?Y si la soluci¨®n a la crisis de salud mental fuera (tambi¨¦n) filos¨®fica?
Es necesario diferenciar los trastornos mentales graves del malestar de la vida. Para lo primero, necesitamos medios para tratamientos eficaces. Para lo segundo, integrar perspectivas y un an¨¢lisis amplio de nuestra ¨¦poca
El omnipresente t¨¦rmino ¡°salud mental¡± hace referencia a dos fen¨®menos distintos, con causas e implicaciones diferentes. En primer lugar, est¨¢ el problema de la tremenda lucha de las personas y las familias afectadas por un trastorno mental grave (esquizofrenia, trastorno bipolar, TOC, autismo, depresi¨®n mayor recurrente, anorexia, etc.) para llevar a cabo una vida plena.
Estas enfermedades, a veces tan discapacitantes, son el resultado de una compleja interacci¨®n de factores biol¨®gicos y psicosociales, y nuestro deber es facilitar el acceso de los pacientes a los tratamientos emp¨ªricamente validados y a todas las ayudas sociales que faciliten su plena integraci¨®n en la comunidad. Es una acci¨®n cara, pero justa; si hay que gastar dinero, deber¨ªa ir hacia ah¨ª.
El segundo problema es el malestar ps¨ªquico, la frustraci¨®n, el agotamiento, la insatisfacci¨®n con la vida..., que a veces se expresa como s¨ªntomas de ansiedad y depresi¨®n, insomnio, incapacidad para trabajar o desbordamiento ante las m¨²ltiples adversidades de la vida (los llamados trastornos adaptativos).
Para este mal de nuestra ¨¦poca, esta epidemia de la insatisfacci¨®n, se han propuesto y discutido varios abordajes, que repasamos casi telegr¨¢ficamente:
1. La psicofarmacolog¨ªa del malestar
Se utiliza masivamente, podemos afirmar que, desde la publicaci¨®n del libro, Prozac ha vencido definitivamente a Plat¨®n. Hay una clara tendencia al alza en el consumo de psicof¨¢rmacos, llegando a un total de 4,2 millones de tratamientos mensuales de antidepresivos en Espa?a. Cuando se toman sin una clara indicaci¨®n m¨¦dica, es una suerte de psicocosm¨¦tica de cuestionable beneficio. Ciertamente, es una soluci¨®n r¨¢pida, de bajo coste y no requiere mucho compromiso del sujeto ni del entorno, pero claramente es un insuficiente parche transitorio a problemas sin resolver. Lo malo es cuando este uso perverso de los f¨¢rmacos, esta medicalizaci¨®n del sufrimiento humano, genera un discurso indiscriminado anti-medicaci¨®n, que confunde a aquellas personas que s¨ª la necesitan o podr¨ªan beneficiarse de ella. Los psiquiatras vemos esto a diario.
2. La psicoterapia para todos
Promovida por el boom de la visibilizaci¨®n de los problemas de salud mental y el ¡°yo tambi¨¦n voy a terapia¡±, abre un mercado privado impresionante, al calor del colapso de los centros de salud mental p¨²blicos. Es una opci¨®n beneficiosa para muchos, no cabe duda. El encuentro ¨ªntimo, intransferible, con el terapeuta puede posibilitar acompa?amiento, autoconocimiento y cambio, no ser¨¦ yo quien lo critique. Pero ?la soluci¨®n a este malestar universal es disponer de un ej¨¦rcito de terapeutas? Una alternativa de extraordinario ¨¦xito es la lectura de textos psicol¨®gicos y de autoayuda, centrados en el afrontamiento del estr¨¦s, la regulaci¨®n emocional y la psicoeducaci¨®n. Algunos son estupendos, transmiten gran optimismo y por momentos su lectura sugiere que todo depende, en realidad, de c¨®mo veamos las cosas. Pero su efecto no suele durar mucho.
3. Socializar (y politizar) el sufrimiento individual
La idea, inicialmente, es razonable: la salida a un problema generalizado no debe sustentarse en la responsabilidad individual, sino actuando colectivamente sobre los determinantes sociales de la salud mental: desigualdades de renta, condiciones de trabajo, discriminaci¨®n... En esta l¨ªnea est¨¢ el informe encargado por el Gobierno sobre precariedad laboral y salud mental o la consideraci¨®n de la depresi¨®n como entidad pol¨ªtica de Mark Fisher (difundida por ??igo Errej¨®n o Eduardo Madina). Si llevamos una vida m¨¢s pr¨®spera y confortable, se supone que nuestra salud mental mejorar¨¢. Tiene l¨®gica, pero tambi¨¦n dos problemas, o riesgos: que entonces cada opci¨®n pol¨ªtica (de izquierdas o derechas) hable de querer ¡°mejorar la salud mental¡± de los ciudadanos y el concepto se convierta en un mero se?uelo ideol¨®gico. Porque se supone que las distintas opciones pol¨ªticas ¡ªaunque no sean las nuestras¡ª, aspiran al bien com¨²n y a la prosperidad, unos con unas pol¨ªticas y otros con otras (creer lo contrario denotar¨ªa cierto fanatismo). El segundo escollo es que el malestar psicol¨®gico no siempre correlaciona linealmente con los niveles de pobreza y adversidad. Los focos de hast¨ªo de nuestra ¨¦poca se producen a veces en barrios acomodados de Par¨ªs, Nueva York o Berl¨ªn.., no en Bangladesh o Nairobi, que parecen tener m¨¢s motivos. La crisis de la salud mental no estall¨® tras las devastadoras guerras mundiales ni en la gran hambruna china de Mao Tse Tung, sino que lo ha hecho en nuestro momento actual, en el que hay inestabilidad, precariedad y todo es mejorable, s¨ª, pero en el que la pobreza extrema se ha reducido a la tercera parte entre 1999 y 2019. En resumen, es indudable que las condiciones sociales son importantes, pero ?de verdad que ah¨ª se acaba la cuesti¨®n?
El malestar ps¨ªquico a veces se expresa como s¨ªntomas de ansiedad y depresi¨®n ante las m¨²ltiples adversidades de la vida, son trastornos adaptativos
Todas las dimensiones de la salud mental son importantes y no excluyentes, pero quiz¨¢ es preciso ampliar el encuadre y analizar c¨®mo vivimos y con qu¨¦ prop¨®sito, hacernos preguntas que incrementen nuestra perspectiva existencial. En la ¨¦poca de los crecientes intentos de suicidio de los adolescentes, rescatar a Viktor Frankl y simplemente preguntarnos: ?por qu¨¦ vivir? (¡°Quien tiene un porqu¨¦ para vivir, encontrar¨¢ casi siempre el c¨®mo¡±). Leer a Byung-Chul Han para tratar de entender esta ¡°sociedad del cansancio¡±, producto del narcisismo, el multitasking y la tiran¨ªa de la positividad, o, en nuestro medio, a Javier Gom¨¢ o Jorge Freire, quienes ¡ªentre otros¡ª han abordado la necesaria construcci¨®n de un sentido significativo, que haga posible tolerar la adversidad. Dice ¨¦ste ¨²ltimo en su fenomenal ensayo Agitaci¨®n (P¨¢ginas de espuma, 2020): ¡°Para que cese el sufrimiento, es necesario dejar de escapar del dolor¡±. Abordar esta compleja crisis de la mano de Montaigne, Albert Camus, Martin Buber y de aquellos otros muchos pensadores que defendieron que la principal funci¨®n de la filosof¨ªa es ense?arnos a vivir.
Y, finalmente, quiz¨¢ haya que abordar la dimensi¨®n del ser humano que ha sido pr¨¢cticamente olvidada o convertida en tab¨² por la psicolog¨ªa reciente: la espiritual. El ocaso de la religi¨®n institucional en Occidente gener¨® un socav¨®n enorme en el af¨¢n de significado del ser humano, transitoriamente rellenado en el siglo XX por los grandes sistemas ideol¨®gicos y los nacionalismos (a trav¨¦s de la Nostalgia del Absoluto, que describi¨® George Steiner). Pero ahora, en nuestro agitado mundo secular y posmoderno ?c¨®mo encauzamos nuestro natural deseo de trascendencia, de pertenencia a algo m¨¢s grande que nosotros?, ?c¨®mo dotamos de sentido a las p¨¦rdidas y al sufrimiento inherente a la vida?
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