Los disfraces de Hannah Arendt en sus cartas a Martin Heidegger
La pensadora alemana era aficionada al juego de m¨¢scaras jud¨ªo, escribe la ensayista Olga Amar¨ªs. Lo hac¨ªa como una forma de mentir para decir la verdad

Querido Martin: He dado instrucciones a la editorial para que te env¨ªe un libro m¨ªo. Quiero decirte unas palabras sobre esto. Ver¨¢s que el libro no lleva dedicatoria. Si alguna vez las cosas hubieran funcionado correctamente entre nosotros ¡ªquiero decir entre, no me refiero ni a m¨ª ni a ti¡ª, te habr¨ªa preguntado si pod¨ªa dedic¨¢rtelo; surgi¨® de forma directa de los primeros d¨ªas en Friburgo y te debe casi todo en todos los sentidos¡±. (Nueva York, 28 de octubre de 1960).
Con estas palabras contin¨²a la cr¨®nica de una correspondencia que se alarga de 1925 a 1975, con una interrupci¨®n obligada durante aquel tiempo en el que el lenguaje se eclips¨®, perdiendo, tal vez para siempre, la armoniosa uni¨®n entre lo que se dice y lo que se piensa. El habla, simplemente, dej¨® de tener sentido en un mundo en el que los que clamaban himnos a la vida, en realidad, estaban aullando gritos de muerte. Al final result¨® cierto aquello de que no se puede escribir de lo que no se habla; y, a¨²n m¨¢s cierto, que no puede hablarse de lo que supera nuestra capacidad de pensamiento. Durante un silencio que dura casi diecisiete a?os, Heidegger y Arendt dejan de enviarse cartas. Las idas y las venidas del exilio no hubiesen facilitado el rastreo de las huellas de la joven. En 1933, poco despu¨¦s de conocer la noticia del incendio del Reichstag, y entendiendo que el absurdo, en su faz m¨¢s letal, se hab¨ªa desatado sin que nada ni nadie pudiese ya frenarlo, Arendt abandona Berl¨ªn y llega a Par¨ªs, donde permanece hasta 1941, en que da el salto definitivo a EE UU desde Portugal.
En 1950, de forma provisoria, vuelven las cartas, aunque en un tono muy distinto, atemperado al extinguirse la inflamaci¨®n amorosa. El silencio, como el tiempo, es terap¨¦utico. El mago secreto del pensamiento de Marburgo ya no escribe sus requiebros a aquel ser a claroscuros que tan pronto se presenta como la ¡°ninfa bromista del bosque¡±, como bajo la apariencia de una Sophia inocente y pudorosa. La emisora de sus misivas es ahora la amiga esencial, aquella que comunica ¡°algo¡± importante en el Merkur, que publica ensayos valientes y contundentes sobre la condici¨®n humana, que se enzarza con la cuesti¨®n del mal radical y que, disc¨ªpula d¨ªscola del pensamiento filos¨®fico, se atreve a marcar un camino alternativo que ¨¦l contempla no sin cierto estupor. Tambi¨¦n en la turbaci¨®n de que algo en ella lo acecha. Lo que nunca llega a intuir Heidegger, por falta de imaginaci¨®n, es que Arendt, en la intimidad de su apartamento de Manhattan, conserva intacto ese perfil juguet¨®n y ani?ado que le hace entretener a sus invitados con una mascota de peluche de un rat¨®n a la que atrae fuera de su escondrijo con un pedazo de queso. La imagen del animal que sale de su madriguera, trat¨¢ndose de Heidegger, no podr¨ªa ser m¨¢s sugerente. Tampoco es capaz de sospechar que su antigua amante no ha perdido ni un ¨¢pice de ese car¨¢cter euf¨®rico y gustoso de la excentricidad y del juego a ser y no ser al mismo tiempo. En una fiesta organizada por el partido marxista en el Museo de Etnolog¨ªa de Berl¨ªn, Arendt sorprende vestida de esclava egipcia de un serrallo, medio hur¨ª medio Sherezade. Acababa de escribir en la biograf¨ªa de Rahel Varnhagen que la mentira es hermosa si se escoge con total libertad. Y pudiera parecer una contradicci¨®n viniendo de una pensadora que se pas¨® toda la vida buscando la verdad.
La ¡°mentira¡±, en este contexto, se refiere al juego de enmascaramiento por el cual el sujeto contraviene el discurso establecido por las relaciones de poder, al tiempo que ratifica, hasta el absurdo, una existencia alterna. Dice Mija¨ªl Bajt¨ªn que la m¨¢scara opera en quien la lleva una suerte de resurrecci¨®n de los deseos m¨¢s inconfesables, a la vez que propone una nueva recitaci¨®n de su historia. En ruso, ¡°resurrecci¨®n¡± y ¡°recitaci¨®n¡± son palabras emparentadas, haciendo expresa una voluntad de dar validez en p¨²blico a la historia velada. La m¨¢scara implica una vuelta a nacer, pero tambi¨¦n una pr¨¢ctica revolucionaria, al permitir al sujeto ser lo que no debe ser y, sin embargo, a veces es. La m¨¢scara no oculta, muestra el tab¨² que somos, que nos posee. Despliega, fin¨ªsima, una de las pieles a trav¨¦s de las cuales transpiramos. ¡°Detr¨¢s de la m¨¢scara, otra m¨¢scara¡±, recita la artista surrealista Claude Cahun, resucitando al andr¨®gino. Para esta, nuestra condici¨®n ontol¨®gica es anterior a la artificiosidad de los g¨¦neros, de ah¨ª esa continua vacilaci¨®n del pensamiento al tener que establecerse en una ¨²nica definici¨®n de mujer u hombre. La m¨¢scara alude a ese polimorfismo con el que nacemos y a las escisiones que las fuerzas de poder, y ling¨¹¨ªsticas, van perpetrando, a hachazos, en nuestra materia. La m¨¢scara, un trozo de madera, cart¨®n o porcelana, concita la tragedia diaria de tener que dejar de lado esa pluralidad que nos habita.
La elecci¨®n de la m¨¢scara de esclava egipcia no hace sino reincidir en dos puntos esenciales de la biograf¨ªa de Arendt: su fascinaci¨®n por ¡°el misterio y el enigma de la existencia jud¨ªa¡±, as¨ª como su deseo de trasgredir lo establecido como manera de resistencia a los automatismos irreflexivos. La met¨¢fora de ¡°estilo egipcio¡± se utiliz¨® desde el siglo XIX en los ¨¢mbitos m¨¢s estilizados de Alemania para hablar eufem¨ªsticamente de lo jud¨ªo, en un intento de volver ex¨®tico y exorcizar lo innombrable, convirti¨¦ndolo en un mobiliario digno del div¨¢n de Oriente. En Arendt, una mujer con grandes problemas para identificarse con su identidad jud¨ªa, la m¨¢scara de la esclava egipcia recupera la historia de la di¨¢spora del pueblo elegido, a la vez que le imprime un giro ingenioso que coincide, de igual manera, con el irreverente humor jud¨ªo.
La aparici¨®n de la m¨¢scara jud¨ªa, una m¨¢s entre muchas otras, se cuela de forma anecd¨®tica e inconsecuente en las cartas. Junto a las continuas renuencias a un sentimiento de pertenencia, se solapa la identificaci¨®n con una cultura que se ha ido acumulando en el sustrato irracional y que se vierte en no pocos chistes sobre jud¨ªos, como aquel que Arendt le cuenta a Jaspers en relaci¨®n con el temor que le suscita una posible guerra entre EE UU y la URSS: ¡°Un jud¨ªo tiene miedo ante un perro que ladra. Otro jud¨ªo le recuerda el dicho ¡®perro ladrador, poco mordedor¡¯. A lo que el jud¨ªo contesta que lo conoce, pero no est¨¢ seguro de que el perro lo conozca¡±.
La m¨¢scara del juda¨ªsmo reaparece en esas otras ocasiones en las que, a modo de justificaci¨®n de los rasgos m¨¢s peculiares de su personalidad, esgrime una procedencia jud¨ªa que la obliga a instalarse en la constante preocupaci¨®n ante el acontecimiento inesperado, en la sempiterna insatisfacci¨®n, as¨ª como a mantener la costumbre de tener la maleta preparada para partir en cualquier momento. No es esa la ¨²nica m¨¢scara utilizada por Arendt. Otros de sus disfraces preferidos son el de Palas Atenea, el de mujer c¨ªnica, el de seductora, este ¨²ltimo le acarrea grandes ¨¦xitos, pues tras la muerte de su segundo esposo, Heinrich Bl¨¹cher, sigue recibiendo propuestas matrimoniales que, por supuesto, no acepta. Tal vez, la m¨¢s digna de menci¨®n sea aquella que, en 1970, llega del poeta brit¨¢nico Wystan Hugh Auden.
Para muchos exiliados, disfrazarse es una forma de rebelarse, de mostrar la bancarrota de la apariencia. De mentir para decir la verdad, tal y como performativamente practicaba la poeta jud¨ªo alemana Else Lasker-Sch¨¹ler, disfrazada del andr¨®gino pr¨ªncipe Yusuf de Tebas, con sus pantalones anchos de piel y sus camisas de colores brillantes, pase¨¢ndose por las inh¨®spitas ciudades de su exilio. Demostrando, hasta el absurdo, que el otro nunca es tan radicalmente ex¨®tico como nuestra ignorancia exaltada quisiera hacernos creer.
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