La cooperaci¨®n espa?ola desde el terreno

?Qu¨¦ legado deja en el mundo la ayuda oficial al desarrollo espa?ola? ?D¨®nde va a parar el dinero p¨²blico aportado por los ciudadanos? En busca de respuesta, emprendemos viaje tras los proyectos de cooperaci¨®n por diversos lugares del planeta. ?Acomp¨¢?anos!

Xesampual, Guatemala

Las ind¨ªgenas que lucharon por el agua

Por Zoraida Gallegos

Tres de cada cuatro habitantes de los 1.200 con que cuenta Xesampual, un paraje al sur del pa¨ªs, son mujeres. La vida all¨ª es complicada. S¨®lo hay una escuela y no tienen ni cl¨ªnica de salud ni ambulancia. Tampoco, hasta hace tres meses, agua en sus viviendas. El acceso ha sido un problema ancestral hasta que estrenaron un sistema de agua potable que les permite contar con un grifo en casa. Para operar y administrar el servicio se cre¨® la Comisi¨®n de Agua y Saneamiento, de la cual forman parte Mar¨ªa Isabel Can y dos de sus vecinos. Una de sus funciones es llevar un registro del consumo de cada hogar. El nuevo proyecto —cofinanciado por la AECID y la mancomunidad Tzolojya (Manctzolojya) del departamento de Solol¨¢— consisti¨® en instalar un sistema de agua por bombeo accionado por medio de energ¨ªa el¨¦ctrica y que se distribuye a las viviendas a trav¨¦s de conexiones prediales, donde se instalaron medidores de caudales. Para mejorar el saneamiento b¨¢sico del paraje se construyeron letrinas de hoyo seco ventiladas y pozos de absorci¨®n para infiltrar las aguas residuales. Las mujeres de Xesampual pelearon por estos servicios y lograron su objetivo. Y se han organizado para defenderlo. Ahora la comisi¨®n de agua vela porque se haga buen uso del l¨ªquido. Hace un mes instalaron bocinas en una casa y con m¨²sica hicieron un llamado vecinal para que se acercaran a pagar los 10 quetzales que cuesta. ¡°Fue como una fiesta¡±, cuentan.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Guatemala

Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Fueron v¨ªctimas de violencia de g¨¦nero y hoy sensibilizan sobre esta lacra a trav¨¦s de sus obras teatro. Lo hacen en un pa¨ªs, Guatemala, con una de las tasas de feminicidios m¨¢s elevada del mundo.

Lesbia T¨¦llez (en el centro) ensaya junto a su compa?era Telma Ajin (a la derecha) y a sus hijas para el pase de la obra que representan en el Centro Cultural de Espa?a de Guatemala con motivo del D¨ªa Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Lesbia T¨¦llez (derecha) ultima junto a un t¨¦cnico los detalles de luz y sonido del pase que presentar¨¢n en el Centro Cultural de Espa?a. Para realizar su labor de sensibilizaci¨®n contra la violencia de g¨¦nero a trav¨¦s del teatro han recibido apoyo de la cooperaci¨®n espa?ola.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Mar¨ªa Esther Cojtin, 36 a?os, integrante de Las Poderosas de Solol¨¢ (2012), una creaci¨®n de las Poderosas Teatro. El grupo est¨¢ integrado mayoritariamente por mujeres ind¨ªgenas de diversas comunidades del departamento de Solol¨¢ (Guatemala), donde la violencia y el machismo est¨¢n fuertemente arraigados. Con la financiaci¨®n de la AECID, en el marco del Convenio Construcci¨®n de la Paz en Guatemala (2010-2014), que busca impulsar procesos de prevenci¨®n de la violencia y la consolidaci¨®n de paz en el pa¨ªs, estas mujeres montaron obras de teatro que buscan analizar las ra¨ªces del machismo y la violencia.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Las integrantes de Las Poderosas Teatro se abrazan antes de salir a escena en el Centro Cultural de Espa?a, para ejecutar su representaci¨®n con motivo del D¨ªa Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Lesbia T¨¦llez, durante su actuaci¨®n, ataviada como los famosos luchadores enmascarados.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Fermina Maquin Chic, 45 a?os, integrante de Las Poderosas de Solol¨¢ en 2012, cuando el grupo teatral fue creado.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Un grupo de adolescentes prepara una representaci¨®n sobre violencia de g¨¦nero, coordinado por Las Poderosas. Los chavales estrenan su creaci¨®n con motivo del D¨ªa Internacional por la No Violencia contra la Mujer.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Lesbia (centro) escucha al grupo de adolescentes tras terminar el ensayo de su obra, que ha sido resultado de uno de los muchos talleres que imparten Las Poderosas.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Francisca V¨¢squez Vel¨¢squez, de 42 a?os, es integrante de Las Poderosas de Solol¨¢ desde 2012.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Los chavales, alumnos de Las Poderosas, representan su obra en una escuela de la ciudad frente a m¨¢s de 200 espectadores.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Una madre y sus hijas asisten al acto con motivo del D¨ªa Internacional por la No Violencia contra la Mujer que se celebra en la ciudad de Panajachel.

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Ellas son Las Poderosas de Solol¨¢

Gabriel Pecot | Solol¨¢, Guatemala

Carmen Rosa Calel Morales, de 42 a?os, integrante de Las Poderosas de Solol¨¢ desde 2012.

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Solol¨¢, Guatemala

Las guatemaltecas que combaten la violencia con el teatro

Por Zoraida Gallegos

Esto es una obra de teatro, pero representa claramente la vida en Solol¨¢, en el altiplano guatemalteco. En el patio de una vivienda tres chicos hablan de las mujeres. ¡°Todas son iguales, aunque est¨¦n casadas siempre andan buscando hombres", dice uno de los actores. Frente a ellos, Lesbia ¡ªdel colectivo Las Poderosas, que trabaja con los adolescentes y las mujeres de la zona, en su mayor¨ªa ind¨ªgenas, en talleres de g¨¦nero donde analizan el origen del machismo, la violencia y sus consecuencias¡ª les pide que hablen m¨¢s fuerte. El ensayo termina y los participantes se toman de las manos para decir: "Todas y todos unidos contra la violencia". Con la ayuda del Centro Cultural Espa?a y el centro de formaci¨®n de la Cooperaci¨®n Espa?ola, Las Poderosas, un colectivo de teatro biogr¨¢fico documental feminista conformado por un grupo de sobrevivientes de violencia que surgi¨® a principios de 2008, recibieron preparaci¨®n personalizada en t¨¦cnicas teatrales y presentaron su obra en Espa?a. En 2011 empezaron a impartir los talleres en municipios del departamento de Solol¨¢.

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Un grifo, un milagro

Guatemala

Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mujeres como burras de carga del agua. Un cl¨¢sico. Antes, ellas la acarreaban desde el pozo o el r¨ªo. Pero un proyecto les cambi¨® la vida hace poco m¨¢s de tres meses: ya disponen de agua potable en sus hogares.

Mar¨ªa Isabel Can, de 37 a?os, es vocal de la Comisi¨®n de Agua de Xesampual, creada para controlar el buen uso del agua que llega a las casas gracias a un nuevo sistema de bombeo. La mujer camina entre un campo de ma¨ªz mientras hace la ronda mensual para controlar los contadores de la comunidad.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mar¨ªa Isabel (a la derecha) informa sobre las tarifas de agua a una vecina tras controlar su contador.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mar¨ªa Isabel revisa un contador junto a sus compa?eros. Una vez al mes, se forman equipos de voluntarios que visitan cada casa de la comunidad para verificar los consumos.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mar¨ªa Isabel camina junto a su compa?era Magdalena Saquic (a la izquierda) por las calles de su comunidad durante la ronda mensual. Hasta hace tan solo tres meses, deb¨ªan recoger el agua de lluvia o ir a buscarla a un peque?o r¨ªo cercano.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Un grupo de mujeres de Xesampual decidi¨® participar en la Comisi¨®n de Agua y Saneamiento que se cre¨® en su comunidad para gestionar el proyecto de agua que abastecer¨ªa a los 1.200 habitantes. Ahora, ellas mismas se encargan de revisar los medidores de sus vecinos y hacen los cobros del servicio.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

La madre y sobrina de Maria Isabel Can preparan tortillas de ma¨ªz, base de la dieta guatemalteca. En Xesampual, las mujeres deb¨ªan atravesar un peque?o bosque para llegar al r¨ªo. En el trayecto se expon¨ªan a ser atacadas por alg¨²n animal o toparse con hombres que quisieran hacerles da?o.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

En Xesampual, las mujeres deben afrontar la vida diaria en soledad. Muchos hombres se han visto forzados a emigrar a otras regiones del pa¨ªs o Estados Unidos para poder ganar un sustento con el cual mantener a sus familias.

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Un grifo, un milagro

Gabriel Pecot | Xesampual, Guatemala

Mar¨ªa Isabel borda en su casa. Desde hace tres meses, tienen un grifo en casa y eso las hace sentir seguras, c¨®modas y tranquilas. El nuevo proyecto de agua potable —cofinanciado por la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo (AECID) y la mancomunidad Tzolojya de Solol¨¢— consisti¨® en instalar un sistema de agua por bombeo que se distribuye a las viviendas a trav¨¦s de conexiones prediales.

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San Salvador, El Salvador

La casa donde todo es posible

Por Francisco Javier Sancho M¨¢s

No se puede contar f¨¢cilmente La Casa Tomada. Es imposible describir la luz y la energ¨ªa que desprenden sus 17 espacios internos de co-working, estudios y auditorios. ?Un espacio de conocimiento y colaboraci¨®n? ?Algo as¨ª como la Tabacalera de Madrid? Para Fernando Fajardo, su impulsor desde el Centro Cultural de Espa?a en El Salvador, La Casa es ¡°una fantas¨ªa de gente que convive y crea con un gran impacto social desde sus inicios, en 2012¡±.

Solo es posible acercarse a vivirla desde dentro, a trav¨¦s de quienes la habitan: las personas y los esp¨ªritus (que se perciben realmente), como en el cuento de Cort¨¢zar que le presta su nombre. De ah¨ª la impotencia de estas palabras e im¨¢genes para contar un lugar semejante, m¨¢s propio de un pa¨ªs en paz y en pleno desarrollo.

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As¨ª es la Casa Tomada

El Salvador

As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Hugo Rivera y Vanesa Castro, comparten vida y marca de dise?o: ¡°Chocoleche¡±. Les gusta explicar que se debe a que ¨¦l es moreno y ella blanca. En un tienda, dentro de la Casa Tomada, exponen un mosaico de distintos productos de dise?o, algunos realizados con material reciclado. Varios de ellos pertenecen a otros de dise?adores que empiezan y all¨ª se forman. En la tienda se alquilan m¨®dulos a 25 d¨®lares mensuales a los emprendedores que quieren desarrollar sus productos.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

LabCT. En el laboratorio de innovaci¨®n y nuevas tecnolog¨ªas de la Casa Tomada se les facilita a los emprendedores el acceso a tecnolog¨ªa de ¨²ltima generaci¨®n, como una impresora 3D (en la imagen imprimiendo un dise?o de c¨®digo abierto). Se trabaja con licencias libres y de manera colaborativa.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Karla Hern¨¢ndez coordina el ¨¢rea de electr¨®nica libre en el lab. Estudia primer a?o de ingenier¨ªa biom¨¦dica. Proviene de un barrio y de una familia de escasos recursos. Con 23 a?os ya imparte conferencias sobre programaci¨®n y software libre. Le gusta decir en sus charlas que el software es como el sexo: ¡°Se disfruta mejor si es gratis y legal¡±. El lab le ha abierto un mundo de posibilidades. Sue?a con una fundaci¨®n para el mantenimiento y reparaci¨®n de equipos sanitarios.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

La Casa Tomada son 17 espacios ¡°tomados¡± por emprendedores sociales, innovadores, artistas, dise?adores y una multitud de energ¨ªas creativas. Estos espacios de cocreaci¨®n, habitados desde 2012, fueron posibles gracias al apoyo del Centro Cultural de Espa?a en El Salvador y de un proyecto de cultura de paz financiado por la Uni¨®n Europea.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Enrique Alarc¨®n est¨¢ a cargo del espacio audiovisual y registra con su c¨¢mara la evoluci¨®n de la Casa Tomada. Es el primer licenciado de una familia de origen humilde. Actualmente realiza un documental sobre la casa junto al cineasta salvadore?o Andr¨¦ Guttfreund, el ¨²nico salvadore?o galardonado con un Oscar, que tambi¨¦n gestiona en la Casa Tomada la Asociaci¨®n de Cineastas ASCINE.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Do?a Angelita trabaja junto a Beatriz Alcaide en la cafeter¨ªa de La Casa Tomada, el punto neur¨¢lgico donde confluyen todos los esp¨ªritus creativos que la habitan. Vive en el barrio de Las Palmas, c¨¦lebre por ser donde se hacinan 10.000 personas en un entorno muy pobre y haber sido centro de la mara 18. Varias mujeres de la comunidad trabajan y ayudan a conectar la Casa con el barrio.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Lidy y el Negro Malakalle, eran una pareja de malabaristas. A ra¨ªz de su encuentro con otros grupos en La Casa Tomada, se unieron al colectivo art¨ªstico Vacilarte que ha hecho emerger el potencia art¨ªstico de los j¨®venes del barrio de Las Palmas. Ahora son gestores de cultura comunitaria. ¡°En el barrio mucha gente est¨¢ resentida con los medios de comunicaci¨®n por el excesivo amarillismo de las noticias que dan de nuestros vecinos¡±, dice Lidy

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

El colectivo Vacilarte, vecinos del barrio de Las Palmas trabaja en conjunto con el colegio de la comunidad en talleres de percusi¨®n para j¨®venes de diferentes edades.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Lidy Malakalle en el barrio. ¡°Las mujeres han sido la clave para entrar en la comunidad¡±, seg¨²n Fernando Fajardo, promotor de la Casa Tomada, en su etapa como director del Centro Cultural de Espa?a en El Salvador. Sin ellas, no hubi¨¦ramos podido trabajar all¨ª dentro

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

SNIF en concierto. Casi nadie lo conoce ya por su nombre real, Samuel, sino por el art¨ªstico: Snif. Un cantante de hip hop. Tiene 23 a?os y naci¨® con la rima en las venas. Vive en el barrio Mariona, donde se ubica uno de los penales m¨¢s terribles de El Salvador. Snif ha encontrado en el hip hop una forma de denuncia social, y de sacar a otros j¨®venes de la violencia. ¡°Un cantante de hip hop m¨¢s, es un delincuente menos¡±, dice.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

No hay concierto donde no le pidan a Snif su canci¨®n de cabecera: ¡°Barrio¡±, incluida en su primer EP, titulado Te lo cuento. En ¡°Barrio¡± cuenta su propia historia y la de sus vecinos: ¡°conozco campeones mundiales/ que han salido a la luz de las zonas marginales¡±.

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As¨ª es la Casa Tomada

Gabriel Pecot | San Salvador, El Salvador

Snif se autodenomina ¡°este bichito del Mariona¡±, el nombre de su barrio. Ha ayudado a reducir el estigma contra los cantantes de su g¨¦nero y contra el mundo de los grafiteros. El d¨ªa m¨¢s feliz: cuando vio a su familia entrar a un ¡°toque¡± (un concierto) suyo a o¨ªrle cantar.

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Managua, Nicaragua

Una historia de dignidad y de basura

Javier Sancho

Al otro lado del muro que rodea el barrio Villa Guadalupe, cerca del lago de Mangua, se levantaba el mayor vertedero a cielo abierto de Am¨¦rica Latina, La Chureca. Casi 2.000 personas rebuscaban diariamente en ese lugar adonde llegaban sin cribar residuos dom¨¦sticos, industriales y hasta desechos hospitalarios y de mataderos. Cuatro millones de metros c¨²bicos de basura acumulados durante 40 a?os, a orillas de un lago totalmente contaminado.

¡°Entre los a?os 2009 y 2012 que duraron las obras, se logr¨® sellar el vertedero, se construy¨® una planta de residuos s¨®lidos urbanos (RSU), y una nueva urbanizaci¨®n con viviendas dignas para albergar a la poblaci¨®n de la Chureca. Adem¨¢s, la Alcald¨ªa, junto con las ONG y otros actores, ofreci¨® alternativas de educaci¨®n, salud, etc¨¦tera. En todo ese tiempo vi c¨®mo la tonalidad de la vida de la gente cambiaba del blanco y negro al color¡±, dice Jos¨¦ Manuel Mariscal, coordinador de la Cooperaci¨®n Espa?ola en Nicaragua, quien habla con el entusiasmo y la ¨¦pica de quien ha sido testigo y part¨ªcipe de una enorme transformaci¨®n social. Villa Guadalupe alberga a 5.000 personas y cuenta con unas infraestructuras modernas, incluido un colegio que financi¨® la Agencia Andaluza de Cooperaci¨®n, adem¨¢s de una estaci¨®n de polic¨ªa y un centro comunitario con una sala para la memoria hist¨®rica del lugar. ¡°Para que los ni?os sepan de d¨®nde ven¨ªan sus padres¡±, termina.

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La metamorfosis de La Chureca

Nicaragua

La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La Planta de Residuos Solidos Urbanos (RSU) reemplaz¨® el antiguo vertedero de La Chureca, el mayor a cielo abierto de Am¨¦rica Latina, donde a lo largo de 40 a?os se acumularon cuatro millones de metros c¨²bicos de basura.

Jennifer, de 22 a?os, que creci¨® entre esos desechos, ahora es supervisora de higiene y seguridad de la nueva planta. En la imagen, se arregla para comenzar el d¨ªa en la habitaci¨®n que habita en casa de su hermana junto a su pareja, situada en el barrio de Villa Guadalupe.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer almuerza en su habitaci¨®n en casa de su hermana.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La supervisora comienza la primera ronda del d¨ªa para repartir elementos de protecci¨®n entre los trabajadores de planta.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

A pesar de los graves riesgos para su salud, el basurero La Chureca se hab¨ªa convertido en un medio de vida para miles de personas.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Una trabajadora separa los residuos en una de las l¨ªneas de clasificaci¨®n de la Planta de Residuos S¨®lidos Urbanos (RSU), la cual reemplaz¨® al antiguo vertedero de La Chureca en Managua.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer realiza el control del los elementos de seguridad que deben portar los operarios.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Un operario clasifica metales en la Planta de Residuos S¨®lidos Urbanos (RSU).

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer habla con su hermana tras haberle aplicado unas gotas en los ojos. Las part¨ªculas en suspensi¨®n que se generan al clasificar la basura son uno de los riesgos laborales m¨¢s comunes.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

A pesar de la existencia de la Planta de Residuos S¨®lidos Urbanos (RSU), a¨²n existen peque?os vertederos y comercio de materiales reciclados.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer se arregla por la ma?ana antes de ir al colegio junto a Carolina, su pareja.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer ense?a el tatuaje que se hizo con la fecha en que conoci¨® a su novia.

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La metamorfosis de La Chureca

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Jennifer asiste al colegio para conocer las calificaciones de las cuatro asignaturas de las que est¨¢ matriculada. Las matem¨¢ticas se le dan especialmente bien.

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Los ¡®churequeros¡¯

Nicaragua

Los ¡®churequeros¡¯

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Ellos eran los basureros, los recicladores, los ¡®churequeros¡¯ que hoy son los trabajadores, supervisores, operarios de la nueva planta de tratamiento de residuos impulsada por la cooperaci¨®n espa?ola, que no s¨®lo ha cambiado su trabajo, sino sus condiciones de vida.

La dureza es el recuerdo constante que Franklin Guido Zeled¨®n (de 19 a?os) guarda de su vida en el vertedero de La Chureca. La dureza del sol y hasta de la persistencia del polvo en la piel. Pero ahora vive en la urbanizaci¨®n de Villa Guadalupe, en las casas construidas por la Cooperaci¨®n Espa?ola, y es operario de la planta donde se seleccionan los residuos urbanos de Managua. ¡°Aqu¨ª hasta la basura es distinta¡±.


Textos: Francisco Javier Sancho M¨¢s

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Los ¡®churequeros¡¯

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Tania Fabiola Brice?o (21 a?os) dice que prefiere no recordar nada de su vida en el vertedero de La Chureca. All¨ª naci¨® y vivi¨® con sus padres y ?16 hermanos! Se r¨ªe al acordarse de c¨®mo se peleaban por las tres camas que ten¨ªan. ¡°Los que no alcanz¨¢bamos, dorm¨ªamos en el suelo de tierra¡±. Eso s¨ª lo recuerda. Ahora tiene una ni?a de cuatro a?os. ¡°Nadie se imagin¨® el cambio que dar¨ªa todo esto. Fue tan repentino. Aunque mucha gente a¨²n nos sigue viendo como esos ¡®churequeros¡¯, ya somos diferentes¡±. Curs¨® hasta 5? de Primaria y quiere seguir estudiando. Si cierra los ojos, sue?a con ser una gran empresaria, de cualquier tipo, pero trabajando en una oficina. ¡°Si es posible, de jefa¡±.

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Los ¡®churequeros¡¯

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Antes, Jos¨¦ Ventura Portocarrero (57 a?os) compraba oro a los recolectores de basura del mayor vertedero de Am¨¦rica Latina. Nunca vivi¨® en el basurero, como la mayor¨ªa de sus compa?eros en la moderna planta de selecci¨®n de residuos, donde trabaja actualmente. ¡°Yo les compraba a los recolectores piezas de aluminio, oro y plata¡±. ?l es uno de los 15 intermediarios (compradores de basura) a los que el proyecto, coordinado por la Cooperaci¨®n Espa?ola y la Alcald¨ªa de Managua, ofreci¨® una peque?a indemnizaci¨®n y un puesto en la nueva planta de residuos. El objetivo era que ellos tambi¨¦n contribuyeran a su cierre y al cambio integral de la poblaci¨®n que viv¨ªa de la basura. No fue f¨¢cil: ¡°Antes ganaba m¨¢s dinero comprando directamentea los ¡®churequeros¡¯, pero ahora aqu¨ª estoy cotizando para ganarme la jubilaci¨®n¡±. Cree que el proyecto es un buen ejemplo de lucha contra la pobreza.

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Los ¡®churequeros¡¯

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

Luisa Amanda Dom¨ªnguez (38 a?os), madre soltera de seis hijos: ¡°No dejaba de dolerme ver a los ni?os muertos, pero la verdad es que nos acostumbramos a ello¡±. Al vertedero de La Chureca llegaba todo tipo de residuos y deshechos, incluidos los hospitalarios. Todos los que trabajaron all¨ª nunca olvidan la impresi¨®n de encontrarse entre la basura y los 'zopilotes' (buitres) a los ni?os muertos. Managua no contaba entonces con un sistema ¨®ptimo de incineraci¨®n de deshechos hospitalarios. En la planta de selecci¨®n de residuos, Luisa cobra aproximadamente el equivalente a 200 d¨®lares mensuales. El salario m¨ªnimo en el pa¨ªs ronda los 115 d¨®lares, aunque el costo de la vida en una familia se estima en m¨¢s de 400. Su sue?o es seguir trabajando. "Con este trabajo cambi¨® totalmente mi historia¡±.

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Los ¡®churequeros¡¯

Gabriel Pecot | Managua, Nicaragua

La primera vez que Rafael S¨¢nchez Tob¨ªas (22 a?os) supo que ten¨ªa una historia grande que contar hab¨ªa cumplido 16 a?os. Hab¨ªa perdido a su madre a los nueve, hab¨ªa pasado por un orfanato en el vecino pa¨ªs de El Salvador, y hab¨ªa regresado con su padre a Nicaragua para vivir y trabajar junto a 2.000 personas en el mayor vertedero a cielo abierto de Am¨¦rica Latina, La Chureca.

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Silvia, Colombia

Tejiendo redes ind¨ªgenas

Por Lola Huete Machado

Los martes es d¨ªa de mercado en la localidad de Silvia (Colombia) y las calles rebosan de ponchos azules, faldas oscuras, elegantes sombreros negros. Son los vestidos de los ind¨ªgenas misak o guambianos, mayor¨ªa en este lugar del departamento del Cauca, tan castigado por la violencia. A Silvia se accede a trav¨¦s de la carretera Panamericana desde la capital, Popay¨¢n, entre un paisaje de sierras que confluyen. Desde all¨ª bajan los y las ind¨ªgenas a vender sus productos agr¨ªcolas. Desde esos territorios recuperados que llaman resguardos. Jacinta es l¨ªder misak, una mujer menuda, afable, buena oradora, que ha realizado un recorrido personal inverso al de la mayor¨ªa: "Yo viv¨ª como mestiza y regres¨¦ a mis or¨ªgenes". Jacinta se mueve entre los puestos de verduras, frutas¡­ saludando a unos y otros. Es bien popular en Silvia. Es artesana mayor de la Casa del Agua. Y esta no es una casa cualquiera. Anta?o residencia de narco, ha mutado a centro municipal con vistas al r¨ªo Piendam¨®. All¨ª han creado una red de artesanas de distintas etnias y convertido el lugar en iniciativa integradora. "Busc¨¢bamos un proyecto de mujeres ind¨ªgenas que tuviera suficiente consistencia. Entonces nos hablaron de EnRedAte, las tejedoras del Cauca... y al conocerlas quedamos enamorados de ellas, de su fuerza", cuentan desde CODESPA, ONG espa?ola que tiene a la AECID como primer financiador y lleva 18 a?os en Colombia. "Se trataba de tejer en com¨²n desarrollo humano y econ¨®mico, autoestima, ciudadan¨ªa, de romper barreras ¨¦tnicas... De poner un espejo de mujer ind¨ªgena a mujer ind¨ªgena". Hoy la red vende sus creaciones, cada una con sus dise?os ¨¦tnicos, hasta en ferias internacionales.

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Se?as de identidad

Colombia

Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Vista de las monta?as alrededor de Silvia, poblaci¨®n del Departamento del Cauca (cuya capital es Popay¨¢n), una zona de paisaje id¨ªlico y 'quebrado', seg¨²n denominaci¨®n local, muy castigada por la violencia, donde es mayoritaria la etnia misak. Estos ind¨ªgenas suman unos 22.000 habitantes (de los 35.000 que tiene la localidad) y conviven aqu¨ª con la etnia p¨¢ez, la ambalue?a, la quizgue?a, la poblaci¨®n campesina y mestiza. Viven en el resguardo de Guamb¨ªa cercano, por eso son tambi¨¦n denominados guambianos. Los nativos poseen autonom¨ªa para gestionar los asuntos administrativos y jur¨ªdicos en su territorio (resguardo). Silvia es el tercer municipio en Colombia con la m¨¢s alta poblaci¨®n ind¨ªgena, siendo superada solo por dos: Riosucio en Caldas y Uribia en La Guajira.


Textos: Lola Huete Machado

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Mar¨ªa Jacinta Cuchillo Tunubal¨¢ es lideresa ind¨ªgena en Silvia (departamento del Cauca). A sus 39 a?os, es parte fundamental de EnRedArte, la red de tejedoras de La Casa del Agua (Agencia para el Desarrollo Econ¨®mico Local) de cinco municipios de la zona. Ella controla la calidad de los productos que elaboran las artesanas y el ritmo de entrega. Jacinta cuenta que ella creci¨® y vivi¨® durante a?os como "mestiza", pero un buen d¨ªa de finales de los noventa decidi¨® recorrer el camino inverso hacia sus or¨ªgenes ¨¦tnicos. Ahora vive seg¨²n las tradiciones de la cultura misak y hasta ense?a a los guambianos m¨¢s j¨®venes a recuperar su historia y tradiciones. Cada d¨ªa, antes de las tareas, desayuna la t¨ªpica agua de panela en la cocina de su casa (en la imagen).

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Desde la casa de Jacinta, en Las Tapias, se oye el rumor del agua del r¨ªo Piendam¨®. En su jard¨ªn, en la misma orilla, pastan dos ovejas que le dan buena lana, necesaria para los bolsos y mochilas que elabora. Tras ordenar y recoger su casa de mujer sola con hijo y marido migrado (algo com¨²n en la zona), prepara el desayuno tradicional con agua de panela (extra¨ªda de la ca?a de az¨²car, se vende en bloques tama?o ladrillo) y tortitas de trigo para su hijo, Payan Santiago. Cuando ¨¦ste se marcha al colegio del resguardo, ella se calza su indumentaria misak y desciende hacia Silvia. Hoy, martes, es d¨ªa grande. D¨ªa de mercado.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

La mayor parte de las mujeres misak participan en la elaboraci¨®n de artesan¨ªas, tanto para generarse un sustento econ¨®mico como para reivindicar y visibilidad su concepto de la vida. La Casa del Agua las acompa?a en el proceso e impulsa su actividad. Las mayores ense?an a las m¨¢s j¨®venes. Convertida en una de las artesanas m¨¢s talentosas y reconocidas de su comunidad, Jacinta Cuchillo descarga en sus creaciones lo que denomina la "cosmovisi¨®n" de su etnia, la misak. "Yo quisiera estar tejiendo siempre, me siento bien. Plasmo ah¨ª lo que quiero y lo que soy, mi historia, mi territorio".

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

El d¨ªa de mercado, los martes, es un d¨ªa grande para los silvianos, uno de los eventos que marcan el ritmo de la vida tanto del resguardo misak como de la ciudad misma. Desde primera hora de la madrugada, mujeres y hombres bajan desde las laderas de las monta?as tanto para comprar como para vender alimentos de las "zonas calientes". El bullicio dura hasta la tarde. Para muchos, el mercado representa romper el aislamiento, tomar contacto con la comunidad. Las distancias en esta zona de Colombia, de carreteras precarias y en zigzag eterno, cuentan.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Jacinta conversa con una tendera de su misma etnia mientras realiza la compra en el mercado. Su indumentaria representa uni¨®n e identidad misak. Jacinta se mueve entre los puestos saludando a unos y otros con afecto, entre verduras, frutas ex¨®ticas y patatas ¡ªmontones de patatas¡ª bien diversas: ¡°Se pueden cultivar hasta 4.000 metros de altura, hay hasta nueve variedades aqu¨ª¡±. El mercado huele a tierra, a producto fresco reci¨¦n arrancado, y est¨¢ bien ordenado, con carteles se?alizadores en lo alto: aqu¨ª las frutas, aqu¨ª la carne, aqu¨ª la ropa... Es lugar social, para ver y dejarse ver. Las ¨²ltimas novedades familiares, la pol¨ªtica (muy re?ida entre los seis grupos de poblaci¨®n locales) y los chismes circulan como las monedas. Jacinta es bien popular. Es artesana de la Casa del Agua, el edificio cercano. Y esa no es una casa cualquiera.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Un grupo de misak recoge le?a en el parque de la orilla de La Casa del Agua, antigua finca situada junto al r¨ªo Piandam¨®, propiedad de un narcotraficante famoso que la bautiz¨® El Para¨ªso. Hoy es centro municipal, lugar de encuentro de las diferentes etnias de la regi¨®n y un dinamizador local imprescindible en lo econ¨®mico, lo cultural y lo tur¨ªstico de la zona, con apoyo de la AECID espa?ola y la fundaci¨®n CODESPA. Por poseer un paisaje excepcional a este lugar lo llaman "la Suiza de Am¨¦rica", durante muchos a?os fue zona de recreo y veraneo. La violencia rompi¨® el atractivo y la ciudad est¨¢ empe?ada en recuperar la calma y la paz y el desarrollo.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Jacinta recorre los aproximadamente dos kilometros que separan su casa en Las Tapias del centro de Silvia, que posee seis resguardos ind¨ªgenas legalmente constituidos. Cada etnia posee su propia organizaci¨®n social y se encarga de velar y tomar decisiones para el desarrollo y bienestar de la misma comunidad. Las tejedoras de EnRedArte pertenecen a cinco grupos distintos y cada cual vuelca en sus creaciones los s¨ªmbolos de su cultura y su identidad. Jacinta es fiscal de la red. Lo que significa que ella controla la calidad del trabajo antes de que est¨¦n listos para la venta.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Maria Jacinta Cuchillo Tunubal¨¢ (derecha) conversa con las mujeres de etnia nasa que pertenecen a EnRedArte y viven en la zona de Jambal¨®, un resguardo que, se?ala un cartel en la carretera de tierra, existe como tal desde el siglo XVIII. Muchas caminan kil¨®metros para juntarse con el resto de tejedoras. Pero hoy, sentadas junto al r¨ªo en la Vereda de la Marquesa, todas aseguran que la caminata compensa la experiencia: tejer les ayuda a ser conscientes de su fuerza, sus derechos, su condici¨®n. A trav¨¦s de su labor, reivindican su forma de ver el universo. Y adem¨¢s les permite generar ingresos para su sustento y el de sus familias. Cuando el dinero llega, se r¨ªen, es cuando los maridos las entienden.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Sandra Patricia Salazar, mestiza, de 39 a?os, en su casa junto a una de sus hijas. Su marido es nasa. Y es fiscal del Cabildo ind¨ªgena. Lo que quiere decir que est¨¢ obligado a trabajar para la comunidad. Ella es la portavoz de EnRedArte y cuenta que en el proyecto de mujeres tejedoras de La Casa del Agua participan cinco municipios no s¨®lo Silvia, tambi¨¦n Corinto, Jambal¨®, Toribio y Caldono. ¡°Pertenecer a la red significa recuperar la identidad de cada comunidad, de los afro, los mestizos, los misak, los nasa¡­ Nos reunimos, compartimos historias, trabajamos con productos naturales como lana de oveja, algod¨®n o fique¡±. En las manos ense?a una de sus creaciones. Su maestra fue Jacinta. "Ella me ense?o a expresar".

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Una ni?a de etnia misak aprende a tejer durante un taller en la Casa del Agua. Desde temprana edad, se les ense?a esta labor que les permitir¨¢ ganarse un sustento. Con ayuda de este programa financiado por CODESPA y la Cooperaci¨®n Espa?ola, las mujeres est¨¢n aprendiendo a plasmar su creatividad y sus inquietudes, a valorar mejor su trabajo, a venderlo a un precio justo que lo haga rentable para ellas y no para los intermediarios, y hasta a exponerlo en ferias a la mirada internacional.

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Se?as de identidad

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

El resguardo ind¨ªgena de Guambia tiene hasta universidad propia. Jacinta Cuchillo Tunubal¨¢, en el centro, tambi¨¦n ense?a. En la imagen imparte una clase sobre la cosmovisi¨®n de su etnia a alumnos misak en el centro del resguardo comunitario, con el museo al fondo. Aunque hoy hay af¨¢n por recuperar las tradiciones y proteger la herencia ind¨ªgena y son muchos los j¨®venes que se interesan por sus or¨ªgenes y cultura, muchos m¨¢s son los que abandonan los territorios en busca de mejor vida en la ciudad.

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Las artesanas del Cauca

Colombia

Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Ellas siempre ganan. Se trataba de tejer en com¨²n desarrollo humano y econ¨®mico, autoestima y ciudadan¨ªa; de romper barreras ¨¦tnicas y compartir culturas y problemas; de poner un espejo de mujer ind¨ªgena a mujer ind¨ªgena. Hoy el proyecto EnRedArte vende sus creaciones hasta en ferias internacionales.

Nancy Guegia Cuet¨ªa tiene 30 a?os, tres hijos varones y tal entusiasmo por su trabajo como tejedora que cuando ella explica lo que representan los s¨ªmbolos que aparecen en los bolsos (mochilas, los llaman ellas) ya es imposible verlos igual. Las figuras geom¨¦tricas, los rombos, los tri¨¢ngulos... todos remiten al contacto con la tierra y con la naturaleza. Tejen s¨ªmbolos concretos: granos de caf¨¦, lagartos, plantas... Y abstractos: la resistencia, el origen de la etnia, el espacio c¨®smico, la alegr¨ªa, la vida... "Los rombos, para mi etnia, la nasa, significan proyecto de vida, la familia, la espiritualidad", cuenta.


Textos: Lola Huete Machado

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Luz Adriana Trochez, de 33 a?os, es la presidenta de EnRedArte en sus cinco municipios y grupos participantes. "Las mujeres mestizas de Caldono se llaman Filigranas, Bordando Caminos; nosotras, nasa, aqu¨ª de Jambal¨®, somos SexDxi, Camino al Sol; Manos Silvianas es el grupo mixto de Silvia de mestizas, nasas y misak; Wakat Kiwe Nasa son las de Torib¨ªo y Kumbiaxca, las de Corinto, tambi¨¦n nasas". Cuando la red convoca reuni¨®n, Adriana se acerca hasta La Casa del Agua, en Silvia, a trav¨¦s de una carretera endemoniada. Con una fuerza y un inter¨¦s destacable ella resume los problemas que les preocupa a todas estas mujeres de la zona: la equidad de g¨¦nero, los asuntos de planificaci¨®n familiar, el futuro y el acceso a la educaci¨®n de los hijos y la violencia. De comunidades muy castigadas y muy dispersas por el territorio, ellas tienen aqu¨ª una carga de trabajo inmensa en los campos y un rol dificil.

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Irmacelina Quebrada, 52 a?os, cinco hijos. Uno, el mayor, muerto, cuenta. "Se uni¨® a la guerrilla, con 18 a?os, se fue por una chica, muri¨® en un combate". Tres a?os hace. "Yo cog¨ª este camino con estas se?oras y me ha ido bien. Me gusta coser, la paso bien. A mi marido le hice muestras del trabajo y ¨¦l ya hace parte". Muchas mujeres mayores son artesanas excelentes. Hasta ahora su ¨²nico camino era vender sus creaciones a intermediarios que se quedaban con la mayor¨ªa del beneficio. Con este proyecto ya no es as¨ª: el 70% es para ellas. "Se tardan unos cinco d¨ªas en terminar una mochila", cuenta.

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Las artesanas del Cauca

Gabriel Pecot | Silvia, Colombia

Los ind¨ªgenas misak viven fundamentalmente de la agricultura. La falta de tierras es un tema recurrente que ellos reivindican. Ana Julia Cuchillo, de 54 a?os y tres hijos, vive en la Vereda de Juanambo y baja al mercado de Silvia cada martes donde est¨¢ fotografiada. Tambi¨¦n pertenece a la red de tejedoras de Manos Silvianas y con ese ingreso aporta a la econom¨ªa familiar. "Si hay ventas regulares esta actividad les permite a las mujeres ingresar como dos salarios m¨ªnimos del lugar, es decir m¨¢s de un mill¨®n de pesos, unos 400 euros", cuentan en Codespa. Eso s¨ª, cada mes ellas se comprometen a entregar un n¨²mero de creaciones concreto: cinco tiene ella ya apalabrados para este mes de diciembre.

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Nuakchot, Mauritania

Jureles contra el hambre

Por Jos¨¦ Naranjo

Mauritania es un pa¨ªs muy pobre con enormes problemas de malnutrici¨®n, especialmente en el sur y en el interior, pero tambi¨¦n en los barrios humildes de Nuakchot. Hasta ahora, la disponibilidad de pescado ha sido escasa debido al alto coste de su transporte y almacenamiento, necesita fr¨ªo en todo el proceso y eso cuesta dinero. Esto hac¨ªa que su precio fuera demasiado elevado para los sectores m¨¢s pobres de la poblaci¨®n, precisamente quienes sufren m¨¢s el d¨¦ficit alimentario. Sin embargo, cuando la Cooperaci¨®n Espa?ola decidi¨® apoyar la idea de acercar el pescado al interior del pa¨ªs, en la cara de muchos asom¨® una sonrisa burlona. ¡°Pero si a los mauritanos no les gusta el pescado¡±, dec¨ªan entre dientes. La iniciativa comenz¨® en 2012 y se enfrent¨® a enormes dificultades en los primeros momentos. El proyecto se ralentiz¨®, parec¨ªa abocado al fracaso. Sin embargo, poco a poco, las cosas fueron cambiando y en la actualidad, los jureles procedentes de las ricas aguas mauritanas y desembarcados en el puerto de Nuadib¨² llegan hasta Nuakchot y el interior gracias a un sistema de transporte y c¨¢maras de fr¨ªo.

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Los porteadores

Melilla

Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Suleil es s¨®lido como una roca. A sus 33 a?os, este mauritano casado y padre de cuatro hijos es capaz de levantar cajas de pescado de 30 kilos y sub¨ªrselas al hombro sin apenas esfuerzo. La faena comienza bien temprano el d¨ªa que llega el cami¨®n de Nuadib¨². Entonces, Suleil se dirige hacia la c¨¢mara frigor¨ªfica que la Sociedad Nacional de Distribuci¨®n de Pescado (SNDP) tiene alquilada en Nuakchot, donde comienza la descarga.


Textos: Jos¨¦ Naranjo

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Con sus gafas de sol, Abdoulaye Mamadou parece un rapero. El d¨ªa de la descarga, este empleado de la SDNP de 42 a?os y padre de cuatro hijos, se levanta cuando a¨²n no ha salido el sol y se dirige hacia la c¨¢mara frigor¨ªfica donde aguarda el cami¨®n desde las tres de la madrugada. Los jureles congelados que pasan por sus manos proceden de las flotas pesqueras y los barcos con licencia libre que faenan en aguas mauritanas y que los ceden al Gobierno para su distribuci¨®n, a bajo precio, por todo el pa¨ªs.

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Cheikh se pone las botas blancas y los guantes celestes con parsimonia. Aunque en el interior de la c¨¢mara frigor¨ªfica la temperatura est¨¢ muy por debajo de cero, pronto empieza a sudar. Es uno de los encargados de que, cada semana, el pescado que trae el cami¨®n de 40 toneladas procedente de Nuadib¨² se almacene de forma segura para su posterior reparto entre las 53 pescader¨ªas de la ciudad. Tiene 42 a?os y tres hijos.

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Los porteadores

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Entre los porteadores de la SNDP, Ebbi es uno de los mayores. El trabajo es duro y le obliga a levantarse a las cinco de la ma?ana para llegar una hora despu¨¦s a la c¨¢mara frigor¨ªfica, aunque le ha permitido tener un ingreso estable. Pero hay algo m¨¢s. Este mauritano de 57 a?os y padre de cuatro hijos siente que forma parte de un proyecto que est¨¢ permitiendo a muchas familias humildes acceder a una mejor alimentaci¨®n. Y eso le gusta.

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Vida que viene del mar

Melilla

Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un proyecto de la AECID contribuye a luchar contra la inseguridad alimentaria llevando el pescado hasta la poblaci¨®n m¨¢s vulnerable del interior de Mauritania. El incremento en el n¨²mero de c¨¢maras fr¨ªas y la compra de camiones adecuados ha permitido pasar de 19 a 36 toneladas diarias de pescado repartidas a los puntos de distribuci¨®n o pescader¨ªas.

Musa, pescadero en el barrio de Toujounine a las afueras de Nuakchot, separa el g¨¦nero congelado que repartir¨¢ esa ma?ana en el marco de este programa.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal (segunda por la derecha) espera su turno para recoger los dos kilos de pescado que, como m¨¢ximo, le corresponden por d¨ªa como beneficiaria del programa de mejora del acceso al consumo de pescado como refuerzo a la seguridad alimentaria.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal, de 32 a?os, sostiene el n¨²mero que indica su turno para recoger su raci¨®n de pescado como beneficiaria del programa de mejora del acceso al consumo de pescado como refuerzo a la seguridad alimentaria. Cada ma?ana, de lunes a viernes, se levanta al alba para asegurarse un buen lugar en el reparto.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Fatima Youd, de 26 a?os (a la derecha), pesa el g¨¦nero que se repartir¨¢ como parte del programa de refuerzo a la seguridad alimentaria.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

El proyecto tiene alcance nacional y llega a localidades que se encuentran a m¨¢s de 600 kil¨®metros de la costa. Sin la dotaci¨®n de camiones frigor¨ªficos la poblaci¨®n en el interior no podr¨ªa recibir pescado en condiciones adecuadas.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Mauritania tiene uno de los caladeros m¨¢s abundantes del mundo, pero se daba la paradoja de que su poblaci¨®n no ten¨ªa asegurado el acceso al pescado. Con el fin de mejorar la seguridad alimentaria, la cooperaci¨®n espa?ola y el Gobierno mauritano pusieron en marcha un programa para repartirlo.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Selma Mint Bilal cocina el pescado que adquiri¨® por la ma?ana y que ser¨¢ el plato fuerte del d¨ªa de su familia. "Los domingos son un mal d¨ªa porque no hay g¨¦nero", afirma.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Dos de los hijos de Selma Mint Bilal almuerzan el pescado que prepar¨® su madre. Hoy forma parte indispensable de su dieta.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Los hijos de Selma, beneficiaria del programa de mejora de la seguridad alimentaria, comparten el plato de pescado que acompa?an con un poco de pan.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Escena de la descarga manual del g¨¦nero en el puerto artesanal de Nuakchot. El pescado del programa procede de capturas comerciales a gran escala. Mauritania tiene uno de los caladeros m¨¢s importantes del mundo, pero tambi¨¦n se faena a¨²n a mano.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un par de pescadores afirman el ancla de un cayuco durante la descarga manual de pescado en el puerto artesanal de Nuakchot.

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Vida que viene del mar

Gabriel Pecot | Nuakchot, Mauritania

Un grupo de porteadores descarga un cami¨®n de pescado del programa de seguridad alimentaria, en una c¨¢mara frigor¨ªfica privada situada en la zona industrial del antiguo puerto de Nuakchot (Warf). Una vez a la semana se recibe el suministro para las pescader¨ªas desde el puerto de Nuadibu.

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Larache, Marruecos

Fresas que dan poder

Por Chema Caballero

Desde que en 2008 el gobierno marroqu¨ª presentara el llamado Plan Marruecos Verde, con el objeto de aumentar la producci¨®n de frutos rojos, entre otros, y su potencial de exportaci¨®n. El sector de la fresa se ha asentado en Larache empleando a unas 20.000 mujeres; la mitad trabajan directamente en los campos y la otra en las f¨¢bricas de envasado para su venta en el mercado europeo. En 2009, Oxfam Interm¨®n comprob¨® que muchas carec¨ªan de contratos laborales, no estaban dadas de alta en la seguridad social, bastantes eran menores, no se cumpl¨ªa el salario m¨ªnimo... Las leyes marroqu¨ªes son claras respecto a los derechos de los trabajadores, pero falla su implementaci¨®n. Por eso, esta organizaci¨®n se ali¨® con la ONG local Radev para organizar caravanas de sensibilizaci¨®n por las aldeas de la zona en las que se informa sobre derechos y justicia social, y se imparten cursos de formaci¨®n. As¨ª, miles de mujeres marroqu¨ªes, trabajadoras agr¨ªcolas de esas comunidades rurales han descubierto lo que significa empoderamiento y c¨®mo este puede transformar sus vidas y su sociedad. La formaci¨®n en derechos laborales y justicia social, la capacitaci¨®n profesional y la asociaci¨®n y redes de ayuda mutua que se han ido generando entre las propias jornaleras, gracias al apoyo de la cooperaci¨®n espa?ola, ha permitido que esta generaci¨®n de mujeres se est¨¦ convirtiendo en punto de inflexi¨®n ante tradiciones explotadoras; un modelo con respecto a las anteriores, el espejo de un nuevo Marruecos.

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Ellas lideresas

Larache, Marruecos

Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Afiliadas de la Asociaci¨®n del Douar Oulad Ouchih (cuenta con un millar) para defender sus derechos laborales como jornaleras. La mayor¨ªa los desconoc¨ªa hasta que un programa de cooperaci¨®n espa?ola financiado por la AECID y desarrollado por Oxfam Interm¨®n les ofreci¨® formaci¨®n en la materia.

De izquierda a derecha: Ch¨¢ikoe B. 23 a?os, Suka¨ªna A., 24 a?os, Ghita B., 29 a?os, Asunce B. B., 26 a?os, Hanane D., 23 a?os, Noyona B. B., 23 a?os y Dounia B., 19 a?os.


Textos: Chema Caballero

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Asunce, 26 a?os, adjunta a la secretaria general de la asociaci¨®n: ¡°No solo hemos cambiado nosotras. Tambi¨¦n nuestra comunidad se ha transformado y gracias al trabajo que hacemos ven a las mujeres de otra forma. Ahora tenemos m¨¢s libertad para salir y hacer cosas que antes no se nos permit¨ªan¡±.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Noyona, 23 a?os, jornalera agr¨ªcola, miembro de la asociaci¨®n: ¡°Con el apoyo del programa me siento m¨¢s segura de m¨ª y m¨¢s consciente de mis derechos y esto me ayuda a luchar por ellos¡±

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Hanane, 23 a?os, jornalera agr¨ªcola y miembro de la asociaci¨®n: ¡°Ahora tenemos la confianza y el poder para hablar en p¨²blico y defender nuestros derechos¡±.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Souka¨ªna, 24 a?os, consejera de la asociaci¨®n: ¡°Este programa nos ha dado fuerzas para presentar a algunas compa?eras a las elecciones municipales, para que nos defiendan. Nunca antes nos hubi¨¦ramos atrevido a hacer una cosa as¨ª¡±.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Dounia, 19 a?os, consejera de la asociaci¨®n: ¡°Aqu¨ª solo estudiaban los hombres. A nosotras, como mucho, nos permit¨ªan cursar educaci¨®n primaria. Gracias a la formaci¨®n adquirida ahora podemos ponernos al mismo nivel que ellos y no nos pueden mandar callar diciendo que somos unas ignorantes¡±.

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Ghita , 29 a?os, jornalera: ¡°Nuestras familias ahora nos ven de forma distinta y nos dejan participar en la toma de decisiones. Muchas veces, incluso, buscan nuestro consejo".

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Ellas lideresas

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Ch¨¢ikoe, 23 a?os, jornalera: ¡°El papel de la asociaci¨®n tambi¨¦n es generar cambios y transformaciones en nuestra comunidad y, poco a poco, lo estamos consiguiendo. Porque ahora somos fuertes y estamos unidas¡±.

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F¨¢tima tiene derechos

Larache, Marruecos

F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Nabos o fresas, sea cual sea el cultivo, ella lo recoge. Pero en un horario establecido, en condiciones dignas y por un sueldo decente. Porque sabe que tienen derechos.


F¨¢tima, 30 a?os, jornalera agr¨ªcola y miembro de la Asociaci¨®n de Mujeres Lideresas del Sector de los Frutos Rojos, se dirige a un peque?o campo familiar a recoger nabos durante un d¨ªa festivo. La asociaci¨®n reivindica la mejora de las condiciones laborales en el campo.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

F¨¢tima recoge nabos en un peque?o campo familiar el pasado septiembre.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Desde ni?a, F¨¢tima ha trabajado como jornalera en el campo, plantando y recogiendo distintos tipos de productos y sufriendo toda clase de abusos a los que por fin se atreve a plantar cara.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Larache, Marruecos

F¨¢tima regresa de recoger nabos junto a su marido Said Sakhraoui.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

La jornalera prepara el desayuno para su familia en su casa.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

F¨¢tima ense?a, entre risas, una foto tomada en un campo junto a sus compa?eras de trabajo.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Esta es la foto que la mujer ense?a a su familia tomada en un campo junto a sus compa?eras de trabajo.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

F¨¢tima mira el tel¨¦fono m¨®vil junto a dos de sus hijas.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Said Sakhraoui es el marido de F¨¢tima, y hoy arregla la moto familiar frente a su casa.

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F¨¢tima tiene derechos

Gabriel Pecot | Douar Laghdira, Larache, Marruecos

Ahora F¨¢tima tiene tiempo para ayudar a sus dos hijas con las tareas del colegio.

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Larache, Marruecos

Orgullosa de s¨ª misma

Por Chema Caballero

F¨¢tima es la presidenta de la Asociaci¨®n para el Desarrollo de la Mujer Rural de Laghdira. Desde ni?a ha trabajado como jornalera sufriendo toda clase de abusos a los que hoy planta cara. ¡°Ahora me siento orgullosa de lo que soy¡±, dice. ¡°Ahora puedo decir no al acoso laboral de los capataces y luchar contra la discriminaci¨®n salarial que sufrimos las mujeres del campo porque por la misma labor los hombres suelen recibir m¨¢s¡±.

Su vida cambi¨® cuando empez¨® a acudir a las sesiones de sensibilizaci¨®n y formaci¨®n que la ONG Radev le ofrec¨ªa. ¡°Yo soy afortunada¡±, comenta. ¡°Me he podido formar y por eso quiero que sigan este tipo de programas para que muchas otras mujeres sean conscientes de sus derechos¡±. Y en eso sigue.

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Manhi?a | Massaca, Mozambique

Espa?a transmite salud

Por Alejandra Agudo

¡°Se lo digo a los espa?oles: gracias por destinar una parte de sus impuestos a personas que estamos tan lejos. Lo ideal es que alg¨²n d¨ªa el pa¨ªs no precise de ayuda internacional, pero todav¨ªa lo necesitamos¡±. Lo dice Nelia Manaca, bi¨®loga e investigadora de primera fila en el Centro de Salud de Manhi?a (CISM), en Mozambique. Su formaci¨®n de posgrado y especializaci¨®n ha sido costeada por esta instituci¨®n, impulsada y sostenida con fondos de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo (AECID). Su trabajo de laboratorio y estad¨ªsticas, dice, salva vidas. Y as¨ª es. Su ¨²ltima l¨ªnea de trabajo servir¨¢ para demostrar la exigencia de introducir la vacuna del rotavirus en Mozambique, donde las enfermedades diarr¨¦icas disparan la mortalidad infantil. Tambi¨¦n se afana en mejorar el estado de los ni?os Luisa Drofi Quefasse. Hace 15 a?os, acudi¨® al centro m¨¦dico de su comunidad porque su beb¨¦ sufr¨ªa desnutrici¨®n aguda. Le atendi¨® Mar¨ªa Jos¨¦, una enfermera espa?ola que se convertir¨ªa en su amiga y mentora. Poco despu¨¦s de aquella visita m¨¦dica, un brote de c¨®lera azot¨® la zona y Luisa y Mar¨ªa Jos¨¦ se pusieron en contacto para tratar de parar la tragedia formando e informado a otras mujeres. As¨ª naci¨® el programa de activistas en salud, personas que visitan a sus vecinos, se interesan por su bienestar y les transmiten pr¨¢cticas saludables, especialmente enfocadas en los m¨¢s peque?os.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Mozambique

Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

La formaci¨®n en salud que la cooperaci¨®n espa?ola ha facilitado en el pa¨ªs africano abarca desde el apoyo al m¨¢s alto nivel de investigaci¨®n hasta la educaci¨®n en h¨¢bitos saludables y de prevenci¨®n a las comunidades.

Luisa Drofi Quefasse (en el centro) es responsable de Acci¨®n Social y activista de la Fundaci¨®n Encontro. Ella, que una vez necesito ayuda m¨¦dica porque su hijo sufr¨ªa desnutrici¨®n, ahora se dedica a informar a vecinos de su comunidad sobre h¨¢bitos saludables. En la imagen, espera en su comunidad 'la chapa' (transporte informal) que la llevar¨¢ a la cl¨ªnica de Massaca (Mozambique).

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Las grandes distancias y la ausencia de transporte regular limitan el radio de acci¨®n de su trabajo diario de Luisa, agente local en salud. "Si tuviera una moto, podr¨ªa visitar a m¨¢s gente", sue?a.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Luisa visita a una anciana vecina de su comunidad que sufre anemia para interesarse de su estado. Cada d¨ªa, ella y otros activistas de la fundaci¨®n Encontro, realizan una ronda puerta a puerta para interesarse por la salud de los habitantes de la zona y darles consejo.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Un grupo de mujeres espera en el centro de salud de Massaca el momento de realizar el control de peso a sus hijos. Antes de realizar el chequeo rutinario, reciben formaci¨®n para aprender a elaborar papillas nutritivas para prevenir la desnutrici¨®n.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

El Centro de Salud de Massaca gestionado por Encontro ofrece a los padres y madres de las comunidad un servicio de guarder¨ªa para cuidar a los ni?os mientras ellos se encuentran en el trabajo o recibiendo formaci¨®n. Tambi¨¦n, cuando es necesario, hace las veces de enfermer¨ªa.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

El seguimiento regular del estado de salud de los ni?os y ni?as de la comunidad pone especial ¨¦nfasis en su nutrici¨®n. Por eso, se mide y pesa a los peque?os hasta que tienen cinco a?os cada vez que acuden a la consulta.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Luisa acaricia a la peque?a Marla, seropositiva, durante una de las visitas a su familia, en Massaca. La madre de Marla, Ela, falleci¨® hace una semana tras sufrir complicaciones asociadas al VIH que padec¨ªa. La abuela se hace cargo de ocho nietos, algunos hu¨¦rfanos, y lamenta no tener qu¨¦ darles de comer pues la falta de lluvia ha echado a perder su cosecha.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Una investigadora del Centro de Investigaci¨®n en Salud de Manhi?a (CISM) cataloga unas muestras en uno de los laboratorios del complejo que la cooperaci¨®n espa?ola sostiene econ¨®micamente desde 1996.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Nelia Manaca, biolog¨ªa e investigadora mozambique?a del CISM, intercambia impresiones con su compa?ero, el espa?ol Alberto Garc¨ªa-Basteiro.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Manaca trabaja en varias l¨ªneas de investigaci¨®n. Una de ellas, para demostrar si es necesario introducir la vacuna del rotavirus en el pa¨ªs. La otra eval¨²a las consecuencias sobre las salud de las mujeres de las cocinas de le?a tradicionales.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Un equipo del cercano Hospital de Manhi?a traslada unas muestras al CISM. Al disponer de equipos de ¨²ltima tecnolog¨ªa, el centro colabora con el hospital local agilizando el proceso de an¨¢lisis de las muestras de pacientes del distrito.

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Laboratorio y calle para mejorar la salud de Mozambique

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Manaca almuerza junto a sus compa?eros en el comedor del centro. Durante cuatro a?os, vivi¨® en Barcelona, donde curs¨® un m¨¢ster y complet¨® su formaci¨®n en el Centro de Investigaci¨®n en Epidemiolog¨ªa Ambiental (Creal). "Echo de menos el horario y tapear despu¨¦s del trabajo", reconoce.

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Mozambique?os que salvan vidas

Mozambique

Mozambique?os que salvan vidas

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Nelia Manaca estudi¨® Biolog¨ªa en la Universidad de Mondane en Maputo gracias a una beca estatal, pues sus padres no ten¨ªan recursos. Era la primera de la familia en ir a la facultad. Cuando todav¨ªa estaba realizando su tesina, en 2005, vio un anuncio en el peri¨®dico que dec¨ªa que el Centro de Investigaci¨®n en Salud de Manhi?a (CISM) buscaba personal. A¨²n hoy le cuesta creer que la cogieran a ella.


Textos: Alejandra Agudo

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Mozambique?os que salvan vidas

Gabriel Pecot | Manhi?a, Mozambique

Estudi¨® biolog¨ªa, pero mientras realizaba su trabajo de campo en el Centro de Investigaci¨®n en Salud de Manhi?a (CISM), en Mozambique, para el m¨¢ster que cursaba en Londres, Khatia Munguambe descubri¨® su pasi¨®n por las ciencias sociales. Durante su estancia, se realiz¨® el primer ensayo cl¨ªnico en el CISM.

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Mozambique?os que salvan vidas

Gabriel Pecot | Massaca, Mozambique

Hace 15 a?os, Luisa Drofi Quefasse acudi¨® al centro m¨¦dico de su comunidad porque su beb¨¦ sufr¨ªa desnutrici¨®n aguda. La atendi¨® Mar¨ªa Jos¨¦, una enfermera espa?ola que se convertir¨ªa en su amiga y mentora. Poco despu¨¦s de aquella visita m¨¦dica, un brote de c¨®lera azot¨® en la zona y Luisa y Mar¨ªa Jos¨¦ se pusieron en contacto para tratar de parar la tragedia formando e informado a otras mujeres. As¨ª nace el programa de activistas —personas que visitan a sus vecinos, se interesan por su bienestar y les transmiten pr¨¢cticas saludables— que hoy coordina Luisa en la Fundaci¨®n Encontro.

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Beleko, Mal¨ª

La revoluci¨®n de los pozos ¡®low cost¡¯

Por Lola Hierro

Tirar, soltar, tirar, soltar, tirar, soltar¡­ Los brazos de Donc¨¦, de Fadio, Vincent, Adama y otros seis trabajadores se mueven al mismo ritmo acompasado e hipn¨®tico. Asidos a una empu?adura de madera, tiran de una larga cuerda bajo las ¨®rdenes de Bakoro, el encargado de que la perforaci¨®n se realice de manera totalmente vertical. Lo que cuelga de la soga es una broca con la que llevan una semana taladrando el suelo de un huerto de Beleko, un pueblo de unos 4.000 habitantes situado a 200 kil¨®metros de la capital de Mal¨ª. S¨®lo con la fuerza de sus m¨²sculos, sin m¨¢quinas ni herramientas el¨¦ctricas, estos 10 obreros se empe?an golpe a golpe en alcanzar el mayor de los tesoros que el hombre puede poseer y que saben enterrado a unos 11 metros de profundidad: agua. Mal¨ª ha cumplido con su compromiso para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio al aumentar el acceso a agua limpia de un 19 a un 64% de su poblaci¨®n en los ¨²ltimos 15 a?os, pero en las zonas rurales a¨²n un 36% de quienes viven en el campo carece de ella. En aldeas como Beleko existe y es de excelente calidad. S¨®lo hay que saber dar con ella, pues no se encuentra en r¨ªos, lagos o embalses, sino bajo los pies.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Mal¨ª

Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

En la localidad de Beleko, a 200 kil¨®metros al este de Bamako, la capital de Mal¨ª, los trabajadores locales y cooperantes de la ONG espa?ola Ge¨®logos sin Fronteras est¨¢n realizando sondeos mediante perforaci¨®n manual. Esta es una t¨¦cnica para extraer agua potable del subsuelo que permite abaratar el coste de construir un pozo de 15.000 euros a unos 400, seg¨²n Pedro Mart¨ªnez Santos, coordinador del proyecto y profesor de Hidrogeolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.

Empleados de Ge¨®logos sin Fronteras trabajan en la perforaci¨®n de un sondeo en la localidad de Beleko (Mal¨ª) en febrero de 2016. El objetivo es obtener agua potable, que se encuentra a unos 11 metros de profundidad.


Textos: Lola Hierro

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

La t¨¦cnica de perforaci¨®n manual fue aprendida por los cooperantes de GSF con los misioneros baptistas en Dallas (Texas, Estados Unidos) para luego aplicarla en Beleko. All¨ª se dieron cuenta de que por las caracter¨ªsticas del material geol¨®gico, lo aprendido en Texas no funcionaba igual de bien, as¨ª que tuvieron que adaptar tanto la t¨¦cnica como los materiales y las herramientas. En la imagen, tres empleados de GSF extraen una tuber¨ªa de polietileno de un sondeo en busca de alg¨²n fallo, pues esta bomba no da todo el caudal que deber¨ªa.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Todos los materiales y herramientas deben poder adquirirse en Mal¨ª, y todas las reparaciones tambi¨¦n deben poder hacerse en el ¨¢mbito local, pues los ge¨®logos de GSF aspiran a que el proyecto quede en manos de los trabajadores locales. En la imagen, un empleado examina un pist¨®n de caucho que no funciona bien.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Pedro Mart¨ªnez Santos, Jose Antonio Cerv¨¢n y Frank Robador, ge¨®logos y cooperantes de GSF, extraen una tuber¨ªa de un pozo en el huerto de Fiankala, en Beleko. El proyecto de esta ONG ha sido apoyado por la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n y Desarrollo.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Beleko, como tantos otros pueblos de Mal¨ª, carece de acceso adecuado a puntos de agua potable. Un 37% de la poblaci¨®n rural del pa¨ªs a¨²n no disfruta de agua limpia, seg¨²n datos de 2015 de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud y Unicef. La aldea, muy humilde, est¨¢ constituida por casas de adobe con techumbre de paja y no hay carreteras asfaltadas, electricidad ni sistema de distribuci¨®n de aguas o de alcantarillado.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

La mayor¨ªa de los vecinos de Beleko poseen pozos abiertos en su domicilio, que no cuestan m¨¢s de cien euros. El problema de estos es que al no estar aislados del exterior quedan contaminados por coliformes y otras bacterias que causan diarreas y otras enfermedades de transmisi¨®n h¨ªdrica. En la imagen, una mujer muestra el agua que ha extra¨ªdo del pozo de su casa. Asegura que solo la usa para lavar, nunca para beber, pero hay familias que no respetan esta medida de prevenci¨®n.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

La alternativa a los pozos abiertos son los puntos de agua potable homologados por el Gobierno, como este de Beleko, construido por una ONG. El problema es que no hay en todos los pueblos. La comuna de Djiedugu, a la que pertenece esta aldea, consta de 34 villas, y 13 de ellas a¨²n no tienen esta tecnolog¨ªa.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

En el huerto de mujeres de Fiankala es donde GSF est¨¢ realizando su proyecto de investigaci¨®n. Han ejecutado seis sondeos y todos ellos dan agua. Los an¨¢lisis realizados confirman que es potable y de buena calidad. Los trabajadores de la Ong trabajan de lunes a viernes de ocho de la ma?ana a tres de la tarde y se turnan para tirar de la cuerda. Esta va atada a una broca que es la que percute en el suelo. Ya han logrado excavar m¨¢s de 18 metros de profundidad.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

El jard¨ªn de Fiankala est¨¢ dividido en peque?os huertos de unos 25 metros cuadrados que son otorgados por la comunidad a las mujeres del pueblo. Ellas all¨ª pueden cultivar vegetales que luego venden en el mercado, obteniendo unos peque?os ingresos extra, y usar para dar a su familia una alimentaci¨®n m¨¢s variada. En esta zona del Sahel, la malnutrici¨®n -y especialmente la infantil- es un enemigo contra el que se lucha a diario.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Detalle de un fragmento de laterita extra¨ªdo durante la perforaci¨®n de un sondeo. Los cooperantes de GSF encontraron que el suelo en Mal¨ª es mucho m¨¢s duro que el los misioneros baptistas hab¨ªan logrado perforar con ¨¦xito, as¨ª que tuvieron que experimentar mucho para mejorar las brocas que obtuvieron en Dallas, ya que se romp¨ªan con frecuencia.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Una de las primeras medidas fue construir un taller en el que poder trabajar para mejorar las herramientas y el material de trabajo. El jard¨ªn de la casa de Frank Robador, que reside en Beleko desde hace siete a?os, fue el lugar elegido. Una mesa, una radial y algunos aparejos m¨¢s fueron suficientes para empezar a trabajar.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Durante un a?o, los cooperantes se han devanado los sesos para dar con una broca que les permitiera traspasar el duro suelo saheliano. En la imagen, intentos fallidos y acertados de ese proceso de ensayo y mali.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Un trabajador de GSF sujeta la 'nariz' de la excavaci¨®n que est¨¢n realizando en el huerto de Fiankala. La funci¨®n de quien est¨¢ al mando es clave: mientras otros diez hombres tiran de la cuerda para perforar, ¨¦ste se encarga de que la broca se mueva de manera totalmente vertical y controla que no haya atascos.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Emmanuel y Donsei tiran de la cuerda en el jard¨ªn de Fiankala, en Beleko. Como ellos, un total de diez empleados m¨¢s los cooperantes de GSF trabajan a diario en el proyecto. A diario sufren incidentes que resuelven con imaginaci¨®n e inventiva. Todas las soluciones son debatidas y compartidas, y suponen un proceso constante de aprendizaje para todos ellos.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Bakoro, uno de los trabajadores m¨¢s veteranos y experto en realizar pozos abiertos, muestra el funcionamiento de un punto de agua realizado mediante la t¨¦cnica de perforaci¨®n manual de GSF. El agua sale a¨²n marr¨®n porque acaban de estrenarla y a¨²n tienen que limpiarse los conductos. Cuanta m¨¢s agua se extraiga, antes se limpiar¨¢ y saldr¨¢ clara.

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Tecnolog¨ªa adaptada a la tradici¨®n del Sahel

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Las mujeres del jard¨ªn de Fiankala usan los pozos ya construidos para obtener agua con la que regar sus cultivos. Cuantos m¨¢s pozos haya, m¨¢s cerca les quedar¨¢ alguno de ellos menos tiempo tardar¨¢n en obtener agua y en llevar los pesados cubos.

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Beleko, Mal¨ª

Los jardines salvavidas de Jacqueline, Mariam y sus vecinas

Por Lola Hierro

Coge un coche y toma la carretera nacional R6 que parte de Bamako (la capital de Mal¨ª) y se adentra en el oriente. A 200 kil¨®metros, m¨¢s o menos, ver¨¢s a tu derecha un camino de tierra roja que serpentea entre cultivos y mangos. Lo distinguir¨¢s porque los veh¨ªculos que entran y salen de ¨¦l han dejado restos de esa llamativa grava en el asfalto. Desde ah¨ª, conduce otras dos horas. Solo hallar¨¢s un paisaje yermo y seco, aunque salpicado por pinceladas de vegetaci¨®n que resiste el asfixiante clima que en los meses m¨¢s calurosos lleva la temperatura por encima de los 43 grados. Animales muy flacos. Hombres dirigiendo carros repletos de le?a y tirados por burros. Caminos que nadie sabe a d¨®nde llevan. El r¨ªo Bani, segundo mayor del pa¨ªs, al que apenas le queda agua en este mes de abril. Parece que ese lugar hubiera retrocedido siglos en el tiempo. Si aciertas la ruta, hallar¨¢s tu recompensa: la vida en medio de la nada.

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Un vergel en el desierto

Colombia

Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Las mujeres de la comuna de Djiedougou cultivan unos jardines en los que ellas son ¨²nicas propietarias y beneficiarias de lo que producen. Escondida en lo m¨¢s remoto del Sahel maliense se encuentra esta comuna, un conjunto de 34 villas que suma unos 34.000 habitantes. Viven con humildad, sin apenas acceso a electricidad, a tecnolog¨ªa o a infraestructuras. Aqu¨ª, el acceso a agua potable y limpia es un problema muy a menudo.

Escondida en lo m¨¢s remoto del Sahel maliense se encuentra la comuna de Djiedougou, un conjunto de 34 villas que suma unos 34.000 habitantes. Viven con humildad, sin apenas acceso a electricidad, a tecnolog¨ªa o a infraestructuras. Aqu¨ª, el acceso a agua potable y limpia es un problema muy a menudo.


Textos: Lola Hierro

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Donde parece que la vida no puede abrirse paso, existen unos espacios donde ¨¦sta bulle con toda su intensidad: son los jardines de mujeres, terrenos agr¨ªcolas divididos en huertos de unos 25 metros cuadrados que pertenecen a las casadas de la aldea. En la imagen, una madre saca agua del pozo en el jard¨ªn de Kolonia, una localidad de unos 700 habitantes perteneciente a la comuna de Djiedougou.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Mariam Coulibaly (a la derecha) y una vecina muestran a c¨¢mara a sus nietos en el jard¨ªn de Kolonia. Los ni?os son los principales beneficiados de una de las ventajas de estos huertos: que son una v¨ªa para diversificar la alimentaci¨®n de las familias en una zona donde la malnutrici¨®n, y muy especialmente la infantil, es un enemigo al que se combate a diario. En Mal¨ª afecta a un tercio de los menores de dos a?os seg¨²n el Programa Mundial de Alimentos.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

No habr¨ªa vergel en medio del desierto de no ser por la mejora del acceso al agua en los huertos. En el de Kolonia existe un pozo cisterna que se llena gracias a una bomba el¨¦ctrica, por lo que las mujeres no tienen que hacer esfuerzos para hacer que el agua suba.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

El pozo de Kolonia funciona gracias a un panel solar que las se?oras limpian a menudo con pa?os. Comienza a funcionar en cuanto sale el sol, sobre las seis de la ma?ana, y ya generan energ¨ªa para accionar la bomba y llenar el dep¨®sito, de unos ocho mil litros.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Las mujeres son las ¨²nicas propietarias de los huertos; todo lo que producen y venden es para ellas. El beneficio no equivale ni de lejos a un sueldo completo pero s¨ª les supone un dinero extra que ahorran para velar por la salud de sus hijos. Si uno enferma, ella tiene dinero para pagar al m¨¦dico. En la imagen, unas mujeres riegan sus cultivos en el jard¨ªn de Fiankala, en la localidad de Beleko.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Los ni?os mayores son una ayuda muy importante para sus madres y abuelas: comparten con sus madres la pesada labor de regar los cultivos y cuidan de los m¨¢s peque?os, como esta ni?a del jard¨ªn de Kolonia, que lleva a su hermana menor a la espalda.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Docenas de mujeres trabajan en el huerto de Kolonia. Ellas son quienes solicitaron a los l¨ªderes comunitarios un permiso para tener un pedazo de tierra en el que plantar alimentos. El proyecto fue financiado por la Ong Osalde.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

¡°A m¨ª el jard¨ªn me ha ayudado mucho para hacerme cargo de peque?as necesidades, sobre todo para cuidar de la salud de los ni?os¡±. Son palabras de Mariam Coulibaly (a la izquierda), de 50 a?os, con 10 hijos, tres nietos y la responsabilidad de alimentar cada d¨ªa a 16 personas.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Lechugas, tomates, chalotas, berenjenas, ajos... Todos los productos que se cultivan en los jardines de mujeres son vendidos cada s¨¢bado en el mercado de Beleko, al que acuden miles de personas de diversos puntos de la regi¨®n.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

A la sombra de un mango, Jacqueline (a la izquierda, con un barre?o sobre la cabeza) pela ajos y presencia una reuni¨®n con varias propietarias del huerto en la que se habla de la dificultad de alimentar a familias enteras con los recursos disponibles. Todas las mujeres han conocido de cerca las consecuencias del hambre.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

ELas ajadas manos de Jacqueline ense?an un tomate y una berenjena de su huerta. Las legumbres y la fruta han diversificado la alimentaci¨®n de los ni?os, pero siguen sin tener acceso a muchos alimentos adecuados para su crecimiento de un ni?o. La malnutrici¨®n persiste.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

El centro de salud de Beleko abre cada mi¨¦rcoles a las ocho de la ma?ana una consulta espec¨ªfica para trata la desnutrici¨®n infantil. En la imagen, la enfermera, obstetra y coordinadora del programa Madame Khadida Dembele y un enfermero pesan al peque?o paciente Bakary Coulibaly.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Bakary Coulibaly, de 23 meses, pesa 10 kilos. Fue llevado por primera vez el 29 de diciembre de 2015 con malnutrici¨®n severa y 'kwashiorkor', una enfermedad que se da cuando se sufre una carencia de prote¨ªnas y otros micronutrientes. Su peso entonces era de 8,3 kilos.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Hoy Bakary se ve muy recuperado. La cinta que mide el per¨ªmetro de su brazo se?ala que ha salido de la zona de peligro: si midiera menos de 11 cent¨ªmetros significar¨ªa que padece malnutrici¨®n severa aguda, pero da 14. Se ha recuperado gracias al Plumpy Nut, el complemento terap¨¦utico que salva millones de vidas en los pa¨ªses m¨¢s pobres: 500 kilocalor¨ªas a base de cacahuetes, vitaminas y minerales.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

El agua contaminada transmite enfermedades de transmisi¨®n h¨ªdrica que ponen en peligro incluso la vida de los ni?os. Desde que en Beleko hay pozos, Madame Dembele ha notado una reducci¨®n de casos pero no sabe precisar en qu¨¦ medida. Un repaso al libro de decesos de 2014 y 2015 revela tan solo tres muertes por diarrea, y tres por una combinaci¨®n de diarrea, anemia y paludismo. ¡°Pero hay que tener en cuenta que muchos se mueren en sus pueblos, no llegan al centro de salud¡±, advierte la enfermera.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

A mediod¨ªa, media docena de menores han sido medidos, pesados y diagnosticados por la enfermera, que cierra la consulta tras examinar al ¨²ltimo paciente. A todos les receta Plumpy Nut y una dieta variada. No todas las madres, por desgracia, pueden permitirse dar a sus hijos nada m¨¢s all¨¢ del to, que es una masa hecha a base de harina de mijo o ma¨ªz cocida durante horas.

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Un vergel en el desierto

Lola Hierro | Beleko, Mal¨ª

Unas ni?as de Beleko juegan en la fuente instalada en el centro de su aldea. En ese c¨ªrculo vicioso de carencias, los jardines de mujeres no son una soluci¨®n infalible, pero estos y la mejora de otras infraestructuras como la mejora de la calidad del agua gracias a puntos de acceso limpios pueden acabar salvando m¨¢s de una vida.

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Sica sica, Bolivia

Tradici¨®n y ciencia en la medicina boliviana

Por Amelia Castilla

No hay ceremonia en el altiplano boliviano que no comience dando gracias a la Pachamama (Madre Tierra). Francisco Mamani, don Panchito para los vecinos, m¨¦dico tradicional de 62 a?os, oficia la ceremonia en el patio de su vivienda, ubicada en Villa Esteban Arce, en el municipio de Sica Sica, en la provincia de Aroma, a unos 120 kil¨®metros de La Paz. Tras prender fuego a las ofrendas, la llama se alimenta con hojas de coca al tiempo que se piden deseos. Don Panchito hered¨® el oficio de su padre y durante a?os vivi¨® de recorrer los caminos tratando a los enfermos con las plantas medicinales que recog¨ªa en el valle. Retama, coca, malva, taratara, ?aca, manzanilla, toronge, apio, alcachofa, eucalipto, cola de caballo¡­ remedios para ¡°limpiar la bilis o para tratar los c¨®licos biliares¡±. No necesit¨® de poderes sobrenaturales ni sobrevivir a la ca¨ªda de un rayo o llegar al mundo en posici¨®n podal, como algunos de sus colegas a los que aymaras y quechuas consideran predestinados para curar enfermedades. Ahora, don Panchito dispone del t¨ªtulo de m¨¦dico reconocido por el Gobierno de Evo Morales y pasa consulta en el centro de salud Kallawaya Villa Esteban Arce, uno de los pioneros del pa¨ªs andino donde se practica la integraci¨®n, entre la medicina tradicional y la cient¨ªfica, con el apoyo de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo (AECID) y dentro de un proceso de articulaci¨®n de la nueva pol¨ªtica p¨²blica de Salud Familiar Comunitaria Intercultural (SAFCI), impulsada por el Gobierno boliviano.

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Atender la salud desde todos los flancos

bolivia

Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

En Bolivia, la medicina occidental y las tradiciones aut¨®ctonas se dan la mano para reducir las tasas de mortalidad materna.

Visita domiciliaria en la comunidad Antipampa, en el altiplano del Departamento de La Paz, Bolivia, del m¨¦dico tradicional, Francisco Mamani Quintana y de un m¨¦dico acad¨¦mico del programa Mi Salud, Dr. ?lvaro Villanueva Gutierrez.


Textos: Miguel Lizana

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Una mujer cocina en una vivienda de la comunidad Antipampa, en Sica Sica.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Durante la visita, el m¨¦dico acad¨¦mico realiza el control de talla y peso a un ni?o, mientras que el m¨¦dico tradicional atiende a la abuela de sus problemas articulares.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

El m¨¦dico tradicional revisa a la abuela, que padece de dolores articulares.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Como parte de la interconsulta, el m¨¦dico acad¨¦mico toma la tensi¨®n arterial a la paciente.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

La abuela del hogar, de 83 a?os, que se expresa en lengua Aimara.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Como tratamiento, el m¨¦dico tradicional le aplica una pomada preparada en el primer vivero y laboratorio de plantas medicinales certificado por el Ministerio de Salud, situado en Villa Esteban Arce, del Municipio Sica Sica, en el altiplano pace?o.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

En el Centro de Salud Kallawaya Villa Esteban Arce trabajan de manera conjunta y complementaria el m¨¦dico tradicional y el m¨¦dico acad¨¦mico.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Al realizar las visitas, el m¨¦dico tradicional lleva consigo medicinas naturales preparadas bajo su supervisi¨®n.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

El proceso de cultivo y secado de las plantas medicinales, y su posterior transformaci¨®n en medicinas naturales, se realiza de una forma artesanal y totalmente natural.

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Atender la salud desde todos los flancos

Miguel Lizana | Bolivia

Una mujer embarazada ha elegido para su control y parto el uso de una c¨¢lida sala de acondicionada culturalmente en el hospital. En ella, puede estar acompa?ada de su familia.

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Legazpi, Filipinas

Donde los desastres pasan de largo

Por Pablo Linde

La ¨²ltima vez que Manuel Lama Junior vio a su mujer estaban cogidos de la mano. ?l intentaba evitar que la riada que hab¨ªa sepultado su vivienda se llevase tambi¨¦n a su esposa. Pero no lo consigui¨®. Ambos hab¨ªan aguantado horas en el tejado de su casa con la esperanza de que el agua no les alcanzase y, cuando lo hizo, lucharon contra la furia de la naturaleza hasta que se quedaron sin fuerzas. ?l consigui¨® resistir hasta que la corriente amain¨®, pero tras horas de sufrimiento, sus manos se separaron para no volverse a unir jam¨¢s.

El tif¨®n Durian, en el a?o 2006, fue el ¨²ltimo que se cobr¨® vidas humanas en la provincia de Albay, al sur de Luz¨®n, la mayor isla de Filipinas. Desde entonces, a pesar de las numerosas amenazas naturales que soporta la zona, los sistemas de prevenci¨®n han conseguido que la historia de Manuel y su mujer no se repita.

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Atender la salud desde todos los flancos

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Manuel Lama, agricultor de 55 a?os, despliega al amanecer una tela para recoger las espigas de arroz que segar¨¢ a mano con una peque?a hoz. Alquila esta tierra al pie del volc¨¢n May¨®n a un vecino, el se?or Palibino, al cual le paga la renta cada tres meses en funci¨®n del resultado de la cosecha.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

El volc¨¢n May¨®n se encuentra ubicado al norte de la ciudad de Legazpi y a 330 kil¨®metros de Manila, la capital de Filipinas. Con una altitud de 2.400 metros, es el m¨¢s importante del pa¨ªs. Hace erupci¨®n aproximadamente cada d¨¦cada a?os y es una de las amenazas a las cuales se enfrentan los pobladores de esta zona. En1993 fue responsable de la muerte de 77 campesinos como Manuel. ¡°Seg¨²n nuestros ancestros, el volc¨¢n hace erupci¨®n cuando es su cumplea?os¡±, dice sentado en el patio de su casa.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama toma un descanso tras dos horas de faena segando espigas de arroz. A las duras condiciones de trabajo del campo, con jornadas de trabajo de 12 horas a 40 grados de temperatura, se suma el riesgo que supone la erupci¨®n del volc¨¢n, los tifones y las inundaciones y corrimientos de tierra frecuentes en esta zona. Las autoridades locales, con apoyo de la Cooperaci¨®n Espa?ola, han puesto en marcha un exitoso programa de prevenci¨®n y gesti¨®n de emergencias.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama abraza cari?osamente a su hija Kimberly, de ocho a?os, durante el desayuno. Su familia est¨¢ compuesta por 10 miembros que viven en dos casas junto al sembrado. Manuel confiesa que tiene miedo a los tifones, pero que decidi¨® quedarse en el campo, en lugar de trabajar en la capital, para poder criar a su familia.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

El agricultor se prepara para volver a la faena despu¨¦s de un peque?o descanso tras el almuerzo. Campesinos como ¨¦l son los primeros en ser evacuados por las autoridades locales ante la menor amenaza de cat¨¢strofe natural. ¡°Me siento m¨¢s seguro¡±, dice visiblemente aliviado ¡°cuando pasa el tif¨®n podemos regresar a nuestras casas¡±.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Detalle del arroz cosechado al pie del volc¨¢n May¨®n. Los campesinos venden una parte y la otra la guardan para autoconsumo. Esta es una de las principales razones por las cuales miles de personas se arriesgan a vivir en esta zona de peligro. Dependen de esta tierra para su sustento.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lama posa para un retrato en la zona donde se encontraba su casa en 2006. Las inundaciones provocadas por el super tif¨®n Durian ese a?o se cobraron la vida de su esposa, destruyeron su casa y le dejaron herido. ¡°Fue un fallo de comunicaci¨®n interno¡±, reconoce con amargura Cedric D. Daep, responsable de la Oficina Regional de Gesti¨®n y Prevenci¨®n de Emergencias. ¡°Desde 2006 no tuvimos m¨¢s v¨ªctimas. Salvar una vida ya es un gran logro¡±.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lourdes Paliza, agricultora de 52 a?os, recoge frutos de un ¨¢rbol de Jaca, conocidos como 'jackfruit', en las inmediaciones de su casa al pie del volc¨¢n May¨®n. La alimentaci¨®n de cientos de personas en esta zona, depende de los frutos que pueden recoger aqu¨ª de forma gratuita.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza charla con sus familiares tras el almuerzo. Su esposo muri¨® v¨ªctima de una enfermedad y ahora es ella la responsable de la familia, incluyendo varios nietos. Le gustar¨ªa marcharse a una zona lejos del peligro, pero no tiene alternativas. ¡° A veces cuando llueve me pongo nerviosa¡­ siento que ser¨¢ mi ¨²ltima vez en el mundo¡±, dice con al voz entrecortada.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

La campesina seca al sol el arroz cosechado al pie del volc¨¢n May¨®n. Complementa esta actividad, clave para el exiguo presupuesto familiar, con la venta de dulces en temporada escolar o el lavado de ropa.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza sirve el almuerzo a su familia. Este estofado elaborado con 'jackfruit' y leche de coco (de sabor suave y con una consistencia similar a las setas) es servido con arroz y ser¨¢ la principal comida del d¨ªa para la familia. La gran desigualdad que existe en Filipinas se evidencia con claridad en el campo, donde el dinero es m¨¢s escaso, pero la calidad de vida general es mejor que en los 'slums' de Metro Manila, la capital.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Paliza descuelga la ropa tendida y lavada por encargo de unos vecinos. Vive desde hace 20 a?os al pie del volc¨¢n May¨®n, y gana alrededor de 70 euros al mes lavando ropa, vendiendo dulces y cosechando.

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Vivir rodeados de amenazas naturales

Gabriel Pecot | Filipinas

Lhourie Joy, de 17 a?os, juega al baloncesto con unos amigos en las inmediaciones de su casa. Cada vez que una cat¨¢strofe natural se aproxima a la zona, las autoridades emiten una alerta y son evacuados a algunos de los 54 refugios con los cuales cuenta la regi¨®n. Construidos con apoyo de la Cooperaci¨®n Espa?ola, los centros de evacuaci¨®n est¨¢n dise?ados para resistir erupciones volc¨¢nicas, tifones y terremotos.

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La Tolita de la Pampa de Oro Ecuador

Chochos, cocos y cacao con un toque espa?ol

Por Alejandra Agudo

Se acab¨® el oro en la isla de la Tolita, epicentro de la cultura hom¨®nima que pobl¨® el norte de Ecuador entre el 500 a. C. y 500 d. C. Los saqueos de las tolas, monumentos funerarios en los que los antepasados del lugar enterraban a sus muertos y tesoros, agotaron la mayor¨ªa del patrimonio arqueol¨®gico. Y no para enriquecimiento de sus vecinos que, como gran parte de la poblaci¨®n rural del pa¨ªs, vive en situaci¨®n de pobreza. En 2002, el Estado declar¨® la zona reserva natural para proteger sus manglares y el acervo local, lo que zanj¨® en gran medida la fiebre extractora. As¨ª, los habitantes de esta comunidad a la que solo se llega en lancha navegando el r¨ªo Santiago hasta su desembocadura, la mayor¨ªa afrodescendientes, han decidido reavivar otra actividad econ¨®mica tradicional: el cultivo de coco y cacao. La naturaleza es su nuevo oro.

Los actuales tolitas, as¨ª como los vecinos de otras comunidades agr¨ªcolas a la ribera del r¨ªo, incluso otras lejanas en el interior del pa¨ªs, ind¨ªgenas y campesinos en el altiplano a m¨¢s de 3.000 metros de altura, luchan por mantener los saberes ancestrales de producci¨®n e introducir nuevas tecnolog¨ªas para ser sostenibles y eficientes a la par. Y, sobre todo, trabajan para sobrevivir en un Ecuador en el que el desempleo y la miseria les afecta especialmente: en las zonas rurales, el 38,2% de la poblaci¨®n vive en situaci¨®n de precariedad y el 17,6% sufre pobreza extrema, muy por encima de la tasa en las ¨¢reas urbanas, seg¨²n datos de diciembre de 2016 del Instituto Nacional de Estad¨ªstica del pa¨ªs.

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Hipotecar cocos para tener salud

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto Rodr¨ªguez Alarc¨®n (47 a?os) vive en La Tolita de Pampa del Oro, Ecuador. Desde primera hora de la ma?ana, faena cerca de la confluencia entre el r¨ªo Santiago y el oc¨¦ano Pac¨ªfico. Cada d¨ªa pasa doce horas en el mar para procurar el sustento a su familia, su mujer, Alicia Mu?oz Verranza (46), y siete hijos, dado que la plantaci¨®n de coco que trabajan no es suficiente.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto ense?a un ejemplar de camar¨®n que encuentra entre las capturas del d¨ªa. Es la mejor ¨¦poca para pescar esta especie y, para un pescador artesanal como ¨¦l, una de las piezas m¨¢s preciadas debido a su alto valor de mercado: cuatro d¨®lares la libra (450 gramos, unos doce ejemplares).

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto hace un alto mientras ense?a la finca, pr¨®xima a su casa y a la que se llega en barca, donde plantan cocos. Como la pesca es rentable pero inconstante, se dedica a la agricultura para poder afrontar las necesidades de su familia con algo m¨¢s de estabilidad. "El pescado es para la comida, los cocos son para los pagos, la deuda. Si uno solo vive de la pesca, cuando no hay, puede tener problemas", dice convencido.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Alicia recoge un coco de la finca que cultiva junto a su esposo Gilberto. Ambos trabajan a la par para sacar adelante a sus hijos y nietos. El cultivo de coco les permite tener unos ingresos extras para complementar los de la pesca, y poder hacer frente a los 480 d¨®lares mensuales que pagan de cuota por dos pr¨¦stamos.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

De regreso, Gilberto descarga la faena del d¨ªa junto a sus hijos y familiares. Posee dos botes de fibra con motores fuera de borda,con los cuales mantiene a la familia, y que ha comprado gracias a un pr¨¦stamo que paga todos los meses. Uno lo pilota ¨¦l y el otro, su hijo Guido. En un buen d¨ªa de pesca pueden ganar 20 d¨®lares.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Alicia reposa mientras su hija Carolina, de 23 a?os, revisa la medicaci¨®n que le va a suministrar. Sufre dolores agudos en la parte derecha del abdomen. "Cada tanto siento estos dolores", dice resignada y con voz apenas audible. Un m¨¦dico en pr¨¢cticas que atiende en su comunidad le ha recetado un analg¨¦sico, pero su mal no remite y la familia est¨¢ muy preocupada.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

"Que se recupere, ella es el motor de la casa. Tengo una mujer bonita, echada para adelante, de harto sentimiento", asegura Gilberto de su esposa. En la casa, todos colaboran para generar ingresos con los cuales hacer frente a los gastos diarios y las deudas.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto habla por tel¨¦fono con su hija para saber las ¨²ltimas novedades sobre el estado de salud de Alicia mientras carga gasolina para salir a faenar un d¨ªa m¨¢s. La noche anterior tuvo que llevarla al Hospital B¨¢sico Civil de Borb¨®n, una localidad a 15 minutos en lancha de su casa, donde fue ingresada de emergencia.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Gilberto Rodr¨ªguez Alarc¨®n, 47, salen a la mar al amanecer. "Esta vida es dura. Uno llega quebrado a casa, pero hay que darle", reflexiona. La preocupaci¨®n es doble: por un lado el estado de salud de su mujer, por otro saber c¨®mo van a hacer frente al coste de la atenci¨®n m¨¦dica. ¡°Si la sacamos de aqu¨ª [de La Tolita], ah¨ª s¨ª ya nos cuesta¡±, afirma pensativo.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina le comenta a una vecina la ¨²ltima hora acerca del estado de salud de su madre, camino del embarcadero donde por dos d¨®lares coger¨¢ una lancha colectiva para ir a visitarla. La Tolita de Pampa del Oro, comunidad en la que viven, es una zona deprimida que se encuentra a orillas del r¨ªo Santiago, donde el salario diario no pasa de 10 d¨®lares.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina viaja en lancha colectiva hasta la ciudad de Borb¨®n para visitar a su madre ingresada en el Hospital B¨¢sico Civil de la ciudad, donde la espera una hermana. Ante la ausencia de su madre, y con ayuda de su cu?ada Jennifer (de 18 a?os), es Carolina es quien se ha hecho cargo de mantener en funcionamiento la casa, preparar la comida para quienes salieron a pescar al amanecer y dejar organizados a sus hermanos peque?os.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina ofrece un t¨¦ a su madre. Comparte habitaci¨®n con otras cuatro personas y la atm¨®sfera es sofocante. A¨²n est¨¢ d¨¦bil y sufre dolores agudos. Ha rechazado el desayuno, consistente en tomarse el t¨¦, un yogur y el omnipresente pl¨¢tano. Carolina est¨¢ nerviosa y preocupada al ver que no come, ajena al suero alimenta a su madre.

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Hipotecar cocos para tener salud

Gabriel Pecot | La Tolita de la Pampa de Oro (Ecuador)

Carolina avisa a su familia acerca del estado de su madre, sentada junto a su hermana en un pasillo del hospital. A¨²n no lo sabe, pero pasar¨¢n todav¨ªa seis d¨ªas hasta que su madre sea dada de alta, con dolores y sin un diagn¨®stico ni tratamiento definitivo. D¨ªas despu¨¦s, en una cl¨ªnica privada, le diagnosticaron c¨¢lculos en la ves¨ªcula, una dolencia frecuente entre mujeres mayores de 40 a?os y cuyos factores de riesgo, entre otros, son altos niveles de colesterol y una nutrici¨®n deficiente. La operaci¨®n en la cl¨ªnica privada les costar¨¢ 600 d¨®lares, una autentica fortuna para una familia con los ingresos de los Rodriguez Mu?oz. Para poder hacer frente a los pagos sanitarios, han hipotecado la producci¨®n de cocos de los pr¨®ximos seis meses.

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Asunci¨®n Paraguay

Vivir sin un ¡°te quiero¡±

Por Francisco Javier Sancho M¨¢s

Dentro de diez a?os, dice Soledad, si nos volvemos a ver, haremos la entrevista en su propia casa. En la suya, de verdad. Y no en esta biblioteca que nos presta el proyecto Camsat (Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos), en una zona de Los Ba?ados de Asunci¨®n, el barrio donde habita Soledad junto a 120.000 vecinos, expuestos cada invierno a las crecidas del r¨ªo Paraguay. Muchos, como ella misma, han pasado hasta dos a?os en refugios precarios. Pero esta vez, el r¨ªo no fue la causa de que la entrevista se hiciera en un lugar distinto al de la casa que comparte con su pareja y su cu?ada.

A sus 21 a?os (su primer embarazo fue a los 16) ya ha vivido una larga historia de resistencia. La acaban de inscribir en el censo de familias que ha llevado a cabo Camsat. No incluyeron a su pareja ni a su cu?ada. Puede que le asignen una vivienda unifamiliar, de entre las primeras 1.600 que se levantar¨¢n de aqu¨ª a ocho a?os. Es parte del proyecto de ampliaci¨®n del paseo fluvial de Asunci¨®n (La Costanera). Para ello, se tiene que elevar el terreno varios metros y realojar a la gente de las zonas inundables del r¨ªo.

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Asunci¨®n Paraguay

Paraguay: danza contra el caos

Por Francisco Javier Sancho M¨¢s

Miriam Gonz¨¢lez, de 16 a?os, quiere bailar. Y quiere bailar en serio. Naci¨® en los Ba?ados de Asunci¨®n, donde 120.000 personas se exponen a las inundaciones del r¨ªo Paraguay cada invierno. Y las inundaciones van en serio tambi¨¦n. Las ¨²ltimas m¨¢s grandes, en 2014 y 2015, desplazaron a miles de personas que, como la familia de Miriam, se tuvieron que refugiar en peque?as chabolas con l¨¢minas de madera y cinc donadas por el gobierno. Y all¨ª pasaron dos a?os hasta que pudieron volver a sus casas.

Esta noche hay funci¨®n y ella baila con sus compa?eras de El Elenco en el Juan de Salazar, el decano de los centros culturales de la Cooperaci¨®n Espa?ola En Am¨¦rica Latina. Presentan la obra de danza contempor¨¢nea Sarambi. Al preguntarle qu¨¦ significa esa palabra en guaran¨ª, Miriam contesta: ¡°Tendr¨¢s que verlo para saber lo que es: un caos, un desorden que no termina de arreglarse¡±.

La obra est¨¢ basada en la coreograf¨ªa y t¨¦cnica del bailar¨ªn paraguayo Leif Firnhaber. Se basa en la expresi¨®n individual que surge de la conexi¨®n con los otros mediante el movimiento. Entre esos ¡°otros¡±, est¨¢ Camila, de 18 a?os, una de las tres chicas con discapacidad visual que hacen el papel de hechiceras en la obra y marcan el ritmo del orden y el desorden. Son parte del Elenco, las bailarinas top elegidas en los talleres de Alas Abiertas.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Asunci¨®n

Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Soledad ha sufrido desde muy ni?a una larga historia de abusos, explotaci¨®n sexual y violencia. En Los Ba?ados de Asunci¨®n es donde a¨²n padece por no tener otro sitio adonde ir con sus dos hijos. Su esperanza, es tener una casa propia.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Caterina prob¨® una vida mejor mientras estuvo en un albergue para ni?as y j¨®venes en riesgo de explotaci¨®n sexual. El proyecto cerr¨® por falta de fondos.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Cuando cerr¨® el albergue, Caterina volvi¨® a un mundo del que a¨²n se defiende, como de las crecidas del r¨ªo que inundan su refugio cada invierno.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

La zona inundable del r¨ªo Paraguay en Asunci¨®n, conocida como Los Ba?ados, alberga a 120.000 personas en 17 kil¨®metros. Muchos han llegado por no tener otro sitio adonde ir.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Aunque el estigma persigue a los habitantes de Los Ba?ados, proyectos como el de Camsat o Mil Solidarios apoyados por la Agencia de Cooperaci¨®n Espa?ola (AECID) abren oportunidades para j¨®venes. Con todo, la ciudad sigue dando la espalda a esta poblaci¨®n.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Muchas familias de Los Ba?ados han pasado hasta dos a?os refugiados en chabolas hasta poder volver a sus casas.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Muchos ni?os se ven abocados a enfrentarse a los riesgos de un contexto de pobreza y violencia. Las condenas por abuso sexual son menores que las de robo de ganado.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Soledad sub¨ªa a las lanchas de los hombres del r¨ªo, cuando estos esperaban a que sus barcos fueran reparados en los astilleros. La explotaci¨®n sexual y el abuso de menores se convierte en una pr¨¢ctica de la que para muchas mujeres es dif¨ªcil escapar.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Soledad espera que sus hijos la recuerden como una mujer valiente que supo dejar las drogas con su propia fuerza de voluntad y que supo enfrentarse a la violencia que su pareja ejerce a¨²n sobre ella.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

La primera vez que abusaron de Soledad fue a los 10 a?os. Entonces, no ten¨ªan agua. Ella ten¨ªa que ir a recogerla a un surtidor. El due?o le daba dinero a cambio de dejarse tocar.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Muy pocos j¨®venes de Los Ba?ados llegan a la Universidad. El refuerzo escolar de proyectos como Mil Solidarios les ayuda a no abandonar las clases.

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Dos menores de edad dan a luz cada d¨ªa en Paraguay

Miguel Lizana (AECID) | Asunci¨®n, Paraguay

Cada d¨ªa, dos menores de edad dan a luz en Paraguay. Entre 600 y 700 cada a?o. El 19% de las madres adolescentes deja sus estudios. Soledad abandon¨® la educaci¨®n primaria en el tercer curso. Empez¨® a salir con hombres a cambio de dinero a los 10 a?os.

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Ad¨ªs Abeba Etiop¨ªa

Pa¨ªs con 100 millones de habitantes busca sistema sanitario universal

Por Carlos Laorden

En una rotonda mal asfaltada se ultima la construcci¨®n de un moderno edificio de tres plantas. Frente a ¨¦l, el restaurante Addis Ababa ofrece a los turistas la tradicional injera et¨ªope y cobra 23 birr (en torno a 0,8 euros) por una botella de litro y medio de agua. Inasequible para los vecinos que viven a mano derecha, en un amasijo de viviendas de cemento rematadas con tejados de uralita y aluminio. Por una galer¨ªa se llega a un patio, donde el agua que beben sus habitantes lleva casi dos a?os contaminada con heces y aguas fecales.

Es Zarespiki, en Ad¨ªs Abeba, la capital de Etiop¨ªa. El segundo pa¨ªs m¨¢s poblado de ?frica y, pese a su vertiginoso crecimiento econ¨®mico (por encima del 10% en la ¨²ltima d¨¦cada), uno de los ¨²ltimos en el ?ndice de Desarrollo Humano: es el 174? de 188. El cemento y el asfalto cubren casi toda la ciudad, cuya r¨¢pida expansi¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas ha dejado problemas estructurales como la falta de agua potable, la ausencia de saneamiento o la poluci¨®n. Son retos a?adidos a la desnutrici¨®n, las muertes infantiles y maternas, el VIH o la tuberculosis. Enormes problemas de salud que el Programa de Extensi¨®n Sanitaria, una ambiciosa iniciativa gubernamental que lleva 15 a?os en funcionamiento, trata de encarar inventando la forma de superar la falta de medios. El reto es enorme: atender las necesidades m¨¦dicas de los m¨¢s de 100 millones de et¨ªopes.

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Ad¨ªs Abeba Etiop¨ªa

¡°La cooperaci¨®n internacional es determinante¡±

Por Carlos Laorden

El ministro de Salud de Etiop¨ªa defiende las soluciones imaginativas para cubrir las enormes deficiencias de su sistema sanitario.

Yifru Berhan Mitke (Shoa del Norte, Etiop¨ªa, 1972) insiste en que lo suyo no es dirigir, sino investigar. O curar. "Pero me pidieron que fuera decano de la facultad, y luego ministro y ?qu¨¦ puedo hacer?", se preguntaba antes de la crisis pol¨ªtica que ha incluido la dimisi¨®n del primer ministro en su despacho del Ministerio de Salud et¨ªope, un modesto edificio de oficinas en el centro de la capital, Ad¨ªs Abeba. Ginec¨®logo y acad¨¦mico, Yifru ha pasado pr¨¢cticamente por todas las ramas del sistema de salud de su pa¨ªs, que se esfuerza por llegar a una poblaci¨®n de m¨¢s de 100 millones.

Su principal preocupaci¨®n desde que accedi¨® al cargo hace un a?o es la falta de personal m¨¦dico cualificado: solo hay 1.500 en todo el pa¨ªs, lo que sale a 70.000 pacientes por doctor. Y por eso defiende iniciativas como el Programa de Extensi¨®n Sanitaria, lanzado hace 15 a?os, u otros nuevos con los que, dice, Etiop¨ªa "innova" buscando soluciones para esa escasez de profesionales. "Aqu¨ª no nos limitamos a seguir las rutinas o pr¨¢cticas de otros pa¨ªses". En estos tres lustros, el programa de extensi¨®n ha formado a casi 40.000 "agentes sanitarios" para acercar la sanidad a los et¨ªopes.

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Ad¨ªs Abeba Etiop¨ªa

El Destino es volver al origen

Por Carlos Laorden

"Cuando llegas arriba, tienes que volver". Regresar para devolver al menos una parte de lo que has obtenido. Esa es la filosof¨ªa Adissu Demissie (1984) y Junaid Jemal Sendi (1986). O al menos, el destino circular que ellos mismos se han marcado. Estos dos bailarines et¨ªopes, a los que un golpe del destino sac¨® de la venta ambulante en las calles de Ad¨ªs Abeba para llevarlos a teatros de todo el mundo, est¨¢n convencidos de que deben dar a otros oportunidades de crecer, mejorar o encontrarse. Su herramienta: la danza. Su nombre: Destino.

"En 1996, Ad¨ªs Abeba no era como ahora. Hoy todav¨ªa ves ni?os por la calle, esnifando pegamento o fumando. Pero entonces los hab¨ªa a montones. Por todas las esquinas. Yo me pasaba todo el d¨ªa limpiando botas en la puerta del Black Lion, el principal hospital de la ciudad", recuerda en ingl¨¦s Adissu, rastas y voz pausada. "Y yo vend¨ªa pa?uelos por la calle", cuenta Junaid, m¨¢s bajo, compacto con melena afro.

En 1996 la vida no les hab¨ªa dado a¨²n la oportunidad de conocerse: ten¨ªan 12 y 10 a?os cuando la compa?¨ªa de danza brit¨¢nica Dance United desembarc¨® en la capital et¨ªope para un gran proyecto en torno a Carmina Burana. Y Adissu y Junaid estuvieron entre los 114 ni?os seleccionados para participar en la producci¨®n. A ra¨ªz de aquella experiencia, los brit¨¢nicos quisieron hacer algo por esos menores, y lanzaron un proyecto llamado Street Dreams. Adissu y Junaid de nuevo pasaron la criba y fueron dos de los 18 (12 chicos y 6 chicas) elegidos para una formaci¨®n de cinco a?os en danza contempor¨¢nea.

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Ziguinchor Senegal

La ablaci¨®n se cuela en las aulas

Por Jos¨¦ Naranjo

¡°Recibo a muchas mujeres que ni siquiera saben que est¨¢n mutiladas, se lo decimos nosotras cuando van a dar a luz¡±, asegura Ndeye Fatou Babou, matrona del Hospital de la Paz de Ziguinchor, en el sur de Senegal. Y explica las causas: ¡°Es un tema del que no se habla abiertamente, muchas de ellas lo han sufrido cuando son muy peque?as y no se acuerdan o lo han borrado de su mente al ser algo traum¨¢tico y, adem¨¢s, viven en un entorno donde es lo normal¡±. Para luchar contra el desconocimiento de las mutilaciones genitales femeninas y de sus nefastas consecuencias, en primer lugar entre los profesionales de la salud, la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n para el Desarrollo (Aecid) acaba de financiar con 190.000 euros en dos a?os un proyecto en la Universidad Assane Seck de Ziguinchor.

El pasado 13 de diciembre, durante la visita de la Reina de Espa?a a Senegal, Mahawa Doumbia, miembro del Comit¨¦ de Lucha contra la Violencia a las Mujeres (CLVF) se sub¨ªa al estrado en la Facultad de Medicina y empezaba a hablar con voz rotunda: ¡°Yo misma soy v¨ªctima de esta creencia ancestral¡±, dijo mientras el auditorio la escuchaba en un respetuoso silencio. ¡°Insist¨ª a mis padres para ir al bosque sagrado y acept¨¦ ser mutilada para que no me estigmatizaran. Luego comprend¨ª que es un ataque a nuestra dignidad¡±, a?adi¨®. D¨ªas despu¨¦s, do?a Letizia valoraba positivamente el esp¨ªritu de lucha de Doumbia y de otras mujeres y pon¨ªa el acento en la necesidad de dar a conocer el problema.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Asunci¨®n

Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

Una mujer con su ni?o en una consulta del centro de salud de Afincho Ber, en Ad¨ªs Abeba, la capital de Etiop¨ªa. El programa de extensi¨®n sanitaria de aquel pa¨ªs ha supuesto un aumento del n¨²mero de instalaciones, pero la escasez de personal cualificado ha obligado a recurrir a soluciones imaginativas, como rebajar la exigencia formativa para ciertas tareas. La puesta en marcha de un seguro sanitario universal es un reto a¨²n pendiente.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

Una mujer con su hija (segundo plano) espera a ser atendida en compa?¨ªa de dos extensionistas del programa de extensi¨®n sanitaria que la han acompa?ado hasta el centro de salud de Afincho Ber desde su barrio en Ad¨ªs Abeba, la capital de Etiop¨ªa.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

Una mujer entrega la tarjeta sanitaria que le debe dar derecho a recibir atenci¨®n gratuita para su hija en el centro de salud de Afincho Ber (Ad¨ªs Abeba, Etiop¨ªa).

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

Una mujer y su hija reciben atenci¨®n en el centro de salud de Afincho Ber, en Ad¨ªs Abeba (Etiop¨ªa).

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

Ad¨ªs Abeba, Etiopia. Un grupo de vecinas de la comunidad de Zareskipi se ayuda para preparar las especias que luego vender¨¢n en la calle para ganarse un ingreso.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

La comunidad de Zareskipi (Ad¨ªs Abeba, Etiop¨ªa) est¨¢ formada por 27 familias, algunas de ellas con hasta ocho miembros entre adultos y ni?os.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

En la comunidad de Ad¨ªs Abeba, la capital de Etiop¨ªa, tambi¨¦n viven mujeres mayores que no tienen hijos que las puedan apoyar econ¨®micamente. La mayor¨ªa se ve obligada a buscar peque?os trabajos para poder subsistir.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

El suministro de agua de estas 27 familias de Ad¨ªs Abeba (Etiop¨ªa) depende de una ¨²nica fuente, que no siempre funciona y que, cuando lo hace, sirve agua contaminada que los habitantes del lugar tienen que potabilizar con productos que les proporcionan las asistentes del centro sanitario.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

Mehdanit Zewedu, 29 a?os y a cargo de dos ni?os peque?os, es la l¨ªder de la comunidad. Participa en el programa de extensi¨®n sanitaria sirviendo de enlace entre la comunidad y la enfermera que les visita cada 15 d¨ªas.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Miguel Lizana (AECID) | Etiop¨ªa

La dificultad de acceso a agua limpia supone un grave riesgo para la comunidad. Uno de los problemas de salud mas frecuentes son las diarreas que, en el caso de los m¨¢s peque?os, pueden derivar en graves complicaciones.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

Maritu Mekonen, agente del Programa de Extensi¨®n Sanitaria, posa en el patio del centro de salud Afincho Ber en Ad¨ªs Abeba, Etiop¨ªa.

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Enfermeras ambulantes en Ad¨ªs Abeba

Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

Cada 15 d¨ªas, una extensionista del programa visita a las comunidades como esta. Se comparte un caf¨¦ junto a la lider de la comunidad y los vecinos, y se actualiza la situaci¨®n sanitaria del lugar.

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Gabriel Pecot | Etiop¨ªa

Assequeded Abegaz, 82 a?os, lleva 32 viviendo en esta comunidad de Ad¨ªs Abeba (Etiop¨ªa). Sufre de problemas pulmonares y g¨¢stricos.

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