De Gorbachov a Nadal, diez grandes abrazos de la historia (que ahora no podemos dar)

Aunque el m¨¢s universal de los gestos de cordialidad y cortes¨ªa tal vez sea el apret¨®n de manos, que ya se practicaba en la Mesopotamia de la Edad de Bronce, los pa¨ªses mediterr¨¢neos han creado todo un ecosistema social en torno al abrazo y sus primos hermanos, los besos en la mejilla. A George Sand, turista en la Mallorca de mediados del siglo XIX, le sorprend¨ªa lo muy efusiva y frecuentemente que se abrazaban los espa?oles, lo muy arraigado que ese acto de comunicaci¨®n no verbal estaba en nuestra cultura. Con el tiempo, esa expresi¨®n de intimidad y buena voluntad tan nuestra se acabar¨ªa exportando no solo a Francia, sino incluso a pa¨ªses mucho menos proclives al contacto f¨ªsico, como los anglosajones.

Ahora que las medidas de aislamiento social han condenado al abrazo ¨Cy no digamos el beso, como forma de saludo¨C a un largo periodo de cuarentena, hemos querido recuperar una serie de apretujones con mucha trastienda y mucha historia. Cabr¨ªa alguno m¨¢s, sin duda, como el que se dieron Cristiano Ronaldo y Messi en abril de 2017, minutos antes de saltar a disputar un Cl¨¢sico, un abrazo clandestino que las c¨¢maras no captaron, pero del que todo el mundo habl¨®, porque sirvi¨® para dar por zanjado, en cierta manera, el clima de rivalidad encarnizada y malsana entre Barcelona y Real Madrid que se hab¨ªa desatado en temporadas anteriores.

Tambi¨¦n son muy dignos de menci¨®n los ic¨®nicos abrazos entre Pau Gasol y Kobe Bryant, testimonio de una intensa camarader¨ªa deportiva que hoy, tras la muerte de Bryant, resulta m¨¢s conmovedora que nunca. O el muy medi¨¢tico achuch¨®n con el que Barack Obama quiso hacer expl¨ªcito su apoyo a Hillary Clinton en 2016, cuando su rival interna y aliada de conveniencia se convirti¨® en la alternativa dem¨®crata a Donald Trump. Rafa Nadal y Roger Federer son otros rivales que han compartido verdaderos monumentos a la deportividad con forma de abrazo. Pablo Iglesias y Pedro S¨¢nchez se lanzaron el uno en los abrazos de otro tras el ¨¦xito de la moci¨®n de censura que acab¨® en junio de 2018 con el gobierno de Mariano Rajoy. E incluso un par de obispos de Roma tan antag¨®nicos sobre el papel como Francisco I y Benedicto XVI quisieron abrazarse en p¨²blico para mostrarle al mundo la inesperada simpat¨ªa que se tienen en privado, tal y como muestra la pel¨ªcula de Fernando Meirelles Los dos papas. Pero nosotros hemos querido quedarnos con estos diez ejemplos de lo mucho que puede dar de s¨ª un buen abrazo.

El abrazo irreverente de Michelle Obama

El protocolo indica que el contacto f¨ªsico con la familia real brit¨¢nica, especialmente con la reina, debe limitarse a la m¨ªnima expresi¨®n. Una reverencia y un ligero roce de las yemas de los dedos suele ser m¨¢s que suficiente. Sin embargo, en la cumbre del G20 de 2009, celebrada en Londres, la primera dama estadounidense Michelle Obama se salt¨® todo protocolo concebible con un medio abrazo, un gesto de ins¨®lita cercan¨ªa que indign¨® a los tradicionalistas recalcitrantes y divirti¨®, en general, a los dem¨¢s terr¨ªcolas. La antigua inquilina de la Casa Blanca lo explica en Mi historia, su libro de memorias. Al parecer, fue la reina quien trat¨® de romper el hielo con un comentario del estilo: ¡°?Qu¨¦ alta es usted!¡±.

Obama le respondi¨® que tampoco tanto, que llevaba puestos unos tacones de Jimmy Choo. Isabel II le mostr¨® sus propios zapatos, unos inc¨®modos tacones que no es que la hiciesen parecer muy alta, y las dos intercambiaron un par de frases m¨¢s sobre lo mortificante que resulta seg¨²n qu¨¦ calzado. ¡°Quise expresarle mi simpat¨ªa como suelo hacer en estos casos¡±, escribe Obama, ¡°con un gesto de proximidad. As¨ª que, m¨¢s que abrazarla, le pas¨¦ una mano por el hombro. Ni siquiera se me ocurri¨® que ese leve contacto pudiese resultar inapropiado. Ella se lo tom¨® muy bien, pero entiendo que fue un paso en falso¡±.

Con cientos de c¨¢maras presentes, era imposible que el antebrazo de Obama pos¨¢ndose apenas una fracci¨®n de segundo sobre la espalda real pasase desapercibido. La prensa sensacionalista brit¨¢nica quiso venderlo como una muestra de arrogancia y falta de respeto, cuando en el fondo no fue m¨¢s que un ligero malentendido. Uno m¨¢s en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Gran Breta?a, dos firmes aliados que llevan d¨¦cadas (por no decir siglos) detest¨¢ndose cordialmente.

Los abrazos letales de ¡®El padrino¡¯

En la saga El padrino abundan los besos y abrazos que en realidad son sentencias de muerte. Ya Mario Puzo, en la novela que inspir¨® las pel¨ªculas, reflej¨® la tendencia de los mafiosos italoamericanos a se?alar a sus futuras v¨ªctimas abraz¨¢ndolas en p¨²blico. Seg¨²n el escritor del barrio neoyorquino de Hell¡¯s Kitchen, ¡°m¨¢s que un acto de sadismo o de crueldad, esos abrazos eran una despedida, un tributo emotivo a los que iban a morir, una manera de decirles tanto a ellos como al resto de la comunidad mafiosa que, aunque sus muertes se considerasen necesarias, la decisi¨®n de matarlos no era nada personal¡±.

El mejor, el m¨¢s inolvidable de esos besos y abrazos letales convertidos por Francis Ford Coppola en cine de muchos quilates, es el que Michael Corleone (Al Pacino) le da a su desventurado hermano Fredo (John Cazale) en El padrino II (1974). La escena transcurre en La Habana, la noche del 31 de diciembre de 1958, pocas horas antes del triunfo de la revoluci¨®n liderada por Fidel Castro. El heredero del imperio criminal de los Corleone acaba de descubrir que fue Fredo quien conspir¨® con sus enemigos para asesinarle. Coppola nos muestra un fugaz primer plano del rostro g¨¦lido de Pacino para permitirnos intuir la corriente subterr¨¢nea que sacude al personaje. A medianoche, en plena celebraci¨®n de la llegada del nuevo a?o, Michael se acerca a su hermano, le coge la cabeza con las dos manos, le besa los labios y pronuncia una de las frases m¨¢s citadas de la trilog¨ªa: ¡°S¨¦ que fuiste t¨², Fredo. Me rompiste el coraz¨®n¡±.

La sentencia impl¨ªcita en esa frase y en ese beso no se ejecutar¨¢ hasta el final de la pel¨ªcula. Pero ya en ese instante, mientras en la mansi¨®n de Fulgencio Batista se descorchan botellas de champ¨¢n, queda claro tanto para el verdugo como para el espectador y para la futura v¨ªctima que no hay vuelta atr¨¢s, que la suerte de Fredo est¨¢ echada.

El abrazo vamp¨ªrico de Muhammad Ali

El abrazo como arma defensiva. Ese fue el recurso del que ech¨® mano una y otra vez Muhammad Ali en su legendaria pelea contra George Foreman del 30 de octubre de 1974 en Kinsasa, la capital de Zaire. Por supuesto, abrazarse al rival para inmovilizarlo y parar moment¨¢neamente sus golpes ha sido siempre una pr¨¢ctica muy com¨²n en el boxeo. Lo hacen los boxeadores que est¨¢n contra las cuerdas, que est¨¢n recibiendo un castigo excesivo o que, sencillamente, necesitan ganar tiempo y recuperar el aliento. Lo que nadie esperaba aquella noche en Kinsasa es que Ali desarrollase toda una estrategia de contenci¨®n y desgaste basada en dejarse arrinconar, encajar golpes recostado contra las cuerdas y recurrir de manera sistem¨¢tica al abrazo cada vez que se ve¨ªa apurado.

Un nuevo estilo de boxeo, bautizado como rope-a-dope (el doping de las cuerdas), que le permiti¨® cansar, frustrar y exasperar a Foreman. A sus 32 a?os, Ali ya no era el peso pesado ¨¢gil, elegante y flexible que, seg¨²n feliz descripci¨®n de su manager, Bundini Brown, ¡°volaba como una mariposa y picaba como una avispa¡±. Los tres a?os de inactividad forzosa a que le conden¨® su renuncia a combatir en la guerra de Vietnam le hab¨ªan hecho perder frescura y dejado en un estado de forma poco menos que ruinoso. Lo que s¨ª conservaba era una inteligencia pugil¨ªstica superlativa y una enorme capacidad de sufrimiento.

Con esas armas y algo de juego sucio acabar¨ªa derrotando al formidable pegador que era por entonces Foreman. Seg¨²n escribi¨® Norman Mailer en El combate, su estupenda cr¨®nica de lo que ocurri¨® en aquella velada m¨ªtica, los de Ali fueron ¡°abrazos vamp¨ªricos¡± que absorbieron la energ¨ªa de su adversario hasta dejarlo exhausto. ?Una t¨¢ctica mezquina? Tal vez, pero tambi¨¦n una manera ingeniosa de cambiar el signo de una pelea que Ali hubiese perdido en condiciones normales. Foreman y sus pu?os de piedra se estrellaron contra un muro de abrazos.

Reagan y Gorbachov abrazando el final de la Guerra Fr¨ªa

Seg¨²n explicaba la periodista Katherine Howell en un art¨ªculo en National Review, la Guerra Fr¨ªa fue tambi¨¦n un conflicto ¡°entre la sonrisa estadounidense y el abrazo sovi¨¦tico¡±. Antes de que Jimmy Carter y Henry Kissinger se trajesen el abrazo de Oriente Medio, ya en los a?os setenta, los presidentes de Estados Unidos sol¨ªan ser hombres de sonrisa f¨¢cil, como Roosevelt, Truman o Kennedy, siempre dispuestos a mostrar cordialidad mediante la expresi¨®n facial, pero m¨¢s bien reacios al contacto f¨ªsico.

Entre los l¨ªderes sovi¨¦ticos, en cambio, solo el georgiano Stalin sonre¨ªa con cierta frecuencia, pero el triple beso en la mejilla, el abrazo de oso e incluso el embarazoso beso en la boca eran muestras de confianza y cortes¨ªa diplom¨¢tica muy frecuentes. Sol¨ªan reservarlas para otros l¨ªderes comunistas (con la excepci¨®n de los chinos, que renunciaron ya en los a?os cuarenta a ser besuqueados y tratados como ¡°camaradas¡±), pero tambi¨¦n sirvieron en alguna ocasi¨®n para celebrar acuerdos comerciales o zanjar conflictos con algunos dirigentes del mundo capitalista. En palabras de Howell, el matrimonio Reagan ten¨ªa un acuerdo t¨¢cito: ¡°Ronald daba los discursos y Nancy se encargaba de los besos y los abrazos¡±. Esta divisi¨®n del trabajo funcionaba a la perfecci¨®n en el frente dom¨¦stico, pero no pudo utilizarse en las cumbres internacionales a las que el tan carism¨¢tico como poco efusivo Ronald deb¨ªa acudir en solitario.

En enero de 1988, al ratificarse en Mosc¨² el Tratado Sobre Armas Nucleares de Rango Intermedio, firmado en Washington un mes antes, Reagan y el premier sovi¨¦tico Mija¨ªl Gorbachov quisieron escenificar unos niveles de cordialidad hasta entonces in¨¦ditos y se abrazaron ante las c¨¢maras por vez primera. Fue un abrazo inc¨®modo, casi un gesto truncado. El ruso se inclin¨® hacia el estadounidense con la naturalidad del que est¨¢ acostumbrado a abrazar y este le correspondi¨® con la espalda r¨ªgida y una media sonrisa mientras las palmas de sus manos rozaban apenas el costado de su interlocutor. Desde el punto de vista del lenguaje corporal, un abrazo reticente. Desde un punto de vista hist¨®rico, un paso decisivo hacia el final de la Guerra Fr¨ªa.

El abrazo traicionero de Judas Iscariote

Suele hablarse del beso de Judas. Pero a juzgar por lo que muestran los iconos medievales o el c¨¦lebre cuadro de Giotto di Bondone que se conserva en la capilla de los Scrovegni de Padua, aquello fue m¨¢s bien un abrazo en toda regla, de los que cortan el aliento, acompa?ado de un leve contacto de los labios en la frente, en la mejilla o en los mismos labios. S¨ªmbolo universal de traici¨®n, ese abrazo con beso pudo ser tambi¨¦n un acto de insolencia, porque la tradici¨®n jud¨ªa de la ¨¦poca indicaba que a los maestros hab¨ªa que besarles las manos, en actitud sumisa y reverente, no echarles los brazos al cuello para llenarles de saliva las mejillas, como sol¨ªa hacerse con madres y hermanas.

El caso es que todos hemos o¨ªdo hablar en alguna ocasi¨®n de ese ejercicio de cinismo, de esa falsa muestra de afecto que hoy consideramos el paradigma del comportamiento despreciable. Sabemos de sobra lo de las treinta monedas de plata recibidas por Judas en pago por su deslealtad y lo de su suicidio posterior, en un acto de remordimiento tard¨ªo que no le hizo merecer el perd¨®n.

Sin embargo, la tradici¨®n gn¨®stica, reflejada en Evangelios no can¨®nicos como los de los llamados manuscritos del Mar Muerto, apunta m¨¢s bien a que Judas Iscariote no traicion¨® a su maestro, sino que cumpli¨® sus ¨®rdenes. Al entregarlo a los soldados romanos, se limit¨® a servir de necesario instrumento para que se hiciese realidad el destino del profeta, que era morir en la cruz. Es decir, que el abrazo de Judas pudo ser en realidad un acto de obediencia y de amor. Incluso los gestos m¨¢s arraigados en nuestra tradici¨®n cultural se prestan a muy diversas interpretaciones.

El abrazo saltar¨ªn de Spike Lee

La ceremonia de los Oscars suele ser pr¨®diga en abrazos. La mayor¨ªa son protocolarios, alguno que otro resulta sincero y emotivo y pocos, por no decir ninguno, se nos hicieron tan divertidos como el que Spike Lee le dio a Samuel L. Jackson en la gala de 2019. Un abrazo de una comicidad casi circense que, adem¨¢s, tuvo la virtud de parecer espont¨¢neo, aunque es probable que no lo fuese del todo. ¡°Ni siquiera lo vi venir¡±, contaba poco despu¨¦s Samuel L. Jackson, el receptor de tan acrob¨¢tica muestra de afecto, ¡°el enano loco se me colg¨® del cuello como una pulga saltarina, casi me estrangula con sus bracitos¡±.

El autor del salto, un Spike Lee vestido de p¨²rpura en homenaje al recientemente fallecido Prince, no tuvo el menor inconveniente en exagerar su haza?a: ¡°Es cierto que vol¨¦. No me cre¨ªa capaz de saltar as¨ª, supongo que fueron las Jordan que llevaba puestas¡±. Aquella estaba siendo una gala tan rutinaria como de costumbre hasta que el show privado de un par de amigos consigui¨® rescatarla del tedio. A Samuel L. Jackson le tocaba anunciar el ganador del premio al Mejor Guion Adaptado y este result¨® ser su colega, su hermano, el c¨®mplice de m¨²ltiples fechor¨ªas cinematogr¨¢ficas. Tras rugir el nombre del amigo y el t¨ªtulo de la pel¨ªcula, Infiltrado en el KKKlan, Jackson grit¨® tambi¨¦n ¡°?The House!¡± en recuerdo de Morehouse College, la universidad afroamericana de Atlanta de la que tanto Lee como ¨¦l fueron alumnos.

Y luego vinieron el salto ninja del cineasta disfrazado de superh¨¦roe y el momento de euforia compartida ante la risa de la actriz Brie Larson, que estaba tambi¨¦n en el escenario. ¡°Este es un Oscar que va a parar a Brooklyn¡±, dijo Lee instantes despu¨¦s de bajarse de los hombros de Jackson y del escenario, ¡°y lo he celebrado como se celebran las cosas en Brooklyn¡±.

Espartero y Maroto en el abrazo de Bergara

?Un acto de cortes¨ªa hip¨®crita? ?Un gesto condescendiente? ?Una demostraci¨®n de genuino aprecio entre dos excelentes profesionales que se conoc¨ªan y se respetaban? Casi dos siglos despu¨¦s, se hace imposible saber con precisi¨®n c¨®mo lo vivieron sus protagonistas, pero lo cierto es que el abrazo en que se fundieron Baldomero Espartero y Rafael Maroto el 31 de agosto de 1839 fue el principio del fin de una guerra civil que en total durar¨ªa siete a?os. Fue un abrazo de combusti¨®n lenta, que empez¨® a gestarse meses antes, con una serie de conversaciones secretas entre el general isabelino (Espartero) y el carlista (Maroto) en las que actu¨® de mediador el almirante brit¨¢nico Lord John Hays.

Los partidarios de Carlos Mar¨ªa Isidro de Borb¨®n, infante de Espa?a y candidato a la corona de Isabel II, acababan de sufrir importantes derrotas y se hab¨ªan refugiado en ¨¢reas monta?osas de las por entonces llamadas provincias Vascongadas, de Catalu?a y de la comarca del Maestrazgo, entre Castell¨®n y Teruel. Como el Jap¨®n imperial de primavera de 1945, estaban en condiciones de seguir resistiendo, per ya no de recuperar la iniciativa y ganar la guerra.

En esas circunstancias, el murciano Maroto, el m¨¢s pragm¨¢tico de los l¨ªderes carlistas, busc¨® un acuerdo que asegurase una generosa amnist¨ªa a los militares sublevados y preservase los derechos tradicionales (fueros) de las provincias rebeldes. Para conseguirlo tuvo que reprimir violentamente una insurrecci¨®n interna, el llamado complot de Estella, e incluso afeitarse el bigote en lo que el escritor Benito P¨¦rez Gald¨®s interpret¨® a?os despu¨¦s, en sus Episodios nacionales, como un signo externo de p¨¦rdida de fe en la causa del pretendiente Don Carlos: no por casualidad la prensa liberal de la ¨¦poca hablaba de la insurrecci¨®n carlista como ¡°la rebeli¨®n de los mostachos¡±.

El pacto se film¨® en la localidad guipuzcoana de O?ati el 29 de agosto y fue ratificado dos d¨ªas despu¨¦s mediante un acto de confraternizaci¨®n en un prado a las afueras de Bergara. En la primera mitad del siglo XIX, la guerra se conceb¨ªa a¨²n como una especie de deporte de alto riesgo entre hombres de honor, un cruel juego aristocr¨¢tico de guante blanco, con sus rituales y sus c¨®digos. De ah¨ª que se intentase no humillar al enemigo vencido y que los conflictos concluyesen, por lo general, con un acto de digno reconocimiento de la derrota acogido por el vencedor con cortes¨ªa ben¨¦vola, algo parecido al apret¨®n de manos con el que acaban las partidas de ajedrez.

En esta ocasi¨®n, se reunieron ambos ej¨¦rcitos y Espartero y Maroto pasaron revista a las tropas cabalgando uno al lado de otro. Antes de que se separasen, Espartero, un manchego expeditivo, pero de modales quijotescos, se acerc¨® a Maroto para darle un abrazo. Fue un detalle fugaz que gran parte de los reunidos ese d¨ªa en Bergara ni siquiera vieron, pero que ha pasado a la historia. En palabras de Maroto, ¡°soldados nunca vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la patria, como tributo de paz¡±. Eran otros tiempos

El abrazo t¨®xico de George W. Bush

Hay amores que matan y abrazos que destruyen carreras pol¨ªticas. En enero de 2005, tras pronunciar el discurso del estado de la Uni¨®n en el Congreso de Estados Unidos, el presidente George W. Bush se cruz¨® con un buen amigo, el senador dem¨®crata Joe Lieberman, le abraz¨® y le bes¨® en la mejilla. Quiso agradecerle as¨ª en p¨²blico sus discursos de guante blanco, que consideraba un ejemplo de responsabilidad y sentido del estado, y que fuese uno de los contados l¨ªderes dem¨®cratas que hab¨ªan apoyado sin fisuras la invasi¨®n de Irak. Bush ha insistido siempre en que el suyo fue un gesto espont¨¢neo y sincero, que en absoluto pretend¨ªa perjudicar a Lieberman.

Pero el abrazo acab¨® siendo el ¨²ltimo clavo en el ata¨²d de las ambiciones presidenciales de su rival y amigo. De ideas centristas, pero popular tanto entre los votantes independientes como entre las bases de su partido, Lieberman ya hab¨ªa sido candidato a la vicepresidencia en 2000. Antes de ser abrazado por Bush parec¨ªa uno de los dem¨®cratas mejor situados para aspirar a la Casa Blanca en 2008. Esas expectativas se fueron a pique tras el abrazo t¨®xico. Aunque consigui¨® renovar en 2006 su esca?o de senador por Connecticut, tuvo que hacerlo postul¨¢ndose como candidato independiente, ya que fue derrotado por el empresario Ned Lamont en las primarias de su partido.

La de Lamont fue una campa?a oportunista y casi monotem¨¢tica, sin m¨¢s argumentos de peso que la foto de Bush mostrando su afecto por Lieberman. Seg¨²n la redactora de Politico Carol E. Lee, ¡°la imagen hundi¨® a Liberman porque fue vista como la confirmaci¨®n de una idea previa, la de que era demasiado conservador para el partido dem¨®crata¡±. Dos a?os despu¨¦s, el veterano pol¨ªtico ni siquiera present¨® su candidatura a las primarias presidenciales, consciente de que su cita con la historia hab¨ªa pasado.

El abrazo ir¨®nico de Rahul Gandhi y Nerendra Modi

Dos pol¨ªticos que se aborrecen, que acaban de enzarzarse en uno de los debates m¨¢s tensos y crispados de la historia parlamentaria de su pa¨ªs y que, al bajarse del estrado, se funden en un sorprendente abrazo. Eso fue lo que ocurri¨® en Delhi, en la sede del Parlamento de la India, el 19 de julio de 2018. Rahul Gandhi, l¨ªder del opositor Partido del Congreso Nacional, acusa al primer ministro, el nacionalista conservador Narendra Modi, de corrupci¨®n, racismo e incitaci¨®n a la violencia ¨¦tnica. Modi replica con su habitual estilo trascendente y mesi¨¢nico, afeando a Gandhi su oportunismo y su falta de sentido de estado. La sesi¨®n se tensa, diputados de uno y otro signo empiezan a increparse con virulencia creciente mientras la presidenta de la c¨¢mara llama al orden.

En plena escalada dial¨¦ctica, Rahul Gandhi se acerca al esca?o de un distra¨ªdo Modi y, sin previo aviso, se agacha y le rodea los hombros con los brazos, apoyando incluso la cabeza sobre su pecho. Modi tarda un par de segundos en reaccionar. Pesta?ea, sonr¨ªe con incomodidad y le pide a un Gandhi ya en retirada que vuelva para darle la mano y, por fin, corresponder a su abrazo entre la rechifla y los aplausos m¨¢s bien ir¨®nicos del arco parlamentario. Al volver a su asiento, las c¨¢maras captan a Gandhi gui?¨¢ndole el ojo a un compa?ero de partido, dando as¨ª a entender que su abrazo al presidente ha sido m¨¢s un recurso t¨¢ctico de cara a la galer¨ªa que un verdadero gesto de concordia y nobleza.

Seis meses despu¨¦s, cuando India celebraba el D¨ªa Nacional del Abrazo, Modi hizo referencia al incidente con un par de frases sarc¨¢sticas: ¡°Hoy s¨¦ mejor que nunca cu¨¢l es la diferencia entre un abrazo sincero y uno de esos abrazos que matan. Cr¨¦anme, cuando los recibes, se nota¡±.

Los abrazos paralizantes de Lyndon B. Johnson

Johnson no abrazaba en p¨²blico, sino en privado. Pero los testimonios de sus contempor¨¢neos apuntan a que era un abrazador nato y que, adem¨¢s, convirti¨® los abrazos en una aut¨¦ntica arma de intimidaci¨®n pol¨ªtica. Antes de que el asesinato de John Fitzgerald Kennedy le convirtiese en presidente de los Estados Unidos, el pol¨ªtico texano fue el l¨ªder del grupo parlamentario dem¨®crata en el Senado entre 1952 y 1960, los a?os de la presidencia de Eisenhower. En ese periodo puso en pr¨¢ctica una peculiar t¨¦cnica basada, seg¨²n escribi¨® su bi¨®grafo, Robert Caro, ¡°en abrazar fuertemente a sus amigos y a¨²n m¨¢s fuerte a sus enemigos, tan fuerte que ni siquiera pudiesen moverse ni respirar¡±.

Y no solo en sentido metaf¨®rico. Caro describe una escena que al parecer se repiti¨® en varias ocasiones: ¡°Se acercaba a alguno de los senadores, un compa?ero de partido o a un rival pol¨ªtico, a cualquiera que le estuviese creando problemas por no respetar sus directrices o por no plegarse a sus deseos. Le pasaba las manos por los hombros con cordialidad aparente, se lo llevaba a un rinc¨®n y ah¨ª lo inmovilizaba con un poderoso abrazo, como el de una boa constrictor, mientras le hablaba al o¨ªdo, relajando o aumentando la presi¨®n de los brazos en funci¨®n de lo satisfactoria que le pareciese la respuesta que iba obteniendo¡±. Es decir, convert¨ªa un gesto de camarader¨ªa en una llave de judo. Lo curioso es que las v¨ªctimas de este extra?o atropello no sol¨ªan quejarse.

Sab¨ªan que Johnson era un hombre poderoso, con un extraordinario talento para la intriga y perfectamente capaz si se lo propon¨ªa de acabar con la carrera pol¨ªtica de cualquiera. El Frank Underwood de House of Cards estaba inspirado en cierta medida en Lyndon B. Johnson, en su leyenda de pol¨ªtico maniobrero y sin escr¨²pulos, en sus supuestos h¨¢bitos de abus¨®n de patio de colegio. En uno de los mejores momentos de la segunda temporada, Underwood utilizaba el abrazo de boa al estilo Johnson como argumento de persuasi¨®n definitivo, dejando a su interlocutor al borde de la asfixia y del colapso nervioso.