Chitarroni, dicha de la literatura
Tras la dictadura, la escena argentina era intensa y festiva. Se lanzaban manifiestos y se creaban editoriales y revistas
Peripecias del no, publicada en Argentina en 2007 y ahora reeditada en Espa?a (Firmamento), es la gozosa cristalizaci¨®n de una intensa vida literaria: la del Buenos Aires de las d¨¦cadas finales del siglo XX. Gira en torno a un grupo de amigos que publican una revista, llamada ?grafa o, a veces, Alusiva. El nombre parodia la Ac¨¦phale de George Bataille. La cantidad de citas directas y veladas, de gui?os (Wallace Stevens, por ejemplo, aparece aludido por su poema/cat¨¢logo sobre ¡°maneras de mirar un mirlo¡±, que el narrador convierte en ¡°maneras de fumar en un sal¨®n literario¡±), de nombres en clave y obras de todos los g¨¦neros e idiomas tiende al infinito. Un entusiasmo en el cruce de las varias facetas de su autor, Luis Chitarroni: la de editor (lo fue durante a?os en Sudamericana, y en los ¨²ltimos tiempos, del sello independiente La Bestia Equil¨¢tera), cr¨ªtico, animador y colaborador de publicaciones de muy diversa ¨ªndole. Nunca fue maestro de ceremonias en listas de ¨¦xitos, sino una especie de regidor entre bambalinas, de decantador exquisito. No es inocente que Peripecias del no lleve ese subt¨ªtulo inquietante, ¡®Diario de una novela inconclusa¡¯: peque?os n¨²cleos narrativos pautados por el NO que los interrumpe, anotaciones para desarrollos futuros, apuntes de lecturas, registro de reuniones de amigos de una c¨®mica solemnidad: ¡°Una ¨¦pica del disimulo, una epopeya de lo secundario¡±, dice. Anota Patricio Pron en su preciso pr¨®logo: ¡°Nadie escribe como Chitarroni, pero tampoco nadie lee como ¨¦l¡±.
Quien haya le¨ªdo lo anterior pensar¨¢, seguramente, en Borges. La vida literaria hecha literatura y viceversa, el anudamiento de escritores ver¨ªdicos y ap¨®crifos, la novela como horizonte necesario y despreciado a la vez. Pero Chitarroni escrib¨ªa en la misma ciudad que C¨¦sar Aira y Ricardo Piglia; Alberto Laiseca y Luis Gusm¨¢n; Sergio Chejfec, Matilde S¨¢nchez, Mirta Rosenberg y Daniel Guebel, por nombrar solo a algunos. Tras la recuperaci¨®n de la democracia, la escena intelectual era intensa y festiva, contra todos los vaivenes de la pol¨ªtica y la econom¨ªa. Los escritores lanzaban manifiestos, creaban editoriales y revistas. En el invierno de 1986, un extenso grupo de poetas j¨®venes, bajo la direcci¨®n de Daniel Samoilovich, saca Diario de Poes¨ªa: con su formato tabloide, llevar¨¢ versos a los quioscos de prensa de Buenos Aires, Rosario y Montevideo. En abril de 1988, otra banda de amigos, conocidos como Grupo Shanghai, nucleados en torno a Mart¨ªn Caparr¨®s, Jorge Dorio y Guillermo Saavedra, lanza Babel, revista de libros. Publicar¨¢ 22 n¨²meros, hasta marzo de 1992. Los grupos pod¨ªan ser permeables: varios de los colaboradores, como Charlie Feiling, fueron comunes. Todos los n¨²meros de ambas publicaciones, y de muchas m¨¢s de aquellos a?os, pueden consultarse ahora gracias a la extraordinaria labor del sitio electr¨®nico AHIRA (Archivo Hist¨®rico de Revistas Argentinas), bajo la direcci¨®n de Sylvia Sa¨ªtta.
Las reuniones eran multitudinarias: desbordaban los departamentos de los escritores y llenaban de vocer¨ªo los bares, como la confiter¨ªa Richmond de la calle Florida, en cuyo subsuelo, junto a lo billares, hab¨ªa jugado al ajedrez Witold Gombrowicz. Cuando Babel estaba a punto de salir se decidi¨® que cada n¨²mero llevar¨ªa un perfil de uno de los escritores rese?ados. Nadie dud¨® de que Chitarroni era la persona indicada para hacerlo. La recopilaci¨®n de esas columnas conformar¨¢n Siluetas (1992, reeditado en 2020). En el pr¨®logo, confiesa no haber asistido a la reuni¨®n en que se le adjudic¨® la secci¨®n y alude para ello a un famoso chiste de Macedonio Fern¨¢ndez: ¡°Al concierto de piano de la se?orita L¨®pez falt¨® tanta gente que si llega a faltar uno m¨¢s no cabe¡±. La mayor¨ªa de los escritores, para mostrarse creativos, borran las huellas de sus lecturas; Chitarroni hace lo contrario: las entreteje, las mezcla con invenciones propias, las superpone de un modo imprevisible y sorprendente, como en un collage de Max Ernst. La informaci¨®n fragmentaria de que dispon¨ªa se convierte en est¨ªmulo para la invenci¨®n, que no se oculta. Entre ¡°preferencias y obligaciones¡± est¨¢n Italo Svevo, Andr¨¦i Bieli, Djuna Barnes, Ford Madox Ford, Joseph Cornell, Arno Schmidt y muchos m¨¢s. La semblanza de Oliver St. John Gogarty, cirujano y poeta, se basa en una carta de Joyce, ¡°prueba irrefutable de que quien escribe esto no es historiador ni artista¡±; escritor, s¨ª, a pesar de todas sus declaraciones de modestia, que Julio Prieto denomina ¡°erudici¨®n reticente¡±.
¡®Peripecias del no¡¯ es un libro vivo, divertido si el lector est¨¢ dispuesto a entrar en juego; una gu¨ªa inabarcable
Peripecias del no es un libro vivo, divertido si el lector est¨¢ dispuesto a entrar en juego; una gu¨ªa inabarcable y eficaz (c¨®mo resistirse al narrador que se ordena a s¨ª mismo ¡°releer los tres cuentitos [de Henry James] que tradujo [Jos¨¦] Bianco¡±), una efervescente evocaci¨®n de varias generaciones de escritores nucleados, casi siempre, en torno a las revistas. As¨ª que terminaremos con lo que escribi¨® Beatriz Sarlo en otra de las imprescindibles, Punto de vista: ¡°Chitarroni escribe una no novela¡ La ¡®peripecia del no¡¯ es la resistencia ¨²ltima de un escritor a la desaparici¨®n de lo que considera literatura. Sin desesperaci¨®n, con cortes¨ªa melanc¨®lica y afecto erudito, escribe tocando el l¨ªmite extremo, exterior, extempor¨¢neo, de la ficci¨®n. El jard¨ªn est¨¢ en ruinas, y Chitarroni permanece all¨ª¡±.
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