Tras diez a?os de intentos fallidos, ?se equilibrar¨¢ por fin la encarnizada rivalidad entre los Lakers y los Celtics?
Llevan m¨¢s de seis d¨¦cadas curti¨¦ndose el lomo con entusiasmo y con sa?a, asalto tras asalto, como si no hubiese un ma?ana. Pretenderse neutral o agn¨®stico en este duelo de esencias es una opci¨®n cobarde. Hay que elegir bando
Los Lakers ten¨ªan en la madrugada del s¨¢bado una cita con la historia. La suya y la del baloncesto. Si hubiesen conseguido derrotar a Miami Heat en el quinto partido de la serie final, hoy ser¨ªan campeones de la NBA. Perdieron, pero el pr¨®ximo lunes tendr¨¢n una nueva oportunidad. Lideran la serie por 3 a 2 y el anillo sigue a tiro. Si lo acaban consiguiendo, acumular¨¢n ya 17 t¨ªtulos e igualar¨¢n a su n¨¦mesis, el que lleva d¨¦cadas siendo el equipo m¨¢s laureado de la competici¨®n, los Boston Celtics. Cerrar¨ªan as¨ª una herida abierta y dejar¨ªan atr¨¢s de una vez por todas el s¨ªndrome de eternos segundones que arrastran desde mediados de los 60, la d¨¦cada en que los Celtics les pintaron la cara un a?o tras otro y pusieron tierra de por medio acumulando t¨ªtulos a velocidad de crucero.
LeBron James es el principal art¨ªfice de este milagro contempor¨¢neo, de esta resurrecci¨®n acelerada de un club al que hace muy poco se auguraban a?os de miseria y sufrimiento. El alero de Akron, Ohio, aterriz¨® en Los ?ngeles en julio de 2018. Los Lakers eran por entonces un desbarajuste institucional y deportivo, una espl¨¦ndida fachada que ocultaba a duras penas una casa en ruinas. Necesitaban un jugador franquicia que les condujese a un nuevo c¨ªrculo virtuoso y lo han encontrado en James, un depredador inmisericorde, un atleta excepcional cuyo gen competitivo permanece intacto a sus 35 a?os.
La vida est¨¢ llena de decisiones trascendentes, de dilemas existenciales que definen una identidad e imprimen car¨¢cter. Se puede ser de izquierdas o de derechas, estoico o epic¨²reo, apocal¨ªptico o integrado, beato o librepensador. Se puede ser de Lennon o de McCartney. Y los verdaderos aficionados al baloncesto se plantean tarde o temprano un dilema a¨²n m¨¢s acuciante, una cruel dicotom¨ªa en la que neutralidad no es una opci¨®n. Aqu¨ª no hay Suiza que valga. Se puede ser de casi cualquier equipo, incluso de los New York Pelicans. Pero en el mundo de la canasta existe una zanja, una trinchera trazada a fuego en el parqu¨¦, que separa a dos ej¨¦rcitos rivales, dos maneras distintas de estar en el mundo y de entender el deporte y la vida: los Lakers y los Celtics.
Se puede (y se debe) ser de uno o del otro, nunca de los dos a la vez. Y pretenderse neutral o agn¨®stico en este duelo de esencias es una opci¨®n pueril y cobarde. Hay que elegir bando. El oro y la p¨²rpura contra el tr¨¦bol, la sonrisa californiana contra el orgullo irland¨¦s, el showtime de Los ?ngeles contra el baloncesto de sangre, sudor y l¨¢grimas de la bah¨ªa de Massachusetts. Los Lakers son hedonismo visceral y los Celtics, moral cat¨®lica. Ya dijo Bob Dylan que en esta vida hay muy pocas cosas realmente sagradas. Y el asunto que se traen entre manos desde hace d¨¦cadas este par de pistoleros gemelos es una de ellas.
La suya es la rivalidad m¨¢s encarnizada, legendaria y l¨ªrica de la historia del deporte. ?He o¨ªdo Real Madrid y Barcelona? Eso no son m¨¢s que las dentelladas que intercambian un par de tiburones forzados a compartir la misma pecera. Ni siquiera el pulso centenario entre las selecciones de Argentina y Brasil alcanza semejante nivel de virulencia, de intensidad y de epopeya. Los Celtics son Joe Frazier y los Lakers, Muhammad Ali. Y llevan m¨¢s de seis d¨¦cadas curti¨¦ndose el lomo con entusiasmo y con sa?a, asalto tras asalto, como si no hubiese un ma?ana.
La historia es bien conocida, pero vale la pena repasarla, aunque solo sea para constatar la magnitud de la haza?a, de la soberbia impugnaci¨®n del orden natural que est¨¢n a punto de perpetrar los Lakers, bajando a los Celtics del pedestal solitario en que se instalaron en la noche de los tiempos. Todo empez¨® en 1947, apenas un par de a?os despu¨¦s del final de la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, dos empresarios de Minneapolis, Ben Berger y Moris Chalfer, compraron por 15.000 d¨®lares un equipo de baloncesto en bancarrota, los Detroit Gems, y lo trasladaron a su ciudad, a orillas de los grandes lagos. De ah¨ª lo de Lakers, el equipo lacustre, el orgullo de Minnesota.
Cuando los dinosaurios dominaban la tierra
La nueva franquicia compiti¨® al principio en la hoy disuelta NBL, una liga del Medio Oeste de muy s¨®lida implantaci¨®n rural y patrocinada por empresas como la General Motors, pero se incorpor¨® muy pronto a una NBA que reun¨ªa a los equipos de los grandes n¨²cleos urbanos. La nueva competici¨®n se convirti¨® muy pronto en su coto privado de caza. Dirigidos por un pionero brillante, John Kundia, los Lakers de Minneapolis se proclamaron campeones hasta en cinco ocasiones, en dura pugna con rivales tan pintorescos como los Rochester Royals, los Syracuse Nationals o los Baltimore Bullets.
Aquel era un baloncesto en blanco y negro, de una lentitud exasperante y marcadores raqu¨ªticos. Un juego dominado por hombres altos de t¨¦cnica m¨¢s bien rudimentaria y rodillas hechas trizas. Tipos como George Mikan, el gigante miope, lo m¨¢s parecido a una gran estrella que tuvieron en n¨®mina aquellos Lakers primerizos. Cuentan que en cierta ocasi¨®n una radio local anunci¨® que iba a disputarse un partido ¡°entre Mikan y los New York Knicks¡±. Sus compa?eros, un tanto picados por esta concesi¨®n prematura a la l¨®gica del star system, decidieron esperar a Mikan, que siempre llegaba tarde, junto a la puerta del vestuario y vestidos con ropa de calle: ¡°George, hemos o¨ªdo que hoy vas a jugar t¨² solo. Buena suerte, nosotros te esperamos aqu¨ª, ya nos contar¨¢s qu¨¦ tal te ha ido¡±. La an¨¦cdota es ap¨®crifa, pero ilustra a la perfecci¨®n un dilema que persigue a los Lakers desde sus or¨ªgenes: las mejores individualidades no siempre son la base ¨®ptima para construir los mejores equipos.
La tiran¨ªa verde
El primer ciclo triunfal se trunc¨® en 1959, un a?o antes del traslado de la franquicia a Los ?ngeles. En su ¨²ltima temporada en Minnesota, los lacustres tropezaron por vez primera con la horma de su zapato: los Celtics de Red Auberbech, un equipo de virtuosos que se fajaban como estibadores portuarios y que contaban, adem¨¢s, con uno de los mejores defensores de la historia, el p¨ªvot afroamericano Bill Russell. Con Russell en la pintura y Auerbach sentando c¨¢tedra desde el banquillo, los bostonianos conseguir¨ªan 11 t¨ªtulos en 13 temporadas. La mayor¨ªa de ellos, derrotando en la serie final a unos Lakers frustrados una y otra vez en su asalto al anillo pese a contar con jugadores del talento de Elgin Baylor o Jerry West.
¡°Durante a?os, llegu¨¦ a odiar el verde¡±, reconoc¨ªa West tras su retirada en 1974, ¡°no me puse nunca una prenda de ese color. Me recordaba a los aborrecibles Celtics, su superioridad f¨ªsica y su arrogancia, la facilidad con que consegu¨ªan apabullarnos una y otra vez, los gritos de la afici¨®n de Boston cada vez que mord¨ªamos el polvo¡±. Jerry fue un escolta pionero, un heraldo del baloncesto que estaba por venir. Con un excepcional manejo del bal¨®n, muy buena mu?eca y un estilo vistoso, incisivo y r¨¢pido, contribuy¨® much¨ªsimo a la evoluci¨®n del juego en esos a?os 60 que resultar¨ªan cruciales en la transformaci¨®n del baloncesto en gran deporte de masas. Sin embargo, Jerry solo pudo ganar un anillo, ya hacia el final de su carrera, en 1972, en una final que no les enfrent¨® a los Celtics, sino a los sin duda formidables pero mucho menos curtidos New York Knicks de Red Holzman.
Antes de ese ¨¦xito tard¨ªo, al escolta le toc¨® padecer un total de siete derrotas en las series finales. Incluida la de 1968, el a?o en que los Lakers se reforzaron con el fichaje de una futura leyenda, Wilt Chamberlain, tambi¨¦n conocido como Goliat. Pero ni siquiera Chamberlain, un p¨ªvot de prestaciones termonucleares, un rifle de repetici¨®n en ataque y una mole de granito en defensa, fue capaz de quebrar la resistencia de los Celtics de Russell y Don Nelson.
Amanecer p¨²rpura
Lakers y Celtics siguieron compitiendo al m¨¢ximo nivel durante la d¨¦cada de los 70 y en los primeros 80, pero no volvieron a cruzarse en una serie final hasta junio de 1984. Por entonces, los verdes de Boston acumulaban ya 14 t¨ªtulos por ocho de los amarillos de Los ?ngeles. El relevo generacional hab¨ªa transformado por completo ambas plantillas. K.C. Jones entrenaba a unos Celtics correosos y tenaces que contaban con el talento de Larry Bird, Kevin McHale o Robert Parish. Los Lakers del circunspecto estratega Pat Riley estaban a punto de dar el gran salto hacia el baloncesto del futuro y dispon¨ªan de armas tan letales como Earvin ¡®Magin¡¯ Johnson, Kareem Abdul-Jabbar o James Worthy. Aquel era un duelo de estilos, de culturas deportivas y de tradiciones. Y no defraud¨® a nadie.
La serie empez¨® con una espectacular victoria de los Lakers, en un alarde de velocidad y precisi¨®n, pero acab¨® tens¨¢ndose al l¨ªmite en una sucesi¨®n de partidos cada vez m¨¢s broncos y disputados al l¨ªmite. Al final, como de costumbre, ganaron los Celtics, un equipo especializado en arrimar, una y otra vez, el ascua a su sardina en cuanto se acercaba la hora decisiva. Pero un hombre de sonrisa radiante, Earvin Johnson, supo curtirse en la derrota y jurar venganza. El n¨²mero 32, uno de los mejores bases de la historia, supo encontrar en su odio deportivo a los Celtics el combustible que le acabar¨ªa propulsando a otro nivel. A ¨¦l y a su equipo.
En verano de 1985, volvi¨® a disputarse una serie final entre los mismos rivales. Por entonces, la prensa describ¨ªa ya los choques de trenes entre Lakers y Celtics como cl¨¢sicos instant¨¢neos, y este nuevo duelo en la cumbre estuvo sin duda a la altura de las expectativas, contribuyendo a transformar la liga de baloncesto de Estados Unidos en un espect¨¢culo de proyecci¨®n global y aura m¨ªtica, en el juego que enamor¨® a millones de adolescentes de todo el planeta.
El sexto partido acabar¨ªa siendo el punto de inflexi¨®n decisivo. Hasta entonces, un brillante e hipermotivado Magic Johnson hab¨ªa sido el principal argumento con el que Lakers contrarrestaban el juego coral de los Celtics. Pero ese d¨ªa tom¨® el relevo un Abdul-Jabbar en estado de gracia, autor de 29 puntos y clave en el conmovedor esfuerzo defensivo que permiti¨® que los de Boston se quedasen en unos escu¨¢lidos 18 puntos en el tercer cuarto.
Las tornas hab¨ªan cambiado. Los Lakers superaron sus complejos y se mostraron por fin capaces de defender con intensidad y eficacia en los instantes decisivos. Adem¨¢s, se alzaron con el anillo ganando en Boston, el escenario de sus peores pesadillas, y reduciendo al silencio a la estruendosa grada que tanto hab¨ªa traumatizado a Jerry West 20 a?os antes. En el 87, se repiti¨® el guion, ya con unos Lakers plet¨®ricos y unos Celtics en transici¨®n, que se resist¨ªan a la decadencia derrochando sudor y orgullo. Hab¨ªan perdido fuelle. Los divinos 80, tan pr¨®digos en baloncesto de leyenda, fueron terreno abonado para el showtime de Los ?ngeles hasta la eclosi¨®n de los Detroit Pistons y los Bulls de Michael Jordan. Pero eso es otra historia.
Los a?os del sorpaso
Los ¨²ltimos cap¨ªtulos de la rivalidad sin parang¨®n llegaron ya en el siglo XXI. Los Lakers de Phil Jackson encadenaron tres t¨ªtulos consecutivos entre 2000 y 2002 aupados sobre el rendimiento excepcional de un par de bestias jur¨¢sicas a las que resultaba imposible echar el lazo, el velociraptor Kobe Bryant y el brontosaurio Shaquille O¡¯Neal. La capital mundial del baloncesto se trasladaba de nuevo a orillas del Pac¨ªfico.
Mientras sus rivales segu¨ªan reduciendo la brecha, los Celtics se intoxicaban de nostalgia y languidec¨ªan en la mediocridad m¨¢s abyecta. Apeados de los play-off a las primeras de cambio, embarcados en continuos intentos de reconstrucci¨®n, se acabaron resignando con el tiempo a una dolorosa traves¨ªa del desierto que acabar¨ªa durando 22 a?os. En 2008, sin embargo, la secta del tr¨¦bol irrump¨ªa de nuevo en la ¨¦lite gracias al tr¨ªo que formaban Kevin Garnett, Paul Pierce y Ray Allen, que result¨® un ant¨ªdoto suficiente para Bryant, Lamar Odom y Pau Gasol. Doc Rivers supo inyectarle a su equipo el orgullo partisano del clan de los irlandeses. Los de Boston se proclamaban campeones en una serie ¨¦pica y elevaban el list¨®n a 17 anillos por 14 de los angelinos.
Luego vendr¨ªan el ¨²ltimo par de t¨ªtulos te?idos de oro y p¨²rpura, en 2009 y 2010, con la Mamba Negra como protagonista estelar y Andrew Bynum, Ron Artest o de nuevo Gasol ejerciendo de secundarios de lujo. Ese par de ¨¦xitos pusieron a los Lakers a un solo pelda?o de igualar, por fin, el palmar¨¦s de los Celtics. Faltaba tan solo rematar la faena. Pero ese decimos¨¦ptimo anillo, el que equilibrar¨¢ (si es que llega) el marcador hist¨®rico, se resiste desde hace una d¨¦cada. LeBron y su c¨ªrculo virtuoso lo han puesto a tiro. Podr¨ªa ser cuesti¨®n de un par de d¨ªas. Lo dicho, el showtime de Los ?ngeles tiene una cita con la historia..
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