Beethoven veranea por fin en Noruega
El Festival de Rosendal retoma modificada, con dos a?os de retraso, la programaci¨®n prevista para 2020 que pensaba celebrar el 250? aniversario del nacimiento del compositor alem¨¢n
El ¨²nico mar que pudo ver Beethoven fue el que debi¨® de atisbar en Roterdam, en el oto?o de 1783, cuando ten¨ªa solo 12 a?os. No disfrut¨® nada en el viaje (se quej¨® amargamente del fr¨ªo que pas¨® en el barco que les llev¨® a ¨¦l y a su madre por el Rin desde Bonn) y tampoco se sinti¨® a gusto, como le pasar¨ªa durante toda su vida, viviendo en tierra extra?a. El compositor no fue nunca muy dado a viajar y una canci¨®n que escribi¨® probablemente muy joven, Urians Reise um die Welt (El viaje de Urian alrededor del mundo), podr¨ªa reflejar esa aversi¨®n. En su segunda estrofa leemos: ¡°Primero fui al Polo Norte; / ?a fe m¨ªa que hac¨ªa fr¨ªo! / Entonces pens¨¦ que, para mi gusto, / en casa se est¨¢ mucho mejor¡±.
En comparaci¨®n con Mozart, que recorri¨® desde muy ni?o buena parte de Europa, o de Haydn, que disfrut¨® enormemente durante sus dos largas estancias en Inglaterra siendo ya sexagenario, Beethoven se movi¨® en un radio geogr¨¢fico muy reducido y los dos viajes m¨¢s largos de su vida fueron los que lo llevaron de Bonn a Viena, el segundo ya de manera definitiva. Jam¨¢s visit¨® Italia, Francia o Inglaterra, aunque hubo no menos de cuatro planes o tentativas de viajar a Londres. Quien quiera imaginar al compositor a bordo de un barco, atravesando el Atl¨¢ntico, tendr¨¢ que leer Mr. Beethoven, la extraordinaria ficci¨®n hist¨®rica de Paul Griffiths que recrea su imaginario viaje a Boston tras aceptar el encargo de escribir un oratorio que le habr¨ªa hecho supuestamente la Handel and Haydn Society.
A Rosendal tambi¨¦n se llega por el agua, navegando desde Bergen por el fiordo de Hardanger. Sabiendo de su amor por la naturaleza, Beethoven no podr¨ªa haber dejado de disfrutar en esta majestuosa combinaci¨®n de agua y monta?as, que en Noruega se tocan a cada paso piel con piel. Y aqu¨ª habr¨ªa encontrado a buen seguro tanto inspiraci¨®n para componer como la paz y la reclusi¨®n que siempre necesitaba para ello. Es lo que hizo Ludwig Wittgenstein en 1913, cuando decidi¨® abandonar Cambridge para construirse una caba?a y vivir, apartado de todo y de todos, en Skjolden, en el extremo del fiordo de Lustra, al norte de Bergen: m¨¢s tarde considerar¨ªa el tiempo que pas¨® aqu¨ª como el per¨ªodo filos¨®ficamente m¨¢s creativo de su vida.
La efem¨¦ride beethoveniana de 2020 (el 250? aniversario de su nacimiento) se vio truncada en gran medida en todo el mundo por la irrupci¨®n de la pandemia. Centenares de actos conmemorativos tuvieron que suspenderse, algunos definitivamente, mientras que otros quedaron aplazados a la espera de tiempos m¨¢s propicios. Es lo que ha sucedido tambi¨¦n en la diminuta Rosendal, el lugar elegido por Leif Ove Andsnes para, en compa?¨ªa de amigos y colegas, celebrar un peque?o festival centrado a?o tras a?o en un gran compositor.
Tras Schubert, Mozart, Shostak¨®vich y Dvo?¨¢k (la edici¨®n de 2018, en el centenario del Armisticio, se dedic¨® a m¨²sica nacida durante la I Guerra Mundial), con dos a?os de retraso, y en fechas diferentes de las habituales en agosto, le ha llegado por fin el turno al autor de Fidelio. Como es natural, la programaci¨®n prevista entonces no ha podido recuperarse tal cual, sino que ha habido que introducir no pocos cambios, tanto en el repertorio como en los int¨¦rpretes. Pero la filosof¨ªa se mantiene inalterada: varios conciertos cada d¨ªa, hasta un total de 10 de jueves a domingo, repartidos entre un antiguo establo reconvertido en sala de conciertos y la iglesia del pueblo, una peque?a construcci¨®n del siglo XIII desde la que se divisa toda la bah¨ªa a uno y otro lado del fiordo. En la primera pueden verse en distintas pantallas situadas en los laterales p¨¢ginas manuscritas digitalizadas de varias partituras de Beethoven f¨¢cilmente identificables (Variaciones Diabelli, Sonata op. 111, Cuartetos opp. 18 n¨²m. 3 y 135, cuadernos de apuntes), una de Mozart (¨²ltimo movimiento del Cuarteto K. 590) y dos cuadros de Caspar David Friedrich: Dos hombres mirando la luna, recreado por Andrea Breth al comienzo de su reciente montaje de Salome, estrenado en el Festival de Aix-en-Provence, y Monje junto al mar. As¨ª como es habitual emparentar los nombres de Friedrich y Franz Schubert, es mucho m¨¢s infrecuente establecer una correlaci¨®n entre el gran pintor alem¨¢n y Beethoven, a pesar de que fueron tambi¨¦n estrictos coet¨¢neos.
La primera obra del concierto inaugural, Hardingtrio, nos situaba ya inequ¨ªvocamente en Noruega. La firmaba el compositor residente (oficioso) de esta edici¨®n, el veterano Ketil Hvoslef, presente aqu¨ª estos d¨ªas. Est¨¢ escrita para soprano (con la voz tratada como si fuera un instrumento m¨¢s), piano y viol¨ªn Hardanger, el gran instrumento folcl¨®rico noruego (Edvard Grieg lo utiliza, por ejemplo, en su m¨²sica incidental para Peer Gynt), que cuenta con m¨¢stil, cordal, tapas y costillas profusamente decorados, cuatro cuerdas que vibran por frotamiento del arco y otras tantas que resuenan por simpat¨ªa, a la manera de la viola d¡¯amore. H?kon Asheim empez¨® toc¨¢ndolo desde fuera de escena, casi siempre con motivos repetitivos de raigambre folcl¨®rica. M¨¢s tarde, la soprano Hilde Haraldsen Sveen cant¨® bajo la tapa del piano mientras Leif Ove Andsnes rasgaba las cuerdas, haciendo sonar arm¨®nicos. Al final, soprano y viol¨ªn se retiran detr¨¢s del escenario mientras siguen cantando o tocando, y la obra se cierra con el piano en solitario.
Han sonado estos d¨ªas cuatro obras de Hvoslef y todas han sido absolutamente diferentes, quiz¨¢ con la excepci¨®n de una fantas¨ªa para piano y un tr¨ªo para clarinete, violonchelo y piano que compart¨ªan citas expresas e inequ¨ªvocas de Beethoven: los terceros movimientos de la Sonata para piano op. 101 y el Tr¨ªo op. 11. En ambas qued¨® de manifiesto un lenguaje irreductiblemente personal, as¨ª como un poderoso sentido del humor: en un breve di¨¢logo que mantuvo con Leif Ove Andsnes sobre el escenario, este juvenil anciano de 83 a?os no dej¨® de provocar las risas de todos los asistentes.
El largo men¨² beethoveniano de estos d¨ªas se abri¨® con la Sonata op. 47 para viol¨ªn y piano, bautizada jocosamente en el manuscrito como ¡°Sonata mulattica composta per il mulatto Brischdauer, gran pazzo e compositore mulattico¡±, en referencia al violinista George Bridgetower, un m¨²sico brit¨¢nico de ascendencia africana, el encargado de estrenarla junto al compositor. No fue f¨¢cil que los int¨¦rpretes encargados de revivirla en Rosendal se pusieran de acuerdo, porque la violinista Antje Weithaas opt¨® por la literalidad y el pianista Enrico Pace, como har¨ªa en todas sus intervenciones posteriores, por la fantas¨ªa: ortodoxia y heterodoxia codo con codo. Tan solo en el desarrollo del tercer movimiento hubo una cierta confluencia o, cuando menos, contig¨¹idad entre una y otra. El concierto inaugural se cerr¨® con el primero de los tres cuartetos de cuerda que dedic¨® Beethoven al pr¨ªncipe Andr¨¦i Razumovski. En 2020 estaba previsto que el Cuarteto Eb¨¨ne se hiciera cargo de todas las incursiones en una de las parcelas fundamentales del cat¨¢logo camer¨ªstico del compositor alem¨¢n: con su reciente integral discogr¨¢fica han ratificado que les sobran credenciales para ello. Ahora ha ocupado su puesto otra formaci¨®n francesa, el joven Cuarteto van Kuijk (su nombre est¨¢ tomado, en la mejor tradici¨®n centroeuropea, del apellido del primer viol¨ªn), que ha mostrado por igual sus fortalezas y sus debilidades.
Por lo escuchado aqu¨ª estos d¨ªas, se trata de un grupo a¨²n por hacer, o por pulir, a pesar de que ya llevan varios a?os de carrera tras obtener importantes premios internacionales. De entrada, hay un apreciable desequilibrio, en favor de la segunda, entre los dos violines y la cuerda grave. Son desagraciadamente frecuentes los problemas puntuales de afinaci¨®n y, lo que es quiz¨¢ m¨¢s grave, la falta de solidez estructural, un defecto muy patente en los movimientos extremos del Cuarteto op. 135, que tocaron el viernes por la ma?ana. Tienden a brillar m¨¢s en los movimientos lentos, donde su sonido gana apreciablemente en empaste y personalidad, y dejaron entrever desajustes ostensibles en el esquivo Cuarteto op. 95, en cuyo tercer movimiento estuvieron a punto de naufragar en dos ocasiones, aunque salieron de ambos trances con habilidad.
En sus dos conciertos del s¨¢bado (opp. 18 n¨²m. 6 y 59 n¨²m. 3) volvieron a destacar en los movimientos lentos, en los que dejan apuntes constantes de gran musicalidad en el fraseo, o en pasajes como La Malinconia, que tocaron, como requiere Beethoven, ¡°con gran delicadeza¡±. Muy poco despu¨¦s, sin embargo, antes de la secci¨®n marcada Poco adagio, volvieron los desajustes, que ya hab¨ªan asomado asimismo en el Scherzo. El violonchelista, Anthony Kondo, hasta el s¨¢bado el instrumentista m¨¢s s¨®lido, se atranc¨® en el pasaje ascendente por terceras (incomod¨ªsimo de tocar, es cierto) del primer movimiento del Cuarteto op. 59 n¨²m. 3, tanto en la exposici¨®n como ¡ªa¨²n m¨¢s, si cabe¡ª en la repetici¨®n. En la fuga final de esta misma obra, que lograron terminar con las fuerzas justas, se mostraron valientes y los insistentes aplausos les animaron a ofrecer la primera de las dos ¨²nicas propinas del festival: un arreglo para cuarteto de cuerda de la canci¨®n Les chemins de l¡¯amour de Francis Poulenc. Para lograr situarse a la altura de los mejores (y el en estos d¨ªas a?orado Eb¨¨ne es uno de ellos, sin duda), el van Kuijk tiene a¨²n muchas cosas que aquilatar y mejorar.
Pero tambi¨¦n ha habido estos d¨ªas maravillas sin m¨¢cula, como todas las intervenciones protagonizadas por la violinista Alina Ibragimova, que a sus innumerables virtudes como instrumentista une todos los requisitos que debe reunir un buen camerista. Siempre escucha a sus compa?eros, jam¨¢s destaca ni se impone y es una fuente de inspiraci¨®n constante. Uno de los momentos interpretativos m¨¢s altos de estos d¨ªas se alcanz¨® en la Sonata op. 96, una de esas obras de Beethoven que no son f¨¢ciles de plasmar en sonidos. Ella lo hizo, admirablemente, de principio a fin, en compa?¨ªa de Kristian Bezuidenhout, otro instrumentista que raramente decepciona. ?l toc¨® adem¨¢s uno de los tres instrumentos hist¨®ricos que han sonado aqu¨ª estos d¨ªas: un Stein de 1783, un Hafner de aproximadamente 1840 y un Streicher de esta misma ¨¦poca. Ibragimova, que lidera un cuarteto que toca tambi¨¦n con criterios interpretativos historicistas, se entendi¨® perfectamente con el sudafricano y, apartado el Steinway y la tensi¨®n de los modernos instrumentos de cuerda, Beethoven se convierte en un compositor diferente.
Ambos, junto con el excelente violonchelista Christian Polt¨¦ra, acompa?aron a Dorothea R?schmann en la primera de dos breves selecciones de los arreglos de canciones populares brit¨¢nicas e irlandesas que realiz¨® Beethoven. La soprano alemana, como demostr¨® en su ¨²ltimo recital en el Teatro de la Zarzuela, es una de las grandes y en estas canciones sencillas despleg¨® todos sus recursos expresivos. Pero donde m¨¢s ha brillado estos d¨ªas es en las canciones de Mignon de Hugo Wolf que interpret¨® en la iglesia de Kvinnherad el s¨¢bado por la ma?ana, que sonaron como complemento y continuaci¨®n natural de cuatro Lieder de Beethoven, incluido el que pone m¨²sica a los mismos versos de Goethe que utilizar¨ªan Schubert, Schumann y, por supuesto, Wolf: ¡°Kennst Du das Land, wo die Zitronen bl¨¹hn?¡±, la inolvidable referencia a Italia. Solo por escucharle estas canciones habr¨ªa merecido la pena venir hasta Rosendal. Hubo detalles constantes de maestr¨ªa en la caracterizaci¨®n del sufrimiento constante de Mignon, que R?schmann cant¨® ¡°entreg¨¢ndose apasionadamente¡±, como escribe Wolf en la partitura de Kennst du das Land. Le ayud¨®, y no poco, que al piano se sentara esta vez Leif Ove Andsnes, que se arroga en su festival un protagonismo abiertamente secundario, pero que cada vez que pulsa las teclas opera milagros y hace subir el nivel varios enteros. En el comienzo mismo de este a?o lo vimos en el Teatro Real junto a su compatriota Lise Davidsen y aqu¨ª ha dejado muestras constantes de su enorme clase, incluidas dos Bagatelas tocadas en el piano hist¨®rico de Streicher.
Sorprende ¡ªa la vez que dice mucho a su favor¡ª que los dos principales pianistas de estos d¨ªas se sit¨²en en las ant¨ªpodas est¨¦ticas de quien los ha invitado. Enrico Pace no hace nada previsible ni, casi podr¨ªa decirse, normal. Reinventa la m¨²sica a cada comp¨¢s, como hizo en una versi¨®n de la Sonata ¡°Waldstein¡± que roz¨® lo estrafalario y cuyo primer movimiento, en vez de llegarnos compacto, de una sola pieza, se convirti¨® en una sucesi¨®n de bloques diferentes, en los que el br¨ªo de la indicaci¨®n inicial de Beethoven aparece y desaparece a voluntad. Menos mal que cuando hace m¨²sica de c¨¢mara contiene un poco su tendencia a la creatividad, como hizo en la obra que cerr¨® el festival, el Tr¨ªo op. 70 n¨²m. 2, donde la compa?¨ªa de Alina Ibragimova y Christian Polt¨¦ra atemper¨® mucho sus excentricidades y su peculiar idiosincrasia.
M¨¢s extremo a¨²n es el caso de V¨ªkingur ?lafsson, una de esas pompas de jab¨®n fabricadas por el marketing que, antes o temprano, acaban explotando. Entretanto, sin embargo, arrebatan a p¨²blicos que caen rendidos ante su amplio repertorio de trucos baratos, si es que no algo peor. Despu¨¦s de tocar el viernes por la noche sistem¨¢ticamente fuerte y sin ning¨²n vuelo l¨ªrico ni heroico el Tr¨ªo op. 97 (Antje Weithaas y Steven Isserlis hicieron lo que pudieron para evitar el naufragio), el domingo por la ma?ana se enfrent¨® en solitario, y como si estuviera escrito un attacca entre el final de una y el comienzo de otra, a dos Sonatas en Do menor: la K. 475 de Mozart y la op. 13 de Beethoven. A menudo es dif¨ªcil entender lo que hace: por qu¨¦ separa sistem¨¢ticamente lo que est¨¢ escrito legato, por qu¨¦ no respeta los silencios, por qu¨¦ emborrona con el pedal pasajes que deber¨ªan sonar transparentes, por qu¨¦ toca o machaconamente fuerte o imperceptiblemente suave, sin apenas gradaciones intermedias, por qu¨¦ echa de repente a correr o ralentiza el tempo abruptamente, o por qu¨¦ repite ¡ªen contra de toda l¨®gica musical¡ª la introducci¨®n lenta del primer movimiento de la op. 13 de Beethoven, cuando deber¨ªa repetirse ¨²nicamente, tal como indica claramente la partitura y rezan los c¨¢nones cl¨¢sicos, la exposici¨®n r¨¢pida. En sus presentaciones habladas, ha dado muestras de gran inteligencia y sentido del humor, pero cuando se sienta ante el teclado, el cielo se nubla por completo.
Al tocar adopta la actitud de un iluminado, de un genio (con aspecto inequ¨ªvoco de hipster island¨¦s) que ha venido a reescribir la historia de la interpretaci¨®n de todo cuanto toca. El p¨²blico le aplaude en pie, como a un Mes¨ªas, como en otros ¨¢mbitos sucede con Teodor Currentzis, y claro, esto retroalimenta el ego y los caprichos. Con buena parte del p¨²blico en pie, ?lafsson interpret¨® como propina el movimiento lento de la Sonata en tr¨ªo n¨²m. 4 de Bach, escrita originalmente para ¨®rgano, en la transcripci¨®n de August Stradal. Y de nuevo se repiti¨® la historia: pianissimo y m¨ªstico al principio, hinchado y fortissimo al final. El d¨ªa antes hab¨ªa tocado a cuatro manos con Leif Ove Andsnes en la iglesia local y, aun con los ojos cerrados y los o¨ªdos semitaponados, hubiera sido posible decir sin asomo de duda en qu¨¦ lado del piano se sentaba cada uno. ?lafsson empez¨® el concierto con un arreglo propio ¡ªfallido¡ª del Adagio del Quinteto K. 516 de Mozart y prosigui¨® con tres arreglos bachianos ¡ªportentosos¡ª de Gy?rgy Kurt¨¢g, que s¨ª que capturan plenamente la esencia y el esp¨ªritu de la m¨²sica original. ?lafsson volvi¨® a ejercer en solitario de pianista trilero en la Fantas¨ªa BWV 904 de Bach (y la historia volvi¨® a repetirse: pseudometaf¨ªsico y evanescente de entrada, atronante y ultrarrom¨¢ntico en su conclusi¨®n). En el Allegretto de la Sinfon¨ªa n¨²m. 7, transcrito por Czerny para piano a cuatro manos, a ?lafsson le tocaron los agudos, al contrario que en Kurt¨¢g, y eso se tradujo en acordes aporreados en el cl¨ªmax del movimiento.
Es imposible dar cuenta en detalle de todo lo escuchado a lo largo de estos 10 intensos conciertos concentrados en tan pocas horas. Tanja Tetzlaff, contagiada de covid, ha sido sustituida por Steven Isserlis y Audun Sandvik. El primero es un instrumentista con una personalidad ¨²nica: en un mundo tan dado a las apariencias, su constante y desaforada gestualidad posee la enorme virtud de ser genuina, aut¨¦ntica, no impostada, como la de muchos de sus colegas amantes de aparentar trascendencia. Su largu¨ªsima trayectoria de camerista hizo que todas las interpretaciones en que particip¨® ganaran varios enteros. Y una de las grandes muestras de armon¨ªa y colaboraci¨®n entre m¨²sicos fue el Septeto que tocaron el s¨¢bado a mediod¨ªa un grupo de m¨²sicos noruegos (Sandvik entre ellos) liderado por Antje Weithaas, que toc¨® por fin al alt¨ªsimo nivel al que nos ten¨ªa acostumbrados en los a?os en que tocaba el primer viol¨ªn del desaparecido Cuarteto Arcanto.
Tambi¨¦n ha causado una magn¨ªfica impresi¨®n en varios conciertos ¨Ccomo int¨¦rprete y como compositor¨C el joven saxofonista noruego Marius Neset, autor de la obra de encargo del festival Who We Are, estrenada en el concierto de clausura y un fiel reflejo de la incertidumbre que se apoder¨® de todos nosotros con la irrupci¨®n de la pandemia. Ahora el festival ha recuperado por fin todas sus principales se?as de identidad: la sensaci¨®n de compartir todos un espacio ¨ªntimo, la presencia constante de m¨²sicos mezclados entre el p¨²blico para escuchar a sus colegas, la total ausencia de c¨®digos formales, el privilegio de poder escuchar m¨²sica intensamente y en un entorno natural privilegiado, la posibilidad de programar juntas obras que las rigideces de la vida musical habitual convierten en tarea imposible. Un ejemplo paradigm¨¢tico fue el concierto del viernes por la noche en el que se interpretaron la op. 95 (un cuarteto), la op. 96 (una sonata para viol¨ªn y piano) y la op. 97 (un tr¨ªo con piano), tres puertas de entrada, similares y diferentes, en el ¨²ltimo per¨ªodo beethoveniano. Rosendal ha vuelto, con Beethoven presente y casi visible de muchas maneras en este veraneo noruego largamente aplazado: larga vida a este festival ¨²nico.
Babelia
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