Por encima del pr¨®ximo invento tecnol¨®gico, pongamos la Tierra en el centro
Nuestra misi¨®n no es la b¨ªblica de dominar y explotar el mundo ¡ªahora a trav¨¦s de la rob¨®tica¡ª, sino comprenderlo. Abrazar el geohumanismo, situar el planeta en el centro de nuestra conciencia, es mucho m¨¢s urgente que cualquier tecnolog¨ªa que inventemos
El humanismo fue la gran esperanza del Renacimiento. Los humanistas, inspir¨¢ndose en la obra de los cl¨¢sicos, quisieron comprender al ser humano con profundidad con el fin de que las personas desarrollaran lo mejor de s¨ª mismas como integrantes de una comunidad. Dedicaron su vida a un conocimiento que pusieron al servicio de la libertad y la justicia de pensamiento, con el fin de mejorar nuestras sociedades y con una visi¨®n que superaba cualquier noci¨®n de frontera.
Sintom¨¢tica, en este sentido, es la trayectoria internacional de Juan Luis Vives, quien dirigi¨® al Senado de Brujas una carta, firmada el 6 de enero de 1526, para dedicarle su tratado El socorro de los pobres: ¡°Por la gran multitud de pobres que llegan aqu¨ª de todas partes, como un refugio al que pueden acogerse, (¡) y se fortalezca as¨ª la sociedad humana¡±.
Nada m¨¢s humanista que la escucha, la atenci¨®n a otro que ya no se considera ¡°extranjero¡± (es decir, ¡°extra?o¡±, seg¨²n la etimolog¨ªa), sino tan semejante que podemos otorgarle nuestra ayuda como lo har¨ªamos con nosotros mismos. Como afirma Vives en la misma carta: ¡°La ley de la naturaleza no consiente que nada humano sea ajeno al hombre¡±. Nada humano nos resulta ajeno. Aqu¨ª resuena la famosa frase de Terencio, a la que Vives a?ade una idea m¨¢s: es as¨ª porque es ley de la naturaleza. De esta manera, el Renacimiento situaba la unidad esencial de los seres humanos en el centro de nuestra conciencia como una preocupaci¨®n ¨¦tica que ha ido fundamentando la democracia europea, y deber¨ªa apuntalar cualquier debate sobre el movimiento de personas entre pa¨ªses. El ser humano como c¨ªrculo del cosmos, tal como lo simboliz¨® Leonardo da Vinci con su Hombre de Vitruvio.
Pero con la solidaridad exclusivamente humana no basta. De hecho, esta posici¨®n central del ser humano en el planeta foment¨® a la larga una contrapartida: desconectarlo de la Tierra a la que pertenecen ni m¨¢s ni menos que el resto de los animales, en un progresivo aislamiento mental y f¨ªsico que, al mismo tiempo, produjo un inmenso florecer en las artes, en la industria, en el pensamiento, en la multiplicaci¨®n de las ciudades donde todo iba a suceder: el llamado progreso, que, al mismo tiempo que repart¨ªa bienestar a un mayor n¨²mero de personas, les exig¨ªa todo a cambio. La concentraci¨®n humana en enormes madrigueras de asfalto, tan c¨®modas como alienantes, fue usurpando, especialmente en la ¨²ltima centuria, el espacio a la naturaleza, de la que, sin embargo, nuestra civilizaci¨®n ha extra¨ªdo mucho m¨¢s de lo que necesitaba hasta edificar el planeta y exprimirlo all¨¢ donde sea posible, sin correspondencia alguna: por tierra, mar, y, como so?¨® el propio Leonardo, tambi¨¦n por aire.
Percibimos ahora las consecuencias de todo ello en la contaminaci¨®n de los oc¨¦anos, en el envenenamiento de los alimentos, en la desertificaci¨®n progresiva, en la sequ¨ªa, en el deshielo, en la extinci¨®n masiva de especies expulsadas de sus h¨¢bitats. Nuestra civilizaci¨®n, amasada en las urbes, se ha percibido ¡°ajena¡± al planeta, como si viviera aparte de la Tierra, encima de ella, pero impermeable a ella. El cambio clim¨¢tico nos ha acabado alertando de cu¨¢n permeables somos, sin embargo. Y nuestra respuesta sigue siendo un salto adelante: confinar ahora al ser humano en otro territorio a¨²n m¨¢s alienante, el digital; imprevisible seg¨²n evoluciona una inteligencia artificial que, a fuerza de sustituci¨®n, puede borrar cualquier rastro de humanismo y que ya est¨¢ proyectando un futuro inmediato, rob¨®tico, que aumentar¨¢ la extracci¨®n de recursos naturales para alimentar y refrigerar sus componentes.
Desde los centros urbanos se gobierna, se definen las leyes y el pensamiento, se proyecta una realidad que se pretende universal sin serlo, cuando es solo una realidad humana. Ni siquiera solo una realidad humana, sino una realidad urbana y definitivamente digitalizada que ignora esas culturas ancestrales que anta?o destruy¨® y que, en reducido n¨²mero, siguen viviendo al ritmo de la naturaleza y de las que tanto nos queda por aprender. Desde las ciudades se define tambi¨¦n buena parte de las pol¨ªticas ecologistas que tan necesarias han sido para detener y paliar la destrucci¨®n indiscriminada del planeta.
Sin embargo, una de las grandes paradojas que estamos viviendo es ver c¨®mo estas pol¨ªticas verdes chocan a menudo con los intereses de la gente que trabaja y vive en el campo, que las recibe a menudo como una incomprensi¨®n del mundo rural. Este divorcio nace probablemente de que muchas de estas pol¨ªticas han sido dise?adas por urbanitas, y no por esas personas que trabajan rodeadas de dificultades econ¨®micas en un sector, el primario, en el que se han cebado la globalizaci¨®n y el mercado.
El colmo es cuando los intereses de estas pol¨ªticas verdes chocan con los de la propia naturaleza. Hace unos meses me vi denunciando ante una importante organizaci¨®n ecologista la implantaci¨®n de un campo solar en una zona esteparia donde anidan varias especies de aves en peligro de extinci¨®n. La respuesta recibida fue que ahora la prioridad es la ¡°energ¨ªa verde¡±, incluso por encima, en este caso, de la biodiversidad y de los cultivos de cercan¨ªa. Dicho de otro modo: los intereses energ¨¦ticos de la ciudad y de las grandes empresas, matriculados de verde, volv¨ªan a situarse por encima de la gente de los pueblos y de la propia naturaleza.
Entend¨ª entonces la urgencia de cambiar nuestro punto de vista con el fin de afrontar los retos clim¨¢ticos de nuestro tiempo y de prevenir el fin del humanismo en aras de la inteligencia artificial. Dicho de otro modo: para que el propio humanismo evolucione. Corresponde a nuestra generaci¨®n poner a la Tierra, Gea, en el centro de nuestra conciencia. No al ser humano en exclusiva, sino a nuestro planeta, donde el ser humano es un habitante m¨¢s.
Esta es la idea de la que parte el concepto de geohumanismo. Parafraseando a Vives: la ley de la naturaleza no consiente que nada de la naturaleza sea ajeno al ser humano. Nuestro desarrollo resulta imposible sin escuchar la sabidur¨ªa de la Tierra, sin ampliar nuestra solidaridad a los animales y a los bosques, sin ejercer nuestra empat¨ªa con el agua, con el aire, con los minerales. Tampoco ellos son extranjeros, extra?os a nosotros, sino parte de nuestra identidad.
El centro no es el ser humano, sino el planeta del que emanamos con la misma entidad que una roca, un arroyo, una hoja, un lince. Nuestra misi¨®n no es la b¨ªblica de dominar y explotar el mundo ¡ªahora a trav¨¦s de la rob¨®tica¡ª, sino respetarlo, comprenderlo, y vivir en ¨¦l con armon¨ªa. Esa evoluci¨®n de nuestra conciencia resulta mucho m¨¢s urgente que cualquier tecnolog¨ªa que podamos inventar. Nada de la naturaleza nos resulta ajeno. De la esperanza del geohumanismo puede surgir un nuevo Renacimiento. Nos lo est¨¢ pidiendo a voces de hurac¨¢n, a golpe de deshielo, y en el silencio de los desiertos progresivos, quien nos da la vida: la Tierra.
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