨²sica de las ¨²ltimas tres o cuatro d¨¦cadas son esos viejos cr¨ªticos de rock que se ganan la vida analizando su obra. Si admitieran que no les gusta, perder¨ªan su trabajo¡±.
No ayuda, reconoce, que Dylan haya comprado una destiler¨ªa en Louisville, as¨ª como un bar y una galer¨ªa en el centro para mostrar su arte. Tampoco, que su marca, Heaven¡¯s Door, est¨¦ contribuyendo a hinchar la burbuja del bourbon en Estados Unidos, y ¡°ahora te pidan 80 d¨®lares por una botella que sol¨ªa costar 15¡å.
Tambi¨¦n se refiri¨® a los Beatles como ¡°el imperio del mal¡±, por c¨®mo contribuyeron a fijar un patr¨®n ¡°t¨®xico¡± de la creatividad en el pop: ¡°Tuvieron una muy, muy, muy corta explosi¨®n de genio, incre¨ªble, eso s¨ª, que dej¨® paso a d¨¦cadas de unas carreras en solitario bastante poco memorables; y ahora su m¨²sica sirve para anunciar empresas tecnol¨®gicas¡±. Para ¨¦l, el modelo ideal lo representa alguien como Merle Haggard, un corredor de fondo, con ¡°una gloriosa ¨²ltima etapa¡±. ¡°Su voz fue mejorando hasta el final¡±, dijo mientras posaba para las fotos en el cementerio de Louisville en el que descansan sus antepasados. Oldham espera, confes¨®, que la suya tambi¨¦n siga ganando con los a?os.
¡®Keeping Secrets Will Destroy You¡¯ est¨¢ editado en Espa?a por Domino / Music As Usual.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.