Al escritor Emmanuel Carr¨¨re la guerra le pill¨® en Mosc¨². Y all¨ª ya nada ser¨¢ igual
Miedo a estar en manos de un loco, miedo a que te esp¨ªen, miedo a quedarse atrapado. Los encuentros del cronista franc¨¦s con sus amigos moscovitas destilan miedo. Y verg¨¹enza porque est¨¦n lanzando bombas sobre Ucrania en su nombre
¡°Cuando yo era peque?a, so?aba que me escond¨ªa en el s¨®tano de una casa bombardeada, medio en ruinas. O¨ªa fuera r¨¢fagas de metralleta. Los que disparaban eran los nazis. Ten¨ªa miedo de que me descubrieran y me matasen como hab¨ªan matado a mi familia. Desde el comienzo de la guerra vuelvo a so?ar esto, pero es peor. Porque hay un momento en que comprendo que la nazi soy yo, y me despierto gritando¡±. Irina ha escrito en su p¨¢gina de Facebook lo que me cuenta aqu¨ª: la escena tiene lugar en un tiempo en que todav¨ªa hay Facebook; en el momento en que escribo, cinco d¨ªas m¨¢s tarde, se acab¨®, ya no hay Facebook. Su madre la llam¨®, aterrorizada, la mayor¨ªa de sus amigos han cancelado su cuenta. ¡°El mundo entero nos odia ahora a los rusos¡±, dice Irina, y trato de consolarla, le digo que la gente, bueno, no lo s¨¦, pero muchos franceses como yo son perfectamente capaces de distinguir, primero, entre los rusos y su presidente, que se ha vuelto loco, y, luego, entre los rusos que apoyan al presidente que se ha vuelto loco y aquellos a quienes su locura aterra. Ella es esc¨¦ptica: ¡°?De verdad crees que los distinguen? Lo que yo puedo decirte es que envidio a los ucranios. Son h¨¦roes, est¨¢n dispuestos a luchar y a morir. Act¨²an. Nosotros vivimos con miedo. Y un poco con esperanza¡±.
¡°El futuro ha muerto¡±Dmitri Muratov, redactor jefe de 'Novaya Gazeta', premio Nobel de la Paz
¡°Un poco¡±. Repite ¡°un poco¡± y se echa a llorar. Estamos en una cafeter¨ªa del centro de Mosc¨², madera clara, listones, un t¨¦ matcha, la vida urbana de la gente que no tiene demasiadas preocupaciones, y ella llora y yo veo a trav¨¦s del ventanal furgones de polic¨ªa que estacionan uno tras otro, cada vez m¨¢s numerosos, bajo este cielo incre¨ªblemente azul cada ma?ana, que hace a¨²n m¨¢s espantoso todo lo que sucede. Irina es una mujer delgada y nerviosa que trabaja en una editorial de libros para ni?os. En los primeros a?os de la cincuentena, clase media moscovita, pero, como a menudo en Rusia, no hace falta rascar mucho para que debajo de esta casilla sociol¨®gica se abra la trampilla de la gran y terrible historia sovi¨¦tica. Naci¨® en Magad¨¢n y, como saben los lectores de Solzhenitsin y Chalamov, esta ciudad, situada m¨¢s arriba de Vladivostock, era la puerta de entrada del gulag. Ella abandon¨® Magad¨¢n a los cinco a?os, se ha vuelto muy lejana para ella, pero hoy piensa seriamente en volver. Es otra frontera entre los rusos, al menos los que yo conozco: los que pueden partir, los que no pueden. Los que pueden ya se han ido. Irina no puede. No tiene visado y sabe que lo que empieza aqu¨ª es un viaje en el tiempo y las tinieblas. La hip¨®tesis m¨¢s optimista es que no haya guerra nuclear, pero lo cierto es que las sanciones impuestas a Rusia van a durar a?os, quiz¨¢ d¨¦cadas, y que van a modificar radicalmente sus vidas. Irina tiene una hija de 13 a?os ¡ªno un chico, por suerte, porque dentro de menos de cinco a?os a un chico podr¨ªan alistarle para combatir, lo cual se tiene en cuenta de ahora en adelante¡ª, y su hija intenta llevar con sus amigas su vida de adolescente, pero ella y sus amigas ya han comprendido que ahora empieza la vida sin Netflix, la vida sin TikTok, y que no es ninguna broma. Hay gente, y tampoco es una broma, que reinstala en su casa tel¨¦fonos fijos, y los que se burlan de ellos, los que no lo har¨¢n a tiempo, tendr¨¢n motivos para arrepentirse. ¡°Lo ¨²nico que me tranquiliza es que nuestro pa¨ªs es muy grande¡±, dice Irina. ¡°Hay lugares donde esconderse. Magad¨¢n, el Baikal, Alt¨¢i¡ Hago navegaci¨®n de recreo, ?sabes?, tengo un barquito con unos amigos, atracado a 50 kil¨®metros de Mosc¨². Mi sue?o era un largo viaje hasta ?frica, a trav¨¦s de r¨ªos y de mares. Lo hab¨ªamos preparado todo bien, yo deb¨ªa tomarme un a?o sab¨¢tico, partir el verano pr¨®ximo. Quiz¨¢ en vez de eso me vaya con mi hija al oc¨¦ano ?rtico. Quiz¨¢ vivamos a la orilla del oc¨¦ano ?rtico. Quiz¨¢ aprendamos a vivir de otro modo. Quiz¨¢ est¨¦ bien¡±. Irina prorrumpe en sollozos.
Fake news
Transcribo las palabras de Irina, pero he cambiado su nombre, su profesi¨®n. Lo hago con todas las personas de las que hablo en este art¨ªculo, y puede parecer insensato, pero no estoy autorizado a decir por qu¨¦ motivo, totalmente confesable, me encontraba en Mosc¨² cuando estall¨® la guerra. Ten¨ªa previsto regresar el domingo pasado, pero decid¨ª quedarme. Las personas que me hab¨ªan invitado me hicieron jurar que no escribir¨ªa nada que pudiese identificarlas. En unos d¨ªas hemos alcanzado un grado de paranoia cercano al del Gran Terror estalinista. Lo escuchan todo, ya ning¨²n medio de comunicaci¨®n se puede considerar seguro, y si planeaba una duda sobre los riesgos que realmente arrostramos, acaba de disiparla, este viernes 4 de marzo, una ley que reprime las fake news relativas a lo que ocurre en Ucrania, con el baremo siguiente. Escribir o pronunciar la palabra ¡°guerra¡±, en lugar de ¡°operaci¨®n especial¡±: tres a?os de c¨¢rcel. De 5 a 10 a?os si se ha organizado en el marco de un grupo en internet. Quince a?os si tiene ¡°consecuencias p¨²blicas¡±, a saber lo que significan consecuencias p¨²blicas. Esta ley no solo afecta a los rusos, sino tambi¨¦n a los extranjeros. Los corresponsales de prensa se largan uno tras otro. Como no se puede mencionar la guerra, ahora la muestran. Incluso ayer, en el Canal Piervy, la TF1 [el canal generalista privado m¨¢s popular en Francia] rusa que yo veo durante el desayuno en el hotel, nada m¨¢s que noticias anodinas, loter¨ªas, documentales de animales. Esta ma?ana solo se ven blindados, incendios, heridos, y aunque solo hables un poco de ruso, dif¨ªcil es dudar cuando oyes continuamente nazis, nazis, nazis, genocidio, genocidio, genocidio y, de vez en cuando, para variar, el verbo ounitchtojat, aniquilar. Y vaya, luego tambi¨¦n: un montaje adobado con un discurso de ?Goebbels junto con el de Bruno Le Maire [ministro de Econom¨ªa franc¨¦s] diciendo que vamos a hacer que los rusos las pasen canutas. Vuelvo a mi habitaci¨®n, empiezo a escribir este art¨ªculo que supuestamente se publicar¨¢ la pr¨®xima semana, y no solo nadie sabe c¨®mo ser¨¢ el mundo la semana que viene, sino que nadie sabe si habr¨¢ una semana pr¨®xima. Ya s¨¦, esta incertidumbre existe en todas partes, Nueva Zelanda debe empezar a temer el apocalipsis, y acabo de leer que Micronesia se suma a las sanciones. Ya s¨¦, es en Ucrania donde esto sucede, son los ucranios a los que les caen las bombas, son las centrales nucleares ucranias las que los rusos empiezan a incendiar, pero lo que se ve en Rusia, en todo caso en Mosc¨², es otra cosa: una sociedad entera que por la voluntad de un solo hombre implosiona a una velocidad demencial. Dos s¨ªntesis de la situaci¨®n. Vlad¨ªmir Putin, presidente de la Federaci¨®n de Rusia: ¡°Van a conocer cosas como nunca se han visto¡±. Dmitri Muratov, redactor jefe de Novaya Gazeta, premio Nobel de la Paz: ¡°El futuro ha muerto¡±.
Champa?nskoe
Tengo en Mosc¨² dos buenos amigos, Pavel y Emmanuel, que dirigen la c¨¢mara de comercio franco-rusa. Son personas ecu¨¢nimes, cultivadas, que aman a Rusia apasionadamente y moderadamente a sus dirigentes porque su oficio es apoyar, no a Navalni, sino a las empresas y a los inversores franceses. Un ejemplo de lo que les preocupa, en un tiempo normal: Rusia importa grandes cantidades de champ¨¢n de lujo, el oligarca ama el Dom P¨¦rignon. Tambi¨¦n produce una imitaci¨®n, un espumoso llamado champ¨¢nskoe. Acto primero: Rusia ha exigido que a su champ¨¢nskoe se le autorice a ostentar el nombre prestigioso de champ¨¢n. Acto segundo: ahora exige que el champ¨¢n franc¨¦s pase a asumir el nombre ofensivo de champ¨¢nskoe. Es tan putiniano como manera de actuar que hace unos d¨ªas todav¨ªa pensaba en escribir al respecto un peque?o p¨¢rrafo socarr¨®n y otro parrafito tambi¨¦n socarr¨®n sobre el veterinario que corre de una casa de expatriados a otra para firmar los certificados que permiten salir del pa¨ªs a los animales de compa?¨ªa de los alrededor de 4.000 franceses que residen en Mosc¨². Pronto se me quitaron las ganas de p¨¢rrafos burlones. He participado tres veces en los briefings cotidianos que mis amigos env¨ªan a trav¨¦s de Zoom a la comunidad francesa. De un d¨ªa para otro, el consejo de mesura y de no sucumbir al p¨¢nico suena cada vez m¨¢s angustiado. Te mantienes fiel al puesto, pero evac¨²as a la familia. Se sigue diciendo, educadamente, ¡°el presidente Putin¡±, pero se analizan, sin considerarlos demasiado graves, ¡°por ahora¡±, los riesgos de guerra civil o nuclear, sin que la primera excluya la segunda. Cada frase se acompa?a de una precauci¨®n, como ¡°si las cosas empezasen a ponerse muy feas¡±, lo cual al principio suscita la risa porque parece que, de todas formas, ya se han puesto un poquito feas, y luego no dan ninguna gana de re¨ªr porque, como Macron ha reconocido, despu¨¦s de haber hablado una hora y media con Putin, ¡°lo peor est¨¢ por llegar¡±. Todos los d¨ªas se actualiza la informaci¨®n sobre los itinerarios de salida a¨²n posibles: por los Emiratos, Armenia, Turqu¨ªa. Pavel me inst¨® a comprar con mucha antelaci¨®n un billete para Estambul, el lunes pr¨®ximo, y fue un buen consejo porque ayer los billetes se negociaban a 20 veces su precio en el mercado negro y hoy se han agotado. Ahora se habla de aviones a Erev¨¢n [capital de Armenia] o Antalya [Turqu¨ªa] que han sido obligados a dar media vuelta y a dejar tirados a sus pasajeros Dios sabe d¨®nde en territorio ruso. Nos ponemos a estudiar los itinerarios a trav¨¦s de Finlandia: los trenes abarrotados; la carretera: el ¨¦xodo. Despu¨¦s del zoom nos refugiamos en el bonito despacho de Pavel, que saca sus mejores botellas, m¨¢s vale beberlas antes de que todo desaparezca. Es una familia peque?a, estamos abrigados; si las cosas se pusieran muy feas, es aqu¨ª donde pedir¨ªa asilo.
¡°Ahora vais a saber lo que es ser los malos para todo el mundo. Nosotros, los alemanes, os pasamos el relevo¡±Xaver, alem¨¢n casado con una mujer rusa
Los j¨®venes casados
Es como en el 11 de septiembre: todo el mundo en Rusia se acordar¨¢ de d¨®nde se despert¨® la ma?ana del jueves 24 de febrero. Irina estaba en Tiflis (Georgia) para la boda de su mejor amiga. Todo el mundo inquieto, muy inquieto en vista del cariz que adoptaba la situaci¨®n, pero aun as¨ª celebraron la boda, se desearon buenas noches a las dos de la madrugada, y a las siete de la ma?ana, Olga, la mejor amiga, llam¨® a la puerta de Irina para decirle ya est¨¢, estamos en guerra. Irina pens¨® que la historia de Olga y de su marido pod¨ªa interesarme y por eso nos reunimos a comer los cuatro. Olga es elegante, muy brillante verbalmente, muy chistosa, con una autoridad de mujer de negocios. Un poco m¨¢s retra¨ªdo al principio, Xaver es tambi¨¦n encantador, sarc¨¢stico. Los dos suficientemente a gusto para concertar la cita en un restaurante que ha perdido la estrella Michelin que tuvo. Olga es rusa, dirige una empresa de dise?o. Xaver, alem¨¢n, posee comercios de mobiliario de lujo por toda Europa. Se conocieron hace un a?o en una feria en Mil¨¢n. ?l vive en M¨²nich, est¨¢ casado, tiene una hija de seis a?os. Ella, divorciada tres veces, historias chungas, no quiere saber nada de los hombres, pero asiste a la comida que a priori le fastidiaba, y aqu¨ª est¨¢. Los flechazos no necesitan explicaci¨®n y, sin embargo, el de ellos la tiene. La primera vez que comen juntos, Olga y Xaver descubren una pasi¨®n com¨²n por la historia, por los aspectos m¨¢s sombr¨ªos de la historia del siglo XX y por lo que Olga llama, con una sonrisa enternecida, ¡°our horrible historical background¡± (¡°nuestros horribles antecedentes hist¨®ricos¡±), que se resumen as¨ª. El abuelo de Olga fue un h¨¦roe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica condecorado m¨²ltiples veces, superviviente del sitio de Stalingrado, uno de esos 20 millones de hombres rudos que murieron para que nosotros seamos libres. El abuelo de Xaver era oficial de las Waffen-SS, y cuando le pregunto si le conoci¨® me responde que s¨ª, muri¨® apaciblemente en 1985, era un viejecito p¨ªcaro que no hac¨ªa otra cosa que fumar su pipa en un banco y dejarse tiranizar por su mujer. Las historias de familia de Olga y Xaver dar¨ªan para un art¨ªculo entero, porque el otro abuelo de Xaver, piloto de la Luftwaffe, despu¨¦s de haber sido capturado por el Ej¨¦rcito Rojo, pas¨® 10 a?os en un campo de prisioneros de Siberia, de donde volvi¨® en 1952 con una pasi¨®n por Lermontov; en cuanto a la bisabuela de Olga, los bolcheviques mataron a sus padres cuando ella ten¨ªa 12 a?os, y para sobrevivir a la guerra civil de los a?os veinte, a los 14 a?os se convirti¨® en la amante de un chequista, al principio coaccionada, lo cual no fue ¨®bice para que lo amara durante toda su vida. Resumiendo. Xaver y Olga ve¨ªan ya las paredes cubiertas con sus fotos de familia en el piso que pensaban comprar en Mosc¨², porque a Xaver le gusta Rusia, tiene aqu¨ª una parte de sus negocios, habla ruso, y proyectaba viajar en avi¨®n un fin de semana de cada dos para ver a su hija en M¨²nich. Era un plan rea?lista y jubiloso, como los planes que una pareja europea y econ¨®micamente desahogada pod¨ªa hacer antes de la guerra, y para consolidarlo han decidido casarse, a pesar de la promesa que Olga se hab¨ªa hecho de no caer nunca m¨¢s en la redes de un hombre. Es f¨¢cil y r¨¢pido casarse en Tiflis, al igual que en Las Vegas, pero hay que formalizar despu¨¦s los documentos, que no son v¨¢lidos ni en Rusia ni en Alemania. El procedimiento es un poco complicado pero factible en una ¨¦poca normal, a no ser que entretanto, como dice Olga, ¡°mi pa¨ªs no haya hecho grandes tonter¨ªas¡±, y ahora est¨¢ atrapada porque no tiene un visado Schengen y aunque pudiera marcharse se morir¨ªa de pena abandonando a su madre para siempre, a la que ni siquiera podr¨ªa enviar dinero y medicinas. Xaver: ¡°Me importa un bledo que se maten todos entre ellos, no es mi guerra, pero me destruye la vida. No puedo sacar a mi mujer de este puto pa¨ªs y me estoy dando cuenta de que mi realidad es esta: voy a tener que escoger entre ella y mi hija¡±. Xaver tiene un pasaje a M¨²nich, v¨ªa Dub¨¢i, para el d¨ªa siguiente y otro de vuelta, en principio, para el 11 de marzo. Olga y ¨¦l procuran decirse que las cosas se arreglar¨¢n, que algo va a detener esta escalada cada vez m¨¢s pesadillesca y que se reunir¨¢n en mayo, en esa feria del dise?o en Mil¨¢n donde se conocieron, pero ?c¨®mo cre¨¦rselo? Estamos en un restaurante chic, de luces atenuadas, clientela de mujeres muy bellas y hombres imperiosos, ce?udos: como aqu¨ª son los ricos. ?C¨®mo no considerar una locura que estas personas, en cuya vida individual se ha insertado tan violentamente la historia m¨¢s terrible del siglo XX, y que pod¨ªan permitirse el lujo de interesarse por ella porque viv¨ªan en un mundo tranquilo una vida normal, liviana, sin ninguna tragedia, y que de repente se encuentran atrapados ah¨ª dentro, desgarrados, forzados a elecciones insoportables, amenazados con separarse para siempre? ¡°La ¨²nica ventaja¡±, le dice Xaver con una ternura sard¨®nica a la mujer que ama, ¡°es que ahora vais a saber lo que es ser los malos para todo el mundo. Nosotros, los alemanes, os pasamos el relevo, para nosotros eso ser¨¢ un cambio¡±.
El ¨²ltimo iPhone
Todos tenemos encima de la mesa nuestros m¨®viles, que pitan y nos alertan de un nuevo derrumbamiento en este mundo que cre¨ªamos s¨®lido y fiable como un coche alem¨¢n. La realidad se deshace como en las pel¨ªculas de ciencia ficci¨®n, como en una novela de Philip K. Dick, como en El show de Truman. No lo sab¨ªamos, pero todo esto pod¨ªa desaparecer. Estos dos ¨²ltimos d¨ªas: Volkswagen, BMW, Warner Bros, Disney, Netflix, Nike, Spotify, Ikea, Airbnb, Vuitton, Shell, Deezer, Carlsberg, BP, Boeing, Exxon, eBay, Bloomberg, CNN, la BBC y ahora Twitter, Facebook. Olga rememora que hace unos a?os Afisha, una revista en boga, public¨® un reportaje ir¨®nico sobre el tema: ¡°?Se puede sobrevivir una semana consumiendo solo productos rusos?¡±. Respuesta: no se puede. Sin embargo, habr¨¢ que hacerlo, porque pronto no se encontrar¨¢ ning¨²n producto extranjero en los supermercados rusos. Bye bye, Dom P¨¦rignon; welcome, champ¨¢nskoe. ¡°Dentro de tres meses¡±, dice Xaver, ¡°habremos vuelto a nineteen nineteen¡±. Yo he entendido nineteen ninety: Xaver se r¨ªe, con su risa carn¨ªvora y triste: ¡°No, 1990 es dentro de un mes; dentro de tres ser¨¢ 1919¡å. Olga ense?a su m¨®vil: ¡°Mira, tengo el ¨²ltimo iPhone¡±. Estoy claramente espeso, creo que ella quiere decir el ¨²ltimo modelo. Ella tambi¨¦n se r¨ªe: ¡°No has entendido. Esto que tengo en la mano es el ¨²ltimo iPhone¡±.
El vil metal
?Y qu¨¦ vamos a hacer esta noche para pagar la cuenta? Hace tres d¨ªas, una eternidad, a Irina simplemente la contrariaba no poder pagar el parking con Apple Pay, la aplicaci¨®n de m¨®vil que todo el mundo usa aqu¨ª, la tarjeta de cr¨¦dito es tan anticuada como el cheque para nosotros. Y luego quise pagar nuestra comida con mi visa, no pude y en aquel momento los dos empezamos a comprender que las sanciones, la exclusi¨®n del sistema SWIFT, no era algo entre Estados y bancos, que solo marginalmente afecta a la gente o les merma sus ahorros, a lo que los rusos est¨¢n acostumbrados, sino que pronto va a impedirles pagar cualquier cosa. En previsi¨®n del momento en que las tarjetas dejen de fallar no una vez de cada dos, como ocurre todav¨ªa, sino en todos los casos, esta tarde he querido adquirir rublos, todos los rublos posibles, por si acaso, y me han aconsejado que vaya a una sucursal del BTB, un banco lo bastante peque?o para que a¨²n no haya sufrido sanciones: los servicios se dividen ahora entre los afectados por sanciones y los que todav¨ªa no lo est¨¢n, pero pronto lo estar¨¢n. Hab¨ªa una buena veintena de personas, todas rusas, delante de cada cajero, preocupadas pero serenas, y todas con la cabeza levantada hacia el letrero que indicaba la cotizaci¨®n del rublo, del euro y del d¨®lar. Hace tres d¨ªas un rublo val¨ªa un poco menos de 10 c¨¦ntimos de euro, hoy son 15 c¨¦ntimos [a cierre de esta edici¨®n val¨ªa menos de 1 c¨¦ntimo]; si consigo sacar dinero, soy el rey del petr¨®leo, mientras que la gente que me rodea ve sus ahorros derretirse a ojos vistas. Me gustar¨ªa entablar conversaci¨®n, pero aun cuando en Mosc¨² a¨²n no se ha notado agresividad contra los extranjeros, somos nosotros los que padecemos esas sanciones, varios expatriados que conozco empiezan a bajar la voz cuando hablan por el m¨®vil en franc¨¦s, prefiero no llamar demasiado la atenci¨®n. Me da pavor que el cajero se trague mi tarjeta, cosa que no ocurre, lo que no es poco, pero no puedo sacar nada. Afortunadamente, he pagado por adelantado el hotel y mi billete. Lo dem¨¢s es totalmente imprevisible. Xaver es el primero que intenta pagar, tiene tres tarjetas de cr¨¦dito distintas, ninguna vale. La m¨ªa s¨ª, inexplicablemente, pero es su ¨²ltimo suspiro. ?Y el taxi al aeropuerto, el lunes? ?Si me quedo tirado en Mosc¨² porque no puedo pagar el taxi? Visa y MasterCard anuncian el s¨¢bado que se retiran tambi¨¦n de Rusia. Por suerte, Pavel me da un sobre de dinero en met¨¢lico.
Un boomer ruso
¡°Yo ya he visto esto, en m¨¢s peque?o. Joven periodista, me mandaron a Bagdad, en una ¨¦poca en que Irak era un pa¨ªs pr¨®spero, uno de los de Oriente Pr¨®ximo donde m¨¢s agradable era vivir. Se sab¨ªa que Sadam gaseaba a sus kurdos, se hac¨ªa la vista gorda, todos los jefes de Estado le declaraban su amistad. ?l crey¨® que si invad¨ªa Kuwait protestar¨ªan un poco, para guardar las apariencias, y que aquello pasar¨ªa, business as usual. Pero aquello no pas¨®, el mundo entero se coalig¨® contra ¨¦l, embargo, sanciones, el pa¨ªs pr¨®spero se convirti¨® en un pa¨ªs paria, retornado a la edad de las cavernas, y ah¨ª sigue. Es eso lo que nos est¨¢ ocurriendo. Putin se ha vuelto un paria, pero nosotros tambi¨¦n. Es de locos, ?sabes?, lo que ha vivido un t¨ªo de mi generaci¨®n. Un t¨ªo que ha sido adolescente en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y luego, a los 20 a?os, ese milagro total, totalmente inimaginable, de fines de los a?os ochenta. Pasar del golpe de Chernenko a Gorbachov y despu¨¦s al putsch [el intento de golpe de Estado de 1991 contra Gorbachov], los tanques en Mosc¨², las primeras discotecas, los primeros viajes al extranjero. Pasta a chorros, el crimen, el far west de los a?os de Yeltsin. En Francia no ten¨¦is idea, ninguna idea de esto, ?qu¨¦ hab¨¦is vivido vosotros, pobrecillos? ?Mayo del 68? ?La elecci¨®n de Mitterrand? ?Tengo miedo de Le Pen, madre m¨ªa! Un tipo de mi edad en Rusia tiene experiencias para 10 vidas, y mira que cre¨ªamos que ¨ªbamos a descansar, que ya no nos suceder¨ªan m¨¢s que las cosas normales de la vida, comprar una dacha, envejecer, enfermar, morir, y nos sucede esto: en el peor caso, el fin del mundo; en el mejor, volver a nuestra ratonera¡±.
Sentarse un minuto en silencio
Con suerte, cada uno tiene en la vida algunos amigos, los realmente ¨ªntimos, aquellos con los que hace la traves¨ªa. Su n¨²mero var¨ªa seg¨²n el grado de sociabilidad, que no puede ser muy alto. Gainsbourg contaba los suyos con los dedos de la mano izquierda de Django Reinhardt, pero yo cuento hasta media docena. Son ocho, que se re¨²nen esta tarde de jueves, 3 de marzo, en el monasterio de Novod¨¦vichi, hito a la vez religioso y tur¨ªstico, c¨¦lebre por su cementerio, donde est¨¢n enterrados Ch¨¦jov, Gogol, Prok¨®fiev, Shostak¨®vich y hasta Jruschov. He venido con Lionia y Macha, directora y actriz, me las present¨® mi amiga Dinara Drukarova (que est¨¢ en Par¨ªs, me alegra escribir su nombre). No nos conoc¨ªamos la v¨ªspera, estoy incre¨ªblemente emocionado por la confianza de invitarme a acompa?arlas. Su grupo de amigos se parece mucho al m¨ªo: sobre todo parejas de entre 40 y 60 a?os, varios ejercen oficios art¨ªsticos, algunos un poco conocidos y uno un cantante muy famoso. Ninguno se declara religioso, pero el cantante tiene un amigo monje, fan¨¢tico de las motos y el rock and roll, que se ha convertido en una especie de afectuoso director espiritual de toda la cuadrilla y les ha propuesto oficiar una peque?a ceremonia, no clandestina pero discreta, para bendecir a quienes se van y a los que se quedan. Porque es as¨ª estos d¨ªas en los grupos de amigos y en las familias, y lo que me sorprende es hasta qu¨¦ punto es evidente para todos que los que se van parten sin retorno y que los que se quedan probablemente no volver¨¢n a verlos nunca. Mija¨ªl y Anna viajan a Tel Aviv el 10 de marzo; precauci¨®n usual: si hay un 10 de marzo. ?l es jud¨ªo, tiene la doble nacionalidad, en principio es bueno para ellos. Los dos son m¨²sicos, les cuento este chiste de otro tiempo: ¡°?Qu¨¦ es un cuarteto de cuerda sovi¨¦tico? Una orquesta sinf¨®nica que vuelve de una gira por el extranjero¡±. Se r¨ªen, a pesar de que nadie tiene ganas de re¨ªrse. Acaban de comprar un buen piso en Mosc¨² y obviamente no tienen tiempo para venderlo; a la vista de lo llenos que van los aviones, se conforman con poder embarcar una maleta en la bodega, y yo me lamento por no haber, aunque solo fuera por un instante, imaginado un p¨¢rrafo socarr¨®n sobre el veterinario de la colonia francesa, desbordado por los certificados que tiene que rellenar para la evacuaci¨®n de los animales de compa?¨ªa, cuando la hija de ocho a?os de Anna y Mija¨ªl le pide al padre Kosma que bendiga al gatito que ella no est¨¢ segura de poder llevarse consigo. Tiene l¨¢grimas en los ojos, sus padres y el monje intentan sosegarla, pero al mismo tiempo no quieren mentirle. Otra pareja tambi¨¦n trata de partir, su suerte es tan incierta como la del gatito. Los dem¨¢s se quedan porque no pueden irse y el cantante famoso porque no quiere, su vida y su p¨²blico est¨¢n aqu¨ª, no morir¨¢ en otro sitio. Terminada la ceremonia, bebemos en la acera el vodka transportado en bolsas de pl¨¢stico, nos abrazamos, cu¨¢nto les habr¨ªa gustado abrazarse, si lo hubieran sabido, al padre y a la madre de Macha. ?l est¨¢ en Mosc¨², me explica Macha, y ella, que es ucrania, ha ido a ver a su hermana en ?J¨¢rkov. Los padres tienen 70 a?os, 50 de los cuales juntos; se siguen hablando por Telegram, que Macha les ha ense?ado a utilizar, pero saben que a su edad se acab¨®, no volver¨¢n a verse. El grupo se disuelve, algunos se van juntos, seguir¨¢n bebiendo en casa, y yo s¨¦ que cuando llegue el momento de separarse har¨¢n lo que hacen los rusos cuando parten de viaje, sentarse un minuto en silencio y rezar para reencontrarse alg¨²n d¨ªa en esta vida.
Un monasterio en Chuvasia
Ya que estamos con el clero: un periodista franc¨¦s me ha facilitado el contacto con un oriundo de Vend¨¦e que se ha hecho cura ortodoxo, ¡°una fuerte personalidad, ya ver¨¢s¡±. Le llamo por WhatsApp, ?podemos vernos? Me responde que s¨ª, por supuesto, si no est¨¢ demasiado lejos para usted, yo estoy en Chuvasia. Ah. Chuvasia est¨¢ a 600 kil¨®metros de Mosc¨². ?l ya empieza a detallarme el itinerario: una noche en tren saliendo de la estaci¨®n de Kaz¨¢n, un trasbordo al alba, despu¨¦s voy a buscarle, se queda el tiempo que quiera, ya ver¨¢, es agradable. Pasamos al modo v¨ªdeo y val¨ªa la pena porque el padre Basile, sexagenario, una barba fluvial, el ojo malicioso, tiene una lucidez prodigiosa. Le digo que estos d¨ªas tengo algunas cosas que hacer en Mosc¨², pero que me reservo la invitaci¨®n. ¡°Cuando usted quiera¡±, dice ¨¦l, y en los d¨ªas siguientes es un pensamiento reconfortante que conservo en la memoria. D¨ªa tras d¨ªa hay rumores que anuncian la ley marcial, la evacuaci¨®n a toda prisa de todos los extranjeros, las peleas en las calles, la embajada rodeada como en Saig¨®n, el cierre de todo el espacio a¨¦reo, la explosi¨®n de una central nuclear, el asesinato de Zelenski por los mercenarios de Wagner y que luego Putin, en el punto al que ha llegado, pulsa el bot¨®n, pero ahora me digo que, ¡°si las cosas se ponen realmente feas¡±, cojo el tren en la estaci¨®n de Kaz¨¢n y me voy a esperar el fin del mundo en Chuvasia, en la agreste ermita del padre Basile. Creo que para un libro es lo mejor que se puede hacer. Pero no tom¨¦ el tren, primero porque a la hora en que escribo no ha llegado tampoco el fin del mundo, no todav¨ªa, y sobre todo porque en una segunda conversaci¨®n con el padre Basile me enfri¨® mucho el peque?o discurso que me solt¨®, con su aire bonach¨®n, sobre los nazis que gobiernan Ucrania ¡ªpero, ojo, no todos los ucranios son nazis, los hay buenos¡ª y la cordura del Ej¨¦rcito ruso que procura respetar a la poblaci¨®n civil. Dios lo protege y protege a Vlad¨ªmir Vlad¨ªmirovich.
La gente de verdad
Una amiga parisiense, por tel¨¦fono: ?Y el pueblo? No los intelectuales como t¨² y como yo: la gente de verdad. ?Est¨¢ completamente desinformado? ?Est¨¢ a favor de la guerra? ?A favor de Putin? Dif¨ªcil de responder. Es siempre un problema, la gente de verdad. Otro amigo m¨ªo, italiano, me dec¨ªa un d¨ªa, ri¨¦ndose: mi pa¨ªs ha sido gobernado 10 a?os por Berlusconi y nunca he conocido a nadie que le vote. A decir verdad, conozco a algunos putinianos, pero son m¨¢s bien franceses expatriados que rusos. Los rusos que he visto estos d¨ªas son los que describo, y si su suerte me emociona tanto es porque se me parecen. Lo que viven Macha, Lionia y sus amigos es lo que vivir¨ªamos mis amigos y yo si una cat¨¢strofe semejante se produjese en Francia. Ahora, en 10 d¨ªas he tenido que coger una veintena de taxis ¡ª?en Mosc¨² prefiero el metro, que es el m¨¢s bello del mundo¡ª, pero se est¨¢ m¨¢s tranquilo en un taxi para hablar con la gente de verdad, y he aqu¨ª, habida cuenta de mi p¨¦simo ruso, el resultado de mi encuesta. En definitiva, un tercio de los taxistas se ha negado a responderme, sobre todo al principio, cuando yo empleaba la palabra voina, guerra, sin saber que nada m¨¢s o¨ªrla pod¨ªan meterte entre rejas. Un segundo tercio, sin negarse a hablar, dice que todo eso son chorradas. ?Guerra, qu¨¦ guerra? Mire, hace bueno, la gente est¨¢ en la calle, se pasea, se divierte, hace sus compras, ?usted sabe lo que es la guerra, ha o¨ªdo hablar de Stalingrado? Una palabra resume todo esto: normal ¡®no, que quiere decir mucho m¨¢s que ¡°normal¡±. Ejemplos sueltos: est¨¢ bien, la situaci¨®n est¨¢ controlada, los que saben gestionar gestionan, saben lo que hacen, circulen. Normal ¡®no. Tercer tercio, un tercio nutrido, la verdad: los que, al igual que el juicioso padre Basile, montan en c¨®lera a causa del genocidio de rusos en el Donb¨¢s, de los nazis que hay que erradicar, de que Putin hace lo que puede para salvar al mundo. Para aclararme, voy a ver a Val¨¦ri Fiodorov, que preside uno de los tres institutos rusos de sondeos. Lo financia el Gobierno, se apresura a informarme, para que yo no crea que me toma por un traidor, pero el instituto Levada, m¨¢s independiente, todav¨ªa no ha comunicado sus cifras, y m¨¢s tarde comprobar¨¦ que con una diferencia m¨ªnima son las mismas. Una muestra de 1.600 personas interrogadas por tel¨¦fono arroja los siguientes datos: a favor de la guerra, el 68%. Contrarios a la guerra, el 22%. Corregido, poco alentador, variaciones estacionales: el porcentaje de los partidarios de la guerra experimenta un ligero pero constante aumento desde el principio de la semana, el de los pacifistas disminuye sim¨¦tricamente. Los belicistas, como cab¨ªa esperar, son personas mayores, varones, m¨¢s pobres, menos instruidos, menos urbanos, se informan en la televisi¨®n; los pacifistas son m¨¢s j¨®venes, mujeres, m¨¢s urbanos, m¨¢s ricos, m¨¢s instruidos, se informan en las redes sociales. Ellos y nosotros: no necesitaba a Val¨¦ri Fiodorov para figur¨¢rmelo, pero me aporta dos cosas interesantes. La primera es que, aparte de un porcentaje relativamente bajo de revoltosos, menos del 20%, los belicistas no se definen en absoluto como tales. No quieren la guerra, nadie en su sano juicio la quiere. Pero consideran que desde hace ocho a?os es Ucrania, con el apoyo de Occidente, la que libra con Rusia una guerra sin cuartel. Mientras que los pacifistas piensan que Putin inici¨® la guerra la semana pasada (en cuyo caso, si fuese cierto, habr¨ªa sobradas razones para critic¨¢rselo), los belicistas saben que, por el contrario, se esfuerza en terminarla (?y qui¨¦n estar¨ªa tan loco como para quejarse de que pongan fin a una guerra?). El otro comentario interesante se refiere a las sanciones. La gente que yo conozco piensa que es aterrador el gran salto hacia delante que se ha dado y que tiene buenas posibilidades de durar decenios, m¨¢s que a?os; una vez m¨¢s, miren a Ir¨¢n, miren a Irak. Pero la paradoja que ir¨®nicamente da la raz¨®n a Putin es que las sanciones no recaer¨¢n sobre sus amigos, sino sobre los amigos de Occidente. Es la gente como nosotros, los pacifistas, los anti-Putin, los que vamos a morir, atrapados en un mundo sin Apple, sin Net?flix, sin camembert, sin viaje al extranjero. Pero ?la Rusia de a pie? ?El pueblo, como dice mi querida amiga? ?Qu¨¦ puede importarle al pueblo que ya no pueda circular en Jaguar, beber Dom P¨¦rignon, esquiar en Courchevel? El pueblo no ha viajado nunca al extranjero, nunca ha salido de su ¨®blast, el 70% de los rusos no tienen pasaporte y apenas saben que eso existe. En cambio s¨ª saben que Putin existe y que desea su bien. Como me ha dicho el taxista especialmente jovial que me ha tra¨ªdo de mi cita con Fiodorov: ¡°No va a estar mal encontrarnos todos juntos, todos iguales, como antes, bien abrigados, vo dni¨¦!¡± (Vo dni¨¦ quiere decir ¡°en el agujero¡±).
?Leyenda urbana?
Esta historia me la han contado dos veces, con ligeras variantes, no s¨¦ si esto le a?ade o le quita credibilidad. Una chica camina sola por la calle con una pancarta en la que est¨¢ escrito: ¡°Ni¨¦ moltchiti¨¦¡±, no callaros. Me he cruzado con varias de estas chicas, son sobre todo ellas las que muestran esta incre¨ªble valent¨ªa: no aguantas cinco minutos as¨ª sin que te detengan y despu¨¦s te condenen a una pena que aumenta d¨ªa tras d¨ªa. Un tipo con el cr¨¢neo rasurado se le acerca: ¡°?Qu¨¦ haces aqu¨ª?¡±. ¡°Ya ves¡±. ?l: ¡°Tienes raz¨®n. Yo soy nazi, no quiero esta guerra, y mis amigos nazis tampoco¡±. Ella: ¡°Yo soy jud¨ªa¡±. ¡°Yo nazi. Los dos estamos de acuerdo¡±. Se besan. Ella se aleja con su pancarta, directamente a la c¨¢rcel, como es bien sabido. ?l la llama, ella se vuelve, ¨¦l le hace el saludo hitleriano. Ella sonr¨ªe.
(Que esta escena sea ver¨ªdica o no, que el chico sea realmente neonazi o que se jacte de serlo, lo cierto es que se trata de una situaci¨®n en la que declarar lo que es constituye un acto de rebeld¨ªa y de defensa de la libertad. ?Zelenski y los suyos son nazis? Vale, yo tambi¨¦n. Este pa¨ªs est¨¢ loco, lo que sucede aqu¨ª es una locura).
Las azafatas de vuelo
Cuando ustedes lean este art¨ªculo, si siguen ah¨ª para leerlo, este v¨ªdeo alucinante habr¨¢ sido visto, comentado, olvidado en todo el mundo, otros v¨ªdeos lo habr¨¢n sustituido, pero, cr¨¦anme, era una intensa experiencia dist¨®pica, la del Black Mirror a la mil¨¦sima potencia, descubrir en un hotel de Mosc¨², al amanecer del domingo 6 de marzo, estas im¨¢genes en las que se ve a Putin sentado a una mesa con una delegaci¨®n de azafatas, explic¨¢ndoles la evoluci¨®n de la guerra. Se ha hablado mucho de la soledad de Putin. Se sabe que ya no ve pr¨¢cticamente a nadie, que la covid ha decuplicado su paranoia, que para que te reciba unos minutos hay que encerrarse 14 d¨ªas bajo la custodia de tipos del FSB, y sus ¨²ltimas apariciones han confirmado esta imagen de bunkerizaci¨®n e impermeabilidad. El di¨¢logo con Macron, cada uno en un extremo de una mesa de 15 metros. El mon¨®logo de 55 minutos que dio inicio a la guerra¡, perd¨®n, a la operaci¨®n especial. La reuni¨®n del Consejo de Seguridad, con la guardia cercana que precisamente no est¨¢ cerca sino muy lejos del jefe, cada cual a una buena distancia delante de su peque?o pupitre, cada cual cag¨¢ndose de miedo, y el terrible y prodigioso momento en que le toca intervenir a Na?ryshkin, el equivalente del jefe de la DGSE francesa (Direction G¨¦n¨¦rale de la S¨¦curit¨¦ Ext¨¦rieure), al que a Putin le agrada humillar en directo, ante el mundo entero, y nos decimos entonces que se est¨¢ propasando, que actuando como un s¨¢dico con sus fieles ayudantes abre el camino a la que parece ser ahora la ¨²nica esperanza de la humanidad: la revoluci¨®n de palacio, el asesinato. Est¨¢ completamente solo, pensamos, se ha vuelto loco, todos estamos a la merced de un hombre solo que se ha vuelto loco, y lo peor, qui¨¦n sabe, es que ¨¦l mismo es consciente de que ha cometido una enorme estupidez pero es demasiado tarde para retroceder, y entonces, qu¨¦ le vamos a hacer, se lanza en picado, derecho hacia el abismo, y todos nosotros con ¨¦l, nadie se bajar¨¢ del tren. Mucho me temo que sea cierta esta versi¨®n shakespeariana, en total contraste con el cinismo calculador que durante mucho tiempo se le ha atribuido a Putin y que le granjeaba tantos admiradores, pero lo fascinante en su encuentro con las azafatas es el esmero que han puesto en desacreditarla. La mesa es tan larga como la mesa en que recibi¨® a Macron, pero las azafatas a su alrededor son unas 20, atentas y rozagantes, todos los presentes codo con codo y el propio Putin relajado, paternal, bebiendo t¨¦; nos decimos que la pr¨®xima vez tendr¨¢, como Stalin, ni?os peque?os sobre las rodillas. Putin dice las cosas sin rodeos, pero no como un paranoico, sino como un tipo en¨¦rgico y fiable, al que le gustan los trabajos bien hechos. Dice, por ejemplo, que si contin¨²an las sanciones, que empiezan a hacer efecto, van a considerar que son un acto de guerra y, por consiguiente, que Rusia no est¨¢ ¨²nicamente en guerra con Ucrania, a pesar de su paciencia, sino con todos los pa¨ªses que apoyan a Ucrania. Con nosotros, por ejemplo, con Francia. Lo que dice es alucinante, pero se lo dice a las azafatas con un tono razonable, humano, y si ya nos parece aterrador que nuestro destino dependa de un hombre acorralado, de repente nos preguntamos si no es todav¨ªa m¨¢s terror¨ªfico que no tenga en absoluto aspecto de estar acorralado.
La manifestaci¨®n
Lionia, que a todas luces conf¨ªa en m¨ª, me ha inscrito en el hilo Telegram de un grupo que informa hora por hora de las noticias del frente pacifista. Ah¨ª se anuncian manifestaciones masivas el domingo, a las dos de la tarde, en el coraz¨®n de las grandes ciudades rusas. Se indican los puntos de encuentro: en Mosc¨² es la plaza del Manezh, adyacente al Kremlin. En un tiempo normal, una manifestaci¨®n en Rusia no debe sobrepasar el n¨²mero de 10 personas, las autoridades deben recibir la solicitud con una antelaci¨®n de dos semanas, y me pregunto con aprensi¨®n c¨®mo va a desarrollarse en estos tiempos tan poco normales. Respuesta: como un paseo. Hay menos j¨®venes de lo que yo esperaba, algunos en familia, la gente hace como si aprovechara este domingo de primavera fr¨ªo pero soleado para pasear alrededor del Kremlin. Forman una multitud no muy densa, no muy organizada, que discurre entre murallas de omon, las fuerzas especiales de la polic¨ªa cuya reacci¨®n es aleatoria. Muy numerosos, realmente muy numerosos, los omon son tambi¨¦n muy nerviosos, algunos montan barreras, otros patrullan, pero se dir¨ªa que no tienen consignas muy concretas. Te cruzas con ellos o sobrepasas a un grupo, pueden ignorarte como si aceptaran la ficci¨®n de que somos paseantes pac¨ªficos, pueden ordenarte que circules con m¨¢s o menos rudeza ¡ªa m¨ª me interpelan varias veces y me causan m¨¢s miedo que da?o¡ª y a veces, bruscamente, se juntan tres o cuatro para perseguir a alguien, molerle a palos y arrastrarle hacia sus furgones. ?Por qu¨¦ a este manifestante y no a otro, ya que nadie lleva una pancarta, nadie grita esl¨®ganes? ?Porque, como dice el proverbio ruso, todo le parece un clavo al que tiene el martillo? Presenciamos a cada minuto una violencia de este tipo, sabemos que si te embarcan as¨ª es muy grave, a?os de c¨¢rcel, y me enterar¨¦ m¨¢s tarde de que cerca de 5.000 personas fueron detenidas aquel d¨ªa en Rusia, pero esto sigue siendo espor¨¢dico, no provoca una verdadera reacci¨®n, nunca llega a ser un enfrentamiento en toda regla. En varias ocasiones tem¨ª que los cosmonautas, como la gente llama a los omon, cargaran o incluso que disparasen. No fue as¨ª, la manifestaci¨®n se dispers¨® tan indistintamente como se hab¨ªa formado. Yo hab¨ªa ido con un periodista franc¨¦s, su mujer y la fot¨®grafa cuyas im¨¢genes acompa?an a este art¨ªculo; me gustar¨ªa escribir sus nombres para expresarles mi gratitud, si llego a ir solo habr¨ªa tenido m¨¢s miedo. Los cuatro, al marcharnos, sentimos una especie de abatimiento dif¨ªcil de definir e incluso de confesar. El peligro puede galvanizar, pero no galvanizaba. Las miradas no brillaban, ni siquiera se cruzaban. Ninguna exaltaci¨®n, ninguna respiraci¨®n profunda, ning¨²n impulso. Ninguna convicci¨®n de que estamos juntos, de que vamos a ganar, de que quiz¨¢ vamos a morir pero ganando, y si no es por nosotros es por nuestros hijos, por un ideal, por la libertad. ¡°Los ucranios son h¨¦roes¡±, me dec¨ªa Irina, ¡°nosotros, los rusos, vivimos con miedo¡±. No es verdad, no todos, quiero acordarme de las chicas que salen totalmente solas a la calle fr¨ªa con una pancarta y tambi¨¦n del joven nazi, si existe. Pero mi impresi¨®n cuando asist¨ª a la manifestaci¨®n es que aquella gente hab¨ªa venido a oponerse a la guerra por principios, por honor, para vencer el miedo, y es algo hermoso, pero que pr¨¢cticamente todos, y me entran ganas de llorar al terminar as¨ª este art¨ªculo, saben que la causa est¨¢ perdida.
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