La banda de las bandas de Norteam¨¦rica
La muerte de Robbie Robertson, figura emblem¨¢tica de The Band, recuerda la decisiva influencia en la m¨²sica norteamericana del grupo que acompa?¨® la cruzada el¨¦ctrica de Bob Dylan
Un nombre tan simple como definitivo: The Band. Como si fueran la ¨²nica banda, o la m¨¢s importante, o la mejor. Un nombre que vino despu¨¦s de haber dejado atr¨¢s con el que se dieron a conocer, The Hawks (Los Halcones), u otros que pensaron despu¨¦s como The Honkies o The Crackers, vetados por la discogr¨¢fica Capitol Records al hacer ambos referencia a modos de insultar o referirse con cierto desprecio a los hombres blancos de las zonas rurales del sur de Estados Unidos. Se qued¨® ¡°la banda¡±, tal y como el p¨²blico llamaba al grupo cuando se fue de gira entre 1965 y 1966 con Bob Dylan en su cruzada el¨¦ctrica, uno de los momentos m¨¢s trascendentales de la historia de la m¨²sica popular. El nombre lo sugiri¨® Robbie Robertson, fallecido el pasado martes a los 80 a?os y figura emblem¨¢tica de la m¨²sica norteamericana por ser uno de los cinco miembros de The Band. Su muerte marca un fin simb¨®lico para una banda irrepetible. Antes que ¨¦l se fueron otros tres integrantes: el teclista Richard Manuel (muerto en 1986), el bajista Rick Danko (en 1999) y el baterista Levon Helm (en 2012). A sus 86 a?os, solo sobrevive el acordeonista Garth Hudson. Sin embargo, Robertson, m¨¢s que Hudson y casi ning¨²n otro, era un l¨ªder del grupo a ojos de la memoria por su papel de principal compositor, cantante y guitarrista.
A decir verdad, hablar de l¨ªderes en The Band es como intentar saber qu¨¦ fue antes: el huevo o la gallina. Un debate sin fin que concluye que no se puede entender a esta banda, formada por cuatro canadienses y un estadounidense de fuertes convicciones llamado Levon Helm, sin la sinton¨ªa especial de sus cinco miembros. El propio Robertson, quien m¨¢s destacaba en los cr¨¦ditos de las canciones, sol¨ªa enfatizar la importancia de todos para capturar esa m¨²sica como surgida de un tiempo remoto, tan remoto como una mitolog¨ªa. The Band fueron un experimento tan extraordinario que, cuando publicaron su primer disco, Music from Big Pink, en 1968, era casi imposible encajarles como rupturistas en la efervescencia de la modernidad contracultural. Ni estaban en la l¨ªnea de The Doors o los grupos de San Francisco, ni en la ¨®rbita pop de The Beach Boys, ni mucho menos en los m¨¢rgenes de inadaptados de The Velvet Underground. The Band eran los proscritos del territorio sin ley de la ¨¦poca dorada del rock. En palabras del propio Robertson: ¡°Quer¨ªa escribir m¨²sica que se sintiera como si hubiera sido escrita hace 50 a?os o ma?ana. Es decir, que tuviera la cualidad de estar perdida en el tiempo¡±. O como la defini¨® Bruce Springsteen en el documental sobre el grupo Once Were Brothers: ¡°Es como si nunca los hubieras escuchado antes y como si siempre hubieran estado all¨ª¡±.
La m¨²sica de The Band era familiar y misteriosa, sorprendentemente absorbente. Como una leyenda. Sus cinco miembros eran hijos de la gloriosa sacudida de la primera escuela del rock¡¯n¡¯roll liderada en los cincuenta por Elvis Presley, pero hab¨ªan mamado ¡ªnunca mejor dicho porque se lo beb¨ªan todo¡ª los secretos de la carretera como banda de acompa?amiento de Ronnie Hawkins, un cantante canadiense de rockabilly que sab¨ªa patear culos como nadie sobre un escenario. Luego pasaron a ser el fundamental apoyo que Bob Dylan necesitaba para electrificarse y revolucionar los postulados del folk y el rock, aunque Levon Helm, harto de recibir silbidos y abucheos en esa hist¨®rica gira, estuvo fuera de la banda voluntariamente entre 1965 y 1967.
Con Dylan fueron capaces de imaginar su propio mundo fuera de modas y dict¨¢menes. Y, as¨ª, para cuando se hicieron un ente propio, encerrados en una caba?a de las monta?as del Estado de Nueva York, las mismas donde huy¨® Dylan para abandonar la modernidad mesi¨¢nica que le asfixiaba, The Band crearon un imaginario sonoro como sacado de viejas escrituras. M¨²sica de una paleta de colores intensos y variados, sonidos ra¨ªces con un pundonor juvenil y un entusiasmo desmedido. De alguna fabulosa manera, el grupo era la prolongaci¨®n o un efecto del universo contenido en The Anthology of American Folk Music, una recopilaci¨®n elaborada por el bohemio Harry Smith y publicada en 1952 con 84 canciones de primeros blues, country, g¨®spel, cajun, hillbilly o jug-jazz. El aplomo revelador de esta caja recopilatoria marc¨® a Dylan y The Band hasta guiarles en sus propios pasos y juntarles en las indispensables sesiones de The Basetement Tapes. The Band pod¨ªan sonar al a?ejo Nueva Orleans como a otra distinta California. En definitiva, m¨²sica con un halo m¨ªstico.
Los cinco parec¨ªan venir de lejos y por caminos que solo ellos conoc¨ªan como los forajidos del Salvaje Oeste. La est¨¦tica de la banda acompa?aba a esas canciones r¨²sticas, polvorientas y con sabor a viejo mundo. Cinco desterrados con sus sombreros, sus chaquetas, sus botas, sus barbas y su mirada de haber pisado muchas tabernas de pueblos levantados cerca de las v¨ªas del ferrocarril. En a?os del verano del amor, la psicodelia y las flores, ellos no eran ni simbolistas ni luminarias jipis sino que pod¨ªan pasar por los nuevos socios de Wyatt Earp, los hermanos Clayton, Billy El Ni?o o Pat Garret. Los chismes y relatos de la construcci¨®n de Am¨¦rica, con la conocida como Gran Migraci¨®n hacia el Oeste de la segunda mitad del siglo XIX, palpitaban en canciones que pod¨ªan haberse creado all¨ª. Referencias b¨ªblicas, personajes salidos de la Guerra de Secesi¨®n o abandonados por senderos con su carga existencial y sensaci¨®n de anhelo poblaban el universo de The Band. Composiciones como The Weight y The Night They Drove Old Dixie Down fueron ep¨ªtome creativo de su gran capacidad de evocaci¨®n.
?Por qu¨¦ esta banda esencialmente canadiense defini¨® tan bien el mito de EE UU? Quiz¨¢ por lo mismo que el italiano Sergio Leone dio una nueva definici¨®n al western. No ser estadounidenses les permit¨ªa no idealizar demasiado y mostrar de una forma m¨¢s escabrosa y directa el alma de una naci¨®n que necesitaba inventarse bajo heridas fundacionales. En el caso de The Band, esta forma sonaba como un cuchillo de cien puntas: euf¨®ricos, tristes, divertidos, melanc¨®licos, c¨ªnicos, trascendentales... Su m¨²sica remit¨ªa de muchas formas dispares a esa querencia por el mundo rural, los espacios ilimitados y el paisaje salvaje tan propio de la mejor literatura norteamericana. Era como si ambientasen tanto a los personajes desmelenados de Mark Twain como a los secos y violentos de Cormac McCarthy, cuyos posteriores libros enlazaban con el mito de la Frontera.
Dec¨ªa la escritora Carson McCullers, autora de El coraz¨®n es un cazador solitario, que ¡°la soledad es una enfermedad americana¡±. Y The Band recreaba esa enfermedad con su propia jukebox echando chispas. Por eso y por una obra imborrable, m¨¢s a¨²n con la mejor despedida jam¨¢s rodada en The Last Waltz, dirigida por Martin Scorsese y vista como una magn¨ªfica celebraci¨®n del crisol de ra¨ªces e intercambios bastardos de EE UU, The Band fue la piedra filosofal de la Americana, un g¨¦nero reconocido por la industria estadounidense despu¨¦s de que lo pelease durante a?os la Americana Music Association, un conglomerado de artistas, sellos, emisoras de radio y promotores que buscaban reconocer el valor de la m¨²sica de ra¨ªces norteamericana con esp¨ªritu el¨¦ctrico. Sin esta banda, no se entender¨ªa buena parte de la construcci¨®n sonora de Norteam¨¦rica en el ¨²ltimo medio siglo. Artistas y grupos como The Long Ryders, Lucinda Williams, Wilco, Steve Earle, The Avett Brothers, Ryan Adams o Jason Isbell, entre otros muchos, vienen de ah¨ª. Se entiende, por tanto, que en 2010 los premios Grammy concediesen su primer galard¨®n en la categor¨ªa de Americana al disco en solitario de Levon Helm, exbaterista de The Band, recordada hoy como la banda de las bandas de Norteam¨¦rica.
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