El debate | ?La cultura sigue siendo elitista?
El acceso y el consumo de los productos culturales han cambiado con el mundo digital, pero los expertos todav¨ªa discrepan de que se haya producido una verdadera generalizaci¨®n cultural
Un reportaje sobre la supuesta p¨¦rdida de atractivo del perfil cultureta ha reabierto el debate sobre qu¨¦ puede considerarse o no cultura ahora que el acceso digital ha ampliado el acceso a los productos culturales. Con frecuencia se esgrime que solo unos cuantos afortunados con recursos econ¨®micos y educaci¨®n apropiada pueden disfrutar de la verdadera cultura. O se establece una distinci¨®n entre la alta cultura y la cultura popular, pese a los estratosf¨¦ricos precios que alcanzan las entradas de los conciertos de las estrellas del pop, que siempre cuelgan el cartel de vendido.
El cr¨ªtico musical Luis Gago defiende que el elitismo reside en la voluntad y el esfuerzo por escuchar, contemplar o leer con intensidad, mientras que la periodista cultural Raquel Pel¨¢ez sostiene que es posible que la industria de la moda sea la que haya propiciado las mezclas m¨¢s peregrinas de alta y baja cultura en los ¨²ltimos a?os.
El elitismo al alcance de todos
LUIS GAGO
?Qu¨¦ convierte a una propuesta cultural en elitista? ?Su contenido o sus circunstancias? ?Qui¨¦n o qu¨¦ traza la l¨ªnea divisoria entre alta cultura y cultura, digamos, popular? Las palabras van siempre cargadas y a menudo no es f¨¢cil deslindar conceptos, sobre todo cuando lo que podr¨ªamos llamar la pr¨¢ctica cultural parece contradecir nociones o presuposiciones muy asentadas, como, por ejemplo, imponer a la m¨²sica llamada cl¨¢sica el sambenito de ser elitista, cuando el acceso a ella se ha democratizado y facilitado en las ¨²ltimas d¨¦cadas m¨¢s que nunca. Hubo un tiempo en el que asistir a un concierto de los Berliner Philharmoniker en la Philharmonie de la capital alemana era un privilegio reservado, efectivamente, a unos pocos. Hoy, en cambio, cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede seguir en directo en su Digital Concert Hall todos sus conciertos en streaming, con una extraordinaria calidad de sonido e imagen, pagando una suscripci¨®n anual que es sensiblemente m¨¢s barata que el precio de una entrada para asistir a un solo concierto de Taylor Swift o el renacido Oasis (que se cuidan muy mucho de difundir sus actuaciones por otras v¨ªas, blindando as¨ª su exclusividad). Entonces, ?es m¨¢s elitista la Heroica o Shake it off?
Algo parecido sucede con la ¨®pera, considerada por muchos como un espect¨¢culo poco menos que inaccesible, aunque en la Italia del Ottocento fue cultura popular en estado puro. Sin embargo, lo cierto es que todos los teatros, en su af¨¢n por renovar y ampliar sus p¨²blicos, permiten a los m¨¢s j¨®venes asistir a las representaciones por un pu?ado de euros y algunos transmiten tambi¨¦n en directo en cines (como la Royal Opera House de Londres) o en diversos canales propios y ajenos la totalidad o buena parte de sus temporadas. Puede predicarse otro tanto de los grandes festivales de m¨²sica, cada vez m¨¢s presentes en emisoras culturales como la francoalemana ARTE o en las numerosas plataformas que han proliferado en los ¨²ltimos a?os. Disfrutar de un concierto o una representaci¨®n oper¨ªstica de los festivales de verano de mayor prestigio (Aix-en-Provence, Salzburgo, Verbier, Bayreuth) ha dejado de ser tambi¨¦n un lujo al alcance de unos pocos. Pensar¨¢n algunos, con raz¨®n, que no es comparable la experiencia en directo con la transmisi¨®n en streaming, pero algo parecido pasa con los discos, que tambi¨¦n habitan a su manera en un universo virtual, lo que no les ha impedido desempe?ar un papel crucial como transmisores y artefactos culturales.
Id¨¦ntico concierto, con los mismos int¨¦rpretes, puede ser asombrosamente barato en un lugar (para quienes siguen de pie los Proms londinenses en el Royal Albert Hall, por ejemplo) e incontestablemente caro en otros (los Festivales de Salzburgo y Lucerna). Pero no es bueno generalizar y en la ciudad suiza se han programado este verano hasta nueve conciertos gratuitos de m¨²sica contempor¨¢nea, el ¨²ltimo el pasado jueves, en el que se dispusieron colchonetas en el suelo junto al escenario, desde donde varios ni?os siguieron tumbados las evoluciones de un percusionista espa?ol, una flautista australiana y un pianista portugu¨¦s. Los conciertos de m¨²sica contempor¨¢nea que organiza el CNDM (y antes el CDMC) en el Museo Reina Sof¨ªa son gratuitos y, a imitaci¨®n del Festival de Edimburgo, muchos otros programan una secci¨®n denominada Fringe, en la que no hay que pagar m¨¢s que la voluntad. Y, m¨¢s all¨¢ de la m¨²sica, los museos han democratizado su acceso y jam¨¢s ha sido tan f¨¢cil, ni tan barato, leer en papel o en pantalla la mejor literatura universal.
En una entrevista concedida a este peri¨®dico en 1999, el pianista, music¨®logo y pol¨ªgrafo estadounidense Charles Rosen afirm¨®, con dolor, que ¡°se ha perdido la costumbre de escuchar m¨²sica con intensidad¡± y, a?os antes de la ca¨ªda en picado de las ventas, sostuvo que ¡°mucha gente compra discos con m¨²sica que sencillamente no les moleste, que en realidad no tengan realmente que escuchar: m¨²sica atmosf¨¦rica¡±. Aqu¨ª puede radicar la clave de todo: ?qui¨¦n tiene la voluntad de escuchar, de contemplar, de leer, con intensidad? Lo que suele entenderse por alta cultura requiere esfuerzo, concentraci¨®n, tiempo. Todo ello lejos de redes sociales y dem¨¢s distracciones que consumen horas y horas en las vidas de gran parte de la poblaci¨®n. Dejemos de confundir el elitismo con la indolencia.
Una cuesti¨®n de acceso al conocimiento
RAQUEL PEL?EZ
Cada vez que resucita el debate sobre si la alta cultura es demasiado elitista, pienso en todas las mujeres que fueron a aquella manifestaci¨®n de 2017 contra Trump, despu¨¦s que el se?or dijese aquello de Grab ¡®em by the pussy con pancartas de cart¨®n en las que se pod¨ªa leer: ¡°I cant believe I still have to protest this shit¡±. Supongo que la mayor¨ªa de lectores no necesitan traducci¨®n para esta frase, pero hubo un tiempo en este pa¨ªs en el que ser capaz de leer en ingl¨¦s se consideraba cult¨ªsimo, una cuesti¨®n propia de ¨¦lites.
Cuando la EGB fue impuesta y extendida sistem¨¢ticamente por esos rogelios defensores de la educaci¨®n p¨²blica que tambi¨¦n garantizaron la sanidad universal, el idioma de Shakespeare dej¨® de ser patrimonio exclusivo de los ni?os bien que iban a internados ingleses en invierno o a pasar veranos en Irlanda. Pero por si a¨²n queda alguien que no la entienda o no sepa usar el Google Translator (herramienta de acceso masivo tambi¨¦n), la frase significa ¡°no puedo creerme que a¨²n tenga que protestar por esta mierda¡± y la usan mucho las activistas feministas que llevan d¨¦cadas, incluso siglos, luchando contra los mismos desequilibrios promovidos o mantenidos exactamente por las mismas estructuras e instituciones una y otra vez.
Trabajo en el mundo de la moda, un negocio que, aunque a muchos pueda dolerles, es una industria cultural. Una que da much¨ªsimo dinero. Y una en la que tambi¨¦n existen peleas entre acad¨¦micos y autodidactas, eventos prestigiosos a los que solo va la gente m¨¢s aburrida y saraos m¨¢s bien underground en los que para entrar es mucho m¨¢s importante ser cool que rico, couturiers finos aceptados por los c¨ªrculos m¨¢s selectos a los que el gran p¨²blico no acaba de entender y los cr¨ªticos llaman ¡°maestros¡± y creadores populares aupados por el gran p¨²blico que los verdaderos connoisseurs rechazan hasta que alguien, normalmente el esnob mayor del reino, dice que ya se les puede aceptar.
Es posible, de hecho, que sea la industria de la moda la que haya propiciado las mezclas m¨¢s peregrinas de alta y baja cultura en los ¨²ltimos a?os. Pienso por ejemplo en aquel desfile de Balenciaga, la firma fundada hace muchas d¨¦cadas por el modista espa?ol m¨¢s ¡°maestro¡± de todos pero dirigida creativamente en los ¨²ltimos a?os por un georgiano amante de los ch¨¢ndales de t¨¢ctel, en el que dicho se?or exsovi¨¦tico, Denma, se atrevi¨® a poner los sagrados patrones de alta costura que Crist¨®bal Balenciaga hab¨ªa pensado en los a?os cincuenta para damas intachables como Bunny Mellon sobre la silueta de Marge Simpson. ?Alta traici¨®n o genialidad? ?Espect¨¢culo viral o ruptura necesaria?
Pienso en cuando Gucci le pidi¨® a Daper Dan, el mayor plagiador de firmas de lujo de Nueva York, que interviniese sus prendas para despu¨¦s venderlas a precios estratosf¨¦ricos. La falsificaci¨®n era al fin m¨¢s cara que el original. Ah¨ª estaban, todos esos debates que se repiten cada vez que algo de acceso universal se cuela en los lugares que supuestamente solo est¨¢n reservados a ¡°los mejores¡± y viceversa.
Pienso ahora en un festival de teatro alternativo al que acudo todos los a?os. Tiene lugar en el peque?¨ªsimo pueblo vallisoletano de Urones de Castroponce, donde acuden las compa?¨ªas m¨¢s extravagantes a representar las obras m¨¢s abstrusas a un p¨²blico que no est¨¢ compuesto por cr¨ªticos sesudos ni gente especializada en el lenguaje dram¨¢tico de Ionesco sino por lugare?os y gentes de la zona que ya viven este acontecimiento como una tradici¨®n. Las obras se representan en una corrala que por fuera no se diferencia en nada de una nave industrial. Dentro, siempre se escucha a alguien decir: ¡°Dicen que lo quieren hacer m¨¢s popular¡±, ¡°Hay quejas de que es demasiado cultureta¡±, pero al final las amenazas nunca se cumplen porque los organizadores consiguen hacer prevalecer el esp¨ªritu del certamen desde hace 20 a?os: no existe cultura alta o baja, solo acceso limitado o general a la cultura y al conocimiento. Dos cosas distintas pero parecidas. Por ejemplo, gracias al conocimiento generalizado del ingl¨¦s, la mayor¨ªa de las espa?olas entendemos qu¨¦ significa Grab ¡®em by the pussy, tambi¨¦n desde el punto de vista de las guerras culturales.
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