Un mundo sin reglas
Hablar de los cambios hormonales femeninos parece de mal gusto, pero he decidido tener una menopausia feminista
No me acuerdo exactamente de cu¨¢ndo me vino la primera regla. Recuerdo la preocupaci¨®n de mi abuela cuando le dije que una amiga la hab¨ªa tenido y le pregunt¨¦ cu¨¢ndo me tocar¨ªa. ?Dios nos libre!, clam¨® a los cielos, como si fuera posible impedir mi paso definitivo a la adultez. Lo que yo no sab¨ªa es que ese paso vendr¨ªa acompa?ado de verg¨¹enza, dolor y miedo. Verg¨¹enza porque me ense?aron a ocultarla y a bajar dos tonos de voz cada vez que hablaba de ella, como si tener la regla fuera de mal gusto. El dolor era f¨ªsico y mental. Mi padre dec¨ªa que las hormonas me dejaban de mala leche, pero se equivocaba. Las hormonas me hac¨ªan llorar con la publicidad de comida para perros. Lo que me dejaba hecha una furia era el dolor constante que sent¨ªa en mis entra?as. Sobre el miedo, creo que es obvio¡ Ten¨ªa miedo de quedarme embarazada. Ya fuera de un ligue, de un violador o del amor de mi vida. Quedarme embarazada tan joven era un gran problema porque sab¨ªa, aunque de forma inconsciente, que estar¨ªa sola. Porque las consecuencias de tener o no tener un hijo caer¨ªan exclusivamente sobre mis hombros. Quiz¨¢s no recuerdo la primera regla porque todo lo que vino despu¨¦s me pareci¨® mucho m¨¢s transcendente. De lo que s¨ª me acuerdo es de la ¨²ltima. Me vino en plena celebraci¨®n de mi 48 cumplea?os y no sab¨ªa que era una despedida. Sopl¨¦ las velas rodeada de amigos, y la regla me dijo adi¨®s, con todas sus consecuencias.
Hablar de la menopausia, como de la menstruaci¨®n, tambi¨¦n parece ser de mal gusto. Las mujeres solemos ocultarlo, y los hombres nos miran distinto cuando son conscientes de que hemos alcanzado este momento de la vida. Muchos incluso dejan de mirarnos. Los s¨ªntomas suelen ser terribles. Si haces una b¨²squeda r¨¢pida en Internet, te desesperas: engordas aunque comas lo mismo, pierdes pelo, tus huesos se debilitan, la libido se esfuma, sufres cambios de humor, la piel se reseca, la vagina tambi¨¦n, tienes sofocos durante el d¨ªa y despiertas empapada por la noche... No pude evitar imaginar que me convert¨ªa lentamente en Jabba el Hutt. Como mi abuela, y a pesar de no ser creyente, clam¨¦ a los cielos: ?Dios me libre!, como si fuera posible impedir mi paso definitivo a la madurez. Ante la evidencia, no me quedaba otra sino investigar sobre el tema y buscar ayuda para entenderlo. La verg¨¹enza, el dolor y el miedo, que me acompa?aron durante muchos a?os de regla, no ser¨ªan mis compa?eros de viaje en el climaterio. Lo tengo muy claro: mi menopausia ser¨¢ feminista o no ser¨¢.
Me compr¨¦ un abanico para lidiar con el proceso de combusti¨®n espont¨¢nea al que llaman sofocos y empec¨¦ a leer todo lo que encontr¨¦ sobre la menopausia. Para mi absoluta sorpresa (l¨¦ase esta frase con iron¨ªa), no hab¨ªa muchos estudios al respecto. Parece que la ciencia se estaba ocupando de temas m¨¢s importantes, como mantener una erecci¨®n a los 90 a?os. Los ginec¨®logos que consult¨¦ tampoco fueron muy emp¨¢ticos. Es un momento dif¨ªcil, una se encuentra cara a cara con uno de los mayores signos del ocaso y salen a flote sus dudas, sus prejuicios, sus inseguridades. Yo, que me sent¨ªa en la flor de la vida, de pronto empec¨¦ a pensar que era una vieja, con todo el peso y el prejuicio que esta palabra conlleva, especialmente en un mundo donde la juventud es un valor en alza y la vejez un defecto imperdonable. Me sent¨ª juzgada. Era una narcisista, una hist¨¦rica, una tonta... Pero lo ¨²nico que sent¨ªa era soledad. A lo mejor, no tuve mucha suerte con los profesionales a los que acud¨ª, pero creo que la medicina, y especialmente la p¨²blica, debe estar m¨¢s preparada para acoger las dudas y miedos de las mujeres con abanico.
Por suerte, unas cuantas especialistas han escrito sobre el tema con diferentes abordajes. Hablan de las hormonas, de los compuestos naturales, de la importancia de la actividad f¨ªsica, de seguir teniendo orgasmos, de cambios de h¨¢bitos de vida... Y lo mejor, no caen en la trampa de la autoayuda. Busqu¨¦ otros profesionales, m¨¢s emp¨¢ticos, y habl¨¦ con muchas mujeres que pasaron experiencias similares. Con tantas y tan diferentes opiniones, termin¨¦ creando mi propia receta. Decid¨ª vivir esta etapa como una oportunidad de hacer las cosas de una manera distinta y jur¨¦ nunca m¨¢s bajar dos tonos de voz para hablar de nada. Todo ello sin dejar de lado mi derecho a la pataleta. De momento, no me he convertido en Jabba el Hutt. Me veo m¨¢s como un Indiana Jones que sigue sus aventuras pasados los 80 a?os. Adem¨¢s, empec¨¦ a probar cosas nuevas, cosas que mi cinismo y el terror a convertirme en un clich¨¦ no me permit¨ªan hacer. Como bailar reguet¨®n, hacerme un tatuaje, ba?arme en una poza helada o escribir un art¨ªculo sobre mi ¨²ltima regla.
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