El s¨®lido ¡®poder blando¡¯ del arte
El patrimonio art¨ªstico proporciona r¨¦ditos pol¨ªticos. El Louvre de Abu Dabi o la gira de obras del Prado por Espa?a son una muestra
El metraje muestra a Andr¨¦ Malraux, escritor de La condici¨®n humana, combatiente de la Resistencia, historiador de arte y ministro de Cultura de Francia, inclinando la cabeza hacia el o¨ªdo derecho de Jacqueline Kennedy. El pianista Eugene Istomin acababa de interpretar el tr¨ªo de Schubert en mi bemol mayor y la primera dama estadounidense deslumbraba como una supernova con un vestido de seda rosa del modisto Guy Douvier para Christian Dior. Malraux, esmoquin negro, ojeras intensas, le susurra: Je vais vous envoyer ¡®La Joconde¡¯ (¡°le voy a enviar La Gioconda¡±). Este es el incre¨ªble final de la cena de Estado que los Kennedy ofrecieron en la Casa Blanca al pol¨ªtico e intelectual galo. Ocurri¨® el 11 de mayo de 1962. Pronto estallar¨ªa la crisis de los misiles en Cuba y la Guerra Fr¨ªa congelar¨ªa el aliento del planeta. Pero el pr¨¦stamo de la obra de Leonardo da Vinci represent¨® un ¨¦xito pol¨ªtico. El presidente franc¨¦s, Charles de Gaulle, quiso tener un gesto con los estadounidenses, que desconfiaban de su programa nuclear. Y no exist¨ªa mejor embajador que la italiana Mona Lisa; icono de la superioridad cultural francesa y s¨ªmbolo de los valores occidentales.
Desde hace siglos, el arte sirve a los poderosos. Los emperadores de la Antigua Roma lo utilizaron para glorificar su relato, el dictador Josef Stalin impuso el realismo socialista como estilo vertebrador de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, mientras que la CIA contratacaba con el expresionismo abstracto de Jackson Pollock, Willem de Kooning y Mark Rothko. Pintores a los que con habilidad asoci¨® a la libertad de expresi¨®n estadounidense. ¡°Resulta dif¨ªcil no admirar a los empleados de la CIA por su infalible buen gusto¡±, admite Harald J?hner, cr¨ªtico de arte del Berliner Zeitung. La creaci¨®n pl¨¢stica exhi?be su poder para falsificar la realidad. Incluso la dictadura de Franco ¡ªa quien lo contempor¨¢neo le repel¨ªa¡ª emple¨® el informalismo (T¨¤pies, Saura, Guerrero) en su pertinaz falacia de contarle al mundo que Espa?a no era pobre, ni atrasada ni oscura.
Pasan los a?os, el mundo se ha transformado, pero arte y pol¨ªtica siguen viajando juntos. En el trayecto han cambiado muchas percepciones. La sociedad juzga el arte por su precio, las grandes franquicias culturales (Louvre, Guggenheim) imponen el canon, las instituciones buscan obras que atraigan visitantes, y el centro de gravedad se desplaza hacia los pa¨ªses ¨¢rabes. All¨ª entienden que el arte es el mensaje. ¡°En las ricas monarqu¨ªas petroleras del golfo P¨¦rsico, las colecciones son excusas para construir la identidad nacional y afianzar su nuevo estatus¡±, observa Joseph Nye, profesor de la Universidad de Harvard.
Muchas de esas fuerzas recorren el interior del Louvre de Abu Dabi, cuya propuesta es una historia de dos ciudades. En el inicio, el mejor de los tiempos. Este museo de las arenas refleja el final de las lecturas colonialistas y un cambio geopol¨ªtico. ¡°Estamos obligados a ver el mundo de forma muy diferente, con Europa o Estados Unidos en la periferia y no en el centro¡±, advierte en The Guardian Jean-Luc Mart¨ªnez, director del Louvre parisiense. Eso se siente al caminar por la nueva sede del museo, una neomedina del arquitecto franc¨¦s Jean Nouvel en Abu Dabi.
El poder quiere arte reconocible; quiere marcas, iconos. Tambi¨¦n n¨²meros. Se compite por adquirir obras que atraigan p¨²blico
Hay una mezcla de tiempos hist¨®ricos, relatos y culturas: piezas chinas, egipcias, italianas; un estimulante cruce de caminos imaginado por comisarios de distintos pa¨ªses. ¡°Es un enfoque pretendidamente anticolonial que intenta promover la tolerancia y el respeto¡±, se?ala Gail Lord, de la consultora Lord Cultural Resources. Una linde que traza el final del colonialismo bonapartista y la apropiaci¨®n cultural de Occidente. La b¨²squeda de un puente entre dos civilizaciones. ¡°El arte, adem¨¢s, como topograf¨ªa del nuevo mapa del capital internacional¡±, apostilla Gabriel P¨¦rez-Barreiro, comisario de la 33? Bienal de S?o Paulo.
El Louvre de Abu Dabi es un acuerdo excepcional firmado en 2007 entre Francia y la joven monarqu¨ªa de los petrod¨®lares. El emirato paga 974 millones de euros en concepto de alquiler, asesoramiento y pr¨¦stamo de obras. En contrapartida, 13 museos franceses ceden cientos de piezas durante 10 a?os. ?Luz en la era de las tinieblas? No. Solo un espejismo. ¡°El pacto se cerr¨® al tiempo que los Emiratos ?rabes Unidos acced¨ªan a establecer y financiar una base militar francesa en Abu Dabi y despu¨¦s de haber comprado una cantidad significativa de armas a Francia¡±, recuerda la historiadora de arte Maymanah Farhat. Esas nubes negras forman una tormenta de arena. ¡°Me pregunto c¨®mo debemos celebrar la inauguraci¨®n de un museo en un pa¨ªs que no respeta las libertades fundamentales del individuo¡±, critica Bartomeu Mar¨ª, director del Museo Nacional de Arte Contempor¨¢neo de Se¨²l.
Debilitados sus pilares, los museos pierden la capacidad de resistencia y su discurso se torna manso. ¡°Lo terrible es que esta relaci¨®n entre arte y poder se basa en apoyar a los arquitectos m¨¢s transgresores, a los artistas de mayor prestigio. Toda esta estrategia parece radical, abierta y progresista, pero oculta estructuras autoritarias donde todo se reduce a contar que en el arte lo ¨²nico que posee valor es lo que tiene ¨¦xito¡±, lamenta Manuel Borja-Villel, responsable del Museo Reina Sof¨ªa. ¡°Las colecciones terminan siendo un cat¨¢logo de Vuitton¡±.
El poder quiere arte reconocible; quiere marcas, iconos. Tambi¨¦n n¨²meros. Sometidas a esta presi¨®n, las instituciones compiten por adquirir obras que atraigan p¨²blico y dinero. Axel R¨¹ger, director del Museo Van Gogh de ?msterdam, admite que la lista de galer¨ªas extranjeras que le piden pinturas es m¨¢s larga que su brazo. Este mundo se fractura entre quienes poseen obras ic¨®nicas y quienes no. Y ya no es solo un relato de dinero (el Museo Picasso de Par¨ªs ingresa 30 millones de euros gracias a los pr¨¦stamos al extranjero), sino de banderas; de militar en el G7 del arte; de destacar en un mundo global. ¡°En las pr¨¢cticas de los museos internacionales existe mucho de negocio, pero tambi¨¦n intentos sinceros de conciliar oportunidades financieras con aut¨¦ntica diplomacia cultural¡±, defiende Miguel Zugaza, responsable del Museo de Bellas Artes de Bilbao y antiguo director del Prado.
Como si le escuchara, la pinacoteca madrile?a enviar¨¢ este a?o 70 piezas (Vel¨¢zquez, Murillo, Rubens) a Jap¨®n a cambio de m¨¢s de dos millones de euros. El museo preferir¨ªa que no viajasen, pero necesitan ingresos. Una evidencia de que ¡°en la contienda de la cultura contra el capital, de momento, gana el capital¡±, resume el chileno Alfredo Jaar, una de las principales miradas del arte pol¨ªtico de Am¨¦rica Latina. Tambi¨¦n vence la diplomacia.
El Banco de Espa?a ha llevado por primera vez su colecci¨®n a Marruecos. M¨¢s de 80 piezas hilan la muestra De Goya a nuestros d¨ªas en el Museo Mohamed VI. Una visita guiada a la creaci¨®n espa?ola, sobre todo, del ¨²ltimo medio siglo. Aunque tambi¨¦n un ejercicio de soft-power o poder blando (¡°la habilidad de conseguir lo que quieres a trav¨¦s de la atracci¨®n¡±, seg¨²n Joseph Nye, quien acu?¨® el t¨¦rmino en 1990). Es la reivindicaci¨®n del arte como pespunte de los girones pol¨ªticos fuera y dentro. Por eso, el Prado prepara para 2019 De Gira por Espa?a, una iniciativa que har¨¢ que la pinacoteca ceda una obra de ¡°especial relevancia¡± durante un mes a cada comunidad aut¨®noma. ?Una fuerza centr¨ªpeta frente al movimiento centr¨ªfugo del secesionismo? Maestros antiguos al rescate de problemas nuevos.
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