De la semilla...
A la boca. Un camino que parece sencillo. Se cultiva. Se cosecha. Se env¨ªa a los mercados. Se compra. Y se come. Todo bien. Y a¨²n suena mejor al saber que, con ese proceso, m¨¢s la pesca y la cr¨ªa de animales, cada a?o se produce casi el doble ¡ª?casi el doble!¡ª de los alimentos que hacen falta para que los m¨¢s de 7.300 millones de personas que habitan la Tierra comamos adecuadamente. Todo muy bien.
Pero hay otra cifra demoledora que choca con la anterior: 793 millones de personas pasan hambre. Demoledora, y tan mareante que uno se pierde y puede no llegar a valorarla. Pero es m¨¢s de uno de cada diez seres humanos. Dif¨ªcil hacerse a la idea. Eso es m¨¢s que todos los habitantes de Am¨¦rica Latina. M¨¢s del doble de la poblaci¨®n de la zona euro. Toda esa gente no come lo suficiente, pese a que es un derecho humano. Y por eso tiene problemas de desarrollo, sufre enfermedades, sobrevive en lugar de vivir, o muere por causas directa o indirectamente relacionadas con la falta de comida.
As¨ª que no todo est¨¢ bien. Ni mucho menos. Algo falla, algo se pierde, algo se desv¨ªa en ese camino ¡ªaparentemente sencillo¡ª desde la semilla hasta la boca para acabar desembocando en semejante incongruencia. Hoy, ¡°el problema no es producir m¨¢s a nivel global, sino que llegue al est¨®mago del que tiene hambre¡±, recalca Jos¨¦ Esquinas, profesor en la Universidad Internacional de Ciencias Gastron¨®micas de Pollenzo y exdirector de la c¨¢tedra de estudios Hambre y Pobreza de la Universidad de C¨®rdoba (Espa?a).
Eso es lo que se conoce como seguridad alimentaria. Esto es: que haya comida disponible y que uno disponga del modo de conseguirla (para empezar, dinero para pagarla). Tambi¨¦n que esos alimentos sean suficientes, inocuos y nutritivos para que el cuerpo obtenga la energ¨ªa y nutrientes necesarios para su vida diaria (comer cosas insanas que provocan obesidad o diabetes tambi¨¦n es malnutrici¨®n).Y que todo esto sea estable y continuado en el tiempo y no una angustiosa incertidumbre. Empecemos por el principio.
" Cada a?o se produce el doble de alimentos necesarios para alimentar a todo el mundo
Este trayecto, tantas veces infructuoso, comienza en la mayor¨ªa de los casos ¡ªpesca aparte¡ª por la semilla, la base de la producci¨®n agr¨ªcola y el origen del alimento de los animales que luego se convertir¨¢n tambi¨¦n en comida. Unas semillas que se tiende a uniformizar. Las regulaciones internacionales de la Organizaci¨®n Mundial del Comercio y de la Uni¨®n Europea establecen que para poder sembrar, vender o intercambiar semillas, estas tienen que cumplir con el criterio DUS (Distinci¨®n, Uniformidad y Estabilidad). ¡°Y las semillas de los agricultores tradicionales no son uniformes ni estables. Han evolucionado a lo largo de siglos y esa es su gran riqueza: su diversidad interna, que es la que les confiere su capacidad de adaptaci¨®n¡±, se?ala Esquinas, uno de los impulsores del convenio internacional conocido como el tratado de las semillas.
Eso hace que miles de peque?os agricultores tengan dificultades para resembrar y comercializar su propia simiente. Pueden comprar semillas certificadas pero, adem¨¢s de ser uniformes, les supone un coste extraordinario. Aqu¨ª aparece tambi¨¦n el problema de los derechos de propiedad intelectual, o copyright de la simiente. Las grandes compa?¨ªas del sector, como Bayer-Monsanto o ChemChina-Syngenta, patentan sus semillas y obligan a los agricultores a pagar por ellas cada a?o y generan una relaci¨®n de dependencia. Un caso evidente de esta tendencia es el de los organismos gen¨¦ticamente modificados, m¨¢s conocidos como transg¨¦nicos. Todo esto deja a los peque?os productores con menos dinero para invertir en su propia alimentaci¨®n, y adem¨¢s eleva sus costes. Y no hay que olvidar que, a nivel mundial, el 75% de la comida que s¨ª llega a la boca no proviene de grandes explotaciones, sino de las peque?as o de la agricultura familiar.
Esta uniformizaci¨®n tambi¨¦n contribuye a una peligrosa p¨¦rdida de biodiversidad. Seg¨²n datos de la FAO (organizaci¨®n de la ONU para la alimentaci¨®n y la agricultura), a lo largo de la historia la humanidad ha utilizado entre 8.000 y 10.000 especies distintas para alimentarse. Hoy se producen y distribuyen comercialmente alrededor de 150. Y el 60% de las calor¨ªas que consumimos vienen de solo cuatro especies: el trigo, el ma¨ªz, el arroz y las patatas. Y tambi¨¦n se utilizan cada vez menos variedades dentro de la misma especie. ¡°Pero necesitamos variedades resistentes al calor, al fr¨ªo, a la humedad, a las distintas enfermedades¡¡±, defiende Esquinas. ¡°La uniformidad incrementa la vulnerabilidad, mientras la diversidad aumenta la resiliencia y la capacidad de adaptaci¨®n¡±. Cada vez hay m¨¢s ojos mirando a variedades adaptadas y a especies olvidadas que puedan responder adecuadamente a otro de los grandes retos de la alimentaci¨®n: el cambio clim¨¢tico. ¡°Hay que aprovechar y valorar los conocimientos agr¨ªcolas tradicionales, como los de los pueblos ind¨ªgenas¡±, reclama Jean Balie, economista de la propia FAO.
Porque los fen¨®menos meteorol¨®gicos extremos, como inundaciones, huracanes, sequ¨ªas, parecen ser la ¡°nueva normalidad¡±. Estos, y el cambio de los patrones clim¨¢ticos, afectan gravemente a pa¨ªses en los que la seguridad alimentaria ya es fr¨¢gil. ¡°Este es quiz¨¢ el mayor reto para cumplir con los objetivos que el mundo se ha marcado hasta 2030¡±, opina Antonio Salort-Pons, responsable del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Espa?a. Hablamos de El Ni?o, y de la destrucci¨®n sembrada por el hurac¨¢n Matthew en Hait¨ª. De las inundaciones que arrasan cosechas en Pap¨²a Nueva Guinea o Timor Oriental. O de la persistente sequ¨ªa que azota a Etiop¨ªa, Malawi o Guatemala.
En much¨ªsimos pa¨ªses de ?frica, Asia y Centroam¨¦rica sigue habiendo millones de agricultores cuyos cultivos dependen del agua de la lluvia. ¡°En esos casos hay que pensar en sistemas de riego por goteo, o en plantar variedades resistentes a la sequ¨ªa¡±, como defiende Macharia Kamau, enviado de la ONU para el clima. Y adem¨¢s, explorar t¨¦cnicas de conservaci¨®n de agua, construir sistemas de regad¨ªo eficientes¡ Para responder a todos los desastres meteorol¨®gicos es b¨¢sico mejorar la capacidad de esos peque?os agricultores ¡ªquienes realmente alimentan al mundo¡ª para sobreponerse a una mala cosecha. Es decir, cultivar la famosa resiliencia.
Las soluciones requieren inversi¨®n y formaci¨®n. Como capacitar a estos productores para que puedan encontrar otras fuentes de ingresos (por ejemplo, procesando ellos mismos sus alimentos para darles valor a?adido) y para que obtengan el m¨¢ximo provecho de su trabajo. ¡°Hay que facilitar el acceso a abonos, a tecnolog¨ªa, a cr¨¦dito¡¡±, defiende Amador G¨®mez, director t¨¦cnico de Acci¨®n contra el Hambre en Espa?a. ¡°Luego el agricultor debe poder decidir qu¨¦ quiere usar y qu¨¦ no. Pero es importante que, est¨¦ donde est¨¦, tenga la opci¨®n de comprar un abono o una herramienta concreta¡±, a?ade Balie, ¡°y los costes, por ahora, son demasiado altos¡±.
Ese c¨®ctel de formaci¨®n, inversi¨®n en nuevas tecnolog¨ªas y acceso a insumos de calidad es b¨¢sico para que muchos de estos peque?os productores puedan quitarse el apellido de subsistencia. Es decir, que su producci¨®n les alcance para algo m¨¢s que para alimentarse ellos mismos y salir adelante. Como entrar en otros peque?os negocios que les permitan estar a salvo si su producci¨®n se va a pique o mejorar sus condiciones de vida¡ Pero invertir en investigaci¨®n o infraestructuras para mejorar la productividad de los peque?os agricultores, que por lo general no pueden pagar mucho por ello, ¡°no es un negocio econ¨®micamente rentable¡±, critica Esquinas.
En cualquier caso, imaginando que uno tenga un clima benigno y acceso a semillas y a todos esos elementos necesarios para producir arroz, tomates o yuca, a¨²n le faltar¨ªa otro ingrediente b¨¢sico: la tierra. ¡°En muchos pa¨ªses africanos no hay un mercado de tierra eficaz y transparente. O directamente no existe tal mercado¡±, lamenta Balie. Y no solo ocurre en ?frica: millones de peque?os agricultores o ganaderos trabajan sobre campos cuya propiedad no tienen garantizada por ninguna ley o t¨ªtulo. Terreno abonado para que los gobiernos o los poderosos locales hagan negocio vendiendo tierras que oficialmente no son de nadie a grandes empresas o inversores, por lo general extranjeros. Y los agricultores locales pierden as¨ª el sustrato donde crec¨ªan su alimento y su futuro.
"¡°Es inaceptable que haya ciudades sitiadas en el mundo o gente a la que no puede llegar la asistencia alimentaria¡±
Siguiendo ese recorrido de la semilla que da fruto, el conflicto puede cruzarse en nuestro camino. Un terrible c¨ªrculo vicioso. Porque la guerra provoca falta de comida (p¨¦rdida de cosechas, de animales, de tierras, desaparici¨®n de los mercados, problemas de transporte¡), y la falta de comida provoca guerra (migraciones, invasi¨®n de territorios, disputas por los recursos¡). ¡°La pobreza y el hambre son el caldo de cultivo de los grandes males del mundo¡±, asevera Esquinas. La inestabilidad pol¨ªtica es una gran barrera para la seguridad alimentaria. Y eso cuando no se utiliza directamente el hambre como arma de guerra. ¡°Me preocupa mucho que ¨²ltimamente no se permita siquiera el acceso humanitario¡±, censura Salort-Pons, cuya agencia ¡ªel PMA¡ª se encarga de llevar provisiones a los lugares en crisis. ¡°Es inaceptable que haya ciudades sitiadas en el mundo o gente a la que no pueden llegar los alimentos. Los corredores humanitarios salvan vidas¡±.
Pero pongamos que tambi¨¦n tenemos tierra, y paz. Y que conseguimos una cosecha abundante. Quiz¨¢ esos agricultores puedan reservar una parte para comer ellos, si es que se puede conservar en condiciones. Pero el resto tienen que venderlo para obtener recursos. Y en esta segunda etapa del camino surgen de nuevo innumerables problemas.
El primero es el acceso a los mercados. Una cosa son los mercados de cercan¨ªa, del pueblo, de la aldea, de la zona. A veces es dif¨ªcil llegar a estos. La falta de carreteras y de medios de transporte hace habitual la imagen de agricultores cargando decenas de kilos de frutas o verduras hasta el lugar de venta. Caminando kil¨®metros hasta poder vender. As¨ª que imaginemos lo que cuesta llegar a las grandes urbes, o a los mercados internacionales. ¡°Hay que trabajar m¨¢s sobre ese nexo entre productores y distribuidores¡±, aboga Balie. ¡°Sobre todo, en las peque?as ciudades que es donde la producci¨®n se junta antes de salir para las grandes.
G¨®mez, de Acci¨®n contra el Hambre, coincide: ¡°El v¨ªnculo con empresas de car¨¢cter medio que procesen los alimentos ayuda a que los peque?os agricultores no queden marginados al autoconsumo o la venta local¡±. En este punto tambi¨¦n es positiva la formaci¨®n de cooperativas o la asociaci¨®n de productores para poder afrontar con m¨¢s garant¨ªas esa entrada en el mercado.
Pero entonces surge otro (gran) obst¨¢culo. De nuevo por falta de recursos. No hay medios ni tecnolog¨ªa para conservar los alimentos a la espera del mejor momento para venderlos, o para transportarlos a largas distancias sin que se estropeen. Las p¨¦rdidas poscosecha ¡ªcuando los alimentos se echan a perder antes de llegar al consumidor¡ª que se producen en Am¨¦rica Latina y ?frica podr¨ªan alimentar a 600 millones de personas al a?o. Por eso, muchos productores se ven obligados a vender cuanto antes, aunque los precios est¨¦n muy bajos y no le vayan a sacar el m¨¢ximo partido a sus productos.
Adem¨¢s, a medida que la cadena de valor avanza, en muchos pa¨ªses con problemas de institucionalidad hay que lidiar con trabas administrativas, cuando no con impuestos desproporcionados o directamente con el pago de sobornos. Todos estos costes extra se van cargando sobre el producto. ¡°Hay estudios que demuestran que en muchos pa¨ªses africanos los problemas de tr¨¢nsito y acceso a mercados hacen que el productor gane entre un 30% y un 60% menos¡±, apunta Balie. Un porcentaje que, cuando uno gasta 7 de cada 10 euros que ingresa en comer, puede suponer una diferencia vital. Una vez m¨¢s, el motivo es que los gobiernos no tienen recursos para afrontar esas inversiones y el sector privado no lo ve suficientemente rentable.
Todo esto limita el precio que los agricultores pueden obtener por su trabajo y su producto. Pero no limita del mismo modo el que ellos o sus conciudadanos tienen que pagar para comprar comida. La mayor interconexi¨®n de los mercados internacionales y el estallido de la burbuja inmobiliaria ¡ªque llev¨® a muchos inversores a buscar la rentabilidad especulando en el sector agroalimentario¡ª, unidos a la incertidumbre del cambio clim¨¢tico y la inestabilidad que generan los conflictos, han hecho que los precios de las commodities alimenticias sean cada vez m¨¢s vol¨¢tiles. Y que millones de personas que dependen de las importaciones para comer queden expuestas sin protecci¨®n a los vaivenes del mercado y las maniobras especulativas. Un baj¨®n o un repunte puede hacer que los precios de los alimentos b¨¢sicos se multipliquen por dos o por tres, como ocurri¨® entre 2008 y 2009. Un aumento fatal.
Otro condicionante es el modelo de consumo y distribuci¨®n en la mayor¨ªa de los pa¨ªses desarrollados, que hace que a veces compense econ¨®micamente (o incluso parezca necesario) tirar alimentos por motivos comerciales. Como ocurre con mayoristas, minoristas y hosteler¨ªa. Y tambi¨¦n en los hogares. En Espa?a, por ejemplo, se desperdicia en toda la cadena el equivalente a 169 kilos de comida por habitante al a?o. Dicho de otro modo, con lo que los europeos tiran a la basura comer¨ªan 200 millones de personas. ¡°Tenemos que cambiar nuestro estilo de vida hacia un consumo sostenible¡±, reclama Amparo Novo, directora de la c¨¢tedra de Gobernanza global alimentaria en la Universidad de Oviedo. ¡°Otro riesgo es la creciente demanda de carne y prote¨ªnas animales. Esa dieta occidental supone m¨¢s presi¨®n para la agricultura¡±, comenta G¨®mez, de Acci¨®n contra el Hambre. Lo mismo ocurre con el uso de tierra cultivable para producir biocombustibles.
"¡°Al comprar un producto u otro estamos premiando o castigando las pr¨¢cticas de las empresas¡±
Pero uno se puede preguntar: ante un desaf¨ªo de tal magnitud como acabar con el hambre, ?qu¨¦ puedo hacer yo? ¡°Al comprar un producto u otro estamos premiando o castigando las pr¨¢cticas de las empresas¡±, sostiene Novo. ¡°Como consumidores tomamos decisiones que pueden mejorar las condiciones de agricultores, pescadores o ganaderos en todo el mundo¡±. Esquinas llama a hacer del carro de la compra un ¡°carro de combate¡± contra el hambre. Y la profesora Novo cree que el ticket del supermercado o del restaurante pueden ser otro tipo de papeleta de voto, que sirva para influir sobre el sistema e impulsar la voluntad pol¨ªtica de los gobiernos hacia el fin de esta lacra.
¡°Por primera vez sabemos c¨®mo superar el problema del hambre, y no superarlo ser¨ªa una verg¨¹enza para esta generaci¨®n¡±, dijo el presidente de Estados Unidos en el Congreso Mundial de la Alimentaci¨®n. ¡°Hay que movilizar el talento, la voluntad y el inter¨¦s (¡) y requiere la atenci¨®n prioritaria de todos esta d¨¦cada¡±. No son palabras de Barack Obama hace unos meses, sino de John F. Kennedy en 1963. Pero a¨²n hoy, el presupuesto ordinario de la FAO ¡ªla agencia de la ONU que debe liderar la lucha contra el hambre¡ª para ocho a?os equivale a lo que el mundo gasta en armamento en un solo d¨ªa. Mientras, producimos el doble de la comida necesaria, y 793 millones de personas siguen pasando hambre. ?D¨®nde est¨¢ esa voluntad? ?Es realmente una prioridad?
Por Carlos Laorden
El mercado, parada obligada
Por Xaume Olleros, Dakar (Senegal)