Javier Utray en un espejo de mil lunas
El CA2M dedica una amplia muestra al polifac¨¦tico artista madrile?o, que 13 a?os despu¨¦s de su muerte segu¨ªa pendiente de alcanzar el reconocimiento institucional
Javier Utray (1945-2008) era probablemente la ¨²ltima figura destacada de su generaci¨®n pendiente de alcanzar esa modesta porci¨®n de posteridad que para todo artista representa exponer en un museo. M¨¢s modesta y menguante desde que Paul Val¨¦ry advirti¨® en 1931: ¡°Entre las muchas creencias moribundas, una ha desaparecido ya: la creencia en la posteridad¡±. El reconocimiento tard¨ªo es el precio que pagan heterodoxos, diletantes y camale¨®nicos artistas con pretensi¨®n de totales como Javier Utray, suma de poeta, pintor, m¨²sico, arquitecto y performer, adem¨¢s de fil¨®sofo. Y tal vez era el fil¨®sofo el encargado de orquestar el trabajo de los dem¨¢s obreros, reunidos cada jornada en el cuarto de juguetes de su mente. ?Reunidos, para qu¨¦? Sin duda, para ejercitar aquel ¡°prop¨®sito de durar¡± que Val¨¦ry consideraba ya extinto hace 90 a?os y reivindicar as¨ª la ¡°cuota de inmortalidad terrena a la que necesariamente aspiraba la ¨¦poca moderna¡±, seg¨²n se?al¨® Hannah Arendt en uno de los ensayos de Entre el pasado y el futuro.
Calibrada con la proporci¨®n exacta de humor y seriedad que distingui¨® al protagonista, la exposici¨®n en el CA2M de M¨®stoles refleja de forma di¨¢fana la fidelidad de Utray a las ra¨ªces del movimiento moderno, indisociables para ¨¦l de la l¨ªnea geneal¨®gica iniciada por Duchamp y prolongada por Cage, junto a los cuales le vemos posar aqu¨ª y all¨¢, en una suerte de juego de espejos fotogr¨¢fico. Las paredes est¨¢n repletas de pintura ¡ªno toda de su cosecha¡ª, pese a tratarse de un devoto duchampiano, orgulloso de pintar por tel¨¦fono y ¡°sin mancharse las manos¡±, como constataba hace dos d¨¦cadas el cr¨ªtico Mariano Navarro, responsable hoy, junto a Andr¨¦s Mengs, del comisariado de la muestra. Tarea nada f¨¢cil, por la complejidad de una obra que habr¨ªa soportado mal el abigarramiento de propuestas como Los Esquizos de Madrid: Figuraci¨®n madrile?a de los 70, muestra colectiva vista en el Museo Reina Sof¨ªa en 2009, donde la participaci¨®n de nuestro artista ten¨ªa, por lo dem¨¢s, car¨¢cter secundario. Una bater¨ªa de vitrinas ampl¨ªa la vibraci¨®n gr¨¢fica de las salas con cuadernos exquisitos y vestigios de algunas aventuras period¨ªsticas (El Paseante, El Europeo) que le permitieron confraternizar con John Cale, Remo Bodei o Seamus Heaney, entre otros muchos m¨²sicos, fil¨®sofos y poetas. Son los restos de un naufragio sin pizca de melancol¨ªa, salvo aquella que pueda llevar consigo el visitante.
Ahora que todos tenemos quemadas las pupilas y que el solipsismo digital avanza m¨¢s raudo que nunca, es el momento id¨®neo para internarse en el laberinto tejido por este mundano ermita?o, siempre absorto y siempre rodeado de amigos, que en el ¨²ltimo lustro del siglo XX, inmediatamente despu¨¦s de su irrupci¨®n masiva en nuestras sociedades, identific¨® los tel¨¦fonos m¨®viles con el signo del esclavo. Clarividencia de alguien que hab¨ªa explorado las posibilidades emancipadoras de la telefon¨ªa en un inaudito Concierto para centralita y varias extensiones telef¨®nicas, que un pu?ado de bienaventurados tuvimos oportunidad de escuchar en el Teatro Pradillo de Madrid, sin que a nadie se le ocurriera la brillante idea de grabarlo para la posteridad.
En el cat¨¢logo de Los Esquizos de Madrid, Juan Manuel Bonet describ¨ªa telegr¨¢ficamente algunos rasgos del autor: ¡°Figura secreta, enigm¨¢tica, con un punto dad¨¢. Clave en relaci¨®n con Alcolea, quien lo retrat¨®¡±. Ah¨ª est¨¢, como testimonio de esa afinidad, el lienzo de Carlos Alcolea (1949-1992), tan vivo que los labios del modelo parecen no haber terminado a¨²n de saborear el ¨²ltimo trago: Los cinco sentidos. Retrato de Javier Utray (1988), antesala del sinf¨®nico Grupo de personas en un atrio o alegor¨ªa del arte y de la vida o del presente y del futuro (1976), radiante cristalizaci¨®n de la memoria emanada del instinto precursor de Guillermo P¨¦rez Villalta. Y ah¨ª est¨¢n los cuadros de sus compa?eros de viaje: Juan Navarro Baldeweg, Santiago Serrano, Carlos Franco, Chema Cobo, como si hubieran ido prest¨¢ndose unos a otros la misma paleta.
Ah¨ª est¨¢n las producciones audiovisuales, la complicidad magn¨¦tica de Paloma Chamorro (1949-2017), las sucesivas exposiciones en la Galer¨ªa Moriarty, una tirada de dados tras otra. Ah¨ª est¨¢ tambi¨¦n la presencia vertiginosa de Nacho Criado (1943-2010), con su visi¨®n del firmamento de la modernidad hecho a?icos: No es la voz que clama en el desierto (1990). Y ah¨ª est¨¢, impregn¨¢ndolo todo, el radical infantilismo que Utray comparti¨® con otros dandis ilustres de la contracultura madrile?a, desde Sigfrido Mart¨ªn Begu¨¦ (1959-2011), duchampiano empedernido, hasta Iv¨¢n Zulueta (1943-2009), pasando por Jos¨¦ Luis Brea (1957-2010) o Jos¨¦ Manuel Costa (1949-2018). Todos ellos fueron fervientes incondicionales de un esp¨ªritu de vanguardia que, en el caso de Javier Utray, incorporaba una genuina y desconcertante deriva: la fascinaci¨®n por el ¡°ideal griego de paideia, es decir, por la educaci¨®n real y aut¨¦ntica del pueblo¡±, como declaraba en 1990 y recalcaba en 1997: ¡°La ¨²nica revoluci¨®n pendiente es la paideia, una voluntad tit¨¢nica de educaci¨®n¡±. De qu¨¦ modo hacerla es lo que ahora me gustar¨ªa preguntarle. Acaso comenzar¨ªa por ¡°exigir espacios donde convivir con nuestra imaginaci¨®n¡±, como le o¨ªmos predicar en uno de los v¨ªdeos. O por recitar los versos de su Don de l¨¢grimas: ¡°El gran tesoro / secreto y divino / del mundo / es lo que saben / los que no saben decirlo¡±.
Entre sus m¨²ltiples atribuciones, tampoco falt¨® la de or¨¢culo generacional. ¡°Hemos jugado con plena conciencia de que los tiempos eran malos e iban a peor¡±, recapitulaba en 1994. Tres a?os despu¨¦s, Javier Maderuelo le saludaba en estas mismas p¨¢ginas como ¡°cabeza visible de la agotada posmodernidad madrile?a¡±; cinco m¨¢s tarde, Miguel Cereceda anotaba: ¡°Busca la provocaci¨®n intelectual, desafiando nuestro c¨®digo de percepci¨®n, interrogando la mirada y volvi¨¦ndola contra s¨ª misma¡±. Aqu¨ª est¨¢n, en efecto, esa calavera visible y esa mirada reversible, en la tercera planta del CA2M, espacio de encuentro diferido del artista con la diezmada posteridad que todos encarnamos. ¡°La inmortalidad¡± ¡ªsusurra la voz filos¨®fica de Arendt¡ª ¡°ha huido del mundo para encontrar una morada incierta en la oscuridad del coraz¨®n humano, que a¨²n tiene la capacidad de recordar y decir: para siempre¡±.
¡®Javier Utray. Un retrato anam¨®rfico¡¯. CA2M. M¨®stoles (Madrid). Hasta el 11 de julio.
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