La tribu revive con la pandemia
La crisis del coronavirus ha despertado la solidaridad y el esp¨ªritu colectivo de la sociedad. Voluntarios de toda Espa?a est¨¢n moviliz¨¢ndose para que nadie se quede atr¨¢s. Seis historias sobre c¨®mo esta pandemia nos ha unido.
Despertar social en ruta
Al volante del furg¨®n rojo, Paula Garrido, 44 a?os, conduce por las carreteras que serpentean entre los montes de la sierra de Madrid. Detr¨¢s, su hija, Sof¨ªa Silva, 22 a?os, trata de guiarla consultando un Google Maps que por estas latitudes se vuelve err¨¢tico. Al fondo, entrechocan las cajas llenas de comida, productos higi¨¦nicos y tecnol¨®gicos que repartir¨¢n hoy. Y es que a estos pueblos donde no llega la cobertura s¨ª llega la necesidad. Estamos en la Unidad de Respuesta Social B¨¢sica de la Cruz Roja, una iniciativa creada para paliar la ola de necesidades que ha originado la pandemia en esta remota regi¨®n (el municipio m¨¢s grande que abarcan tiene 5.000 habitantes). ¡°Una poblaci¨®n que no hab¨ªamos considerado vulnerable se est¨¢ incorporando a nuestro programa¡±, explica Paloma Cano, directora de la Asamblea de Cruz Roja de la Sierra Norte. El n¨²mero de personas que en estos dos meses ha recurrido por primera vez a Cruz Roja en la Comunidad de Madrid ha aumentado un 248% respecto al mismo periodo del a?o anterior.
Los voluntarios est¨¢n multiplicando el esfuerzo. En dos meses los furgones han pasado de hacer una salida diaria a hacer cuatro. ¡°Esto ha sido un despertar social¡±, asegura Garrido, chilena afincada en la sierra desde hace 16 a?os que se dedica a la venta ambulante de reposter¨ªa. Garrido se inscribi¨® en la Cruz Roja, su primer voluntariado, a mediados de marzo junto a su hija. Esta, licenciada en TAFAD y Conservaci¨®n del Medio Natural, ha dejado a medias su carrera de Trabajo Social. Las ganas de ayudar se las convalidaron hace mucho. ¡°A los j¨®venes nos toman por ninis. Pero nosotros tambi¨¦n sabemos ayudar¡±, dice.
En su ruta por estos pueblos de piedra vista, zarzas, ruinas y perros sueltos, el furg¨®n hace parada en Madarcos, con 47 habitantes, uno de los pueblos m¨¢s peque?os de la Comunidad de Madrid. All¨ª espera una mujer, auxiliar en una residencia y v¨ªctima del maltrato, que recurre por primera vez a la Cruz Roja. En Bustarviejo baja al portal una pareja que emigr¨® de Venezuela hace cinco a?os, cuando a ¨¦l le detectaron p¨¢rkinson. All¨ª no hab¨ªa medicamentos para tratarle. Ahora ella sufri¨® un ERTE y se quedaron sin ingresos. ¡°Sin vosotros no lo logramos¡±, confiesa a Garrido. Y en El Vell¨®n emerge de un callej¨®n un hombre cuyos tres hijos peque?os estaban dando clase con un solo m¨®vil. A partir de hoy podr¨¢n hacerlo con una tableta.
Cada vez son m¨¢s los que necesitan una visita del furg¨®n rojo para salir adelante. ¡°Hemos ido a repartir a urbanizaciones donde dices ¡®no puede ser¡±, asegura Silva. Aunque a muchos les cuesta asumir que la necesitan ¡ª¡°en el pueblo la verg¨¹enza te impide pedir ayuda¡±¡ª, a este t¨¢ndem no le da ninguna prestarla.
Los enviados de Dios nunca duermen
Cae la noche sobre Madrid y, mientras los transe¨²ntes rezagados aprietan el paso y los camiones de basura comienzan su ronda, una luz se enciende en la parroquia de Santa Micaela y San Enrique. Ya hace unas horas que el padre Miguel, Garc¨ªa de apellido, recibi¨® el aviso ¡ª¡°est¨¢s operativo¡±¡ª, cuando un Cristo Resucitado se ilumina en la pantalla de su m¨®vil y el himno de la Virgen de Covadonga invade el despacho. Garc¨ªa se arma de papel y boli, carraspea y desliza: ¡°SARCU, d¨ªgame¡±.
Al otro lado de la l¨ªnea, una persona que afirma estar pose¨ªda por el demonio pide unas oraciones para poder dormir. Es una habitual del Servicio de Atenci¨®n Religiosa Cat¨®lica Urgente (SARCU), el n¨²mero de atenci¨®n espiritual nocturna de la di¨®cesis de Madrid, explica Garc¨ªa, 45 a?os. Con tono calmado, Garc¨ªa ora un padrenuestro, un avemar¨ªa, un gloria y propone una plegaria: ¡°Vamos a pedirle a san Miguel arc¨¢ngel que nos libre de todos los males del coronavirus¡±.
La pandemia ha desatado las alarmas entre los curas voluntarios que, como Garc¨ªa, atienden esta l¨ªnea telef¨®nica cada noche. Lo que antes consist¨ªa en responder llamadas de rezo, hacer compa?¨ªa y realizar alguna salida nocturna a domicilios u hospitales para dar unciones de enfermos ha tomado un cariz nuevo en los ¨²ltimos dos meses. Antes apenas llegaban a las 5 salidas al mes. Solo en abril hicieron 27. ¡°Esto parece una centralita¡±, dice Garc¨ªa.
Por ello la di¨®cesis ha ampliado el horario del servicio, que abarca de 22.00 a 7.00, y el n¨²mero de voluntarios: de 52 a 66, explica Pablo Genov¨¦s, 60 a?os, coordinador del SARCU y uno de los fundadores de esta iniciativa, que surgi¨® hace tres a?os a ra¨ªz de una propuesta del papa Francisco. Tambi¨¦n la raz¨®n de las llamadas ha cambiado, seg¨²n Genov¨¦s. Hay quienes acuden al SARCU buscando alivio en el duelo, compa?¨ªa en el confinamiento o explicaciones ante las cifras de muertos diarios: ¡°?C¨®mo permite Dios esto?¡±.
El SARCU no tiene la respuesta a dudas como esta. Pero s¨ª un talento para mitigarlas: ¡°Llaman personas no creyentes porque saben que un cura sabe escuchar¡±, dice Garc¨ªa, que a los 10 a?os supo que quer¨ªa tomar el h¨¢bito. Pas¨® 13 como capell¨¢n de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, hasta que hace dos a?os le trasladaron a esta vicar¨ªa. Desde aqu¨ª, con una mochila a su lado que alberga un ritual de sacramentos, ¨®leos, bastoncillos para aplicarlos, mascarillas, guantes y un salvoconducto por si hoy toca salida, relata, entre llamada y llamada, sus d¨ªas de confinamiento. Ha seguido dando misa a diario. Solo. Y rezando. ¡°Con todo esto que estamos viviendo, o tienes un sentido en la vida o se te tambalea todo¡±, reflexiona, cuando los primeros acordes del politono interrumpen la paz de la iglesia desierta. ¡°SARCU, d¨ªgame¡±.
Los parches del tejido social
Ana D¨ªaz llevaba a?os dici¨¦ndole a su hija: ¡°Me encantar¨ªa irme al Congo a ayudar¡±. Desde la oficina de su empresa de limpieza, donde se amontonan bicicletas, mascarillas, ropa de ni?o, alimentos y juguetes, cuenta que su hija le pregunt¨®: ¡°?Para qu¨¦ quer¨ªas irte al Congo?¡±. ¡°Y es verdad, no hace falta irse para ayudar¡±, asegura D¨ªaz, 66 a?os, que ha convertido este despacho en la base de operaciones de una red solidaria construida por los vecinos de C¨®rdoba mediante una vieja t¨¦cnica: el boca a boca. Lo que empez¨® como un proyecto de confecci¨®n de mascarillas, con 250 voluntarias cosiendo un total de 12.000 cubrebocas, se ha convertido en un resistente tejido social. Ofrece desde ayudas al peque?o comercio ¡ªun ganadero desesperado le pidi¨® a D¨ªaz que preguntase si alg¨²n conocido quer¨ªa huevos; agot¨® existencias en cuesti¨®n de d¨ªas¡ª hasta distribuci¨®n de bienes b¨¢sicos para quienes m¨¢s lo necesitan, cuenta D¨ªaz. Le hierve el tel¨¦fono. Arden los grupos. Y la conciencia colectiva se ilumina: ¡°La gente ha despertado. Yo no me imaginaba que fuesen a responder de esta forma¡±.
El origen de esta respuesta se remonta a Rafael Escudero, 48 a?os: ¡°Puse un cartel en Facebook diciendo que se necesitaban costureras para hacer mascarillas y dej¨¦ mi n¨²mero. Yo esperaba que llamar¨ªan 20 o 30 personas, y cuando vi que eran 200, sobre todo mujeres, lo mejor que me pudo pasar es que apareciera Ana. Porque si no puedo ni organizarme con la m¨ªa, imag¨ªnate con 200¡±, bromea. Escudero se estableci¨® como el enlace externo de la asociaci¨®n, que adopt¨® el nombre de Costureras Solidarias C¨®rdoba, mientras que D¨ªaz coordinaba la elaboraci¨®n. El material, principalmente donado por empresas de confecci¨®n de la zona, se distribu¨ªa por barrios, donde las costureras confeccionaban las mascarillas. Estas se transportaban al despacho de D¨ªaz, gracias a la ayuda de Polic¨ªa Local o Ambulancias C¨®rdoba, desde donde Escudero les buscaba un destino en los hospitales y residencias de la zona.
Cuando llegaron las mascarillas a las farmacias, parte de esta iniciativa qued¨® obsoleta. Por eso D¨ªaz y Escudero est¨¢n tratando de reconvertirla. ¡°Ya que hemos creado esa red, queremos utilizarla para ayudar al comercio local¡±, explica Escudero. ¡°C¨®rdoba vive del comercio de cercan¨ªa. Estar dos meses cerrado se hace muy complicado¡±. El chat se ha transformado: llegan curr¨ªculos, negocios que ofrecen su stock, peluquer¨ªas que anuncian su apertura, peticiones de bicis¡
D¨ªaz ya no quiere irse al Congo. Est¨¢ ocupada corriendo la voz. Y como ella las 832 personas de su lista de difusi¨®n, sus 289 amigos de Facebook o los 250 miembros del grupo de WhatsApp¡ ¡°Si funcion¨¢semos todos ayud¨¢ndonos as¨ª¡¡±. Y, quiz¨¢s porque le cuesta imaginarlo, lo deja ah¨ª. Habr¨¢ que probar.
Casados con la caridad
Por el mostrador del economato de C¨¢ritas de Tetu¨¢n, Madrid, van desfilando documentos de identidad de todas las especies: permisos de residencia, pasaportes de medio mundo y DNI, fotocopiados y destrozados. ¡°No tienen ni los 30 euros que cuesta renovarlo¡±, suspira la encargada. Rodrigo Gonz¨¢lez, 39 a?os, empareja los nombres con una base de datos donde a cada uno se le asigna un importe en funci¨®n del n¨²mero de miembros que tenga la familia. Es el valor de la compra que podr¨¢n hacer ese d¨ªa. 40 euros por miembro familiar, que se entregan cada dos semanas. De ese importe, C¨¢ritas costea el 80%, a trav¨¦s de donaciones, mayoritariamente de particulares, y el otro 20% lo pagan los usuarios.
De cuatro en cuatro se internan en la despensa. Los nuevos avanzan entre las estanter¨ªas con el m¨®vil en la mano. Teclean en la calculadora, sumando el importe del carrito. Los m¨¢s veteranos lo hacen a ojo. ¡°La necesidad te ense?a¡±, comenta una cajera. Junto a ella, Ana Alaiz, 27 a?os, escanea y embolsa los art¨ªculos. Hasta 54 personas pasar¨¢n por aqu¨ª esta tarde. Muchas de ellas por primera vez: las peticiones de ayuda a C¨¢ritas se han triplicado desde el estallido de la pandemia y el 40% de las personas que acude a los economatos lo hace por primera vez.
Pero tambi¨¦n ha crecido el n¨²mero de voluntarios. De los 100 nuevos que se ofrec¨ªan mensualmente a C¨¢ritas en Madrid, han pasado a 2.000. La mayor¨ªa, j¨®venes. Es el caso de Gonz¨¢lez y Alaiz, pareja, y a partir de septiembre matrimonio, que, cuando C¨¢ritas retir¨® a los voluntarios m¨¢s mayores a mediados de marzo, no dudaron en inscribirse. La situaci¨®n a la que se enfrentan aqu¨ª es diferente a la vivida en otros voluntariados, asegura Gonz¨¢lez: ¡°Antes, el colectivo al que ibas a ayudar estaba muy determinado. Ahora vemos gente que podr¨ªan ser nuestros vecinos¡±. ¡°O nosotros¡±, completa Alaiz.
Al mismo tiempo, la pareja respondi¨® al llamamiento de la asociaci¨®n Bokatas, dedicada a la asistencia de personas sin hogar. Los acompa?amos en su ronda. Los comedores sociales hab¨ªan cerrado, no hab¨ªa viandantes y el cuenco con el que Santiago P¨¦rez, 67 a?os, recoge monedas en la madrile?a calle de Orense estaba vac¨ªo. La asociaci¨®n decidi¨® cambiar de m¨¦todo estos d¨ªas: dejaron de repartir los bocadillos a trav¨¦s de los que habitualmente establec¨ªan contacto con los sin techo y empezaron a dar bolsas con comida para varios d¨ªas. Desde entonces, Gonz¨¢lez y Alaiz recorren Madrid cargados de pan, embutidos y conservas, que reparten a quienes, como P¨¦rez, no pueden quedarse en casa. ¡°La gente est¨¢ siendo m¨¢s solidaria. Se paran, me preguntan si necesito algo¡±, asegura P¨¦rez, mientras chupa un purito. Alaiz concuerda con esta visi¨®n: ¡°Yo respiro un intento por entender que no somos autosuficientes. Que nos necesitamos los unos a los otros¡±.
El retorno del m¨¦dico
Desde su sal¨®n con vistas a una placita ahora eternamente vac¨ªa, Josep Picas, 69 a?os, se ha pasado los ¨²ltimos dos meses descifrando los s¨ªntomas de la covid-19 por tel¨¦fono. Picas es uno de los 200 m¨¦dicos del Colegio de M¨¦dicos de Barcelona que se presentaron voluntarios a mediados de marzo a la convocatoria del Servicio de Emergencias M¨¦dicas. La mayor¨ªa, j¨®venes reci¨¦n salidos de la carrera o jubilados. Como Picas, que con las UCI colapsadas, la atenci¨®n primaria saturada y la curva de contagios apuntando al cielo, sali¨® de su rutina para volcarse en la consulta telef¨®nica. ¡°En este pa¨ªs cuando cumples 65 a?os ya no sirves para nada. Con la pandemia, muchos m¨¦dicos hemos visto la oportunidad de sentirnos ¨²tiles a pesar de estar jubilados¡±, confiesa.
A lo largo de dos meses, Picas ha hecho unas 200 llamadas, tras realizar un curso expr¨¦s. ¡°Estuve dos d¨ªas estudiando los protocolos como si fuese a hacer un examen del MIR¡±, recuerda. Deb¨ªa determinar la urgencia del paciente, decidir si deb¨ªa recetar paracetamol y aislamiento o mandar una ambulancia. A medida que el n¨²mero de contagios diarios se ha reducido, tambi¨¦n lo hicieron las llamadas, de 20 diarias a 5 en d¨ªas alternos. ¡°Ahora est¨¢n emergiendo problemas psicol¨®gicos. La angustia de estar solo y la incertidumbre han generado casos de depresi¨®n y ansiedad¡±, cuenta.
Para este exdirector de Atenci¨®n Primaria de Barcelona, este voluntariado ha supuesto una reconciliaci¨®n con la sociedad: ¡°La gente tiene conciencia. Despu¨¦s de hablar con los pacientes me quedaba satisfecho, como ciudadano, de compartir la responsabilidad de estas personas¡±, asegura. Por otro, con sus antiguos compa?eros, que han hecho lo imposible por sacar al pa¨ªs de la pandemia: ¡°El colectivo sanitario se ha cohesionado. Personas acostumbradas a poner hierros en huesos rotos se han puesto a colocar respiradores a pacientes que se ahogaban¡±, dice emocionado. Tambi¨¦n se han reconciliado con el lado m¨¢s humano de la medicina: ¡°Ha sido una oportunidad para volver a los or¨ªgenes de mi profesi¨®n, la de cuidar¡±.
Fiebre voluntaria
En el almac¨¦n del Banco de Alimentos de Cantabria, en Tanos, las torres de cajas casi alcanzan la decena de pisos. Todas llenas de comida, donada para hacer frente a la necesidad que desde hace dos meses asola a las personas m¨¢s vulnerables de la regi¨®n. Desde entonces han pasado de repartir 5.000 kilos de comida a la semana a unos 20.000. Debido a la avanzada edad de los voluntarios habituales, muchos tuvieron que quedarse en casa. Ante el aumento de la demanda y la falta de personal, se emiti¨® una llamada de auxilio cuya respuesta no tard¨® en llegar. En unas semanas se pas¨® de los 30 voluntarios que trabajaban all¨ª antes de la pandemia a los 60 de hoy. La encargada, Marcela Calle, 35 a?os, no se lo cre¨ªa: ¡°Llevo aqu¨ª 10 a?os y nunca hab¨ªa visto una ola de solidaridad como esta¡±.
Joaqu¨ªn Garc¨ªa, madrile?o de 52 a?os, fue uno de los primeros en apuntarse despu¨¦s de que el desguace en el que trabajaba sufriera un ERTE. ¡°Llevaba en casa una semana cuando me dijeron que necesitaban voluntarios. Dije: ¡®?Qu¨¦ hago sentado en casa?¡±. Para encontrar la semilla de ese esp¨ªritu hay que remontarse a un tiempo que casi le cuesta la vida a Garc¨ªa: el de la hero¨ªna en los a?os ochenta. ¡°En aquella ¨¦poca de aperturismo, despu¨¦s de la muerte de Franco, con el tema de la libertad entr¨® todo: lo bueno y lo malo. De mi generaci¨®n much¨ªsima gente falleci¨®¡±. De los 14 hasta los 20 a?os vivi¨® adicto. Hasta que su abuela lo envi¨® a uno de los centros de la Asociaci¨®n Reto, una organizaci¨®n dedicada a la rehabilitaci¨®n de personas con drogodependencia. Sali¨® limpio y con ganas de sentirse ¨²til. Despu¨¦s de que, hace 14 a?os, cambiara la nave industrial donde trabajaba montando stands para volver a Reto como voluntario, ahora, casado y con tres hijas, ha regresado al mundo de los pal¨¦s, los albaranes y las forklift. Le llamaron para un par de d¨ªas. Lleva un mes. Si puede, se quedar¨¢ m¨¢s: ¡°Como si no vuelvo al desguace¡±, asegura, inspirado por el ¡°despertar¡± que est¨¢ viendo a su alrededor. ¡°La gente se ha dado cuenta de que tu vida puede cambiar en cosa de nada. Esto te crea una necesidad de estar cerca de los dem¨¢s¡±.
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