Caravaggio en la sombra
Hay tinieblas a las que casi ning¨²n artista salvo el pintor milan¨¦s se ha asomado: ¨¦l sab¨ªa lo que era haber asesinado
Miro las fotos de ese Ecce homo que llevaba siglos a la vez oculto y visible en Madrid y no puedo evitar una punzada de reconocimiento. Me imagino la intriga, la exaltaci¨®n contenida de esos galeristas de Londres especializados en antiguos maestros que vieron la foto en el cat¨¢logo de la subasta, y que inmediatamente volaron a Madrid a ver el cuadro con sus propios ojos: un lienzo maltratado y sin mucho lustre, con ese tizne de mugre y como de sombra de iglesia de tantos cuadros religiosos a los que nadie presta mucha atenci¨®n. Las atribuciones de autor¨ªa son siempre muy complicadas, y Caravaggio parece que lleva varios siglos perdi¨¦ndose en la oscuridad o emergiendo de ella, o sufriendo una gran parte de las desgracias posibles que afectan a objetos tan fr¨¢giles como las pinturas sobre lienzo: terremotos que derrumban una capilla siciliana en la que estuvo una de sus ¨²ltimas obras maestras, bombardeos aliados en Berl¨ªn, hasta robos organizados por capos de la mafia. Durante m¨¢s de un siglo, una de sus obras mayores, El beso de Judas, estuvo acumulando polvo y abandono en el comedor de una residencia de ancianos jesuitas en Dubl¨ªn. La Salom¨¦ que ahora est¨¢ en el Palacio Real de Madrid pudo haber ardido en el incendio del antiguo alc¨¢zar en 1734. A esta p¨¢lida Salom¨¦ penitencial yo la estuve mirando un d¨ªa durante menos de un minuto, formando parte de una visita en grupo por el palacio, porque no hab¨ªa otra manera de llegar a ella. Tiempo despu¨¦s le cont¨¦ aquella aventura a Francisco Calvo Serraller, que era tan generoso con su sabidur¨ªa de conocedor a la antigua, y ¨¦l me llev¨® un d¨ªa a aquella sala y estuvimos mirando la Salom¨¦ y hablando sobre ella durante m¨¢s de una hora, en una mezcla de contemplaci¨®n y de charla que no olvidar¨¦ nunca.
Me he acordado de Calvo Serraller y de aquel d¨ªa al ver la foto del Ecce homo. Si Caravaggio lo pint¨®, debi¨® de hacerlo hacia la misma ¨¦poca que la Salom¨¦, en N¨¢poles, donde pas¨® dos temporadas en los ¨²ltimos a?os de su vida, fugitivo de Roma, condenado a la decapitaci¨®n por haber matado en duelo a otro espadach¨ªn. En N¨¢poles, en 1607, Caravaggio era un condenado a muerte en rebeld¨ªa y un pintor en la cima de su talento y de su ¨¦xito. Estaba a salvo porque en el virreinato espa?ol no alcanzaba la maquinaria de la justicia papal que lo hab¨ªa sentenciado en Roma. En N¨¢poles su pintura se hizo m¨¢s honda y m¨¢s radical, enraizada en su profunda religiosidad evang¨¦lica y en su fascinaci¨®n obsesiva por la violencia f¨ªsica. Dejando por las iglesias de la ciudad un rastro de obras maestras huy¨® luego a Malta. Buscaba un t¨ªtulo de caballero de la orden de San Juan que lo protegiera en alguna medida contra sus perseguidores. En Malta pint¨® esa terrible decapitaci¨®n del Bautista donde el chorro de sangre del ejecutado forma las letras de la firma del pintor. De nuevo tuvo un duelo, y acab¨® en la c¨¢rcel, y escap¨® de ella y de la isla descolg¨¢ndose con una cuerda por la ventana de su celda. La rapidez cada vez mayor con que terminaba los cuadros parece una extensi¨®n de la prisa de sus viajes y huidas constantes. De Malta escap¨® a Sicilia y all¨ª pint¨®, sobre todo en Palermo y Messina, cuadros de una creciente negrura, de una religiosidad despojada, de una violencia cada vez m¨¢s interior.
La atm¨®sfera del Ecce homo est¨¢ entre la Salom¨¦ de Madrid, la que ahora se encuentra en la National Gallery de Londres y los ¨²ltimos cuadros de N¨¢poles bien documentados, El martirio de santa ?rsula, que tuvimos la suerte de ver hace unos a?os en el Thyssen, y La negaci¨®n de san Pedro del Metropolitan de Nueva York. En todos ellos prevalece una t¨¦cnica sumaria que excluye a conciencia todo refinamiento y un laconismo expresivo muy cercano al de los relatos evang¨¦licos. El lienzo rojo que destaca tanto en la negrura, la corona de espinas, la ca?a como cetro burlesco, los atestiguan con variantes diversas los cuatro evangelistas: ¡°Y escupiendo en ¨¦l tomaron la ca?a y her¨ªan su cabeza¡±, dice Mateo. Juan es todav¨ªa m¨¢s despojado y preciso: ¡°Y los soldados entretejieron de espinas una corona y pusi¨¦ronla sobre su cabeza y visti¨¦ronlo de una ropa de grana¡±. Un detalle inquietante que cuenta Juan no est¨¢ en los otros evangelios: que fue Poncio Pilato quien azot¨® a Jes¨²s: ¡°Ans¨ª que entonces tom¨® Pilato a Jes¨²s y azot¨®lo¡±. El momento exacto que retrata Caravaggio est¨¢ contenido en dos vers¨ªculos de Juan: ¡°Entonces Pilato sali¨® otra vez fuera y d¨ªjoles: He aqu¨ª, os lo traigo fuera para que entend¨¢is que ning¨²n crimen hallo en ¨¦l. Ans¨ª sali¨® Jes¨²s fuera llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y d¨ªceles Pilato: He aqu¨ª el hombre¡±.
La prosa castellana de Casiodoro de Reina se corresponde muy bien con la est¨¦tica de Caravaggio. Como en la Santa ?rsula o en la Salom¨¦, las figuras humanas est¨¢n muy juntas entre s¨ª, sin espacio de separaci¨®n, sin respiro, verdugos y v¨ªctimas unidos en la terrible intimidad de una violencia que se ejerce muy de cerca, los ejecutores y los sacrificados, los inocentes y los culpables, y estos ¨²ltimos manchados irreparablemente por la verg¨¹enza de sus actos. El verdugo que acaba de cortar la cabeza de Juan Bautista est¨¢ sumido en una culpa tan abismal como ese san Pedro de cara ¨¢spera y manos campesinas que acaba de negar por tercera vez a su maestro y est¨¢ escuchando el canto del gallo. El say¨®n que en este Ecce homo de Madrid pone la capa roja de par¨®dica p¨²rpura real sobre los hombros martirizados de un hombre inocente lo hace con extra?a delicadeza, como queriendo protegerlo, abrigarlo. Poncio Pilato se acoda en el balc¨®n de su palacio presentando ante el clamor de la multitud vengativa a esta v¨ªctima a la que ¨¦l mismo ha azotado, y a la que ahora entrega sin convicci¨®n, eximi¨¦ndose a s¨ª mismo de toda responsabilidad, con una expresi¨®n entre apesadumbrada y c¨ªnica que no lo salva de la verg¨¹enza. Hay tinieblas a las que casi ning¨²n artista salvo Caravaggio se ha asomado. ?l sab¨ªa bien lo que era haber asesinado, y lo que era huir del verdugo. En N¨¢poles, unos meses antes de morir, unos sicarios le tendieron una emboscada al salir de un prost¨ªbulo y le cruzaron de un tajo la cara.
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