El problema con el ¡®narco bueno¡¯: ?glorificamos el crimen o humanizamos al delincuente?
La televisi¨®n ha vuelto a descubrir al antih¨¦roe como protagonista en series como ¡®Mano de hierro¡¯ o ¡®Clanes¡¯. Y nadie encaja mejor en ese concepto que los traficantes. La duda es si la ficci¨®n blanquea a delincuentes o si simplemente hemos entendido que la vida no va de buenos y malos
Si M¨¦xico tuvo a su Chapo Guzm¨¢n y Colombia a su Pablo Escobar, Espa?a ha tenido a sus Charlines, su Laureano Oubi?a o su Sito Mi?anco. No una aristocracia criminal, pero s¨ª una rutilante clase media. Los narcotraficantes forman parte de nuestro folklore nacional, son figuras familiares que gozan de un cierto arraigo. Eso explicar¨ªa lo bien que ha acabado cuajando en Espa?a ese genuino producto latinoamericano que son las narcoseries. No solo las importamos con fruici¨®n, de Sin tetas no hay para¨ªso a Narcos. Tambi¨¦n las producimos con diligencia. La ¨²ltima es Mano de hierro, estrenada en Netflix el 15 de mayo. Muy pronto se unir¨¢n los narcos gallegos de Clanes, otra ficci¨®n de Netflix. Y no mucho antes llegaron Perdida, El pr¨ªncipe, Hache, Gigantes, Vivir sin permiso, Entrev¨ªas, El ni?o (la pel¨ªcula) y Los Farad. La novedad (relativa) es que nuestros nuevos narcos de ficci¨®n ya no son villanos. Hoy son, cada vez m¨¢s, protagonistas.
Muchas series presentan a personajes que se mueven en el confuso espectro que va del buen narco (¨ªntegro a su manera, con un sentido tribal de la lealtad, preferible, en muchos casos, a la caterva de polic¨ªas corruptos y amorales que le hostiga), al encantador rufi¨¢n, el sublime descarriado para el que una redenci¨®n a tiempo no parece del todo imposible, en la estela de ese El Duque de Miguel ?ngel Silvestre que convirti¨® la versi¨®n espa?ola de Sin tetas no hay para¨ªso en un fen¨®meno de masas.
Alberto Nahum Garc¨ªa, profesor de Cine y Televisi¨®n en la Universidad de Navarra, atribuye la proliferaci¨®n del buen narco a que ¡°las series dram¨¢ticas espa?olas han entrado por fin, con varios a?os de retraso, en esa moderna era del antih¨¦roe que se hizo evidente en Estados Unidos en torno a 1999, con productos como The Wire, Deadwood o Los Soprano¡±. Garc¨ªa no considera que El pr¨ªncipe, Vivir sin permiso o Gigantes hayan incurrido en una banalizaci¨®n o (a¨²n menos) glorificaci¨®n de la delincuencia: ¡°Al contrario. Han asumido el reto de mostrarnos a criminales arquet¨ªpicos desde una ¨®ptica compleja y nada complaciente, como seres humanos contradictorios, con rasgos y comportamientos que los condenan, los humanizan o los redimen¡±.
Para ese cambio hubo que esperar al desembarco masivo en nuestras pantallas de las modernas plataformas audiovisuales, que nos trajeron hitos de factura estadounidense: Breaking Bad, que llevaba la ambig¨¹edad moral a cuotas in¨¦ditas, al igual que la muy influyente Narcos, o Snowfall, una ficci¨®n m¨¢s minoritaria, pero muy certera, que mostraba la epidemia del crack de los ochenta desde la perspectiva de un joven antih¨¦roe seductor. Las narcoficciones espa?olas est¨¢n empezando a hacer hallazgos parecidos. Para Alberto Nah¨²m Garc¨ªa, ¡°presentar a los narcos como meros supervivientes en un universo darwinista, en el que el bien y el mal son categor¨ªas relativas supone, sin duda, una pirueta de un cierto riesgo que puede molestar a los espectadores menos tolerantes con la sutileza o a los que creen que las ficciones deben asumir una cierta responsabilidad social y educar a sus audiencias. Esta ¨²ltima es una idea que vuelve a estar en boga, incluso entre los acad¨¦micos, pero yo no la comparto. Al menos no del todo¡±.
Todo tiene precedentes. No solo El Duque, sutil infiltrado en una ficci¨®n de corte cl¨¢sico y, hasta cierto punto ingenua. Tambi¨¦n el Tony Montana de Al Pacino en Scarface, psic¨®pata inmisericorde, pero mostrado desde una proximidad que, parad¨®jicamente, le humaniza. ¡°O Hannibal Lecter¡±, a?ade Garc¨ªa. ¡°Y Michael Corleone¡±. En el fondo, si los narcos se prestan (en la ficci¨®n) a una mirada redentora es porque pueden ser a la vez criminales despiadados y buenos padres, buenos amantes, buenos vecinos, l¨ªderes comunitarios, rom¨¢nticos empedernidos. Despu¨¦s de todo, en el universo materialista y descre¨ªdo en que se desarrollan la mayor¨ªa de estas ficciones, la medida del ¨¦xito de cualquier proyecto humano es el dinero, asociado al poder, el respeto y el estilo de vida que el dinero proporciona. El Oskar de Los Farad o el Faruk de El pr¨ªncipe no son villanos, sino seres humanos a los que las circunstancias plantean dilemas ¨¦ticos para los que no siempre encuentran respuestas adecuadas. A falta de arist¨®cratas del crimen, as¨ª son nuestros antiheroicos narcotraficantes de clase media.
Todo llega: Antih¨¦roes de tele por cable
Fueron las cadenas de pago las que cambiaron el juego. La presencia del antihéroe audiovisual puede rastrearse desde los orígenes del cine. Pero empezó a convertirse en prevalente a partir de la contracultura de los sesenta, “cuando el cine empezó a dejar atrás su edad de la inocencia”, dice el profesor Nahum García. Las ficciones televisivas siguieron aferrándose unos años más a la lógica maniquea de héroes y villanos. Pero, según el libro Prime Time: Las mejores series de TV americanas de CSI a Los Soprano, de Concepción Cascajosa Virino, la irrupción de las cadenas por cable como productoras de ficciones orientadas a un público refinado y exigente acabó cambiando las reglas del juego.
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