La madurez de la idea de Europa llega desde el Adri¨¢tico con Robert Kaplan
El periodista narra su viaje por las costas e interiores del este de Italia, una experiencia que se convierte en ensayo geopol¨ªtico, cr¨ªtica literaria y reflexi¨®n sociol¨®gica sobre el viejo continente
Cabe la posibilidad de encomendar la misi¨®n de determinar qu¨¦ es Europa a un asesor militar estadounidense, analista e historiador. Robert D. Kaplan, reputado escritor de viajes y de la geopol¨ªtica, ofrece una lectura bibliogr¨¢fica del Adri¨¢tico, como una manera de zambullirse en un mar que ¡°define Europa central y oriental tanto como la definen el B¨¢ltico y el Mar Negro¡±.
Europa se presta a la figura del fil¨®sofo bizantino Jorge Gemisto Plet¨®n, impulsor del Renacimiento italiano, muerto y exhumado en Mistr¨¢, y m¨¢s tarde enterrado en el Templo Malatestiano de R¨ªmini; pero tambi¨¦n Europa es el resultado de las ofensivas del sult¨¢n Mehmed II el Conquistador, cuyo avance militar en el siglo XV oblig¨® a los disc¨ªpulos de Plet¨®n a mover sus reliquias a territorio italiano.
El asedio turco unific¨® el sentimiento cristiano y aport¨® coherencia a Europa por oposici¨®n al islam, pero, parad¨®jicamente, el Imperio otomano otorg¨® empaque multicultural a Europa, frente al estado hobbesiano del rey y del papa, gracias a la presencia de los comerciantes cat¨®licos de Ragusa, los jud¨ªos sefard¨ªes y askenaz¨ªes, los griegos ortodoxos, las poblaciones valacas y eslavas, los albaneses cat¨®licos, musulmanes y ortodoxos o las diversas escuelas isl¨¢micas provenientes de Oriente. Bizancio, y m¨¢s tarde la Rumelia otomana, custodiaron los restos de Roma y de Atenas; se convirtieron, seg¨²n Kaplan, ¡°en una versi¨®n a escala reducida de un mundo cl¨¢sico que se desmorona¡±.
La madurez para el escritor estadounidense es cuestionar el propio conocimiento. Noel Malcolm, acad¨¦mico de la All Souls College de Oxford, public¨® Agentes del Imperio, caballeros, corsarios, jesuitas y esp¨ªas en el mundo mediterr¨¢neo del siglo XVI, pero tambi¨¦n una recensi¨®n cr¨ªtica de Fantasmas balc¨¢nicos, un ¨¦xito de ventas, obra de Kaplan cuestionada por convertir sucesos infaustos de la regi¨®n en arquetipos. En Adri¨¢tico: claves geopol¨ªticas del pasado y el futuro de Europa (RBA, traducci¨®n de Isabel Murillo), el escritor se entrega a la academia como una suerte de parapeto intelectual, pero tambi¨¦n de ejercicio de superaci¨®n para llegar a esas estribaciones en donde a Europa le cuesta reconocerse a s¨ª misma.
Kaplan recurre a Ezra Pound, Charles Olson, James Joyce o T. S. Eliot como salvoconductos para recorrer una Europa tan luminosa como oscura, de poetas y estrategas, compositores y bandoleros, donde los idealismos europe¨ªstas titubean solo con observar la neblina que surge sobre las lagunas poco profundas de Venecia. Los quebrantos literarios, con sus pliegues psicoanal¨ªticos, pueden guiar los sentimientos del lector en la formaci¨®n c¨¢rsica de cipreses y plantas arom¨¢ticas, los humedales din¨¢ricos o las playas de cantos rodados de las islas croatas, naturaleza difusa de un Adri¨¢tico que parece inaprensible en el eterno dilema entre Occidente y Oriente.
El objetivo de la definici¨®n de Europa parece pretencioso, porque el sudeste europeo parece suspendido en la indefinici¨®n hist¨®rica, un espacio tentacular a lo largo del globo terr¨¢queo, inclasificable por disonante para los patrones de rigidez occidental. El historiador Fernand Braudel dec¨ªa que el Mediterr¨¢neo no era la frontera sur de Europa, sino el desierto del Sahara, cita Kaplan. La unidad geogr¨¢fica continental se discute cuando observamos un paisaje de olivos en la cosa africana, igual que si estuvi¨¦ramos en la misma Grecia.
El viaje por Venecia son los ecos de una rep¨²blica de casi 1.000 a?os, el sonido de la m¨²sica de Claudio Monteverdi y Antonio Vivaldi, de los campanarios, del chapoteo del agua, de los tacones en las callejuelas poco transitadas, pero tambi¨¦n de un recorrido donde en el Palacio Ducal se combinan el norte lombardo y el sur ¨¢rabe, todo resultado del comercio regular con el Imperio otomano por los puertos adri¨¢ticos. La est¨¦tica veneciana enga?a al ojo, desv¨ªa la atenci¨®n del esp¨ªritu pragm¨¢tico que gobern¨® la vida de los mercaderes locales, pero tambi¨¦n de pintores y escritores que se sirvieron de la belleza de la Serenissima para convertir la met¨¢fora del pasado en un negocio que llega hasta el presente. Dice Kaplan: ¡°Venecia me deprime, porque s¨¦ que cuando escribo sobre ella estoy compitiendo con los grandes¡±, con la Venecia observada de Mary McCarthy, con Marca de agua de Joseph Brodsky o con Venecia de Jan Morris.
Vecina de la ligereza veneciana se encuentra Trieste. La ciudad habsburgo-italiana es la intimidad de la Mitteleuropa, ¡°una anciana y distinguida arist¨®crata¡± sentada frente al mar sobre la encrucijada latina, centroeuropea y eslava. Es inevitable que a partir de aqu¨ª se manifieste un Adri¨¢tico de tertulias en el Caf¨¦ San Marco, donde desfilan Claudio Magris o Paolo Rumiz, como antes Patrick Leigh Fermor, voces que saben viajar por todo el sudeste europeo y cruzan el Danubio, para seguir los cauces serpenteantes del Drina o el Morava. En el Adri¨¢tico parece que Europa migra hacia el sur, es la imagen en su escritorio de sir Richard Francis Burton, explorador brit¨¢nico y c¨®nsul en Trieste, quien tradujo al ingl¨¦s Las mil y una noches en la d¨¦cada de 1880. ¡°Sin lugar a dudas un documento subversivo para una ¨¦poca posmoderna de creencias puritanas¡±, opina Kaplan al respecto.
La costa eslovena de Piran es el lugar de origen del violinista Giuseppe Tartini, tambi¨¦n de los pescadores eslavos, altos y recios, ¡°cuyas consonantes eslavas eclipsan las vocales oper¨ªsticas del italiano¡±, all¨¢ donde los camareros sirven en las terrazas slivovitz y limoncello, pero tambi¨¦n donde comienzan los m¨¢rgenes balc¨¢nicos, donde Chateaubriand declaraba que empezaba la barbarie, donde la cultura occidental exotiza al vecindario y a sus ancestros. La comunidad italiana desde la pen¨ªnsula de Istria se convierte en etnia, en los territorios de Rijeka, antigua Fiume, desde donde parte la autobiograf¨ªa de Marisa Madieri, Verde agua, uno de los cantos m¨¢s bellos y tr¨¢gicos a la vida adri¨¢tica.
En la regi¨®n de Dalmacia, la piedra blanca de la isla de Bra? conform¨® el palacio de Diocleciano en Split, pero tambi¨¦n, 15 siglos despu¨¦s, la Casa Blanca o el Reichstag de Berl¨ªn. El Adri¨¢tico emerge entre fronteras vol¨¢tiles, terminales de gas e infraestructuras financiadas por la UE y China. No muy lejos de all¨ª, en la isla de Vis, la antigua polis griega conocida como Issa, el fil¨®sofo Sre?ko Horvat, la modelo Pamela Anderson y el escritor Robert Peri?i?, entre otros, construyen una escuela social aut¨®noma, un proyecto cooperativo para el pensamiento.
Una autonom¨ªa como la que tuvo la hist¨®rica ciudad estado de Ragusa (Dubrovnik), tan ambivalente en su condici¨®n cristiana, como veneciana en su supervivencia frente a los bombardeos del Ej¨¦rcito Popular Yugoslavo, siglos cercada y tambi¨¦n tributaria del Imperio otomano, pero tambi¨¦n poseedora de una colonia mar¨ªtima en Goa, en la costa de Konkan, en la India. El conquistador no puede ser ajeno al influjo del conquistado, y en esta zona confusa Europa es global, porque la costa adri¨¢tica y sus conexiones se extienden a Acre, Singapur o Hong Kong, desde los tiempos en que Marco Polo navegaba desde la isla de Kor?ula, casa de veraneo varios siglos despu¨¦s de los fil¨®sofos no alineados yugoslavos del grupo Praxis. La bah¨ªa de Kotor, frente al abrupto terreno montenegrino, es otra v¨ªa de entrada al Mediterr¨¢neo, pero tambi¨¦n al coraz¨®n de los Balcanes. Son tambi¨¦n los territorios de la Iglesia ortodoxa que, como dice Kaplan, ¡°ayuda a conformar la transici¨®n de la Europa occidental al Oriente Pr¨®ximo¡±.
Predrag Matvejevi?, profesor y ensayista de Mostar, ciudad herzegovina a 50 kil¨®metros de la costa, donde el salitre se diluye en las aguas turquesas del Neretva, opinaba en su Breviario mediterr¨¢neo que Europa se hab¨ªa concebido en el Mediterr¨¢neo, pero tambi¨¦n que el Mediterr¨¢neo no es meramente geograf¨ªa. El Adri¨¢tico tampoco lo es, es la Europa sin contornos, el impulso cosmopolita, como la familia albano-veneciana Bruni, del siglo XVI, ¡°c¨®modamente habituada a sus contradicciones¡±; uno de cuyos miembros fue capit¨¢n de un buque papal en la batalla de Lepanto en 1571, int¨¦rprete de venecianos y otomanos, miembro de una red de espionaje espa?ola en Estambul y finalmente primer ministro de Moldavia. El Adri¨¢tico es donde Europa asume sus paradojas geogr¨¢ficas e hist¨®ricas, tambi¨¦n religiosas, y m¨¢s all¨¢. Recuerda el escritor estadounidense que Marci Shore, profesora de historia en Yale, encontr¨® el ideal de Europa en una orquesta filarm¨®nica que tocaba el Himno de la alegr¨ªa, en el puerto de Odesa.
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