?Por qu¨¦ nos obsesiona Marte?
Hemos mandado 28 misiones no tripuladas al planeta rojo, 10 de ellas con aterrizajes exitosos. Los cient¨ªficos miran con lupa a nuestro segundo vecino m¨¢s cercano: quieren saber por qu¨¦ se convirti¨® en un desierto hostil a la vida, y qu¨¦ paralelismos puede haber con lo que le ocurre a la Tierra
Los mesopot¨¢micos lo llamaron Nergal, como su dios de la muerte, la guerra, el fuego, la peste, el hambre y todos los dem¨¢s jinetes del apocalipsis, pero Marte debi¨® de tener muchos otros nombres antes que ese. El punto rojo que se mueve de forma peri¨®dica por el firmamento ya estaba all¨ª cuando los primeros humanos evolucionaron en ?frica y levantaron la vista al cielo nocturno. Imposible no verlo, como imposible parece ahora que la humanidad se resista a su tir¨®n como segunda residencia. Explorar nuevos mundos est¨¢ en nuestra naturaleza, y por muchos inconvenientes que tenga el dios Nergal, siempre contar¨¢ con la ventaja de ser el planeta m¨¢s cercano y parecido al nuestro.
Eligiendo el momento adecuado, viajar a Marte solo lleva ocho meses, que le pueden parecer una eternidad a un viajero ansioso, pero que ya han sido superados por estancias de un a?o en la Estaci¨®n Espacial Internacional. El astronauta que ha batido la marca de permanencia en la estaci¨®n, Scott Kelly, est¨¢ por completo dispuesto a viajar a Marte, seg¨²n asegur¨® a este diario; eso s¨ª, siempre que tenga un billete de vuelta. Hay muchas otras personas que ir¨ªan incluso sin billete de vuelta. Quieren ser los primeros colonos de un nuevo mundo, o tal vez los primeros en abandonar el antiguo.
Hay gente muy pesimista sobre el futuro de la Tierra, y hay que comprenderlo, con unos arsenales de misiles nucleares que, pese a todos los tratados internacionales de no proliferaci¨®n, siguen atesorando el poder de destruir la vida en el planeta, con una resistencia numantina de las petroleras y los gobiernos a reducir las emisiones, con una capacidad cada vez mayor de reescribir los genomas virales a voluntad. Vivir en un solo planeta es la versi¨®n astron¨®mica de poner todos los huevos en la misma cesta. Un cient¨ªfico tan sobrio como Martin Rees, astr¨®nomo real y expresidente de la Royal Society de Londres, calcula que, mientras no colonicemos un segundo planeta, nuestra probabilidad de sobrevivir a nuestras propias invenciones no supera el 50%. Como tirar una moneda al aire. Esto en s¨ª mismo ya supone un argumento, bien que taciturno, para viajar a nuestro mundo vecino.
En ciencia, las cosas importantes nunca ocurrieron ayer, como demanda la l¨®gica de la prensa. Aunque nos parezca que Marte se acaba de poner de moda en estos a?os, lo cierto es que el planeta rojo ya protagoniz¨® el episodio piloto en el mism¨ªsimo origen de la ciencia moderna. En su Mysterium Cosmographicum, o el misterio del cosmos, de 1597, Kepler abraz¨® la idea de Cop¨¦rnico de que los planetas giran alrededor del Sol m¨¢s despacio cuanto m¨¢s lejos est¨¢n de ¨¦l, y dedujo de ah¨ª que sus ¨®rbitas se deb¨ªan a una fuerza proveniente del astro. Kepler llam¨® ¡°vigor¡± a esa fuerza, que hoy conocemos como gravedad. Como se?ala el historiador John Gribbin, la mejor teor¨ªa anterior era que los planetas se mov¨ªan empujados por los ¨¢ngeles, de modo que el ¡°vigor¡± kepleriano constituye el primer modelo del cosmos basado en fen¨®menos naturales. Y Kepler no ocult¨® su motivaci¨®n: ¡°Mi prop¨®sito es demostrar que la m¨¢quina del universo no es como un ser animado por Dios, sino m¨¢s bien como un reloj¡±.
Hace cuatro siglos no exist¨ªa Amazon, as¨ª que Kepler envi¨® su Mysterium, versi¨®n papel, a los grandes cerebros de la ¨¦poca, como el joven Galileo y el no tan joven Tycho Brahe, el mayor astr¨®nomo de la era anterior al telescopio. Galileo ni respondi¨®, pero Brahe ¡ªpese a su fe antigua en que la Tierra era el centro de la creaci¨®n¡ª se qued¨® realmente deslumbrado por el talento matem¨¢tico de Kepler, hasta el punto de que le invit¨® a unirse a su selecto equipo de ayudantes. Es m¨¢s o menos lo que hacen ahora los gigantes de Silicon Valley: en cuanto ven por ah¨ª a alguien que destaca, le fichan y se acab¨® la competencia.
Muchas personas estar¨ªan dispuestas a ir a Marte. Quieren ser los primeros colonos del nuevo mundoJavier Sampedro
Todo el mundo sab¨ªa, sin embargo, que el observatorio de Brahe atesoraba los datos m¨¢s detallados sobre el movimiento de Marte y los dem¨¢s planetas en el cielo nocturno. Y Kepler deseaba acceder a esos datos como un vampiro necesita chupar la sangre que le alimenta. Tras cuatro a?os de penalidad e intrigas palaciegas ¡ªreflejadas en Los lobos de Praga, una extraordinaria novela de Benjamin Black¡ª, Kepler se mud¨® al observatorio y, en un segundo golpe de suerte, Brahe enferm¨®, le encarg¨® que cuidara de su legado y se muri¨®. Dicen que el conocimiento no progresa por persuasi¨®n, sino por fallecimiento. Por fin Kepler ten¨ªa lo que tanto ansiaba para prender la mecha de la ciencia moderna, sin conservadurismos irracionales ni hipotecas religiosas. O eso cre¨ªa ¨¦l.
Los datos del movimiento de Marte que Brahe hab¨ªa compilado con la esperanza de demostrar que la Tierra era el centro de la creaci¨®n sirvieron a Kepler para probar justo lo contrario. Marte segu¨ªa en realidad una ¨®rbita el¨ªptica alrededor del Sol. Y su movimiento se aceleraba cuando se acercaba al astro y se frenaba al alejarse de ¨¦l, en una nueva manifestaci¨®n de su idea del ¡°vigor¡±, lo que hoy llamamos gravedad. Estas f¨®rmulas emp¨ªricas, junto a los experimentos de Galileo, llevaron a Newton a formular la ley de la gravedad, la primera gran unificaci¨®n de la f¨ªsica y la inspiraci¨®n de cuatro asombrosos siglos de ciencia. El conocimiento humano le debe much¨ªsimo a Marte. Y m¨¢s que le va a deber.
A partir del siglo XIX, cuando Giovanni Schiaparelli crey¨® observar unos enormes canali, o canales, en su superficie, mucha gente consider¨® probable o incluso dio por hecho que hab¨ªa vida inteligente en Marte. Las expectativas quedaron frustradas en 1964, cuando la nave Mariner 4 de la NASA analiz¨® su atm¨®sfera: una fina capa de CO? y unas temperaturas cercanas a los 100 grados bajo cero. Eso no son condiciones para albergar una civilizaci¨®n, por mucha imaginaci¨®n que le eche uno. ?Por qu¨¦ entonces los terr¨ªcolas hemos mandado 28 misiones no tripuladas a Marte, con 10 aterrizajes exitosos? ?Qu¨¦ fascina tanto a los astrof¨ªsicos y los exobi¨®logos de ese desierto planetario hostil a la vida?
Marte es nuestro segundo vecino m¨¢s cercano, despu¨¦s de Venus, que es un infierno todav¨ªa peor. Si los humanos somos una especie expansiva, curiosa y aventurera, como hemos demostrado en la Tierra, y por tanto nuestro futuro est¨¢ en las estrellas, Marte ser¨¢ un primer destino casi obligado, aunque solo sea por nacionalismo c¨®smico. Hoy sabemos adem¨¢s que Marte no siempre fue el mundo ¨¢rido y rojo que vemos hoy. Hace 4.000 millones de a?os, en la infancia del sistema solar, conten¨ªa vastas cantidades de agua y su aspecto se parec¨ªa m¨¢s al planeta azul en que habitamos. Los planet¨®logos tienen el m¨¢ximo inter¨¦s en saber por qu¨¦ ocurri¨® esa transici¨®n del azul al rojo, del oasis al desierto, de un para¨ªso acuoso a un secarral ultracongelado. La raz¨®n de este inter¨¦s no es solo geol¨®gica. Imaginen que tuvi¨¦ramos que poner nuestras barbas a remojar.
La cercan¨ªa y el pasado acuoso no son los ¨²nicos argumentos que puede exhibir Marte como destino inevitable de la humanidad. El planeta (ahora) rojo tiene vientos y nubes, como la Tierra; un d¨ªa que dura cerca de 24 horas, como el de la Tierra; estaciones a lo largo del a?o y casquetes polares, ca?ones y volcanes como los de la Tierra. Incluso le queda algo de agua en el subsuelo y tal vez flujos h¨ªdricos estacionales en superficie. Donde hubo agua pudo haber vida (o no), y es concebible que alguno de esos microorganismos hipot¨¦ticos sobreviva en los residuos acuosos actuales. Poca gente apostar¨ªa su dinero por esa hip¨®tesis, pero el caso es que no hay ning¨²n problema de principio contra ella. Habr¨¢ que mirar a ver qu¨¦ es lo que hay all¨ª. Lo dem¨¢s son solo ideas por el momento y, como dicen los cient¨ªficos brit¨¢nicos, las ideas son baratas. Lo costoso es probarlas o refutarlas.
Vivir en un solo planeta es la versi¨®n astron¨®mica de poner todos los huevos en la misma cestaJavier Sampedro
En cualquier caso, La guerra de los mundos imaginada por H. G. Wells y radiada con inmenso esc¨¢ndalo por Orson Welles en 1938 ¡ª?cuando en Espa?a hab¨ªa unas invasiones mucho m¨¢s da?inas que las de los marcianos¡ª no va a ocurrir, o al menos no con los marcianos propiamente dichos, los inexistentes habitantes inteligentes de Marte. Y esto, una vez analizada o descartada la posible existencia de vida microsc¨®pica all¨ª, abre a la humanidad no ya un nuevo continente de conocimiento, sino un planeta entero y verdadero. Ni Alejandro Magno ni Crist¨®bal Col¨®n habr¨ªan so?ado con una haza?a de tal envergadura. Pero los cient¨ªficos est¨¢n haciendo mucho m¨¢s que so?arla. Est¨¢n discutiendo en serio c¨®mo hacerlo.
La cantidad de ideas imaginativas y proyectos en ciernes sobre nuestro vecino planetario es inabarcable para una sola mente. El lector interesado en los detalles dispone de una colecci¨®n de art¨ªculos de los mejores expertos en Marte publicada hace poco como libro electr¨®nico por Jesse Emspak para Scientific American. El librito digital es un tesoro de informaci¨®n acerca del planeta vecino, de lo que hemos aprendido sobre ¨¦l en los ¨²ltimos a?os, los proyectos para buscar vida microbiana, las perspectivas de nuestra especie en aquel entorno, nuevos cohetes de Elon Musk y todo lo dem¨¢s. Solo hay que saber ingl¨¦s y tener siete d¨®lares en el bolsillo. Aqu¨ª vamos a centrarnos en una de las ideas m¨¢s fascinantes y futuristas. La terraformaci¨®n de Marte.
El neologismo terraformar, del ingl¨¦s terraform, significa convertir un planeta hostil en un entorno amigable para los humanos. El t¨¦rmino resultar¨¢ familiar para los aficionados a la ciencia ficci¨®n y tal vez no tanto a los dem¨¢s terr¨ªcolas, pero se est¨¢ moviendo poco a poco a la literatura t¨¦cnica. Si supi¨¦ramos hacer esto, no nos servir¨ªa solo para Marte, sino para cualquier planeta con una distancia adecuada a su Sol al que podamos viajar en un futuro muy muy lejano. Pero Marte es el candidato m¨¢s previsible para hacer las pruebas pioneras. Seg¨²n los f¨ªsicos Christopher Edwards y Bruce Jakosky, una cuesti¨®n crucial es si la cantidad de CO? atrapada en el subsuelo es suficiente como para que merezca la pena movilizarlo a la atm¨®sfera, haci¨¦ndola m¨¢s densa.
En la Tierra, el objetivo es reducir las emisiones de CO? a la atm¨®sfera para decelerar el calentamiento global, pero en un planeta a 100 grados bajo cero el calentamiento ser¨ªa una bendici¨®n. Los cient¨ªficos no saben bien c¨®mo liberar el CO? a la sutil atm¨®sfera de Marte, pero hay magnates intr¨¦pidos como Elon Musk ¡ªquien este mes predec¨ªa en Time que los humanos viajar¨¢n a Marte en 5 o 10 a?os¡ª que lo tienen bastante claro: bastar¨ªa fre¨ªr los casquetes polares del planeta con bombas nucleares, cuyo calor liberar¨ªa el CO? de los polos hacia la atm¨®sfera. Ser¨ªa una buena entrada de nuestra especie en el escenario marciano, qu¨¦ duda cabe, aunque tal vez un punto sobreactuada. Es lo que tienen los magnates, que no reparan en gastos ni en gestos, sobre todo si tienen prisa por salvar el mundo.
La idea de Musk, sin embargo, parece poco viable. No por las bombas at¨®micas, sino porque las reservas de CO? congeladas en los polos de Marte son una minucia en comparaci¨®n con lo que requerir¨ªa calentar el planeta hasta un punto en que el agua l¨ªquida fuera estable. Todas las emisiones de CO? acumuladas por la humanidad desde la revoluci¨®n industrial se quedan cortas en ¨®rdenes de magnitud para terraformar el planeta rojo. El magnate de las bombas tendr¨¢ que esperar a que los verdaderos cient¨ªficos tengan unas cuantas ideas m¨¢s brillantes que las suyas.
¡°Tal vez el mayor recurso de la humanidad es la imaginaci¨®n de la gente¡±, dicen Edwards y Jakosky. ¡°Esa imaginaci¨®n puede articularse por visionarios como cient¨ªficos, empresarios, inventores y l¨ªderes pol¨ªticos, que pueden ver m¨¢s all¨¢ de la nuestra hasta un futuro nuevo y diferente¡±. Si la ciencia y las sociedades avanzadas que la permiten no se suicidan en una org¨ªa de irracionalidad y destrucci¨®n, llegaremos a tiempo de superar el c¨¢lculo sombr¨ªo de Martin Rees, que solo nos deja un 50% de probabilidades de sobrevivir como especie. El futuro ser¨¢ el que nosotros decidamos.
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