Diez grandes pel¨ªculas para adultos que est¨¢n escondidas en Disney+
Buceamos en las plataformas en busca de joyas cinematogr¨¢ficas. En la cuarta incursi¨®n se encuentran t¨ªtulos de directores como David Cronenberg o Wes Anderson
Abonarse a Disney+ con el fin de encontrar grandes pel¨ªculas para adultos ser¨ªa como suscribirse a Penthouse en busca de la calidad de los textos. Y sin embargo, escritores c¨¦lebres como Charles Bukowski, Jack Kerouac y William S. Burroughs escribieron en su d¨ªa para publicaciones consideradas como pornogr¨¢ficas.
Perdonen el paralelismo, sobre todo trat¨¢ndose de una plataforma principalmente destinada a los peque?os de la casa, pero en esta serie de piezas que desde hace unos meses estamos haciendo en EL PA?S con el mejor cine de las principales empresas de streaming, la parada en busca de t¨ªtulos de excelencia para mayores, en la casa madre de los dibujos animados, del entretenimiento sin pausa ni mesura, de los superh¨¦roes y de las series bobaliconas, tiene algo de paradoja. Aun as¨ª, rebuscando entre el carrusel de productos para chavales (o ya crecidos con alma de ni?o), muchos de ellos excelentes, hay un buen pu?ado de posibilidades cin¨¦filas exclusivamente para adultos. Escasas, eso s¨ª, de d¨¦cadas anteriores a los setenta, pero s¨ª de a?os posteriores. De modo que, si est¨¢n abonados solo por y para el disfrute de sus hijos, sepan que hay buenas oportunidades tambi¨¦n para ustedes. Las diez pel¨ªculas de esta selecci¨®n, adem¨¢s, solo pueden verse en este momento a trav¨¦s de Disney+.
- Quiz Show. El dilema (1994), de Robert Redford.
El programa de televisi¨®n que triunfa en cada momento hist¨®rico de cada pa¨ªs dice mucho de ese lugar, de sus ciudadanos, de su tiempo, de su modo de vivir y de obrar. A finales de los a?os cincuenta, en los Estados Unidos inmediatamente posteriores al macartismo y anteriores a los asesinatos pol¨ªticos y a la corrupci¨®n de su gobierno, un programa de preguntas y respuestas de cultura general mantiene a la naci¨®n pendiente de sus ganadores. Pero el espacio est¨¢ ama?ado. Se juega con la ilusi¨®n y con la confianza del televidente. Redford, magn¨ªfico heredero de la llamada generaci¨®n de directores del compromiso, la que formaron nombres como Sydney Pollack, Arthur Penn y Alan J. Pakula, con los que hab¨ªa trabajado como actor, recupera su conciencia pol¨ªtica para analizar no ya un programa de televisi¨®n y su funcionamiento interno, sino las bases pol¨ªticas y morales de todo un pa¨ªs, con una pel¨ªcula cr¨ªtica, profunda, sofisticada y carism¨¢tica, alrededor de la dignidad, el trabajo, el sacrificio, la reputaci¨®n, la libertad, la verg¨¹enza, el poder, la imagen, la envidia, la honestidad y, sobre todo, el dinero.
- La ¨²ltima noche (2002), de Spike Lee.
David Benioff, que m¨¢s tarde se har¨ªa c¨¦lebre como uno de los creadores de la serie Juego de tronos, adapt¨® su propia novela con la fuerza de las grandes historias m¨ªnimas que trascienden hasta lo m¨¢ximo. El hundimiento de un hombre, en paralelo al hundimiento de una ciudad, Nueva York, rota un a?o antes con el atentado de las Torres Gemelas. Los errores, siempre los errores, en este caso los de un joven camello que se ha hecho rico y que, traicionado por alguien cercano, debe pasar siete a?os en la c¨¢rcel. La pel¨ªcula cuenta las ¨²ltimas horas antes del encierro: el abismo de la noche, de la pasi¨®n, de lo prohibido, de lo oculto, de lo turbio. Edward Norton, Rosario Dawson, Philip Seymour Hoffman, Barry Pepper y Brian Cox, insuperables. Y Lee, en una obra en principio ajena a su mundo, se luce con una expresiva direcci¨®n llena de detalles: rupturas del eje, miradas a c¨¢mara, planos subjetivos y supresiones del sonido. Lo que pudo haber sido y lo que fue, con un halo de esperanza, a ritmo de la solemne banda sonora de Terence Blanchard.
- Matrimonio de conveniencia (1990), de Peter Weir.
Tras ?nico testigo, La costa de los mosquitos y El club de los poetas muertos, escritas por manos ajenas, Weir se adentr¨® en un proyecto m¨¢s personal y de proporciones m¨¢s peque?as, que se encarg¨® de producir, dirigir y escribir. Entonces quiz¨¢ fuese vista como una m¨¢s de las abundantes comedias rom¨¢nticas de los noventa. Recuperada hoy, es un prodigio de finura, narraci¨®n y mirada. El primer cuarto de hora, con sucesivas y maravillosas elipsis, es un curso de cine sutil y a la vez en¨¦rgico, en el que Weir lleva la acci¨®n justo adonde no se espera, dejando de mostrar lo que la mayor¨ªa de directores hubieran ense?ado. El matrimonio de conveniencia entre la fr¨ªa, bella y ordenada Andie MacDowell y el volc¨¢nico br¨ªo de G¨¦rard Depardieu est¨¢ condenado de antemano: son dos mundos inconciliables, como los de ?nico testigo. El forastero en una tierra extra?a que no logra cambiar los comportamientos de los ya establecidos, uno de los grandes ejes de la s¨®lida carrera de Weir, tiene en esta preciosa comedia su m¨¢s singular aportaci¨®n.
- La profec¨ªa (1976), de Richard Donner.
Paradigma del terror adulto de la ¨¦poca, junto con obras como El exorcista y Al final de la escalera, la pel¨ªcula de Donner ha adquirido en los ¨²ltimos a?os una lectura a¨²n m¨¢s social e interesante, desplegada en una doble vertiente. Primera, por el mito de las ¡°malas madres¡±, y el trauma que puede suponer el cuidado de los hijos, representado por una progenitora alejada del estereotipo del cari?o, el cuidado exquisito y profesional. Y segundo, a causa de la extendida opini¨®n del ¡°derecho a ser padres¡±, pese a quien pese y caiga quien caiga, con las consecuentes adopciones ilegales. Lee Remick desconf¨ªa de su hijo por fundadas razones, y anticipa en cierto sentido personajes como el de Tenemos que hablar de Kevin. Donner, de entonces 36 a?os, dirige con pulso maestro la peor de las ideas posibles: que tu hijo sea, directamente, el Mal con may¨²sculas. El carisma de Gregory Peck y la memorable perfidia de Willie Whitelaw, musa de Samuel Beckett, completan una pel¨ªcula portentosa.
- La mosca (1986), de David Cronenberg.
Las mutaciones del cuerpo est¨¢n en la base de las obras completas de Cronenberg, y qu¨¦ mejor conversi¨®n que la del cient¨ªfico que se transformaba en mosca de la pel¨ªcula hom¨®nima original, dirigida por Kurt Neumann en 1956. Ahora bien, el cineasta canadiense, fiel a su cine de la Nueva Carne, m¨¢s que una transformaci¨®n, lo que busc¨® fue todo un caos, una fusi¨®n entre dos modelos gen¨¦ticos distintos. Con apenas tres personajes y una invitada especial, La mosca, casi una pel¨ªcula de c¨¢mara, plantea el miedo de la sociedad por la carne, alcanzando cotas conceptuales peliagudas: la creaci¨®n de una segunda naturaleza. El arquetipo del cient¨ªfico loco que interpreta Jeff Goldblum, junto con la tr¨¢gica historia de amor que suele acompa?ar el modelo, desemboca as¨ª en una figura dolorosa que, simb¨®licamente, puede quedar asociada incluso a una enfermedad mucho m¨¢s com¨²n. De hecho, en una de las conversaciones de la pel¨ªcula se llega a hablar de ¡°una rara forma de c¨¢ncer¡±.
- French connection II (1975), de John Frankenheimer.
Cuatro a?os despu¨¦s de que William Friedkin ganara el Oscar a la mejor pel¨ªcula en una ¨¦poca para el cine estadounidense repleta de obras maestras, Frankenheimer se atrevi¨® a darle continuidad al relato del polic¨ªa Popeye Doyle, a la caza del elegante narcotraficante Charnier, con una segunda entrega a¨²n m¨¢s paranoica y sobrecogedora, ambientada en una Marsella sucia e inh¨®spita. A Gene Hackman y a Fernando Rey les separa esta vez un grupo de polic¨ªas franceses tan ¨¢vidos por acabar con el crimen como recelosos con el trabajo de ese violento americano que desconoce la ciudad y sus m¨¦todos. Y Frankenheimer, consciente de que las persecuciones automovil¨ªsticas por las calles de Nueva York de la primera entrega eran inmejorables, se aplica con una hist¨®rica persecuci¨®n a pie de ocho minutos, comandada por unos prodigiosos planos subjetivos. Un cruento descenso al infierno de las drogas, con una ambientaci¨®n que roza el car¨¢cter documental gracias a las tomas de la ciudad y sus gentes por medio de teleobjetivos.
- Martha Marcy May Marlene (2011), de Sean Durkin.
En tiempos de crisis de las religiones tradicionales, pero con la misma soledad de siempre, y con la necesidad de cobijo, de apoyo y de una cierta espiritualidad, las sectas ofrecen una falsa esperanza disfrazada de calma, que en realidad encierra una m¨¢s que probable tumba. El relato alterna los dos a?os de una joven (la magn¨ªfica, y hoy estrella, Elizabeth Olsen) en el seno de una de estas camarillas del amor, la paz, el abuso sexual y la autodestrucci¨®n, y su posterior intento de recuperaci¨®n para una vida convencional. Durkin, desgraciadamente no demasiado prol¨ªfico, solo ha firmado desde Martha Marcy May Marlene, estremecedor debut de t¨ªtulo ins¨®lito y fascinante, una miniserie de televisi¨®n en Reino Unido, Southcliffe (2013), y una obra para cines que en Espa?a hubo de verse a trav¨¦s de una plataforma m¨¢s de un a?o despu¨¦s de su estreno: The Nest (2020). Eso s¨ª, las dos, la serie y la pel¨ªcula, tambi¨¦n eran espl¨¦ndidas.
- Veredicto final (1982), de Sidney Lumet.
?En qu¨¦ momento un perdedor hundido en la miseria econ¨®mica, social y moral deja de serlo, y decide intentar luchar contra insalvables molinos de viento, con el fin de recuperar su honra? Lumet enmarca ese instante en un hospital, donde un picapleitos alcoh¨®lico hace fotos a una mujer que, por culpa de un error en la anestesia, ha quedado ¡°como un vegetal¡±. Prepara un juicio que tiene ganado de antemano: 210.000 d¨®lares de indemnizaci¨®n por un acuerdo extrajudicial. Pero, desde aquella iluminaci¨®n ¡ªPaul Newman con la mirada perdida¡ª, el perdedor se rebela ante la limosna que el poder ha decidido otorgar a la familia. Un poder que, en este caso, es la Iglesia Cat¨®lica, a la que pertenece el hospital. Lumet, gran cineasta de la corrupci¨®n, compone entre las l¨²gubres sombras de la fotograf¨ªa de Andrzej Bartkowiak el escalofriante y sobrio retrato de la desolaci¨®n, el martirio y la redenci¨®n, y una de las m¨¢s influyentes pel¨ªculas judiciales de todos los tiempos.
- Academia Rushmore (1998), de Wes Anderson.
Suena Nothin¡¯ in the World Can Stop Me Worryin¡¯ ¡®Bout that Girl, de los Kinks, mientras Bill Murray lanza pelotas de golf a una piscina, y no se puede ser m¨¢s feliz admirando con deleite las cuatro esquinas de una imagen. Contraste, modulaci¨®n del tono, melancol¨ªa, atrevimiento. Luego sube al trampol¨ªn mientras apura un whisky y hace una bomba perfecta sobre el agua. A veces el cine es tan sencillo y tan profundo como Academia Rushmore. Para los que no somos fan¨¢ticos de Anderson, quiz¨¢ su mejor pel¨ªcula. La adolescencia es eso: un extra?o periodo de insolencia y de peculiares aspiraciones. Como las de Max Fischer, un papel ideado para las singulares maneras f¨ªsicas y de interpretaci¨®n de Jason Schwarztman, aspirante a casanova con una profesora que le dobla la edad, y a la que trata sucesivamente como un lacayo y como un demente. Pero, ?qui¨¦n es el adolescente, el personaje de Schwarztmann o el de Murray? La frontalidad en la puesta en escena de Anderson, y su sempiterna colecci¨®n de canciones maravillosas, hacen diana en una pel¨ªcula que hubiera apasionado al Hal Ashby de Harold y Maude.
- Los descendientes (2011), de Alexander Payne.
?Payne escribe dramas que fluyen como comedias, o comedias en las que siempre subyace el dolor de vivir? Al igual que en A prop¨®sito de Schmidt, Entre copas y la posterior Nebraska, el director estadounidense articula un estrambote acerca del absurdo de determinadas situaciones de nuestra existencia, y de las decisiones morales que a veces la envuelven. Una mujer en coma; aunque despierte, nunca volver¨¢ a ser como antes. ?Y c¨®mo era? Feliz, divertida, libre, alcoh¨®lica, ad¨²ltera. As¨ª que la decisi¨®n moral recae en el marido: desenchufarla de las m¨¢quinas que la mantienen con vida, y ofrecerle una buena despedida. La despedida (im)posible. Payne hurga en los or¨ªgenes de la instituci¨®n familiar, ofrece una bendita defensa a todos sus personajes, y deja una frase para la eternidad, relacionada con la educaci¨®n: ¡°Da suficiente dinero a tus hijos, pero no tanto como para que no hagan nada¡±.
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