Del High Line de Nueva York a la Paz Waterfall Gardens, en Costa Rica: 10 sorprendentes jardines americanos

Exc¨¦ntricas composiciones de c¨¢ctus y ¨¢gaves en medio del desierto, frondosos jardines tropicales en las islas del Caribe o un jard¨ªn lineal entre rascacielos de Manhattan. Tambi¨¦n cementerios ajardinados donde la belleza convive con la muerte. A continuaci¨®n, proponemos un dec¨¢logo con ideas verdes y refrescantes para viajeros amantes de los jardines que desvelan espacios desconocidos en el continente americano. Gestionados por aficionados jardineros millonarios, por comunidades ind¨ªgenas o por los propios municipios, todos estos espacios al aire libre tienen en com¨²n la belleza y la originalidad.

High Line (Manhattan)

Este jard¨ªn urbano no es realmente un jard¨ªn. En realidad, el High Line de Manhattan es el reflejo del esp¨ªritu de una comunidad, de un grupo de neoyorquinos que se moviliz¨® para salvar de la demolici¨®n esta l¨ªnea de ferrocarril en desuso del West Side, para reacondicionarla en beneficio de la naturaleza y de los habitantes de Nueva York. El recorrido, a nueve metros de altura sobre el tr¨¢fico, brinda a los vecinos y turistas la oportunidad de hacer una pausa en medio del bullicio. Inaugurada en 2009, ha sido inteligentemente ajardinada con plantas nativas, con varias zonas a lo largo de sus 2,3 kil¨®metros que meten la naturaleza en la Gran Manzana.

Inspir¨¢ndose en las v¨ªas f¨¦rreas abandonadas que son invadidas por flores silvestres, arbustos y hierbas, los paisajistas idearon un dise?o que rinde homenaje a las especies aut¨®ctonas de la regi¨®n y a la propia est¨¦tica salvaje de la naturaleza. El High Line son 22 zonas, plantadas con arreglo al microclima reinante en cada tramo del paisaje industrial (lluvioso y ventoso; abrigado y soleado). Son como un libro de texto sobre las especies ind¨ªgenas de Nueva York. Podemos estar atravesando un bosquete de abedules grises y guillomos arb¨®reos que toleran la sombra y, pocos pasos despu¨¦s, un tramo con plantas perennes heli¨®filas. Mientras tanto, revolotean en el paseo polinizadores y aves que dan vida a todo el conjunto.

Su magia est¨¢ tambi¨¦n en los elementos del paisaje urbano anteriores a su creaci¨®n, como las curvas del antiguo trayecto ferroviario y ¨¢ngulos de edificios m¨ªticos o el ladrillo de construcciones antiguas. Ya sea para correr, pasear o cuidar las plantas como voluntario, y aunque en determinados momentos llega a estar demasiado lleno, caminar por este paseo elevado permite una mirada diferente sobre el ritmo de Nueva York.

Jard¨ªn Bot¨¢nico de Bogot¨¢ Jos¨¦ Celestino Mutis

El paseo por este jard¨ªn es un viaje, de planta en planta, por toda Colombia. El mayor jard¨ªn bot¨¢nico del pa¨ªs sudamericano no es solo un refugio del ajetreo de Bogot¨¢, el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Bogot¨¢ Jos¨¦ Celestino Mutis es tambi¨¦n un viaje a trav¨¦s de las plantas, ¨¢rboles y hierbas medicinales colombianas. Desde pinos, palmeras y plataneras hasta unas 4.000 especies de orqu¨ªdeas, procedentes de las cumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta o la costa.

Lo m¨¢s representativo del jard¨ªn es el futurista Tropicario, el mayor invernadero de Sudam¨¦rica, que consta de seis c¨²pulas acristaladas: una para exposiciones temporales y cinco que recrean entornos bot¨¢nicos del pa¨ªs. Al penetrar en el bosque h¨²medo tropical se tiene la sensaci¨®n de que, pese a estar en un espacio cerrado, caminamos bajo un dosel verde envuelto en brumas. Este entorno contrasta con el bosque seco tropical, donde predominan cactus, suculentas y otras plantas des¨¦rticas, y con el superp¨¢ramo, una regi¨®n por encima de los 3.960 metros sobre el nivel del mar. Las fotograf¨ªas de gran formato que cubren las paredes transportan a esta zona de picos nevados y vegetaci¨®n resistente.

Hay tambi¨¦n varias zonas al aire libre que pueden ser exploradas. La Rosaleda es un mar de fragancias, y se puede sentir la brisa bajo las esbeltas palmeras. Por los caminos van apareciendo helechos y flores, un herbario y gran variedad de ¨¢rboles que protegen del sol y de los frecuentes aguaceros bogotanos. El jard¨ªn toma su nombre del bot¨¢nico espa?ol Jos¨¦ Celestino Mutis, que encabez¨® la Real Expedici¨®n Bot¨¢nica al Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Aunque la biodiversidad que encontr¨® ya era conocida por los pueblos ind¨ªgenas, Mutis fue el primero que dej¨® constancia documental de esta riqueza natural y la revel¨® al mundo. Hoy el jard¨ªn contin¨²a siendo un importante centro de investigaci¨®n sobre los ecosistemas del pa¨ªs. La planta emblem¨¢tica del jard¨ªn es el clavellino, una trepadora aut¨®ctona denominada Mutisia clematis en su honor.

Brookgreen Gardens (Carolina del Sur)

Los Brookgreen Gardens tienen todo el encanto de lo sure?o y un punto de surrealismo. Quien entra en estos jardines en el sureste de Estados Unidos puede imaginarse dentro de un sue?o: una avenida de colosales y retorcias encinas siempre verdes y cubiertas de musgo y, en la distancia, la estatua de un joven que lucha con un caballo encabritado. Estamos en el jard¨ªn con la mayor colecci¨®n de estatuas figurativas del pa¨ªs. Fundada por Archer y Anna Hyatt Huntington, en 1931, esta propiedad de 36 kil¨®metros cuadrados protege una zona de la regi¨®n del Lowcountry de Carolina del Sur con marismas, encinas, pinos de Virginia y lugares m¨ªticos del antiguo pueblo gullah geechee, un jard¨ªn bot¨¢nico, galer¨ªas de arte, una ruta hist¨®rica y un zoo.

Las encinas siempreverdes son aut¨®ctonas del sureste de EE UU, donde abundan los ejemplares grandes y antiguos. En estos jardines, su majestuosa avenida de las encinas se transforma en diciembre durante la Noche de las Mil Velas, cuando estos ¨¢rboles de m¨¢s de 250 a?os se iluminan, adornados con guirnaldas de luces blancas que oscilan bajo las ramas y proyectan su brillo sobre el musgo. La gente, bien abrigada, bebe sidra caliente y se fotograf¨ªa bajo los ¨¢rboles se?oriales. Todo el mundo se desea buena suerte bajo los musgos colgantes, envueltos en un cierto halo fantasmag¨®rico. Durante esta celebraci¨®n, la avenida se convierte en el centro de todo, y desde all¨ª se ilumina la colecci¨®n de magnolias, palmas de abanico y estatuas, todo realzado con las velas y las luces de colores.

El jard¨ªn est¨¢ lleno de estatuas, como las siete que representan a Diana. Una de ellas, la Diana Cazadora, es un bronce de tama?o natural que corona una columna que emerge de un estanque ajardinado entre la entrada y la avenida. Esta obra, una de las m¨¢s de 2.000 que hay repartidas, fue tan famosa que se utiliz¨® en 1925 como insignia de una famosa marca de coches. Pero hay m¨¢s dianas, como una que corre tensando su arco con un perro a los pies.

El otro gran atractivo de estos jardines es la ruta del Lowcountry, un recorrido inmersivo por una pasarela entre pinos de Virginia y encinas cubiertas de musgo. Esta ruta nos lleva a conocer al pueblo gullah geechee (conocidos como gullah en Carolina del Sur y geechee en Georgia), descendientes de los esclavos de ?frica occidental y central que trabajaban en las plantaciones de la regi¨®n. Los gullah geechee conservan su peculiar lengua y cultura criolla, y en la rotulaci¨®n y los textos explicativos del sendero se va contando su historia.

Hunte¡¯s Gardens (Barbados)

Damos un salto hacia el Caribe, donde el clima anima a muchos aficionados a la jardiner¨ªa y muchas islas mantienen bonitos jardines bot¨¢nicos o paisaj¨ªsticos. Es el caso de los Hunte¡¯s Gardens, una antigua plantaci¨®n azucarera en el coraz¨®n de Barbados. Podr¨ªa ser un simple jard¨ªn tropical en un sitio peculiar, pero el veterano horticultor Anthony Hunte siempre huy¨® de los convencionalismos. En un espectacular agujero c¨¢rstico en la antigua plantaci¨®n de Castle Grant, Hunte¡¯s Gardens ha convertido unas tierras antes dominadas por el monocultivo industrial en uno de los rincones m¨¢s encantadores de la isla. El microclima de esta cueva resulta muy singular, y Hunte lo ha aprovechado al m¨¢ximo para plantar una asombrosa variedad de flores sobre un fondo de vegetaci¨®n exuberante que trepa por las empinadas paredes.

Todo se adapta a un anfiteatro natural, cubierto por palmeras reales de 120 a?os con troncos robustos de un blanco gris¨¢ceo que se yerguen hacia el cielo y estallan en un mar verde en lo alto. Las copas de los ¨¢rboles filtran la luz solar y, como reflectores, la dirigen hacia distintos puntos. Los visitantes reciben una cartulina con casi 100 especies para que intenten localizarlas; pero de entrada es mejor guardarla y contemplar el paisaje, todo un espect¨¢culo realzado por la suave m¨²sica cl¨¢sica que pone el octogenario propietario y DJ.

Desde la v¨ªa de acceso varios senderos, unos de piedra y otros de grava, bajan hasta lo m¨¢s profundo del jard¨ªn, coloreados por orqu¨ªdeas y alegr¨ªas que lo llenan de intensos rosas, p¨²rpuras y naranjas. Escondidas tras helechos y bromelias surgen de entre el follaje esculturas de piedra y curiosas antig¨¹edades, de forma que el visitante se siente como un cazador de tesoros explorando un m¨¢gico mundo tropical.

Aunque el jard¨ªn tiene solo 1,2 hect¨¢reas, su trazado est¨¢ lleno de remansos escondidos: por todas partes, ramales del sendero conducen a minijardines dispuestos en torno a relajantes elementos de agua, esculturas o espectaculares grupos de heliconias. En muchos de estos jardincitos se han instalado bancos y sillas entre la vegetaci¨®n, rincones ideales para leer un libro, hacer un p¨ªcnic o, sencillamente, sentarse en medio de tanta exuberancia.

Naa¡¯Waya¡¯Sum Coastal Indigenous Gardens (Canad¨¢)

Tofino parece el fin del mundo. Este pueblo en la provincia canadiense de la Columbia Brit¨¢nica debe su nombre a un espa?ol: el cart¨®grafo, matem¨¢tico y oficial naval espa?ol Vicente Tofi?o de San Miguel (1732-1795). Queda apartado de la tierra firme de la Columbia Brit¨¢nica, pero aun as¨ª muchos viajeros hacen el esfuerzo de desplazarse hasta aqu¨ª para gozar de este rinc¨®n de Canad¨¢.

Tofino se asienta en un bosque lluvioso costero, y los Naa¡¯Waya¡¯Sum Coastal Indigenous Gardens son un proyecto conservacionista impulsado por los tla-o-qui-aht. Dan protagonismo a las plantas tradicionales y la cultura de la regi¨®n, y ofrecen actividades coordinadas por los ind¨ªgenas.

Los antiguos Tofino Botanical Gardens se abrieron al p¨²blico en 1997 con una combinaci¨®n de bosque lluvioso y plantas cultivadas. Su fundador, George Patterson, conserv¨® la propiedad de estos jardines junto al mar hasta 2021, cuando vendi¨® los terrenos a una organizaci¨®n ind¨ªgena: el Programa de Innovaci¨®n de Zonas Ind¨ªgenas Protegidas y Conservadas (IPCA). El objetivo del IPCA es combinar la tradici¨®n ind¨ªgena con la ciencia moderna para promover el conservacionismo y la acci¨®n clim¨¢tica. En Tofino, este jard¨ªn bot¨¢nico (cambi¨® de nombre en 2022) se est¨¢ convirtiendo en un foco de activismo clim¨¢tico. La visita apoya este proyecto y permite conocer la importancia de estas tierras para las comunidades locales.

Naa¡¯Waya¡¯Sum, nombre ind¨ªgena del jard¨ªn, proviene de la palabra nuu-chah-nulth que designa los bancos de cedro donde los viejos comparten sus conocimientos con las j¨®venes generaciones. A los visitantes se les anima a sentarse en el jard¨ªn para respirar el aire del bosque lluvioso y gozar de su paz y tranquilidad. Bajo altos cedros y abetos, una red de senderos atraviesa el bosque y bordea el mar, y durante el paseo se recorren peque?as parcelas con plantas medicinales y ornamentales. En el jard¨ªn suelen trabajar tallistas nuu-chah-nulth, y los visitantes pueden observarlos en su tarea, hacerles preguntas y aspirar el olor de la madera mientras sus creaciones cobran forma. A lo largo de los senderos se van emplazando las esculturas de piedra y de madera modeladas por estos artistas.

Mount Auburn Cemetery (Cambridge, Massachusetts)

En lo alto de una loma, todo respira romanticismo bajo los bosques de robles del Mount Auburn Cemetery: es un jard¨ªn y un arboreto, pero tambi¨¦n la ¨²ltima morada de casi 100.000 personas. Inaugurado en 1831, fue el primero de los cementerios ajardinados de Estados Unidos. Antes, los muertos recib¨ªan sepultura en los camposantos de las iglesias, cada vez m¨¢s insalubres. Dos bostonianos eminentes, un m¨¦dico y un profesor de Bot¨¢nica de Harvard propusieron una soluci¨®n: un camposanto donde las tumbas pudieran coexistir con ¨¢rboles y arbustos; as¨ª se solucionar¨ªa el problema del espacio y la muerte parecer¨ªa menos aterradora.

Hoy resulta imposible pasear por estos caminos arbolados sin meditar sobre la mortalidad. Muchos de estos ¨¢rboles ¡ªrobles blancos y hayas, gingkos y sauces llorones, arces y pinos¡ª est¨¢n aqu¨ª desde hace muchas generaciones, y aqu¨ª seguir¨¢n dando sombra a las tumbas, mausoleos y monumentos. Pero Mount Auburn no es un lugar deprimente. En primavera, el aire huele al perfume de rosas, lilas, azaleas, glicinias, madreselvas y peon¨ªas. En verano, las capillas acogen cuartetos de cuerda y artistas. En oto?o, los pavos salvajes se pasean por los senderos. En invierno, los ni?os gritan en los mont¨ªculos de la nieve reci¨¦n ca¨ªda.

Lo m¨¢s nuevo de este espacio es el jard¨ªn de Asa Gray, que establece un v¨ªnculo entre el cementerio y el mundo exterior con sus 170 especies de plantas de Asia oriental y el este de Estados Unidos, fruto de la labor del bot¨¢nico que le da nombre. M¨¢s all¨¢, las agujas y vidrieras de la Bigelow Chapel ponen una nota de dramatismo, mientras que la Story Chape,l de estilo rural ingl¨¦s, supone un suave contrapunto. Los kil¨®metros de senderos que culebrean a trav¨¦s de prados, jardines y bosques invitan a reflexionar, pero tambi¨¦n a fijarse en detalles a veces fr¨ªvolos. Nos entristecemos al ver un cochecito de piedra que recuerda a un ni?o, pero el amor se renueva con una rom¨¢ntica carta grabada en una l¨¢pida y la cita en la tumba de un payaso del siglo XIX mueve a la risa.

Desert Botanical Garden (Phoenix, Arizona)

Hay que romper las ideas preconcebidas que tengamos sobre flora del desierto: en el Desert Botanical Garden de Phoenix conviven los ¨¢gaves y c¨¢ctus, organizados en instalaciones art¨ªsticas sorprendentes. Este jard¨ªn de Arizona es una obra de arte, como una performance en la que las plantas y las estructuras juegan con el visitante. La travesura aparece pronto en el Sonoran Desert Loop, una de las cinco rutas tem¨¢ticas que discurren por las 22 hect¨¢reas de jardines cultivados. Mientras se camina, la escena empieza a parecerse a la fiesta m¨¢s loca de la ciudad: los brazos de los saguaros dan la bienvenida, las peque?as chollas oso de peluche son una peluda explosi¨®n de j¨²bilo, los ocotillos bailan a su aire, las tuneras traman algo¡­ ?Y el pu?ado de elegantes pitayas dulces? Bueno, esas se han equivocado de fiesta, pero se apuntan a cualquier juerga, si no hace mucho fr¨ªo. Aparte de su elegancia, algunas de estas pitayas dulces tienen una historia detr¨¢s: son cactus rescatados, porque fueron salvadas de la actividad destructora de la miner¨ªa en otros puntos del Estado. Gracias a la misi¨®n del jard¨ªn, proteger la flora del desierto, aqu¨ª medran desde entonces.

?Otro detalle surrealista? Las flores de cactus, que empiezan a aparecer a mediados de febrero. Puede ser una solitaria flor blanca en lo alto de un ¨¢rbol o las flores de colores en otro rinc¨®n, pero son como prodigios visuales que rompen la monoton¨ªa.

Para completar el panorama, en el Butterfly Pavilion aletean unas 2.000 mariposas y tambi¨¦n el arte est¨¢ muy presente en el jard¨ªn: todos a?os, de octubre a finales de mayo, se instalan obras de alg¨²n artista prestigioso. Deslumbrantes trabajos en vidrio soplado, sensuales esculturas, instalaciones siempre heterog¨¦neas que complementan la desnuda majestuosidad del desierto. Con independencia de su prop¨®sito, todas las instalaciones a?aden lo mismo: realzar est¨¦ticamente el paisaje y dotar de un poco de glamur a las monta?as cubiertas de maleza y las extensiones de plantas del desierto. Lo mejor de todo: cuando las colinas rojas se encienten al atardecer y las flores reflejan la ¨²ltima luz del d¨ªa, entonces el espect¨¢culo es insuperable.

The Butchart Gardens (Victoria, Canad¨¢)

En estos jardines situados en la isla de Vancouver, cerca de Victoria, la capital de la Columbia Brit¨¢nica, lo m¨¢s espectacular es el paso de las estaciones. Cada una dibuja un paisaje completamente diferente, desde la floraci¨®n oto?al de los cerezos hasta las luces navide?as. Y a la belleza bot¨¢nica se a?ade una historia interesante. Este lugar fue el sue?o de Jennie Butchart, que transform¨® la cantera y la f¨¢brica de cemento que pose¨ªa con su marido Robert en los jardines m¨¢s espectaculares de la regi¨®n. En 1904, los Butchart llegaron a Vancouver para fundar una cementera y explotar los dep¨®sitos calizos de la regi¨®n. En aquellos terrenos construyeron su casa, a la que llamaron Benvenuto, y Jennie empez¨® a trabajar con un paisajista japon¨¦s en el dise?o de un jard¨ªn nip¨®n. En 1909, agotados ya los dep¨®sitos calizos, Jennie abord¨® la tarea de crear un jard¨ªn rellenando la cantera, que se convertir¨ªa en el jard¨ªn hundido. Nueve a?os tard¨® en terminarse esta parte que hoy consta de 150 parterres con una fuente de 21 metros en un extremo. Desde el mirador se divisan todos los ¨¢rboles de flor y parterres de plantas anuales, y se aprecia la extraordinaria intuici¨®n de Jennie para la jardiner¨ªa.

Los Butchart continuaron ampliando su creaci¨®n, y de una pista de tenis surgi¨® el jard¨ªn italiano donde hoy se puede descansar tomando un helado. En la rosaleda plantaron 2.500 rosales de 280 variedades. Las plantas ex¨®ticas y los cuidados parterres dan a los jardines una apariencia geom¨¦trica, pero entre la vegetaci¨®n y los ¨¢rboles subsisten elementos que recuerdan que se camina por un bosque lluvioso costero. Al recorrer los senderos bordeados de flores es posible imaginarse en otra ¨¦poca, cuando los parterres se podaban con mimo y se paseaba entre las flores, quiz¨¢ bajo una sombrilla o un Fedora para protegerse del sol de la tarde. Y para rememorar aquellos tiempos, nada mejor que un t¨¦ servido en la antigua casa de los Butchart.

Aunque su dise?o se inspira en los vergeles europeos, The Butchart Gardens se encuentran en la tierra tradicional de los ind¨ªgenas ws¨¢ne?, como recuerdan los dos t¨®tems labrados por tallistas abor¨ªgenes para celebrar el centenario de los jardines. Aunque Robert falleci¨® en 1943 y Jennie, en 1950, el legado familiar y los jardines perviven con su tataranieta Robin-Lee Clarke, la actual propietaria.

The Huntington Botanical Gardens (San Marino, California)

The Huntington Botanical Gardens fueron creados en 1919 por Arabella Huntington y su tercer marido, el magnate ferroviario e inmobiliario Henry E. Huntington. El matrimonio era inmensamente rico y coleccionaban ¨¢vidamente arte, libros raros y, particularmente Henry, plantas. Con los a?os, las plantaciones de su rancho en el sur de California evolucionaron desde simples huertas hasta impresionantes colecciones de orqu¨ªdeas, cactus y especies raras y curiosas de todo el mundo.

Hoy podemos recorrer el jard¨ªn japon¨¦s, parando para ver con detalle los bons¨¢is y las piedras suiseki. Pero tambi¨¦n podemos pasear a la sombra de 90 especies de palmeras procedentes de regiones ¨¢ridas y subtropicales del mundo. El jard¨ªn de cactus posee una de las colecciones m¨¢s grandes y antiguas de planeta. Con una extensi¨®n de algo m¨¢s de 50 hect¨¢reas, los 15 jardines tem¨¢ticos del Huntington, resultado de m¨¢s de un siglo de entrega a la horticultura, transportan a los visitantes por climas diferentes. Lo mejor es quiz¨¢ seleccionar solo algunos jardines y dedicarles un d¨ªa sin prisas, confiando en poder volver. La secci¨®n m¨¢s reciente es el jard¨ªn chino, el mayor fuera de China, cuyos pabellones est¨¢n unidos por gr¨¢ciles puentes. Menos conocida, pero igual de fascinante, es su colecci¨®n de c¨ªcadas, un f¨®sil viviente que se remonta centenares de millones de a?os atr¨¢s y se propaga por las semillas de sus pi?as.

M¨¢s all¨¢ de las flores, los amantes del arte y las humanidades deben dejar tiempo para las colecciones ajenas a la bot¨¢nica, con tesoros como una Biblia de Gutenberg y libros de Marco Polo en la Huntington Library, y obras de Edward Hopper y Thomas Gainsborough en el museo de arte.

La Paz Waterfall Gardens Nature Park (Costa Rica)

En Costa Rica, buena parte del pa¨ªs puede considerarse un jard¨ªn tropical, pero adem¨¢s hay algunos vergeles en su estricto sentido, como La Paz Waterfall Gardens Nature Park, una suerte de oasis para que los paseantes se sientan como protagonistas de un cuento de hadas. Escondido en la ladera del volc¨¢n Po¨¢s, estas 28 hect¨¢reas de terreno ondulante entre los 1.200 y 1.500 metros fueron en su d¨ªa un rancho de ganado, caballos y cabras. El suelo volc¨¢nico y el clima fr¨ªo no eran propicios para la mayor¨ªa de las plantas tropicales, y las frecuentes lluvias se llevaban todo por delante menos los espec¨ªmenes m¨¢s resistentes; pero, cuando el estadounidense Lee Banks compr¨® la propiedad en la d¨¦cada de 1990, quer¨ªa un jard¨ªn. Banks y sus empleados reunieron miles de jengibres, heliconias y otras plantas tropicales, y siguieron las normas para conservar estas delicadas bellezas pero, a los pocos meses, casi todas hab¨ªan muerto. Decepcionado, Banks las arranc¨® y, siguiendo el consejo de sus vecinos, plant¨® especies adecuadas a aquella altitud como calas, cannas, hidrangeas y papiros de monta?a. Todas salieron adelante, y luego a?adi¨® bananos de flor y docenas de especies de raras bromelias de altitud que le regalaron los vecinos. Un a?o despu¨¦s se produjo una sorpresa: varias de las plantas tropicales rebrotaron bajo las otras plantas. Banks las clon¨®, las dispers¨® por el jard¨ªn y vio c¨®mo prosperaban.

Pero La Paz es algo m¨¢s que un jard¨ªn. Las plantas fueron solo el principio. Con los a?os, Banks a?adi¨® un hotel de cinco estrellas (The Peace Lodge), tres restaurantes, dos piscinas, un estanque de truchas y un centro de rescate de animales con la fauna m¨¢s representativa del pa¨ªs. Hoy, los visitantes pasean en un observatorio de mariposas, atraen a los colibr¨ªes hasta los comederos y observan c¨®mo los jaguares devoran carne fresca. A trav¨¦s del bosque corre un sendero flanqueado por micro-orqu¨ªdeas y jalonado de plataformas asomadas a cinco cascadas de 20 a 37 metros de altura, que pueden contemplarse desde todos los ¨¢ngulos. La incorporaci¨®n m¨¢s reciente es un spa de dimensiones catedralicias junto al lago, con yoga, meditaci¨®n y salas de vapor, que se llena a diario de jengibres y heliconias, porque las flores tropicales nunca descansan.

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