?nicos, creativos y memorables: as¨ª es como el error nos hace m¨¢s humanos
Las equivocaciones tend¨ªan a verse como un punto negro en el inmaculado espejo de la especie. En verdad nos distinguen y son fuente de belleza, como un lunar en una cara perfecta
Un consejo, y esta vez gratis: si has cometido un delito, intenta que tu caso sea visto inmediatamente despu¨¦s del almuerzo. Seg¨²n un estudio de 2011 de la Universidad de Columbia, a esa hora los jueces suelen ser m¨¢s indulgentes que en cualquier otro momento del d¨ªa. No deber¨ªa ser as¨ª, pero las estad¨ªsticas se?alan que la diferencia entre ser juzgado antes o despu¨¦s de almorzar es enorme: si, por ejemplo, has robado un banco, puede que en el segundo caso acaben d¨¢ndote s¨®lo cinco a?os de c¨¢rcel de los dieciocho posibles. Trece a?os menos gracias a un men¨² de mediod¨ªa.
En Ruido: Un fallo en el juicio humano, el psic¨®logo estadounidense-israel¨ª Daniel Kahneman ¡ªautor de Pensar r¨¢pido, pensar despacio¡ª y sus colegas Olivier Sibony y Cass Sunstein prueban que estamos rodeados de errores y que estos condicionan nuestra vida profesional y casi cualquier otro aspecto de nuestra existencia en mayor medida que los aciertos. Que poco despu¨¦s del almuerzo y a primera hora de la ma?ana los jueces suelen ser m¨¢s permisivos es un dato que aparece en su libro, en el que, adem¨¢s, los autores citan estudios realizados en 1974, 1977 y 1981 para demostrar que la administraci¨®n de justicia depende de inclinaciones y convicciones de los jueces que var¨ªan enormemente. Se trata de un problema de gran importancia, pero no es el ¨²nico que deber¨ªa preocuparnos: seg¨²n Kahneman, la suma de juicios err¨®neos y de interpretaciones desacertadas nos aboca a vivir rodeados de ruido.
Para explicar a qu¨¦ llaman ¡°ruido¡±, Kahneman y sus coautores nos invitan a imaginar que estamos frente al puesto de tiro al blanco de una feria de atracciones; en lugar de apuntar a la diana, las personas estamos disparando en todas direcciones, incapaces de reconocer cu¨¢l es exactamente el blanco y d¨®nde se encuentra: a veces acertamos en ¨¦l, pero s¨®lo por accidente. Mientras tanto, sin embargo, a algunos les dan prisi¨®n permanente y a otros los dejan marcharse a casa, pese a lo cual, afirma Kahneman, seguimos ignorando el problema. ?Por qu¨¦? Porque tendemos a creer que los que cometen errores son los dem¨¢s, y no nosotros. Porque, mal que mal, seguimos dando en el blanco a veces. Porque nos gusta creer que los errores y las malas interpretaciones constituyen accidentes m¨¢s o menos inevitables, la excepci¨®n antes que la regla. Y tambi¨¦n porque el ruido s¨®lo es perceptible o analizable si se consideran grandes cantidades de informaci¨®n estad¨ªstica, y las personas tendemos a no pensar en estad¨ªsticas, sino en relatos: si robamos un banco y nos atrapan, creemos que ha sido mala suerte; si, adem¨¢s, nos condenan a 18 a?os de c¨¢rcel, pensamos que el mundo tiene algo contra nosotros, aunque la verdad es que ¡ªpor decirlo de alguna manera¡ª el mundo tiene algo contra todo el mundo, no s¨®lo contra nosotros.
Stanis?aw Lem hace decir a uno de sus personajes que la vida es ¡°un puzle siempre patas arriba¡±. Est¨¢ ¡°compuesta de casualidades, de verdaderos desprop¨®sitos¡± y equ¨ªvocos, y la mejor manera de enfrentarse a ella no es intentar corregir el error sino adaptarnos a ¨¦l, sostiene Lem. Y la escritora estadounidense Kathryn Schulz ¡ªautora de En defensa del error: Un ensayo sobre el arte de equivocarse¡ª parece darle la raz¨®n. Para ella somos simplemente el resultado de fallos en la replicaci¨®n de las secuencias gen¨¦ticas; esos errores, que llamamos ¡°mutaciones¡±, suponen una variaci¨®n entre los miembros individuales de una especie y contribuyen a la adaptaci¨®n y a la supervivencia. ¡°Los errores nos mantienen literalmente vivos¡±, afirma.
Los humanos cometemos fallos pero los de los algortimos afectan a millones de personas
Uno de los problemas que observa Kahneman es que los algoritmos, de los que en este momento depende pr¨¢cticamente todo, desde la obtenci¨®n de una cita con el dentista y la canci¨®n que escucharemos a continuaci¨®n hasta la evaluaci¨®n de una amenaza externa y el uso del arsenal nuclear, no solucionan los problemas para los que los creamos: para que funcionen correctamente es necesario que el ser humano los ¡°corrija¡±. En 2015 un ingeniero inform¨¢tico advirti¨® a Google de que su reconocimiento de im¨¢genes no era capaz de distinguir entre una persona de raza negra y un mono; tres a?os y miles de quejas despu¨¦s, el algoritmo segu¨ªa sin poder hacerlo y las im¨¢genes denunciadas deb¨ªan ser eliminadas de la b¨²squeda por los empleados.
Un estudio publicado en la revista Nature el a?o pasado mostraba, por otra parte, que el uso de algoritmos en la evaluaci¨®n de pacientes a la espera de un trasplante de ri?¨®n en Estados Unidos perjudicaba a los afroamericanos: la cifra de pacientes negros que lo recib¨ªa estaba en torno al 17,7% cuando deber¨ªa estar ligeramente por debajo del 50%. Dos a?os atr¨¢s, documentos internos de una aseguradora privada de salud a los que tuvo acceso Forbes hab¨ªan se?alado que el algoritmo empleado por los m¨¦dicos de la compa?¨ªa para dise?ar los tratamientos contra el c¨¢ncer no funcionaba correctamente y condujo a que muchos pacientes recibieran informaci¨®n insuficiente o equivocada. Etc¨¦tera.
Un mont¨®n de informaci¨®n err¨®nea significa un mont¨®n de problemas, pero la matem¨¢tica de nuestra dependencia de la inteligencia artificial y los algoritmos es algo m¨¢s compleja que eso, ya que la peligrosidad de una inteligencia artificial mal dise?ada est¨¢ en proporci¨®n con los aspectos culturales que determinan que creamos que las m¨¢quinas son m¨¢s eficientes que los humanos ¡ª?una creencia que no deja de aumentar en la medida en que lo hace nuestra necesidad de muletas electr¨®nicas¡ª y estos casan bien con nuestra indolencia habitual. Una noche de octubre de 2015, por ejemplo, dos esposos brasile?os que se dirig¨ªan a una pizzer¨ªa fueron baleados por narcotraficantes ¡ªla mujer muri¨®¡ª cuando la aplicaci¨®n de tr¨¢fico Waze, que hab¨ªan programado para que los guiase a la avenida Quintino Bocai¨²va de Niteroi, una localidad en el Estado de R¨ªo de Janeiro, los condujo a la avenida Quintino Bocai¨²va de R¨ªo, que pasa por el centro de una de las favelas m¨¢s peligrosas de la ciudad. Que se recuerde, no es el ¨²nico caso de obediencia ciega al algoritmo: en 2013, una mujer de 67 a?os llamada Sabine Moreau que sali¨® de Bruselas en direcci¨®n a su hogar, a unos 135 kil¨®metros de all¨ª, acab¨® dos d¨ªas despu¨¦s en Zagreb, en Croacia, por culpa de las indicaciones de su GPS; la mujer, que recorri¨® en su coche los 1.287 kil¨®metros que separan ambas ciudades, admiti¨® que estaba demasiado ¡°distra¨ªda¡± siguiendo las indicaciones del aparato ¡ªpadec¨ªa una demencia senil leve¡ª como para comprender qu¨¦ suced¨ªa.
Daniel Kahneman observa con acierto que los humanos tambi¨¦n cometemos errores, algunos de considerable gravedad; pero los que cometen los algoritmos son a¨²n m¨¢s graves, por cuanto afectan a millones y millones de personas. Nadie deber¨ªa ostentar tanto poder y de una forma tan opaca. Y sin embargo, los errores cometidos por la inteligencia artificial son ya algo as¨ª como el clima, un fen¨®meno sobre el que creemos no poder ejercer ning¨²n control, pese a que las herramientas para corregir los errores de la tecnolog¨ªa¡ªpor ejemplo, los que propician la proliferaci¨®n de bulos y la agresividad en las redes sociales¡ª existen y podr¨ªan dar lugar a una mejor ingenier¨ªa social, como sostiene desde hace a?os Jaron Lanier en libros como ?Qui¨¦n controla el futuro?; cada una de las denuncias de discriminaci¨®n recibidas por Apple en los ¨²ltimos a?os ha sido desestimada con la misma respuesta, por ejemplo: ¡°Nosotros no somos los que discriminamos, es el algoritmo¡±. Una respuesta similar podr¨ªa provenir de Google: hasta 2018 su herramienta de traducci¨®n traduc¨ªa ¡°a doctor¡± como ¡°un doctor¡± y ¡°a nurse¡± como ¡°una enfermera¡± pese al hecho de que no son pocas las m¨¦dicas ni escasos los enfermeros. Un error, claro; pero uno que refleja y amplifica un error m¨¢s grande, social, que persigue a las mujeres desde hace siglos.
Quienes escribimos estamos habituados a los errores en el proceso de edici¨®n, llamados erratas: son inocuos en comparaci¨®n con los anteriores, pero tambi¨¦n la tecnolog¨ªa juega un papel en ellos. Un buen amigo m¨ªo que publicaba un libro llamado El arte de perder se llev¨® una decepci¨®n monumental hace algunos a?os cuando, al recibir los primeros ejemplares, descubri¨® que el t¨ªtulo conten¨ªa una errata que convert¨ªa sus poemas en un tratado ¡ªquiz¨¢s innecesario¡ª sobre las ventosidades. Naturalmente, hubo que destruir la tirada.
No siempre se hace esto ¨²ltimo, sin embargo. Y hay ejemplares de libros de Henry Miller, Theodore Dreiser e incluso de J. K. Rowling por los que se pagan habitualmente m¨¢s de 10.000 euros s¨®lo porque contienen una errata importante. ?Por qu¨¦? Porque ese error los hace ¨²nicos. Quien desee tener un libro realmente especial puede intentar obtener uno de ellos. Un empresario londinense pag¨® 51.276 euros en 2016 por una primera edici¨®n de Harry Potter con la palabra ¡°filosofal¡± mal escrita en la portada, por ejemplo. Un ejemplar sin errores le hubiese costado 15.
La escritora mexicana Julia Santib¨¢?ez admiti¨® en una oportunidad que colecciona gazapos. ¡°Me interesa conocer los orificios secretos de los escritores¡± afirm¨®, refiri¨¦ndose, creo, a sus ¡°oficios¡±; algunos de sus errores favoritos son ¡°la orquesta toca la abertura¡±, por ¡°obertura¡±; ¡°la Madonna put¨ªsima¡±, por ¡°pur¨ªsima¡±, y el que se cuenta que se produjo en la primera edici¨®n de la novela de Vicente Blasco Ib¨¢?ez Arroz y tartana, que comenzaba diciendo: ¡°Aquella ma?ana, do?a Manuela se levant¨® con el co?o fruncido¡¯. El original luc¨ªa un deslucido ¡®ce?o¡¯ fruncido¡±, recuerda.
Las herramientas de autocorrecci¨®n de tel¨¦fonos y ordenadores est¨¢n multiplicando el error en lugar de disminuir su frecuencia, como puede comprobar cualquiera; en el ¨¢mbito de la prensa escrita, por otra parte, hace tiempo que la reducci¨®n de personal y la automatizaci¨®n han llevado a la aparici¨®n de gazapos y errores impensables antes. En 2019 la cuenta de Twitter @nyttypos comenz¨® a revelar errores tipogr¨¢ficos y de concepto en el peri¨®dico estadounidense The New York Times; an¨®nima y persistentemente, la cuenta contin¨²a revel¨¢ndolos tres a?os despu¨¦s de su creaci¨®n y es, en alg¨²n sentido, una prueba de fidelidad lectora, ya que nadie puede reparar en los errores de un medio si no lo lee. Pero tambi¨¦n habla de una p¨¦rdida de calidad cuya causa es econ¨®mica, como casi todas: en 2017, The New York Times elimin¨® su departamento de correcci¨®n y despidi¨® o recoloc¨® a sus 100 empleados confiando en que las herramientas inform¨¢ticas har¨ªan todo el trabajo; la mayor parte del tiempo, sin embargo, son las personas que trabajan en el peri¨®dico las que tienen que corregir los errores que han generado esas herramientas, una actividad a la que posiblemente todos tengamos que dedicar m¨¢s y m¨¢s tiempo de nuestra vida en los pr¨®ximos a?os.
Algunos errores, por cierto, son bastante m¨¢s graves que una simple errata. John Gardner, el escritor norteamericano, mencionaba entre los principales en literatura ¡°un empleo inadecuado o excesivo de la voz pasiva, (¡) el empleo constante de una dicci¨®n tendiente a distraernos, la falta de variedad en la construcci¨®n de las frases, la falta de claridad en las frases mismas, un ritmo defectuoso, las rimas internas no deseadas¡± y otros fen¨®menos similares, pero hay m¨¢s, y a¨²n m¨¢s graves.
El escritor Sergio del Molino recordaba en este peri¨®dico hace dos a?os la situaci¨®n vivida por Naomi Wolf durante una entrevista en la BBC en 2019 al hilo de un nuevo libro suyo titulado Outrages: Sex, Censorship and the Criminalisation of Love (ultrajes: sexo, censura y la criminalizaci¨®n del amor). En mitad de la conversaci¨®n, su entrevistador ¡°cita un pasaje que habla de ejecuciones a adolescentes por cr¨ªmenes relacionados con la homosexualidad en el siglo XIX. En la documentaci¨®n hist¨®rica consultada por Wolf aparecen como executions, que la autora interpreta como condenas a muerte, pero el entrevistador dice: ¡®Creo que se ha equivocado al interpretar el t¨¦rmino, pues no se refiere a condenas a muerte, sino a exoneraciones¡¯. (¡) En la terminolog¨ªa jur¨ªdica de la Inglaterra victoriana, una execution era la forma de condonar una pena¡±. Los casos que Wolf hab¨ªa computado como ¡°ejecuciones¡± a j¨®venes homosexuales, en realidad hab¨ªan sido cerrados con la libertad de los acusados, no con su muerte. ¡°Un largu¨ªsimo silencio de tres o cuatro segundos sucede a esa revelaci¨®n¡±, cuenta Del Molino; ante ella, ¡°una Wolf petrificada solo acierta a decir: ¡®Ah¡¯. Es un ¡®ah¡¯ largo y descendente que se apaga hacia el final, como si cayera por un precipicio. Es el ¡®ah¡¯ que constata que el libro entero est¨¢ basado sobre un error de interpretaci¨®n. Es decir: no vale para nada. Unos meses despu¨¦s, los editores de Wolf en Estados Unidos cancelaron el lanzamiento de Outrages¡±.
Nos ense?an a no equivocarnos, a huir del desacierto, pero el miedo paraliza
Los 189 errores reunidos por el artista Enric Farr¨¦s Duran mientras trabajaba en una librer¨ªa de segunda mano son una buena prueba de que s¨®lo es posible escribir si se acepta que el error es inherente al proceso creativo y que ni siquiera los m¨¢s grandes se libran de ¨¦l. En las primeras p¨¢ginas de Robinson Crusoe, el h¨¦roe nada desnudo hasta el derelicto de su barco y regresa de ¨¦l con varias herramientas que trae ¡°en los bolsillos¡±; como record¨® Javier Cercas en estas p¨¢ginas, Homero, Dante, Miguel de Cervantes, Franz Kafka tambi¨¦n cometieron errores evidentes y famosos.
¡°Los ¨²nicos que no se equivocan nunca son los que se equivocan siempre, porque no saben lo que es acertar¡±, observa Cercas. Muchos de los errores que cometemos quienes escribimos con regularidad pasan inadvertidos a los lectores; pero, cuando estos reparan en ellos, su reacci¨®n tiende a ser de dos tipos: algunos condenan al autor, pero otros celebran la existencia de una imperfecci¨®n que, como un lunar en la mejilla o una pierna m¨¢s corta que la otra ¡ªse dice que el problema de John Wayne, del que result¨® su forma de caminar, tan caracter¨ªstica¡ª, otorgan personalidad a algo que de otra manera no la tendr¨ªa, o la tendr¨ªa en menor medida. Y a veces tambi¨¦n permiten comenzar al escritor de nuevo, como sucedi¨® en el caso de Ernest Hemingway: en diciembre de 1922, Hadley Richardson, su primera esposa, olvid¨® en un tren una maleta repleta de manuscritos de su marido, que el autor de Par¨ªs era una fiesta tuvo que reconstruir de memoria; al hacerlo, prescindi¨® de toda floritura, fue directo al grano, y as¨ª, encontr¨® el estilo duro, sint¨¦tico, poco locuaz, que caracterizar¨ªa toda su obra posterior, por la que termin¨® obteniendo el Premio Nobel de Literatura.
Nos ense?an a no equivocarnos, a huir del desacierto, a no ¡°meter la pata¡±, pero el miedo paraliza y el error puede ser la distancia m¨¢s corta entre nosotros y el punto al que nos dirigimos aunque no lo sepamos. Como sostiene Umberto Eco en su ensayo The Cult of the Imperfect (el culto de lo imperfecto), en El conde de Montecristo ¡ªque tampoco anda escaso de gazapos¡ª ¡°el exceso se convierte en genialidad¡±. Dicho de otra manera, s¨®lo a trav¨¦s del exceso, que supone la posibilidad del error, se llega a un resultado, si no acertado, s¨ª constitutivo de una singularidad: El conde de Montecristo ¡°es¡± El conde de Montecristo gracias a sus errores, adem¨¢s de a sus aciertos. La novela de Dumas ¡°es muy reprobable desde el punto de vista del estilo literario y, si se quiere, desde el de la est¨¦tica¡±, admite Eco; pero lo que la hace legible es el tipo de elementos que, en el contexto de su ¨¦poca, la convert¨ªan en una novela arriesgada pese a ser un follet¨ªn, ya que el gusto literario y nuestras ideas acerca de qu¨¦ es lo correcto en materia de arte cambian con el tiempo: lo hacen, en no menor medida, gracias a innovaciones introducidas por los artistas que el p¨²blico tiende a percibir, en primer lugar, como error.
Paul Virilio, el ensayista franc¨¦s, nos record¨® hace a?os que la invenci¨®n del ferrocarril fue tambi¨¦n, al mismo tiempo, la del accidente ferroviario; invenciones m¨¢s recientes, como las de internet, las redes sociales, las encuestas de opini¨®n, tambi¨¦n han tra¨ªdo consigo formas nuevas de equivocaci¨®n, en particular en aquellos casos en que el algoritmo y la popularidad de algo se han convertido en las ¨²nicas fuentes de su validaci¨®n. ¡°El error se alimenta del error, se transforma en error, el error crea error, hasta que la aleatoriedad se convierte en el destino del mundo¡±, escribi¨® Lem. No es que todos los errores sean iguales, por supuesto, pero cierto tipo de ellos ¡ªlos menos graves, los que nos dejan en rid¨ªculo sin destruir nuestra reputaci¨®n, los que nos humanizan¡ª permanecen m¨¢s tiempo con nosotros que los aciertos, y el filme perfecto no resulta tan memorable como el que est¨¢ repleto de errores: todav¨ªa hoy muchos cineastas contin¨²an jurando por el nombre de Ed Wood, el autor de las catastr¨®ficas Plan 9 del espacio exterior y La novia del monstruo, pero pocos lo hacen en nombre de sus cr¨ªticos o de quienes, en su opini¨®n, y en contraste con Wood, hac¨ªan buen cine; a los nombres de estos ¨²ltimos ni siquiera los recordamos y, como dir¨ªa el dramaturgo ingl¨¦s No?l Coward, ninguna estatua se ha erigido en nombre de ellos. Como agregar¨ªa Lem, ¡°no es que haya que reajustar lo que vemos, sino que hay que cambiar el punto de vista¡±.
El error individualiza, distingue, destaca; potencialmente, es un acto creativo, en el que el contenido err¨®neo inscribe su recipiente ¡ªun hecho, una obra art¨ªstica, una conversaci¨®n, el men¨² de un restaurante¡ª en un peque?o recordatorio de que el mundo a¨²n puede sorprendernos. Unos a?os atr¨¢s, el blog El comidista daba cuenta de los singulares peppers with beautiful de un restaurante cuyos due?os deb¨ªan de haber querido decir ¡°pimientos con bonito¡±; en la misma entrada, una mus del d¨ªa se hab¨ªa convertido en mousse of the day, un desafortunado ¡°pulpo a feira¡± travestido de octopus to the party compart¨ªa mesa con unos tent¨¢culos de calamar traducidos como squid testicles o ¡°test¨ªculos de calamar¡± y un ¡°cocido leon¨¦s¡± era convertido en cooked lions y una Coca Cola en Cocaine tail. Uno desear¨ªa que estos platos existieran realmente, aunque, tal vez, preferir¨ªa no comerlos.
?Por qu¨¦ otra raz¨®n recordar los grises men¨²s de tantos restaurantes sin m¨¦rito si no fuera por esos errores que los inscribieron en la memoria de sus clientes? No son nuestros aciertos, f¨¢cilmente reproducibles por los ordenadores ya, sino nuestros errores los que nos hacen humanos ¡ªes decir, ¨²nicos¡ª, y el mundo necesitar¨¢ m¨¢s y m¨¢s de estos en la medida en que pasen los a?os. Insuflar humanidad a un mundo hostil y maquinal que est¨¢ perdi¨¦ndola de vista ¡ªposiblemente la tarea m¨¢s importante a la que podamos dedicarnos en este momento¡ª supone reconocer de antemano que no somos infalibles y que ¡ªal margen del hecho de que no todos los errores son iguales¡ª hay algunos de ellos con los que podemos reconciliarnos; hacerlo ¡ªasumiendo el error, abraz¨¢ndolo, aprendiendo a equivocarnos mejor¡ªimplica liberarnos de la clase de inhibiciones a las que debemos tantas cosas sin personalidad y, en ¨²ltima instancia, sin sentido. Los japoneses valoran particularmente ciertas piezas cer¨¢micas que, tras haberse roto, han sido reconstruidas con resina mezclada con oro y plata; consideran que, mediante su reconstrucci¨®n, la pieza adquiere una historia, que, en ellas, el da?o se ha convertido en cicatriz, y la cicatriz en belleza. Quiz¨¢s nuestro error al interpretar lo que se espera de nosotros en el marco de procedimientos y demandas profundamente err¨®neas vinculadas con el dinero, el estatus y la ideolog¨ªa, nos libere de ellos convirti¨¦ndonos, por una vez, no en parte del problema, sino de la soluci¨®n. De alg¨²n modo, como saben los ni?os, toda equivocaci¨®n es una posibilidad ¡ªenormemente seria, por otra parte¡ª de volver a inventar los juegos que m¨¢s nos gustan: un instante en el tiempo en el que la creatividad permanece agazapada, esper¨¢ndonos.
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