Grandes y peque?as aventuras con serpientes
La lectura del escalofriante libro del mayor investigador de anacondas coincide con los problemas de suministro de presa viva para una culebra en Barcelona
Mira que he le¨ªdo libros sobre serpientes. Mi biblioteca tiene una sinuosa y silbante secci¨®n especial dedicada a ellas en la que figuran desde grandes cl¨¢sicos como Pythons and theirs ways, de FW. Fitzimons (G.G. Harrap & co, 1930) o la reci¨¦n adquirida Giant snakes, de Pope (Alfred Knopp, 1961) a impactantes historias modernas como El club de los supervivientes a las mordeduras de serpiente, de Jeremy Seal (Espasa Calpe, 2000) o The snake charmer, a true story, de Jamie James (Hyperion, 2008), historia de una espeluznante muerte por mordedura de krait. Pero jam¨¢s hab¨ªa le¨ªdo algo tan extraordinario como las escalofriantes aventuras con anacondas del gran especialista contempor¨¢neo en su estudio, el herpet¨®logo y ecologista tropical Jes¨²s A. Rivas.
En Anaconda, the secret life of the world¡¯s largest snake ¡ªRivas es venezolano pero trabaja en EE UU como profesor de biolog¨ªa en la Highlands University de Nuevo M¨¦xico y su libro se ha publicado en ingl¨¦s (Oxford University Press, 2020)¡ª, el cient¨ªfico cuenta sus experiencias investigando y frecuentemente capturando a mano en Los Llanos de Venezuela (una zona que me es cercana porque mi t¨ªo Armando era el gobernador de ese territorio, el Estado de Apure) un millar de esas serpientes constrictoras de la familia de las boas, las m¨¢s grandes del mundo (con permiso de la pit¨®n reticulada, que puede ser m¨¢s larga pero es menos voluminosa). Decir anaconda, que parece exigir los signos de admiraci¨®n, ?anaconda!, es entrar, claro, en terrenos de la leyenda y la maravilla: pocos animales se enroscan en nuestra imaginaci¨®n como ellas y provocan un comparable cosquilleo de miedo y fascinaci¨®n. El casi mordisco en la cara a F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente en la famosa escena de El hombre y la tierra y la imagen de Owen Wilson en la panza del monstruoso esp¨¦cimen del filme de terror Anaconda (1997) son dos de los momentos ic¨®nicos de nuestro imaginario de esas serpientes (un tercero, m¨¢s personal, es el de Armando tratando de liberar a un indio a medio devorar, seg¨²n nos explicaba de ni?os).
Rivas, al que avalan en su arriesgada empresa de meterse descalzo (a fin de evitar los hongos y para tener m¨¢s sensibilidad en la b¨²squeda de los reptiles) en los pantanos de las anacondas y luchar a brazo partido con ellas el haber sido bombero, buceador y alpinista y poseer un f¨ªsico envidiable, desgrana en su libro la gran monograf¨ªa cient¨ªfica moderna de esas serpientes, explicando minuciosamente su biolog¨ªa y desmontando mitos. Pero al tiempo nos deja uno de los mejores relatos de aventuras que quepa imaginar, y unas jugosas reflexiones sobre el miedo. Y es que hay que tener reda?os para enfrentarse, a fin de estudiarlas, a esas criaturas que llegan a medir m¨¢s de cinco metros (que es mucha serpiente) y matan, apret¨¢ndolos en sus robustos anillos para luego devorarlos enteros, ciervos y hasta caimanes. En uno de los muchos arriesgados episodios de trabajo de campo que cuenta Rivas (y en los que ocasionalmente particip¨® mi primo Fabi¨¢n), vemos c¨®mo una enorme hembra (los machos, a los que a veces se los comen durante el apareamiento, son mucho m¨¢s peque?os), Jane, le hace presa en un pie cuando el bi¨®logo trata de capturarla desde un bote a fin de monitorizarla y le arrastra indefectiblemente hacia el agua para ahogarlo. Los acompa?antes del estudioso consiguen rescatarlo. En otro momento, una segunda anaconda, Lina se lanza al pecho de una colaboradora de Rivas emergiendo del agua...
Lo que parece una locura para cualquiera, atrapar a mano a esas enormes y poderosas serpientes (cercanas descendientes de la fabulosa Titanoboa f¨®sil de 12 metros) meti¨¦ndose en su h¨¢bitat, lo justifica Rivas explicando que la anaconda, al tener pocos depredadores, tarda en reaccionar defensivamente (hasta que la tienes cogida por el cuello), y adem¨¢s, cuando lucha queda exhausta muy pronto (15 o 20 minutos que pueden parecer muy largos) dado su metabolismo reptiliano. En fin, hay que probarlo (qui¨¦n se atreva). En cuanto a la depredaci¨®n sobre humanos, aunque recalca que no somos sus presas normales, Rivas se?ala que son cazadoras generalistas muy capaces de matarnos y de tragarnos. De hecho, testimonia dos clar¨ªsimos casos en que sendas anacondas trataron de comerse a ayudantes suyos.
En paralelo a la gran aventura de las anacondas, he vivido estos d¨ªas lo que podr¨ªamos denominar la peque?a aventura de la culebra, por la falta de suministros para mi propia serpiente. La verdad, no pensaba que fuera a afectarme tanto personalmente la nueva Ley de Bienestar Animal. Y he ah¨ª una frase.
Me afecta porque tiene efectos dram¨¢ticos sobre Kaa, con la que convivo desde febrero de 2005, cuando la adquir¨ª, peque?ita, para mi entonces preadolescente hija Rita con el fin de que perdiera el miedo a las serpientes, cosa que no s¨®lo ha conseguido sino que se ha convertido en psic¨®loga. Compr¨¦ a Kaa en lo que entonces era el Mister Guau de la calle Aribau y ahora es Kiwoko, y durante todos estos a?os la criatura, una inofensiva culebra del ma¨ªz (Elaphe guttata), especie cuyo ¨¢mbito natural es el sureste y centro de EE UU, y a la que se considera, por su buen car¨¢cter, una excelente mascota, ha ido viviendo en su terrario en casa sin m¨¢s sobresaltos que alguna breve fuga, por ver mundo.
Viviendo y progresando, pues ahora, cerca ya de los 20 a?os (hay que ver c¨®mo pasa el tiempo), una edad provecta en este tipo de animales, mide algo m¨¢s de un metro y parece todo lo feliz que puede ser una serpiente. Hasta ahora ten¨ªa todas sus necesidades cubiertas. Y enfatizo lo de hasta ahora pues se ha producido un cambio radical en sus circunstancias existenciales, y es que me cuesta mucho encontrarle comida.
Como sus cong¨¦neres, Kaa es carn¨ªvora y consume peque?as presas vivas que mata por constricci¨®n (como las anacondas), envolvi¨¦ndolas con sus anillos, antes de devorarlas. Yo sol¨ªa suministrarle un par de ratones blancos de laboratorio una vez al mes. Los adquir¨ªa en Mister Gua/ Kiwoko, donde los vend¨ªan sin problemas de conciencia y bajo la categor¨ªa de ¡°presa viva¡±. Pero de un tiempo a esta parte, los ratones comenzaron a escasear y luego desaparecieron. En la tienda me dec¨ªan que estaban esper¨¢ndolos. ¡°Prueba la semana que viene¡±. El caso es que nunca llegaban, eran como Godot en versi¨®n roedor.
Al final, un empleado se compadeci¨® de verme tanto por all¨ª y me confes¨® que la nueva Ley de Bienestar Animal, que tiene muchos puntos confusos y con la que nadie se siente del todo seguro (excepto los ratones, imagino), ha hecho reconsiderar la oportunidad de vender abiertamente unos animales para que se los coman otros, circunstancia que parece atentar contra lo del bienestar animal. Ciertamente, lo que es bienestar para uno (que no te coman) es malestar para otro (quedarte en ayunas, v¨¦ase mi serpiente), pero lo prioritario parece ser que no te caiga una denuncia de un cliente sensible que crea que todos los ratones son Pixie y Dixie, Remy (la rata de Ratatouille), o el ratoncito P¨¦rez.
As¨ª que el otro d¨ªa, atormentado por el hambre que le¨ªa en los ojos de mi serpiente, me plant¨¦ en Reptilman¨ªa (Per¨², 54), un establecimiento al que, me inform¨¦, los due?os de mascotas escamosas desesperados como yo acuden en busca de ayuda estos complicados d¨ªas. En un ambiente de como si estuvi¨¦ramos traficando con Fentanilo, le expres¨¦ a Quim, el propietario, mi desaz¨®n y se solidariz¨® conmigo. ¡°Muchos propietarios de mascotas ex¨®ticas lo est¨¢n pasando mal, me se?al¨®, ¡°no encuentran el alimento vivo que exigen sus animales y no saben qu¨¦ hacer¡±. Abund¨® en que la ley es confusa y que parece que la administraci¨®n quisiera que desaparecieran por arte de magia los animales que no entran en la categor¨ªa de lo que considera aceptables. Las circunstancias, aparte de causar angustia, pueden impulsar a algunos propietarios a abandonar a sus serpientes hambrientas, lo que si en el caso de una culebra de ma¨ªz es grave, en el de una boa o pit¨®n (de las que hay varios miles como mascotas en Catalu?a) puede resultar una cat¨¢strofe (l¨¦ase lo anterior de las anacondas).
No ten¨ªa ratones vivos disponibles, pero me propuso adquirirlos congelados. Me dijo que las guttata como la m¨ªa se hacen a todo. Ya, pero descongelarlos es una faena y a mi serpiente no le acaban de gustar. Me ense?¨® entonces un truco ¡°infalible¡± consistente en golpear al rat¨®n en la cabeza hasta que sangre un poco, lo que desata el inter¨¦s de la serpiente. Me llev¨¦ dos, que dej¨¦ en la moto durante la jornada de trabajo en el diario (imagino la cara de los compa?eros si se los encuentran en la nevera), as¨ª se iban descongelando.
Por la noche mientras los acababa de preparar frankensteianamente, llam¨¦ a Adolfo Santa-Olalla, que adem¨¢s de haber participado en la toma del congreso el 23-F conmigo (y con Pardo Zancada), as¨ª que ya nada nos sorprende al uno del otro, es bi¨®logo, copropietario de Pisciber, compa?¨ªa l¨ªder en acuarofilia, y ha colaborado en la redacci¨®n de la ley de bienestar como presidente de AIDPET (alianza por el inter¨¦s y la defensa del sector profesional del animal de compa?¨ªa). Le expliqu¨¦ la situaci¨®n, digna de P¨¢nico en Needle park, entre los propietarios de serpientes y me tranquiliz¨®: ¡°Nadie dice que no se pueda seguir vendiendo presa viva, aunque es posible que haya que hacerlo por encargo para no herir sensibilidades en las tiendas; y si tu serpiente no es venenosa y pesa menos de dos kilos no est¨¢ entre las que se proh¨ªbe tener. Aunque la guttata figura entre las especies consideradas invasoras en algunas comunidades, como Baleares ¡ªas¨ª que no te la lleves de vacaciones a Formentera como el gato¡ª, no lo est¨¢ en Catalu?a. La ley tiene puntos poco claros y hay gente que se piensa que todo est¨¢ prohibido¡±. Adolfo, que teme que esos aspectos oscuros provoquen lo contrario de lo que busca la ley, que es que no haya abandonos, y que puede multiplicar el comercio ilegal, me dijo que a¨²n no he de dar de alta a mi serpiente (ni incluirla en el padr¨®n, imagino) y me se?al¨® que dif¨ªcilmente va a ir la polic¨ªa casa por casa en busca de reptiles, con el trabajo que tienen. En todo caso espero que no se presenten a la hora de comer¡
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