Ahora s¨¦ que aquello no fue un s¨ª
Siete mujeres narran uno de esos instantes que infinidad de ellas saben, ahora, que no debieron suceder. Tres especialistas analizan los mecanismos sobre los que opera esa violencia sexual que, envuelta por siglos de educaci¨®n patriarcal, a¨²n cuesta identificar
¡°Tengo 66 a?os y me pregunto cu¨¢nto hay debajo en mujeres de nuestras edades¡±. Esto, que escribi¨® en un email este jueves Luisa Pallar¨¦s despu¨¦s de narrar la violaci¨®n a una amiga en 1977, es el espejo de millones de mujeres, desde siempre: seg¨²n la ONU, un 35% de todas las que hay en el mundo (m¨¢s de 1.333 millones) han sufrido en alg¨²n momento de su vida violencia sexual. Pero son estimaciones, saber la cifra exacta es imposible; organismos internacionales, expertas, gobiernos e instituciones cifran la bolsa oculta en torno al 90%. Es decir, que de media, los delitos sexuales que se conocen, los que llegan a denunciarse, son solo 10 de cada 100. En Espa?a, el c¨¢lculo se reduce a ocho de cada 100, seg¨²n la ¨²ltima Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, de 2019. Esto, en parte, tiene que ver con que existen multitud de situaciones que encierran violencia sexual, pero no se identifica? como tal.
Son las de ese d¨ªa que con 15 a?os una adolescente no supo reaccionar o no pudo. Esa en la que una veintea?era quiso decir ¡°no¡± pero no lo hizo por lo que fuese a pensar el otro. O cuando se qued¨® paralizada por la situaci¨®n. Cualquiera de esos instantes que infinidad de mujeres saben, ahora, que no fueron lo que ellas quer¨ªan que fuesen. Ese d¨ªa que era ¡°no¡± pero fue ¡°s¨ª¡± o fue el silencio porque ¡°no se enfadara¡±. ¡°No sab¨ªa muy bien qu¨¦ estaba pasando¡±, ¡°no sab¨ªa que pod¨ªa decir que no¡±, ¡°supon¨ªa que eso era lo que ten¨ªa que hacer¡±, ¡°cre¨ªa que eso era lo normal¡±, han escrito decenas de ellas entre los 16 y los 78 a?os en los relatos que han enviado a este peri¨®dico desde distintas ciudades del mundo. Ese instante en el que no percibieron la violencia como violencia las atraviesa a todas. Tambi¨¦n ¡°el despertar¡±, ¡°darse cuenta¡±, un d¨ªa despu¨¦s, dos a?os despu¨¦s, tres d¨¦cadas despu¨¦s.
Fue el tiempo, pero sobre todo el avance social producido por la revoluci¨®n feminista de los ¨²ltimos a?os, lo que cambi¨® su percepci¨®n: de las relaciones, de lo que no era un s¨ª, del deseo. A¨²n as¨ª, la ausencia casi total de educaci¨®n sexual y afectiva en los colegios, en los institutos y en las familias provoca que siga existiendo una etapa en la que ellos todav¨ªa piensan que el sexo es un derecho, el suyo, y que ellas tambi¨¦n lo crean, que el sexo es un derecho, el de ellos.
Aqu¨ª, siete testimonios, identificados solo con una inicial, que reflejan esa realidad. Sobre ellos, Victoria Carbajal (directora del centro de crisis de violencia sexual de Asturias), Assumpta Sabuco (profesora de la Universidad de Sevilla en el departamento de Antropolog¨ªa Social y experta en feminismo), y Miguel Lorente (m¨¦dico forense y exdelegado del Gobierno contra la violencia de g¨¦nero), identifican y analizan los patrones y los mecanismos sobre los que opera esa violencia sexual que, envuelta por siglos de educaci¨®n patriarcal, a¨²n cuesta identificar.
M
Viaje fin de carrera, hace 25 a?os, yo ten¨ªa 23. Salir de fiesta, conocer a alguien, salir juntos a la calle y llegar a la playa. Yo pensaba en darnos dos besos, de esos del amor rom¨¢ntico mirando al mar.
Acabamos con ¨¦l encima de m¨ª y yo dije ¡°para, no¡±. No par¨®. No hubo violencia evidente por su parte, tampoco resistencia evidente por la m¨ªa, pero me resist¨ª, me qued¨¦ quieta, paralizada. Pas¨® muy r¨¢pido y despu¨¦s yo hice como que no pas¨®.
Durante un tiempo pens¨¦ que quiz¨¢ el ¡°no, para¡± lo hab¨ªa dicho en voz muy baja o sin convicci¨®n. Incluso llegu¨¦ a dudar de si lo hab¨ªa dicho, que quiz¨¢s lo hab¨ªa pensado pero no lo hab¨ªa pronunciado. Que no hab¨ªa sido clara. Que lo hab¨ªa dicho a destiempo. Que hay un momento en el que ya no se puede decir no. Que.... Hasta que lo borr¨¦ de mi cabeza.
Muchos a?os despu¨¦s, viendo The Fall, la serie, escuch¨¦ un di¨¢logo brillante entre la investigadora protagonista y un hombre cuya mujer hab¨ªa sido violada y que cuestionaba por qu¨¦ no se hab¨ªa defendido. Ella le explicaba que quedarse paralizada era defenderse tambi¨¦n.
Esa comprensi¨®n me desparaliz¨®, record¨¦ la escena que yo viv¨ª, me entend¨ª y entend¨ª que hab¨ªa habido violencia por su parte y resistencia por la m¨ªa. Dej¨¦ de sentirme culpable. Hice clic.
Miguel Lorente
¡±Que hay un momento en el que ya no se puede decir no¡± es una frase muy gr¨¢fica que define las formas hist¨®ricas de entender las relaciones y la sexualidad, c¨®mo han sido pensadas desde y para el hombre para que la pasividad de la mujer sea contemplada como parte de la relaci¨®n. Efectivamente, el silencio y la par¨¢lisis [inmovilidad t¨®nica es su t¨¦rmino en psicolog¨ªa] pueden ser formas de resistirse: si una relaci¨®n sexual es una relaci¨®n de afecto, placer y disfrute en una acci¨®n conjunta y compartida de dos personas, el hecho de que una no participe y est¨¦ quieta es se?al de que algo est¨¢ mal.
Pensemos en dos personas en una conversaci¨®n, si una habla y la otra no contesta ni dice nada, ?no se da cuenta la otra perfectamente de que algo pasa? ?No le va a preguntar ¡®oye, por qu¨¦ no hablas, ocurre algo¡¯? Evidentemente s¨ª lo har¨¢. En las relaciones sexuales es exactamente lo mismo, aunque hayan estado construidas desde el lado justo contrario, el de dar todo el protagonismo y el poder al hombre y sus deseos, desde el androcentrismo. Y la evasi¨®n se produce cuando la situaci¨®n no se puede evitar: va desde la sensaci¨®n de salir del propio cuerpo mientras ocurre, hasta poner tal distancia una vez que ha sucedido que lo olvides. La violencia sexual provoca un shock f¨ªsico y emocional que tiene consecuencias inmediatas y a largo plazo debido al trauma que produce, aunque no siempre sean perceptibles de primeras para las mujeres.
L
15 a?os. Con el chico (repetidor, malote, de los que nunca m¨¢s me han gustado pero ese s¨ª, qu¨¦ le vamos a hacer...) que me ten¨ªa loca en el instituto. Una noche de fin de semana, con algo de alcohol y muchas ganas de besarlo. Me llev¨® a un lugar oscuro del Puerto Deportivo a las afueras del bar donde nos divert¨ªamos y all¨ª entre beso y beso me ¡°ofreci¨®¡± hacerle una felaci¨®n, algo que yo no conceb¨ªa, no quer¨ªa y ni se me hab¨ªa pasado por la cabeza que pudiera pasar...Y lo hice.
Por no saber reaccionar, porque me sent¨ª muy muy peque?ita y acobardada y no quer¨ªa, en cierta forma, defraudar SUS expectativas. Literalmente me sent¨ª enredada y atrapada... Me culp¨¦ una y mil veces de aquello y mi relaci¨®n con el sexo no fue buena durante mucho tiempo (sigo tengo un asco tremendo al semen y pocas veces disfruto con el sexo oral, aunque afortunadamente ya no es tab¨² para m¨ª).
Se corri¨® la voz por el instituto y aunque no hab¨ªa redes sociales como hoy (gracias, gracias), me tacharon de puta como poco. Fue duro, dur¨ªsimo para m¨ª. Me ha costado mucho, mucho, curar mis heridas emocionales desde aquel d¨ªa en que no supe decir que NO, que no quer¨ªa, que no me gustaba y que no lo hab¨ªa decidido yo libremente. Hoy estoy en una relaci¨®n de igual a igual, feliz, pero no ha sido un camino f¨¢cil.
Victoria Carbajal
Estas situaciones, extendid¨ªsimas, derivan de una educaci¨®n patriarcal pura y dura: las mujeres estamos, existimos, para dar placer a los hombres y hacer las cosas que nos piden y como nos las piden. Tal y como ense?aban en las clases de la Secci¨®n Femenina [la parte femenina de la Falange Espa?ola], donde todo era indicado para satisfacer al hombre: hab¨ªa que darle placer y si no lo hac¨ªas, para ellos estaba permitido salir fuera de casa a buscar lo que t¨² no le dabas, legitimando la prostituci¨®n y la violencia sexual e incluso haci¨¦ndolas sentir culpables a ellas de que ellos se fueran a que les hicieran lo que ellas no les hac¨ªan.
De ah¨ª venimos.
De ah¨ª tambi¨¦n esa clasificaci¨®n que desde una ¨®ptica patriarcal se ha hecho en las ¨²ltimas d¨¦cadas de las mujeres. Fr¨ªgidas, cuando se niegan a tener relaciones; calientapollas, cuando llega un momento en el que ya no quieren, convirtiendo sus l¨ªmites, su voluntad de parar, en un insulto, y convirti¨¦ndolos a ellos tambi¨¦n en seres aparentemente incapaces de contener sus impulsos; o putas, cuando hacen libre ejercicio de su libertad sexual.
N
Cuando estaba en la universidad sal¨ªa con un chico que me gustaba mucho, llev¨¢bamos bastante tiempo. Una noche me enter¨¦ de que me hab¨ªa puesto los cuernos, en medio de una fiesta. Y el drama: acercarme a ¨¦l, decirle que qu¨¦ hab¨ªa pasado, que c¨®mo me hac¨ªa eso, etc.
Nos fuimos a mi casa a discutir. Yo con toda la intenci¨®n de dejarlo, pero cuando llegamos y nos sentamos en el sof¨¢, ¨¦l empez¨® a acercarse m¨¢s. A m¨ª en ese momento me daba mucho asco y no entend¨ªa como ¨¦l pod¨ªa querer hacer nada con el panorama que ten¨ªamos.
Me empez¨® a medio acariciar, a agarrar de la cabeza y a meterme la mano entre las piernas y yo mientras llorando porque me acababa de enterar de lo de los cuernos. ?l segu¨ªa y segu¨ªa hasta que se puso encima de m¨ª y yo no sab¨ªa qu¨¦ hacer y acab¨¦ mirando el techo mientras ¨¦l me la met¨ªa. Te lo digo as¨ª porque fue as¨ª.
Yo solo lloraba y me estaba quieta porque no me pod¨ªa creer lo que estaba pasando. Ya no lloraba por los cuernos, lloraba porque no pod¨ªa creerme que mi novio del que estaba hasta las trancas, enamorada perdida, estuviese ah¨ª encima de m¨ª sin importarle una mierda lo que yo sent¨ªa o pensaba, ¨¦l quer¨ªa follar y punto. Y cuando acab¨®, sin cond¨®n por cierto, me dijo ¡°venga, ya est¨¢, yo te quiero, ?ves? arr¨¦glate un poco y volvemos a la fiesta¡±.
Assumpta Sabuco
Hay una ausencia de percepci¨®n de violencia, en ellas y en ellos, y tambi¨¦n a veces una falta absoluta de empat¨ªa. Tiene que ver con la cosificaci¨®n hist¨®rica de las mujeres: si coges un objeto, un papel, y lo tiras a la papelera, no piensas ni por un segundo que est¨¦s tratando mal al papel. Especialmente en las pr¨¢cticas sexuales. Una sexualidad muy faloc¨¦ntrica que se gestiona a nivel cultural construyendo cuerpos femeninos deseables. Las definiciones hegem¨®nicas sobre el erotismo potencian un consumo visual de las mujeres como objetos de deseo disponibles. En ese sentido, los imaginarios del placer est¨¢n basados en la violencia aunque hayan ido cambiando por el efecto de los medios digitales y las transformaciones sociales.
La influencia de los feminismos que postulan goces y placeres desde otras miradas han querido cuestionar lo normativo, las formas que invisibilizan la violencia. Tenemos m¨¢s conciencia para decidir qu¨¦ queremos, con qui¨¦n, de qu¨¦ manera. Poner el placer en el centro y reivindicar el deseo compartido es una demanda imprescindible que se traduce en no imponer sino buscar un con-sentimiento. Sin embargo, estos logros y conquistas a menudo derivan en m¨¢s violencia por parte de quienes no quieren perder sus privilegios masculinos de poder sobre una ¡°otra¡± que ha sido despojada de su agencia como sujeto. La violencia f¨ªsica, pero tambi¨¦n simb¨®lica, que se ha vuelto m¨¢s sutil y con ello m¨¢s peligrosa.
Hemos conseguido transformar los antiguos patrones de sumisi¨®n en las relaciones entre los sexos pero no las estructuras desiguales mediante las que, culturalmente, se construye y se legitima un cuerpo que es activo, el masculino, y otro a disposici¨®n del primero, el femenino. Ser conscientes de las fracturas y el coste de la desigualdad en un contexto de avances pol¨ªticos y legislativos necesarios es el gran reto para abordar los contextos que materializan la violencia. Y en ese sentido, debemos visibilizar los moldes de un consentimiento para crear otros escenarios de deseos y placeres cuidados. Alejarse del sometimiento para lograr un mayor equilibrio en las desigualdades de sexo. Como ya se?alaba Nicole-Claude Mathieu: ¡°De los dos componentes del poder la fuerza ma?s eficaz no es la violencia de los dominantes sino el consentimiento de los dominados a su dominacio?n¡±
J
Llevaba muy poco tiempo viviendo en Madrid, menos de tres meses, y claramente estaba en una posici¨®n vulnerable. Eso lo veo ahora, no entonces. Conoc¨ªa a poca gente y cualquier oportunidad de salir de casa la aprovechaba, as¨ª que cuando un tipo que era simplemente un conocido para m¨ª, del ambiente cultural madrile?o y muy conocido, me invit¨® a tomar algo, fui rauda y veloz. Estuvimos en una cocteler¨ªa un par de horas y not¨¦ que iba demasiado borracha, le dije que me iba a casa e insisti¨® en que estaba demasiado borracha para llegar, que fu¨¦ramos a su piso.
Le dije que de acuerdo, pero con la condici¨®n de que yo dorm¨ªa en el sof¨¢ y ¨¦l accedi¨®. Cuando llegamos a su casa, volvi¨® a insistir en que me tumbara en la cama, que estar¨ªa mucho m¨¢s c¨®moda, que ¨¦ramos amigos y que no pasaba nada. Me qued¨¦ medio dormida y acabamos teniendo sexo, no le di mucha importancia, lo achaqu¨¦ a la situaci¨®n de borrachera y poco m¨¢s. Comenz¨® a mandarme mensajes sin parar, a todas horas, todos los d¨ªas, pidi¨¦ndome fotos desnuda, algo que me resultaba bastante inc¨®modo y tore¨¦ como pude el l¨ªo.
Como me sent¨ªa sola, un mes y pico despu¨¦s volvimos a quedar, yo iba con ciertas prevenciones, pero me dije que no pasaba nada. Acab¨¦, otra vez borracha, en su casa, y esta vez s¨ª empec¨¦ a angustiarme. Intent¨® que tuvi¨¦ramos sexo, esta vez de una manera m¨¢s violenta, y yo dije que no varias veces, y ¨¦l paraba pero intentaba convencerme de que sigui¨¦ramos.
Me ech¨¦ a llorar cuando me agarr¨® la cabeza para forzarme a que le hiciera una felaci¨®n. Se la hice mientras no paraba de llorar, me vest¨ª y me fui a casa. Estuve llorando las siguientes horas.
Nunca m¨¢s volvi¨® a escribirme. Eso me convenci¨® de que ¨¦l tambi¨¦n sab¨ªa que lo que hab¨ªa pasado no estaba bien. Esta es mi historia. Y tiempo despu¨¦s he conocido a otras mujeres que han vivido alguna situaci¨®n parecida, al menos la del tel¨¦fono, con ¨¦l.
Miguel Lorente
Ese ¡°juego¡± de la insistencia, de expectativas, es de lo que hablaron algunas feministas francesas, aquellas que reclamaban el derecho a la seducci¨®n, a esa idea del hombre gal¨¢n que se acerca y habla e insiste [en 2018, un centenar de artistas e intelectuales firmaron un manifiesto en Le Monde contra el ¡°puritanismo¡± que se hab¨ªa levantado tras el Movimiento Me Too]. Eso se ha entendido siempre como parte de lo que supone establecer una relaci¨®n, construida bajo las referencias androc¨¦ntricas.
Eso hace que en el momento en que crees que deber¨ªas haber hecho algo y no lo haces, salta la culpa. En ellos el deseo es voluntad, y hay un juego de complicidad con la normalidad, tienen una estrategia y usan el enga?o con la conciencia de que pueden conseguir su objetivo, porque as¨ª ven en esos casos a las mujeres, como un objetivo.
V
No s¨¦ si ten¨ªa 16 o algo m¨¢s o menos, no soy capaz de ordenar mi pasado por fechas. El que fue mi primer novio oficial, no me conquist¨®, no me rond¨® o me halag¨® o me sedujo, no, sino que en un granero, una noche de excursi¨®n con los amigos, me meti¨® la mano en las bragas y me masturb¨®. No me pregunt¨® ni recuerdo que se preocupara, simplemente lo hizo y yo lo dej¨¦ hacer, ni habl¨¦ ni disfrut¨¦, porque no sab¨ªa ni siquiera qu¨¦ era eso.
Y eso fue suficiente por hacernos novios con derechos (para ¨¦l) sobre mi cuerpo. Hubo violencia, tr¨ªos y presi¨®n, pero nunca placer f¨ªsico para m¨ª, a lo mejor mucha consciencia de mi poder sexual. Acab¨® mal, ninguno de mis posteriores novios de mi primera juventud pudo pasar m¨¢s all¨¢ de mi cuerpo exterior, yo me largu¨¦ a m¨¢s de 1.000 kil¨®metros y ¨¦l un d¨ªa se suicid¨®.
Conoc¨ª la par¨¢lisis completa del cuerpo cuando era peque?a: sufr¨ª una agresi¨®n sexual con 12 a?os, bajo amenaza de pistola, y fue por el miedo a morir. Aquella segunda par¨¢lisis fue mental, fue diferente, pero me quedaron las dos y as¨ª pase la vida entre el miedo, entregar y manejar el poder de mi cuerpo, y replegarme una y otra vez sinti¨¦ndome utilizada.
El no consentimiento me quit¨® la posibilidad de vivir la sensaci¨®n del deseo para siempre, me complic¨® bastante la vida, la verdad, nada fue nunca natural. Y todav¨ªa me siento culpable, a veces, de haberme dejado, de no haber dicho que no o que as¨ª no.
Victoria Carbajal
Tenemos muy restringido el concepto de violencia sexual, tenemos que ampliarlo much¨ªsimo. En nuestro imaginario est¨¢ la que ocurre de forma violenta, de forma f¨ªsica, en la que puede haber un arma, en un lugar oscuro por alguien desconocido. Pero hay otras muchas otras. Al tener tan acotado el concepto, no identificamos esas muchas otras con violencia, y por lo tanto tampoco a nosotras como v¨ªctimas. Menos a¨²n cuando es tu propia pareja.
Sin embargo, eso cambia cuando empezamos a relatarnos unas a otras nuestras historias. Desde que las mujeres empezamos a reunirnos y asociarnos, empezamos a ampliar el concepto. Cuando de peque?a te ocurr¨ªa algo pensabas que solo te hab¨ªa pasado a ti, pero cuando creces y hablas con otras mujeres, te das cuenta de que no eres solo t¨², sino el 99% de las que vas conociendo. Creo que tambi¨¦n por eso el ¡°despertar¡± de lo que significa el consentimiento y, m¨¢s all¨¢, el deseo, se da a medida que creces, pero las m¨¢s j¨®venes, cuando a¨²n lo son, todav¨ªa no han llegado ese punto. Tambi¨¦n hace falta educar para verbalizar lo que nos ocurre, siempre.
C
Soy lesbiana y lo supe siempre pero donde me cri¨¦ en los a?os ochenta no pod¨ªa decirlo as¨ª como ahora. Dec¨ªa que me gustaban los chicos y esas cosas que se supone que ten¨ªa que hacer y cuando ten¨ªa 14 a?os empec¨¦ a salir con uno de 18, m¨¢s obligada que otra cosa porque no dijeran nada, por tapar la realidad.
El primer d¨ªa que me qued¨¦ sola con ¨¦l fuimos fuera del pueblo, al campo, en su coche. Nos est¨¢bamos besando hasta que ¨¦l me cogi¨® de la cabeza y me la empez¨® a empujar hacia abajo, hacia su pene. Me qued¨¦ totalmente bloqueada, no sab¨ªa que hacer en ese momento porque si dec¨ªa que no pensaba que todo el mundo se iba a dar cuenta de que era lesbiana.
Hice dos o tres veces como el intento de subir la cabeza hacia arriba pero el segu¨ªa empujando hacia abajo, y no es que fuera con fuerza, pero solo con la mano en mi cabeza ya me ten¨ªa sujeta. Me di cuenta de que no pod¨ªa hacer nada o al menos eso pens¨¦. Ya fue como si no fuera yo, s¨¦ que puede parecer raro, pero como si fuese otra persona la que estaba all¨ª. Lo hice como si fuera un robot.
Luego nos fuimos otra vez con nuestros amigos y ¨¦l estaba tan contento y yo segu¨ªa como si estuviese fuera de mi cuerpo. Cort¨¦ con ¨¦l a los tres d¨ªas, no volv¨ª a salir con nadie y luego ya me fui del pueblo cuando cumpl¨ª 18. Toda mi vida he pensado que por qu¨¦ no dije no, por qu¨¦ no sal¨ª corriendo de all¨ª o lo que sea, que la culpa era m¨ªa, hasta que pas¨® lo de La Manada y empec¨¦ a escuchar otras historias y entonces me di cuenta de lo que hab¨ªa pasado.
Assumpta Sabuco
En estas ocasiones somos cuerpos sin derechos expuestos para el deseo del otro. Esto es lo que cuesta cambiar. M¨¢s a¨²n cuando nos martillean con p¨¢nicos morales, para volver a discursos muy cerrados y referencias de la buena mujer, que no lleva escote pero tampoco va demasiado tapada. El punto justo que deciden ellos que es el justo. Cuerpos configurados como d¨®ciles, disponibles, bellos: estamos todo el d¨ªa cediendo espacio, controlando horarios y gestos, es una disciplina del terror sexual que encaja a las mujeres en una serie de movimientos y actitudes que se supone debemos tener.
Es una forma de aprender, de adoctrinar tu cuerpo para el placer del otro, negando y silenciando tus propios deseos, tus elecciones. Ser conscientes de que muchos de los imperativos sociales convierten tu elecci¨®n en coerci¨®n es esencial. Hay que evidenciar esas formas de control social que est¨¢n por todas partes: desde la familia, la escuela al grupo de amigos, la publicidad¡ Estos estereotipos masculinos y femeninos de la desigualdad son t¨¦cnicas de reproducci¨®n y adiestramiento. Si detectamos estos mecanismos podemos usar otros para reivindicar nuestros placeres. Por eso hay que forjar nuevos marcos referenciales para nuestro cuerpo y nuestro deseo cambiando el contexto sociocultural que privilegia una cultura de la violaci¨®n. El consentimiento tiene el peligro de convertir la libertad en una obligaci¨®n, casi en un imperativo, al que muchas mujeres acceden bajo la creencia de ser una elecci¨®n individual. Pero el consentimiento esta constre?ido por lo colectivo y lo cultural. Por eso son las mujeres las que consienten a las propuestas o demandas masculinas.
El consentimiento excusa al dominante, lo libera de su responsabilidad y pasa el peso de su carga al contrario, al dominado. Se aniquila la responsabilidad del opresor y se promueve el rango de conciencia libre al oprimido para culparlo. Pensar, crear e imaginar nuevas formas de colaboraci¨®n con- sentido igualar¨ªa las brechas y violencias que siguen presentes en las relaciones sociales de sexo.
R
Voy a ser breve porque lo que pas¨® fue breve. Una discoteca una noche, se me acerca un chaval y nos ponemos a bailar, la cosa se calienta y se me coloca detr¨¢s y me empieza a besar en el cuello. Todo bien hasta ah¨ª. Pero de repente noto por debajo de mi vestido, en mi culo literalmente, su pene. Se lo hab¨ªa sacado y no s¨¦ en qu¨¦ momento pens¨® que quer¨ªa follar ah¨ª, con ¨¦l, en medio de la discoteca.
Me qued¨¦ paralizada como cinco segundos, o igual fue m¨¢s, el caso es que reaccion¨¦ como por un impulso, me gir¨¦, le met¨ª una hostia y me fui. Me han pasado varias cosas en la vida, con novios o con rollos de una noche, pero esta fue tan loca y me dej¨® tan en shock que la recuerdo de vez en cuando, cada vez que un t¨ªo se me acerca por la noche.
Miguel Lorente
El cambio principal se ha producido en las mujeres que s¨ª han tomado conciencia de ese papel pasivo, culturalmente aprendido, que facilitaba que muchas de las conductas se produjeran: esperar a que ellos sean quienes lleven la iniciativa, aceptar cierto grado de insistencia o creer que hay una l¨ªnea que una vez se sobrepasa convierte el no en s¨ª porque ya nada se puede hacer y ya no se puede decir que no. De todo ello hay una conciencia clara de parte de la poblaci¨®n m¨¢s joven, de que toda esa construcci¨®n era falaz y situaba a la mujer al albur de lo que decidieran los hombres.
Eso, por otra parte, es lo que a muchos los tiene ahora perdidos: su plan ha sido siempre llevar el protagonismo, en el momento en que lo pierden, es como si les retiran de hacer su papel y no saben bien d¨®nde ni c¨®mo actuar. Y en ellas, el proceso de lo que significa ser mujer ahora me preocupa. Gran parte del empoderamiento de las mujeres est¨¢ en su propia cosificaci¨®n. Ellas van vestidas como quieren y casi siempre eso responde a una moda que las presenta atractivas. Ellos mientras, felices. Cuestionar el modelo en este caso significa seguir el modelo, facilitarlo. Pero al mismo tiempo es positivo, porque surge de la libertad, pero la libertad ante un momento cultural tambi¨¦n debe ser actuar en contra de lo establecido.
[Este diario recibi¨® decenas de relatos sobre consentimiento muy dispares en tiempo, zonas geogr¨¢ficas y edades. Se seleccionaron estos siete y, a petici¨®n de las mujeres que los enviaron, se eliminaron detalles y se les asign¨® una letra para mantener su anonimato].