El ¡®pissarro¡¯ expoliado del Thyssen: una obra maestra que simboliza el violento siglo XX
El fallo del Supremo estadounidense en favor de la familia Cassirer reabre uno de los casos de reclamaci¨®n de arte robado m¨¢s sonados y largos de la historia, que se acerca a su final sin un desenlace claro
El 15 de diciembre de 1897, Camille Pissarro escribi¨® una carta a su hijo Lucien en la que le anunciaba que hab¨ªa alquilado una habitaci¨®n del Grand H?tel du Louvre, desde la que poder trabajar: ¡°Me encanta tener la posibilidad de pintar esas calles de Par¨ªs que solemos considerar feas, y que en cambio son tan plateadas, luminosas y llenas de vida. ?Son la plena modernidad!¡±. El decano de los impresionistas ten¨ªa 67 a?os y arrastraba una enfermedad en el lagrimal del ojo izquierdo que lo hab¨ªa retirado de los campos, donde durante d¨¦cadas dio una nueva dimensi¨®n a la pintura al aire libre. A resguardo del polvo y del viento, se dedic¨® a mirar por la ventana, y termin¨® 15 vistas sobre una ciudad que bull¨ªa esos d¨ªas por el caso Dreyfus y el Yo acuso de ?mile Zola, que destaparon el antisemitismo de la Tercera Rep¨²blica. Su galerista, Paul Durand-Ruel, vendi¨® en 1900 una de las m¨¢s bellas, titulada Rue Saint-Honor¨¦ por la tarde. Efecto de lluvia, a los Cassirer, familia jud¨ªa de empresarios y amantes del arte. 125 a?os despu¨¦s de su creaci¨®n, aquel cuadro est¨¢ en el centro de una disputa internacional de m¨¢s de dos d¨¦cadas.
El ¨²nico descendiente vivo de sus primeros propietarios se llama David Cassirer y es un m¨²sico jubilado de 67 a?os que vive en San Diego. Seg¨²n cont¨® en una larga conversaci¨®n telef¨®nica con EL PA?S, est¨¢ decidido a ¡°llevar hasta el final¡± la pelea ¡°iniciada hace casi 23 a?os¡± por su padre, Claude Cassirer. Quiere que la Fundaci¨®n Thyssen-Bornemisza descuelgue la obra de la sala 31 de su museo en Madrid, donde actualmente est¨¢ expuesta, y devuelva a la familia una pieza que los nazis expoliaron en 1939 a su bisabuela, Lilly Cassirer.
Tras dos sentencias en contra de sendos juzgados californianos (uno de Los ?ngeles, en 2018, y el de apelaci¨®n del Noveno Circuito), el caso lleg¨® en enero al Supremo de Estados Unidos, que el mes pasado fall¨® por primera vez en favor de la familia. La sentencia, que busca m¨¢s que nada unificar criterios procesales, no se pronunciaba sobre el destino del cuadro. Pero era categ¨®rica en su decisi¨®n de devolver la pelota al tribunal de apelaci¨®n, al considerar que el juez se equivoc¨® al aplicar la norma de conflicto, que es la que decide qu¨¦ ley impera, si la espa?ola o la californiana, en una disputa como esta en la que hay dos en liza, porque el demandante es estadounidense y el demandado, un Estado extranjero. Espa?a adquiri¨® en 1993 el cuadro junto al resto de las 775 obras de la colecci¨®n del bar¨®n Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza por 350 millones de d¨®lares (unos 336 millones de euros, al cambio actual).
Si se aplica, como se aplic¨®, la norma de conflicto federal, prevalece la ley espa?ola, que dice que el pissarro est¨¢ bien donde est¨¢. ?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora que tiene que aplicarse la estatal? Como casi todo en esta historia, depende de a qui¨¦n se pregunte.
Para los abogados de los Cassirer, la respuesta ¡°l¨®gica¡± es que mandar¨¢ el derecho sustantivo de California, que afirma que una persona que reciba un bien mueble robado, como es el caso, no puede consolidar su t¨ªtulo de propiedad por mucho tiempo que pase. Los letrados del Thysssen conf¨ªan ¡°en un 99%¡± en que el fondo del asunto lo seguir¨¢ decidiendo la ley espa?ola, seg¨²n la cual, y en virtud del derecho de usucapi¨®n, la posesi¨®n p¨²blica del cuadro durante seis a?os es suficiente para considerar al museo como su leg¨ªtimo due?o. (Pasaron 12, desde que la fundaci¨®n abri¨® sus puertas hasta el momento en que los Cassirer denunciaron en 2005 los hechos en Los ?ngeles).
El abogado Taddheus J. Stauber, del despacho Nixon Peabody, que representa a la fundaci¨®n desde entonces, record¨® esta semana que el juez de primera instancia John Walter ya hizo en 2018 el ejercicio de imaginar qu¨¦ pasar¨ªa si aplicaba la norma de conflicto estatal y obtuvo el mismo resultado que le llev¨® a dar la raz¨®n al Thyssen. ¡°Hay poca o ninguna relaci¨®n entre California y el cuadro en cuesti¨®n. Fue adquirido con fondos p¨²blicos espa?oles, y lleva d¨¦cadas en Europa, desde que el bar¨®n lo compr¨® en 1976. Su ¨²nica vinculaci¨®n con California es que los demandantes [los padres de David Cassirer, ambos fallecidos desde entonces] se mudaron a San Diego cuando se jubilaron. No tenemos dudas de que imperar¨¢ el derecho espa?ol¡±, zanja Stauber.
Para Bernardo Cremades, cuyo despacho familiar se sum¨® en 2017 como amicus curiae para prestar apoyo a los Cassirer en representaci¨®n de la Federaci¨®n de Comunidades Jud¨ªas de Espa?a y de la Comunidad Jud¨ªa de Madrid, ese argumento es d¨¦bil, porque aquel examen se hizo de una ¡°manera muy superficial¡±. ¡°Fue de pasada, y sin entrar en la cuesti¨®n. Anticipar lo que va a decidir un juez me parece pura especulaci¨®n¡±, explica Cremades. ¡°Me sorprende que Espa?a se siga amparando en tecnicismos para incumplir, a diferencia de otros pa¨ªses, los compromisos internacionales en materia de devoluci¨®n de arte expoliado por los nazis; me refiero a los Principios de Washington y a la Declaraci¨®n de Terezin¡±, a?ade.
El juez Walter tambi¨¦n se refiri¨® en su sentencia a ambos tratados firmados por Espa?a ¨Den 1998 (con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar en el Gobierno) y en 2009 (con Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero)¨D. El fallo terminaba con este p¨¢rrafo: ¡°La negativa del museo a devolver la pintura es incompatible [con esos pactos]. Sin embargo, al tribunal no le queda otra alternativa que aplicar el derecho espa?ol y no puede obligar al Reino de Espa?a ni al museo a cumplir con sus compromisos morales¡±.
David Cassirer celebra las ¨²ltimas noticias llegadas de Washington como una gran victoria. ¡°Pensamos que pod¨ªamos ganar, pero nunca so?¨¦ con obtener una sentencia un¨¢nime¡±, dijo sobre una resoluci¨®n que puso de acuerdo a los nueve magistrados del Supremo m¨¢s enconado en d¨¦cadas. ¡°Es muy alentador, y env¨ªa un mensaje a Espa?a y a los museos del mundo: no est¨¢ bien sacar provecho del Holocausto. Este cuadro fue arrebatado a sus v¨ªctimas por los nazis: Espa?a deber¨ªa devolverlo en lugar de continuar con este costoso litigio¡±.
Y en eso, s¨ª est¨¢n todos de acuerdo. Seg¨²n datos proporcionados por el Thyssen, Espa?a ha pagado 2.735.845 euros en honorarios de los abogados en California m¨¢s 310.947 euros en otros gastos. Cassirer cuenta que lleva gastados en su cruzada ¡°entre 10 y 20 millones¡±, lo cual le hace pensar que las cifras hechas p¨²blicas por la parte contraria son ¡°mentira¡±. Si recupera la obra, no le quedar¨¢ otra que venderla porque, dice, no se podr¨ªa ¡°permitir tenerla¡±. ¡°He pensado hacerlo con la condici¨®n de que se exponga p¨²blicamente¡±. Los tres bufetes que han trabajado en su caso, liderados por uno de los abogados m¨¢s famosos de Estados Unidos, David Boies, entre cuyos clientes figuran Al Gore, Harvey Weinstein o, recientemente, la v¨ªctima de Jeffrey Epstein que alcanz¨® un acuerdo con el Pr¨ªncipe Andr¨¦s, han fiado su compensaci¨®n a obtener una victoria. ¡°Tenemos muchas bocas que alimentar¡±, lamenta Cassirer.
Sea cual sea el desenlace de una de las reclamaciones de arte m¨¢s sonadas de la historia, su paso por el alto tribunal ha servido para volver a poner el foco sobre las peripecias de un lienzo y de una familia que se parecen mucho a las de los jud¨ªos en el violento siglo XX. Para reconstruir ambas ha hecho falta acudir a documentos judiciales y a archivos en Washington, as¨ª como a una decena de conversaciones, en muchos casos planteadas como careos, con Cassirer, representantes de la Fundaci¨®n Thyssen, abogados de ambas partes, expertos en Pissarro y especialistas en restituci¨®n de arte robado.
El cuadro lleg¨® a la familia a trav¨¦s de la famosa galer¨ªa que dos Cassirer, Bruno, que adem¨¢s fue el gran editor alem¨¢n de los impresionistas, y el primo de este, Paul, ten¨ªan en el n¨²mero 35 de Viktoriastrasse, en Berl¨ªn. Pertenec¨ªan a una de las estirpes jud¨ªas m¨¢s famosas de Europa, con miembros tan destacados como el fil¨®sofo Ernst Cassirer o Fritz Cassirer, director de orquesta. Este hered¨® en 1924 el pissarro de Julius, su padre. Cuando Fritz muri¨® dos a?os despu¨¦s, se lo dej¨® a su viuda, Lilly. Solo tuvieron una hija, Eva, que falleci¨® joven, durante la pandemia de hace un siglo, pocos meses despu¨¦s de dar a luz a su ¨²nico descendiente, Claude. Fallecido en 2010, fue ¨¦l quien demand¨® a la Fundaci¨®n Thyssen.
Lilly volvi¨® a casarse a los 63 a?os con un famoso m¨¦dico llamado Otto Neubauer que, tras la llegada de los nazis al poder en 1933, fue depurado de sus cargos en M¨²nich por sus ra¨ªces jud¨ªas. Ambos contrajeron matrimonio en 1939. Ese mismo a?o, temiendo, como recordar¨ªa ella despu¨¦s, que pod¨ªan ser ¡°arrestados por la Gestapo, sin raz¨®n aparente, y deportados a Dachau¡±, abandonaron Alemania rumbo a Oxford, cuya universidad contrat¨® a Neubauer para que continuara sus investigaciones sobre el c¨¢ncer.
Poco antes de partir, un marchante enviado por el Tercer Reich acudi¨® a su casa, para fiscalizar qu¨¦ bienes culturales pensaban sacar del pa¨ªs. Les pag¨® 900 marcos por el pissarro, un precio ¡°ultrajante¡±, seg¨²n admitir¨ªa un documento de los aliados al t¨¦rmino de la guerra. Dio igual: Lilly no obtuvo ni eso a cambio, le ingresaron el dinero en una cuenta que ya estaba bloqueada.
El tipo cambi¨® despu¨¦s el ¨®leo de Pissaro, que, como pintor jud¨ªo, ten¨ªa poca salida en la Alemania de entonces ¡ªcuyas autoridades hab¨ªan declarado adem¨¢s la guerra a las vanguardias¨D por tres piezas de artistas alemanes del XIX. Eran propiedad de otro jud¨ªo, Julius Sulzbacher, que trat¨® de llevarse sin ¨¦xito la vista impresionista con ¨¦l en su huida a Brasil. Requisada por la Gestapo, se vendi¨® en 1941 en una subasta en Dusseldorf a un tal Ari Walter Kampf. La obra se volvi¨® a adjudicar dos a?os despu¨¦s. Entonces, un comprador sin identificar se la qued¨® en Berl¨ªn por 95.000 marcos. Y ah¨ª se le perdi¨® su rastro durante una d¨¦cada, hasta que en 1951 apareci¨® en Los ?ngeles.
Lilly Cassirer nunca supo nada de eso; cre¨ªa que el lienzo se hab¨ªa perdido o destruido en la II Guerra Mundial. La mujer muri¨® en 1962 en Cleveland (Ohio), adonde se mud¨® tras su segunda viudez a vivir con la familia de su nieto, el fot¨®grafo Claude Cassirer. Cuatro a?os antes, y tras una d¨¦cada de litigios a varias bandas, Lilly hab¨ªa recibido una indemnizaci¨®n de la Rep¨²blica Federal Alemana de 120.000 marcos, de los que tuvo que pagar 14.000 a la heredera del siguiente due?o, el tipo que trat¨® de llev¨¢rselo a Brasil. El acuerdo establec¨ªa tambi¨¦n que ella no perd¨ªa el derecho a solicitar la restituci¨®n o devoluci¨®n de la pintura, llegado el caso.
Ambas partes est¨¢n m¨¢s o menos de acuerdo en que el precio, fijado por el valor de mercado de Pissarro en esa ¨¦poca, fue justo, aunque difieren en c¨®mo interpretar las implicaciones de aquel arreglo. Para el demandante, el museo se agarra a que ya indemnizaron a su bisabuela para ¡°limpiar su conciencia¡±. ¡°Nos quieren hacer pasar por codiciosos, y que parezca que queremos cobrar dos veces. Es un cl¨¢sico: agitar los estereotipos que hay en torno a los jud¨ªos. Pero hay una gran diferencia entre la reparaci¨®n y la restituci¨®n, y adem¨¢s el dinero que nos dieron habr¨ªa que reembors¨¢rselo a los alemanes si nos devuelven la obra¡±, asegura. Evelio Acevedo, director gerente del Thyssen, explica: ¡°Muchas veces se olvida que se les compens¨®, y cuando se menciona, se hace dando la impresi¨®n de que la cantidad que recibieron fue escasa, cuando no es verdad. Se podr¨ªan haber comprado otro pissarro¡±.
David Cassirer aporta una foto de c¨®mo luc¨ªa el ¨®leo en disputa en el elegante apartamento de Lilly en Berl¨ªn en los a?os treinta para dejar claro que ellos no quieren ¡°otro pissarro¡±, sino el que estuvo durante 40 a?os en su familia. ¡°A¨²n conservo muchos de los objetos que hay en esa imagen, incluyendo el hermoso gabinete y la l¨¢mpara en espiral tallados a mano, o la bella porcelana de Ernst Barlach de una campesina¡±. Cuando los padres se mudaron a San Diego para estar cerca de sus dos hijos (David ten¨ªa una hermana, Ava, que muri¨® en 2018), este, que desarroll¨® su carrera profesional como arreglista para la industria discogr¨¢fica de Los ?ngeles, encarg¨® una copia del lienzo expoliado para colocarlo en el sal¨®n de la nueva casa.
Antes de retirarse en la soleada California, los padres hab¨ªan pasado toda una vida en Cleveland. A esa ciudad del Medio Oeste lleg¨® Claude ¡°sin un centavo¡± en 1941. La guerra lo sorprendi¨® en la Francia ocupada, y pudo huir a Marruecos, donde casi muere de disenter¨ªa en un campo de refugiados. Una asociaci¨®n jud¨ªa lo dirigi¨® a Cleveland, que contaba con una notable comunidad hebrea. All¨ª se convirti¨® en un fot¨®grafo ¡°muy popular, con clientes importantes¡±, seg¨²n su hijo. Cuando estos le anunciaban un pr¨®ximo viaje a Europa, ¡°siempre les ense?aba una foto del pissarro, para ver si daban con ¨¦l¡±.
El eureka lleg¨® en diciembre de 1999, cuando, seg¨²n el relato del demandante, una amiga les mand¨® una imagen del cuadro extra¨ªda de un cat¨¢logo de la colecci¨®n del bar¨®n Thyssen en Lugano (Suiza). ¡°Superados la sorpresa y el disgusto, mi padre decidi¨® que no parar¨ªa hasta lograr que la pintura de Lilly dejase de honrar el legado de una familia de empresarios del acero que apoy¨® a Hitler en sus inicios¡±. David Cassirer se refiere a Fritz Thyssen, que contribuy¨® a aupar al F¨¹hrer, pero acab¨® perseguido por el Tercer Reich. ¡°Sin ¨¦l, ese ser monstruoso no habr¨ªa pasado de ser un pintor mediocre. ?No ser¨ªa este un mundo mejor?¡±, se pregunta.
A los Cassirer les cost¨® unos meses averiguar d¨®nde estaba en ese momento el ¨®leo, que ya era propiedad del Estado espa?ol y colgaba en el palacio Villahermosa, en Madrid. Para lograrlo, contaron con la ayuda del coleccionista Ronald Lauder, presidente del Consejo Jud¨ªo Mundial. Tras pedir su devoluci¨®n sin fortuna, denunciaron a la fundaci¨®n en Los ?ngeles en 2005, alentados por el ¨¦xito que hab¨ªa tenido el abogado Randol Schoenberg (nieto del compositor vien¨¦s) en el Supremo de Estados Unidos. El alto tribunal le reconoci¨® el derecho a litigar en California el que seguramente sea el caso m¨¢s c¨¦lebre de restituci¨®n de arte expoliado por los nazis: la reclamaci¨®n de Maria Altmann al Estado austriaco de cinco pinturas de Klimt arrebatadas a su familia. Acabaron logrando que se las devolvieran al final de un proceso de pel¨ªcula; tan de pel¨ªcula, que acab¨® convertido en una, titulada La dama de oro y protagonizada por Helen Mirren y Ryan Reynolds. (El cuadro m¨¢s famoso del lote bati¨® despu¨¦s ¡ªal ser vendido a Lauder en 2006¨D el r¨¦cord del m¨¢s caro de la historia hasta la fecha, y est¨¢ expuesto en la Neue Galerie de Nueva York).
Tras dar con el pissarro, los Cassirer empezaron a completar los huecos de su historia. As¨ª supieron que, desde que Lilly le hab¨ªa perdido la pista y hasta que lo compr¨® el bar¨®n en 1976 por 300.000 d¨®lares, dio unas cuantas vueltas. Lleg¨® a Los ?ngeles en 1951 de la mano de un marchante alem¨¢n llamado Frank Perls que era jud¨ªo (¡°ir¨®nicamente¡±, dice David Cassirer, que lo define como un ¡°superladr¨®n¡±). Perls hab¨ªa trabajado durante la guerra como int¨¦rprete del Ej¨¦rcito estadounidense. Se lo vendi¨® a un destacado amante del arte de la ciudad llamado Sidney Brody, que lo devolvi¨® a los pocos meses (seg¨²n el demandante, cuando se dio cuenta, tras estudiarlo, de que era una pieza expoliada). Al a?o siguiente, el mismo galerista se lo coloc¨® al heredero de la fortuna de unos grandes almacenes (otro jud¨ªo), que lo tuvo durante m¨¢s de 20 a?os en Saint Louis. A Thyssen-Bornemisza se lo ofreci¨® un conocido comerciante neoyorquino, Stephen Hahn.
Cassirer describe todas esas transacciones como conspiraciones llevadas en sigilo, ¡°en el mercado negro del arte expoliado por una panda de bribones¡±. Stauber, el abogado de la fundaci¨®n, considera que la reputaci¨®n de esos marchantes ¡°est¨¢ fuera de duda¡± y recuerda que ninguno de ellos aparece en ¡°ninguna de las listas de comerciantes de arte que colaboraron con los nazis publicadas al t¨¦rmino de la guerra¡±. ¡°Me parece atroz que lance esas acusaciones a la ligera contra miembros, precisamente, de su comunidad¡±, a?ade.
El demandante tambi¨¦n considera determinante el hecho de que la pintura conserve parte de una etiqueta de la galer¨ªa de sus antepasados Bruno y Paul Cassirer. Lo sabe desde que mandaron a un perito a Madrid, descolgaron el cuadro y le quitaron el marco (para Acevedo, gerente del Thyssen, gestos como aquel hablan ¡°de la transparencia¡± con la que el museo ha ¡°actuado en todo momento¡±). Del sello han sobrevivido los fragmentos ¡°Berl¨ªn¡±, ¡°Victo¡± de Victoriastrasse, la calle, y ¡°Kunst und Verla¡±, por Kunst und Verlagsanstalt (editorial y galer¨ªa de arte). Cassirer cree que ¡°alguien arranc¨® los nombres de Bruno y de Paul en alg¨²n momento¡±. Que ¡°Hahn sab¨ªa perfectamente lo que esa etiqueta significaba, y un amante del arte como el bar¨®n, tambi¨¦n¡±. Y que si no quisieron verlo fue por ¡°una ceguera interesada¡±. ¡°Es asimismo indignante¡±, contin¨²a, ¡°que los especialistas espa?oles afirmen que no se dieron cuenta de lo que ten¨ªan ante sus ojos cuando compraron el cuadro como parte del lote¡±. ¡°?Era una de las galer¨ªas m¨¢s conocidas de Europa!¡±, exclama.
El abogado de la fundaci¨®n explica que no saben si la etiqueta estaba intacta cuando el bar¨®n compr¨® la pieza, ni en qu¨¦ estado se encontraba cuando lleg¨® a manos del Estado espa?ol. ¡°Pero da igual, porque un sello de ese tipo solo indica que el cuadro pas¨® por esa galer¨ªa, nada m¨¢s. No prueba en ning¨²n caso que fuera propiedad de Lilly Cassirer, y as¨ª de claro lo dej¨® el juez Walter en su sentencia. Curiosamente, ese tema de la etiqueta solo ha entrado en la conversaci¨®n en los ¨²ltimos a?os, a medida que se les iban agotando los argumentos. A la que cambian de abogado, muta el relato¡±.
En el fallo de primera instancia tambi¨¦n se establec¨ªa como probado que Thyssen compr¨® el pissarro ¡°de buena fe¡±, aunque el historiador Miguel Martorell, autor de El expolio nazi (Galaxia Gutenberg, 2021), aconseja tomarse eso con cautela. ¡°La mala fe es muy dif¨ªcil de demostrar en la usucapi¨®n, no es la clase de intenci¨®n que dejas por escrito. Lo que a m¨ª me parece claro es que el bar¨®n no hizo suficiente por comprobar la procedencia del cuadro¡±, a?ade Martorell, que lamenta la ¡°p¨¦rdida de perspectiva¡± del museo: ¡°A veces da la impresi¨®n de que olvidan, entre tanto legalismo, la historia que hay detr¨¢s, que es la de unas v¨ªctimas del Holocausto buscando una reparaci¨®n a un da?o terrible¡±.
El abogado Stauber recuerda que en los setenta el pissarro no figuraba en ninguna lista de arte robado, porque la familia no lo hab¨ªa inscrito, y que la concienciaci¨®n sobre el tema no era la que se impuso en los noventa. Evelio Acevedo, gerente del museo, aclara, por su parte, que los Principios de Washington sobre arte robado ¡°no establecen una obligaci¨®n en todos los casos de devolver las piezas que fueron expoliadas¡±. ¡°Tratan de defender los derechos de todos los participantes en una operaci¨®n. El que compra de buena fe, como hizo sin duda de la fundaci¨®n, tambi¨¦n tiene derechos, derechos que protegen esos Principios. Los afectados por el expolio ya fueron compensados debidamente, con lo cual, el esp¨ªritu de esos principios ya se materializ¨® en este caso¡±. Stauber a?ade que ese acuerdo multilateral, en cuya redacci¨®n, avisa, particip¨® cuando era un joven abogado, ¡°tambi¨¦n est¨¢ pensado para fomentar el respeto a las leyes de otros pa¨ªses¡±. ¡°No podemos imponer el ordenamiento estadounidense en todo el mundo. Imagine a un tribunal espa?ol aceptando una reclamaci¨®n contra, pongamos, el Smithsonian. Es impensable¡±, opina.
Otro asunto en el que las versiones entre las partes difieren es en lo que hizo el bar¨®n con el cuadro antes de vend¨¦rselo a Espa?a. El demandante lo tiene claro: todo lo posible por mantenerlo oculto. Para demostrarlo, comparte una fotograf¨ªa publicada en 1988 por Architectural Digest en la que se ve el pissarro colgado en una estancia ¨ªntima de Villa Favorita, la mansi¨®n de Heinrich Thyssen en Lugano. Curiosamente, esa misma imagen prueba para la otra parte todo lo contrario. ¡°Si buscaba eso, ?c¨®mo iba a permitir que una de las revistas de decoraci¨®n m¨¢s importantes del mundo sacara algo que no quer¨ªa que nadie viera?¡±, se pregunta Stauber. Para entonces, el arist¨®crata ya estaba casado (desde 1985) con Carmen Cervera. (La baronesa no atendi¨® a la solicitud de este diario de una entrevista para hablar de este tema).
La fundaci¨®n tambi¨¦n encarg¨® un informe a la historiadora Laurie Stein, experta en arte expoliado. En ¨¦l, afirma que particip¨® entre 1979 y su mudanza definitiva a Madrid en exposiciones de relieve en nueve pa¨ªses, de Nueva Zelanda a Alemania. Cassirer dice que ¡°todo eso es falso¡±. ¡°Han usado fotos de archivo para fingir que esa pintura estuvo en Londres o en Tokio. No han sido capaces de presentar nada, ni una imagen, ni un art¨ªculo de peri¨®dico. ?C¨®mo puede ser que el paso de uno de los cuadros m¨¢s famosos de uno de los impresionistas m¨¢s famosos del mundo no dejase rastro en esas capitales?¡±.
A esa acusaci¨®n, Stauber responde recordando que la colecci¨®n del bar¨®n ¡°era una de las m¨¢s conocidas del mundo¡±, y que cuando se puso en venta, ¡°fue cortejada por la Fundaci¨®n Getty, de Los ?ngeles, por el Reino Unido y por Alemania¡±. ¡°La decisi¨®n de que acabara en Madrid fue una noticia de alcance mundial, imposible de mantener en secreto¡±, agrega.
Uno de los motivos por los que el coleccionista se decidi¨® por Espa?a fue que el Estado se comprometi¨® a garantizar la integridad del conjunto, compromiso sellado por ley. A la pregunta de si habr¨ªa que cambiar ese reglamento si finalmente un tribunal californiano decidiera la devoluci¨®n del pissarro, Acevedo responde que ¡°ese escenario ni siquiera est¨¢ sobre la mesa, porque no hay razones para pensar que la sentencia actual vaya a cambiar¡±. Y Cassirer, de nuevo, tampoco est¨¢ de acuerdo en eso.
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